Capítulo 1
- Mi madre disponible, dispuesta II
- Mi madre disponible, dispuesta I
Nos besamos apasionadamente durante unos 30 segundos. Agarre su culo desnudo bajo su vestido con ambas manos, amasando sus cachetes, tratando de abarcar lo más posible de su trémula carne. Ella me rodeó con su pierna izquierda posando su talón tras mi muslo. Instintivamente buscaba la cercanía de nuestros sexos.
– No… no… basta… ahora no – reaccionó de forma intempestiva.
– Tranquila… ¿qué pasa? – le pregunté al oído.
– Es que ahora no, tu papá está ahí – en voz baja.
No solté su trasero, ella bajó su pierna y puso sus manos en mi pecho.
– Nos puede escuchar.
– Por eso no hagamos ruido.
– No, mejor no hijo.
– Vamos a mi dormitorio entonces. – quería probarla.
– No, dijimos a la noche mi amor.
Hace mucho que no me llamaba así, pero ahora lo hacía con otra connotación.
– Ok… ¿pero qué hago con esto? – indicando a mi pene erecto bajo mi pantalón.
Tomé su mano y la metí bajo mi pantalón. Ella lo envolvió con sus dedos y empezó a menearlo suavemente.
– Guardamelo para un rato más, después me lo voy a comer.
Me dio un beso rápido en los labios y se fue. Dejándome ahí parado con pene a punto de estallar.
Pensé en masturbarme, tenía ganas. Pero me contuve. Quise guardar energías para lo que pasaría a la noche. Por lo mismo me encerré en mi dormitorio, vi una película y traté de dormir un rato. Quise alejarme de toda esa tensión sexual que me estaba volviendo loco.
Ya era de noche, tipo 22 hrs. No escuchaba ruidos en la casa. Salí de mi dormitorio y caminé hacia la cocina por algo de comer. Ya estaba oscuro y no prendí las luces.
Luego de comer un sándwich y tomar un vaso de jugo volví caminando a oscuras a mi dormitorio. Al pasar por fuera de la habitación de mis padres,se escuchaba a papá roncar.
Mi padre ya dormía y aun no salía mi madre. La ansiedad se apoderó de mi estómago. Temía que no cumpliera con su promesa. Me quedé unos minutos parado fuera de la puerta de ellos, tentado a abrirla y exigirle que me acompañara, a reclamar su cuerpo.
Pero me contuve, decidí darle más tiempo.
Caminando a mi dormitorio, a oscuras, solo se iluminaba por la escasa luz que escapaba por la puerta de dormitorio a medio cerrar. En eso, escuche movimiento en su dormitorio. “Ahí viene” pensé. Me escondí en el baño dejando la puerta entreabierta, esperando para verla como actuaba, con la idea de sorprenderla.
A los segundos, salió de su habitación, cerrando con máximo cuidado la puerta. Los ronquidos de mi progenitor se perdieron tras la puerta. Ella caminaba despacio tratando de no hacer ruido, apoyando sus manos en los muros del pasillo.
Estaba descalza, con camisa de dormir abotonada por el frente de un color blanquecino, muy delgada traslúcida. Su cabellera caía suelta sobre sus hombros. No alcanzaba más detalles, pero por como se manifestaban sus curvas era de suponer que no llevaba sostén.
Se detuvo fuera de mi puerta, asumió que yo estaba dentro. Yo miraba desde atrás a escasos centímetros.
– Tranquila… Tu lo deseas tanto como él… Necesitas sentirte viva… – murmuraba autoconvenciendose.
Luego de eso recorrió su cuerpo con sus manos como chequeando que todo estuviera en orden.
Llevó sus manos en sus caderas y tiró de su calzón inclinándose un poco, para dejarlo caer al suelo. Eso me terminó de calentar. Hice lo mismo en mi escondite, bajándome los pantalones y sacando la parte superior del pijama que llevaba. Quedando desnudo y erecto.
Ella soltó los botones superiores de su camisa erótica dejando solo 2 puestos.
Respiró profundo y entró. Antes que se diera vuelta buscándome entré tras ella.
