Capítulo 3
GATACOLORADA Y CHARLINES.
TRES
ELLA VOLVIÓ SUMISA
ME ENCONTRÉ EL HILO, DOS
CHARLINES
Tú, volviste a por tu tanga y ahí en mi casa, te di todo lo que quise y un poco más. Pero no quedaste contenta y querías más, pedías más, necesitabas más. Tú habías sentenciado, que, si quería más, tenía que pedírtelo. Lo hice, vaya si lo hice y puse mis condiciones. Y esas no eran otras que te quería sumisa y entregada, serías mía en cuerpo y alma durante esa tarde y después serías libre o serias mía.
A mí, me gusta tener el control, dominar, mandar y dar placer y creo, eso era lo que tú querías, deseabas que un hombre te hiciera suya hasta volverte loca, hasta que tu mente se uniese a tu cuerpo y hasta llegar al desvanecimiento. Eso sí, esa tarde y como prueba de tu sumisión, tendrías que seguir al pie de la letra lo que yo te dijera.
Te expliqué las palabras de seguridad, estas siempre son necesarias, con ellas la sesión está segura. Rojo, parar inmediatamente, amarillo, consensuar, y cuando te pregunté, si es verde, continuar. Tú estuviste de acuerdo.
Llegaste a mi casa casi temblando, el miedo se reflejaba en tus ojos. Yo, te sitúe en el medio del salón
- ¿Estás dispuesta a todo, me vas a obedecer?
- Amarillo señor, Si señor, lo que usted diga será ley.
- Muy bien, quiero que te desnudes del todo y me des tus braguitas, antes de empezar el juego, hazlo despacio y muéstrame tus encantos. ¿Te van bien diez azotes para empezar?
- Perfecto señor, lo que usted quiera será también mi deseo.
- Entonces estamos de acuerdo, desnúdate y dame tus braguitas.
Lentamente desabrochaste los botones de tu vestido. Al ir abrochado por delante te fue fácil. Lo dejaste caer, deslizándose este lentamente sobre tu cuerpo. El roce te excitó, pues tus pezones se pusieron bien duros. Esos pezones que me volvían loco, largos cual tetina de biberón y ahora suficientemente gruesos para poder sorber de ellos. Mi vista se fijó en ellos, como sobresalían, cuando doblaste tu cuerpo, para deslizar por tus piernas, esa tanguita negra que tan buen juego nos estaba dando. La sacaste lentamente de tus piernas, la estiraste y me la ofreciste. Pusiste las manos detrás de tu nuca y te quedaste quieta con tus piernas abiertas en espera de la siguiente orden.
Recogí la tanga de tus manos, la puse sobre la mesa y le hice un pequeño rulo.
- Abre la boca.
Sorprendida abriste la boca y pude ver cómo una gota de tu flujo se escapaba de tu sexo. Metí con cuidado la tanga en tu boca y te dije.
- Súbete a la mesa, abre tus piernas y extiende tus brazos.
Tu hiciste lo que te dije, estabas expuesta ante mí y para mí. Tú excitación se podía oler. Recorrí lentamente tu cuerpo con mis manos, en una caricia lenta y suave
- Recuerda que no puedes correrte, si lo haces, serán quince azotes más.
Asentiste con la cabeza y me miraste con sorpresa, no sabías que iba a hacerte. Continué mi eterna y lenta caricia sobre tus pechos, tus pezones que me pedían ser apretados, pero no lo hice, y tú sexo. Subía por tu cuerpo para volver a bajar, tu sexo lloraba suplicando ser atendido y así lo hice. Mojé con abundancia mi dedo con saliva, lo bajé a tu húmedo sexo y recorrí el canal que me ofrecían tus labios en un lento caminar. Subía y bajaba por tu sexo que cada vez