Cuando se volteó sorprendida por mi ausencia me encontró desnudo, con mi verga durísima y sonriéndole.
– Me asustaste, pensé que no estabas – dijo sonriendo mientras se colgaba a mi cuello con sus brazos.
– Esto no me perdería por nada del mundo.
Nos besamos de manera hambrienta. La abracé fuertemente, a lo que ella respondió de la misma forma.
– Cierra la puerta – interrumpió.
Le hice caso, fui recoger sus calzones olvidados en el pasillo y luego cerré la puerta guardando el mayor sigilo posible.
Cuando voltee hacia ella, luego de cerrar la puerta, la vi de pie junto a la cama. Mirándome de forma muy coqueta, y con una pícara sonrisa en su bello rostro. Provocativamente soltó el tercer botón de su camisola, dejando solo el último preso en su ojal. La abertura de su ropa mostraba su tersa piel entre sus senos hasta su suave barriguita.
Mi erecto pene apuntaba a ella de forma grosera. Como un cañón armado listo para disparar.
– ¿Te gusta lo que ves? – con sus manos apoyadas en sus caderas, girando lentamente.
– Me encanta. – respondí seguro en tono grave.
Giró lentamente hasta darme la espalda e inclinarse levemente hacia adelante. Dejando que la tela de su prenda subiera levemente descubriendo el pliegue inferior de sus nalgas y el comienzo de estas.
– ¿Y qué esperas? – sonriendo, preguntó mirando hacia atrás.
Rápidamente la toma de sus caderas y la atraje a mi. Quedando mi abdomen pegado a su espalda, Mis manos cruzadas en su barriga y mi pene, duro, grueso y ardiente, entre sus jugosas nalgas.
De forma inmediata ella recargó su cabeza hacia atrás y sus manos buscaron las mías por sobre sus hombros.
Besaba su cuello mientras sus dedos se enredaban en mi cabellos, y su culo respingado buscaba mayor contacto con mi verga, con suaves movimientos.
Cuando la paciencia no dio más, ella se dio vuelta. Delicadamente abrí su camisola, ya suelta, dejándola caer. Me deleité con su fascinante y generoso cuerpo maduro un instante. Para después volver al encuentro de nuestras hambrientas bocas.
Nos comimos mutuamente mientras nos acariciamos inmersos en una lujuria incestuosa plena, a la cual estábamos entregados voluntariamente.
Amasaba sus suaves nalgas mientras ella estimulaba mi pene, tironeando mi prepucio, descubriendo y tapando mi glande rojo fuego.
Sentía sus pechos agitados comprimidos contra el mío.
Avanzamos de pie hasta toparnos con el borde de la cama. Lecho que nos permitiría liberar nuestra catarsis sexual sin ataduras.
Ella cayó de pronto sentada en la cama, encontrando mi pene frente a su rostro.
Sin dudarlo descubrió nuevamente mi glande, y con el frenillo tensado, lo engulló hasta al menos ⅔ de su extensión.
Sus carnosos labios envolvieron mi falo mientras este se entraba boca. Su cálida lengua lo acogió de forma suave y húmeda.
Poco a poco su destreza comenzó a manifestarse, en la mamada mas deliciosa que me habían hecho hasta el momento. Confluyó toda mi calentura y morbo en una de las sensaciones más placenteras de mi vida. No era la primera felación que me hacían, pero lejos la más importante.
Mi hermosa madre era una diosa, una diosa mamando. Sus caricias húmedas, y de seguro cargadas de amor, me estaban llevando al punto máximo de placer.
– Mamá… mamá… para… un poco, que me vas… a matar – dije apenas.
– Está bien… – dijo soltando mi aparato.
Ella sonreía mirándome a los ojos, mientras mi rostro bajaba al encuentro del suyo. Nos besamos nuevamente, cayendo sobre la cama, yo sobre ella. Mi madera abrió sus piernas.
Pudo haber sido una coincidencia. Pero me gusta pensar la idea de que se trataba de nuestro amor y entrega recíproca. Apenas caímos en la cama besándonos, la penetré profundamente como si nuestros sexos estuvieran destinados a calzar de forma perfecta.
Soltamos nuestras bocas para suspirar a la par. Al sentir nuestra unión física completa. Mi glande se incrustó con fuerza en la pared más interna de su maravillosa intimidad.
Ella me abrazó y envolvió con sus piernas al sentir toda la extensión de mi verga dentro de ella.
Nos mantuvimos quietos disfrutando de ese especial momento, besándonos. Poco a poco empecé a moverme, primero sin salir, solo cargando más dentro de ella.
– Mmm… ah… ah… – gemía cada vez que sentía a mi glande clavando su cérvix.
Fueron unas 10, o quizás 20, veces en que lo hice. A un ritmo lento pero marcado. Notando como su cuerpo se estremecía con cada estocada.
De menos a más, los movimientos dentro de ella comenzaron a ser más amplios, llegando a un mete saca claro.
Al poco andar noté su piel de gallina en los muslos, se quedó quieta unos segundos con su cuerpo contraído. Creo que fue su primer orgasmo esa noche. Una ola de humedad ardiente afloro de su sexo empapamdo mis testiculos.
Baje un poco el ritmo, cuando ella relajó su cuerpo.
Bese cuello, ella entregada con sus brazos abiertos sobre la cama. Seguí en sus clavículas, su respiración agitadísima hacía que sus pechos se movieran suavemente.
Fui al encuentro de su pezón derecho, lo lamí ampliamente unas veces antes de jugar con este y la punta de mi lengua. Estaba durísimo, delicioso. Después lo engullí. trate de abarcarlo más posible con mi boca sin que mis dientes lo rozaran, para terminar chupándola suavemente. Mi pene estaba a medio entrar en su vagina, quieto mientras chupaba su teta. Y sintiendo el pulso de vagina envolviendolo.
Volví a meterlo a fondo y cambié de teta. Para repetir la dinámica, mientras que mi mano izquierda amasaba a su seno derecho.
– Me mataste… hijo… me corrí… muy rico – dijo entre gemidos.
Se la metí otra vez fuertemente para volver a besarla y seguí follándola por un rato más. Hasta sentir que pronto me correría. Pero no quería terminar tan luego.
– Pero aun no terminamos, recuerda lo que te prometí.
– No recuerdo nada en este momento.
– Aún falta probar ese coño.
– ¿Que acaso ya no lo has probado lo suficiente?
– Debe estar ardiente y jugoso, listo para ser comido.
No respondió solo dejó caer su cabeza para un lado, con los ojos cerrados, y abrió sus piernas.
Baje besándola, centímetro a centímetro. Su cuello, pecho, entre sus senos, lamí su sudor entre estos y bajo sus pliegues, besé su suave barriga, pasando sobre su ombligo hasta encontrarme con los ensortijados vellos de su monte. Refregué mi cara en estos, primero un lado y luego el otro, como antesala a lo que ansiaba encontrar.
Su fuerte olor a sexo me envolvia y motivaba aun mas.
Ella abrió más las piernas al sentirme llegar a su gruta. Pude ver ahí asomarse a su hinchado clítoris exigiendo ser atendido.
Comencé lamiendo toda, desde la entrada de vagina, abriéndome paso entre sus labios, hasta llegar a su botón de placer. Para seguir con suaves lamidas en este. Lamidas que fueron aumentando poco a poco en intensidad.
Ella al principio quieta, comenzó poco a poco a apretar y soltar sus glúteos. Para después subir y bajar sus caderas, en un sensual ritmo, buscando mayor contacto con mi lengua. Yo disfrutaba del delicioso gusto de su sexo con sus piernas sobre mis hombros y pasando mis brazos bajos estas para alcazar sus tetas con mis manos.
Con mis dedos jugueteaba con sus duros pezones, mientras no paraba de lamer y beber de su gruta. Sus gemidos, resoplidos y quejidos iban en aumento, entrando a un nivel descontrolado. Ella, consciente de que no podíamos hacer mucho ruido, optó por morder la almohada.
Luego de un rato, en que su sexo ya estaba empapado, sus movimientos estaban mas fuertes e incontrolados y se sentia mas agitada al borde del colapso.
Rápidamente, chupe mis dedos índice y medio entre lamidos para lubricarlos. Y se los introduje en su vagina, estaba tan dilatada y lubricada que no costó meterlos. Con las yemas de los dedos cargaba la pared delantera de su vagina mientras seguía estimulando el clítoris.
Sus gemidos aumentaron exponencialmente. Apenas lograba disimularlos con la almohada. Su cuerpo espasmódico parecía sufrir el descontrol de la marea de placer que la dominaba internamente. Su gruta pasó a ser una vertiente de fluidos de hembra que impregnó mi cara y la cama.
No esperé más, era el momento. Salí de ahí para volver con mi ansioso ariete al territorio ya conquistado. A las entrañas que me dieron la vida y ahora el mayor de los placeres carnales que puede pretender un hombre. Atravesé su cuerpo con mi lanza, hasta clavar mi glande en su cervix.
Quieto mientras sentia su palpitar ardiente envolverme en un maravilloso doble abrazo de una mujer entregada en cuerpo y alma al placer de su amante prohibido, al pecado, al incesto, al amor carnal que le regalaba su hijo. Entre gemidos y resoplidos no besamos, fundimos nuestras bocas, mezclamos nuestros alientos.
Le hice el amor con penetraciones profundas y fuertes hasta sentirla llegar a su clímax. Hasta que se detuvo, hasta que sus piernas y brazos cayeron. Solo quedó su cuerpo suelto y su respiración agitada.
Yo me quedé quieto, clavado en su ser, hasta liberar los bombazos de mi corrida, abundante, contundente y placentera. Nos besamos largamente, mientras me deshacía en su interior.
Seguimos besándonos largo rato, unidos, acariciándonos, amándonos.
Cuando volvimos de nuestro trance amatorio, nos acostamos en el sentido de la cama, ya que habíamos hecho el amor de forma transversal al colchón.
– Nunca me habían hecho eso. – dijo tiernamente.
– ¿cómo?, ¿nunca te habían besado ahí?
– No… osea, si, pero no así… tu papá lo había intentado pero no es lo mismo.
– Me alegra que lo hayas disfrutado… Yo lo disfruté mucho.
– ¿en serio?… pero si me estabas lamiendo ahí – con cierta cara de incredulidad.
– Tu sabor es delicioso.
– Ay… no digas eso, me da vergüenza.
– Es verdad… cuando quieras que te coma el coño debes solo pedirlo, claro que el costo de eso es que te terminaré follando.
– Como si me pidieras permiso para hacer eso… No sé como vamos a parar esto.
– ¿Y si no paramos?
– Pero…
– Que sea secreto, no le digamos a nadie.
Volvimos a besarnos y a acariciarnos desnudos bajo las sábanas.
– Creo que ya es hora que me vaya – dijo luego de un rato.
– ¿Podrías esperar a que me duerma?, me gustaría quedarme dormido abrazandote.
La abracé desde atrás, con mi brazo izquierdo bajo su cabeza, mis manos en sus tetas y mi verga entre sus nalgas.
Cuando desperté en la mañana, estaba solo, desnudo y tapado con la ropa de cama.
Era domingo, algo luminoso o para mi lo era. Salí de mi dormitorio a eso de las 11 am. Y estaba solo. Miré mi whatsapp y tenía un mensaje de ella.
– Fuimos a misa, llevamos almuerzo.
– ¿Fuiste a confesarte? – le pregunté.
– ¿Debería? – respondió luego de un rato.
– Solo si te arrepientes.
– No me arrepiento.
– Que bueno, porque nos queda mucho por hacer. Aunque si llegases a arrepentirte podrías venir a confesar conmigo.
– Pero tu no eres cura.
– No, pero sé como quitarte el arrepentimiento.
– Ya… no me hables que tu papá me está mirando.
– Ok.
Pasó un rato y recibí otro mensaje.
– Estoy un poco aburrida.
– Escapate. Ven aquí conmigo. Te espero bañadito.
– No puedo.
– Pero quieres.
– No puedo… suficiente, estoy en misa.
Al rato.
– Esto está por terminar, ¿que quieres almorzar?
– Me gustaría una carne, madura, jugosa y caliente.
– Pregunto en serio. ¿Qué quieres?
– Ya te dije.
– Ya pues.
– Quiero una buena empanada de carne, jugosa y caliente.
– Ok… Tu papá tuvo la misma idea.
– Claramente tenemos el mismo gusto.
Luego de un rato llegaron con empanadas de carne para el almuerzo.
Mientras ordenamos las cosas para almorzar, llevando los cubiertos y platos desde la cocina al comedor, la sorprendo sola sacando unos vasos de la alacena. Mi padre no andaba cerca, así que aproveché para abordarla.
– Muy bonito tu vestido, algo conservador pero bonito – le dije suavemente tomándola desde su cintura y cargando su gran culo sobre mi verga.
– ¿En serio te gusta?
– Si, algo conservador, pero no deja de ser sexy.
– Sexy, ¿por qué?
– Porque no deja de insinuar tus curvas.
– Como si fuera muy ajustado.
– Ajustado no es, pero lo sugerente bajo tanta tela, yo ya lo conozco – agarrando su teta derecha con mi mano.
– jaja… estas chistosito – sin reprochar mi manoseo en su seno, y ajustando su culo en mi bulto.
– Andas con calzones.
– Obvio, si fui a la iglesia.
– Y ¿Por qué no te los sacas?
– ¿Para qué?
– Porque así solo bastaría levantar tu vestido para volver a follarte.
– ¿Y que te hace pensar que solo bastaría eso?
– Porque así me gusta mi madre, dispuesta a que su hijo le llene el coño cada vez que la desee.
– Eres tan caliente – dijo luego de unos segundos en que se dejó acariciar restregando en mi su jugoso culo.
– Quítate los calzones y entrégamelos – le ordené.
Así lo hizo, subió su vestido con sus manos apartándose levemente de mí, se agachó un poco, mientras se los bajaba. Y para recogerlos volvió a cargar su trasero en mi sin doblar sus rodillas.
– Aquí están – dijo al voltearse, pasándomelos.
– Déjalos acá – estirando el elástico de mis pantalones de buzo mostrándole mi cautivo y erecto miembro.
Metió su mano con el calzón en mis pantalones jalando el forro de mi pene y dejando me glande envuelto en la suave tela de su prenda.
Íbamos a besarnos cuando escuchamos pasos en el pasillo, así que disimulamos antes que nos descubrieran.
– ¿Qué hay de postre? – preguntó gritando mi padre sin llegar a asomarse a la cocina.
– Queda un poco de helado y frutas – respondió mi madre en el mismo tono.
– Ya sé lo que quiero de postre – le dije a mi madre.
– Creo que puedo adivinarlo – sonriéndome – pero con tu papa dando vuelta difícil.
– Voy a comerte el coño después del almuerzo… solo necesito subirte el vestido.
Me alejé yendo al comedor con algunas cosas para poner en la mesa, mirándola a los ojos y sonriéndole. Ella me respondía recíprocamente.
Almorzamos de lo más normal. Y luego como era de esperarse, mi padre algo relajado con las copas de vino que acostumbraba a beber los domingos al almuerzo, copas que aproveché de rellenar 2 o 3 veces más de lo acostumbrado, para ampliar su efecto. Fue a ver, o más bien, a dormir televisión un rato.
– Voy a tirarme un rato a la cama – dije en voz alta mientras me estiraba y miraba a los ojos a mi madre.
No tuve que insistir, ni buscarla. Luego de unos 10 minutos abren la puerta de mi dormitorio suavemente, evitando hacer ruido.
– Se acaba de dormir, de acá se escuchan sus ronquidos – dijo mi mamá cerrando la puerta con la misma suavidad con que la había abierto y colocando el seguro.
Nos encontramos de pie en mi dormitorio, sin mediar palabras, nos besamos casi devorándonos mutuamente.
Rápidamente a tirones subí su vestido hasta encontrarme con la trémula carne de su culo. Para apretarlos con total propiedad con mis manos. “Ay” exclamó al sentir mis manos apretar sus nalgas, y su apegado contra mi cuerpo.
– Tenemos unos minutos – murmuró entre jadeos – te traje tu postre.
– ¿Y cuál sería ese?
– Mi coño, es todo tuyo… jugoso y caliente, como lo dejaste hace un rato.
Caminó hacia la cama y dándome la espalda recogió su vestido hasta la cintura, mostrándome sus contundentes nalgas. Luego se dio vuelta sonriendome, se sento en mi cama con sus pierna abiertas mostrandome su sexo. Poco a poco se dejo caer hacia atrás apoyándose en sus codos y levantando sus piernas, para terminar apoyando sus pies en la cama, y con sus rodillas apuntando al techo.
Decidiamente, con cuidado, pero sin espera, me lance al encuentro de mi cara con su apetitoso sexo. Me detuve un instante con mi nariz rozando sus escasos vellos, para inhalar su aroma de hembra. Claramente mi calentura hacia que lo percibiera como el mas delicioso manjares, incluso, comencé a salivar.
Suavemente, con mis pulgares, presioné Sus labios mayores para luego separarlos. Su palpitante sexo se abrio ante mi. Revelando sus pliegues.
Lo lamí ampliamente desde su vagina hasta su clitoris. Sin presionar demasiado. Ella se desplomó sobre la cama al sentir las primeras caricias de mi lengua.
Cumpliendo mi promesa y satisfaciendo su deseo, segui comiendo su coño, sometiendola a las nas suaves caricias de mi lengua en su jugoso sexo.
Intensifique mis lamidas en su clítoris, sin llegar ser brusco, sin darle descanso. Al pasar de los segundos ella empezó a sucumbir al placer. Su cuerpo daba señales involuntarias de que el placer la dominaba.
Sus caderas se movían buscando el mayor contacto con mi cara. Y simultaneamentesse, su sexo se apretaba y soltaba casi como un reflejo amatorio.
Ella se movía, sus piernas se estiraban y doblaban, su vientre bailaba, sus manos apretaban a las mias que estaban amasando sus senos al ritmo en mi lengua entraba en contacto con su sexo. Ella trataba de acallar sus gemidos, los que se escapaban en suaves exclamaciones y resoplidos.
Luego de lo que debieron haber sido unos 2 o 3 minutos. Su cuerpo se tensó, sus piernas envolvieron mi cabeza y sus uñas se clavaron en mis manos. Estuvo quieta unos 10 o 15 segundos antes de soltarse.
Me puse de pie para mirarla. Tendida sobre mi cama, con su vestido recogido, sus piernas abiertas, sus brazos a sus costados, su cara girada hacia su derecha, sus ojos cerrados y su pelo alborotado. Solo se escuchaba su respiración agitada. Su pecho subía y bajaba al ritmo de esta última.
Yo estaba caliente, con mi verga como fierro.
Tome sus piernas desde atrás de las rodillas y las levante hasta ponerlas en mis hombros.
Solo basto posar la morcillona cabeza de mi miembro en su delicada vaginapara, para que esta la recibiera gustosa.
La penetré completamente.
– Follame hijo… – dijo apenas, entregada.
La clavé lo más fuerte que pude, para quedarme detenido unos segundos. Una oleada cálida envolvió mi verga y testículos, eran sus fluidos envolviendome. Desde ahí seguí follándola por varios minutos, haciendo pequeñas pausas para tomar aire.
Ella estaba entregada, con sus ojos cerrados, solo gemía. Recibiendo mis embestidas.
Le di de esa forma hasta sentir que pronto me vendría, fue ahí que solté sus piernas para caer sobre ella. Me recibió con un abrazo cargado de amor. Nos besamos mientras seguía entrando y saliendo de ella.
Cuando estaba por acabar solté su boca para apegar mi rostro a su mejilla derecha. Gimiendo en su oído liberé mi carga en su interior. Ella gemía a la par conmigo sintiendo los espasmos de mi virilidad en su interior. Abundantes disparos incestuosos llenaron, una vez más, las entrañas de mi amante, mi dispuesta madre ardiente.
Esto continua.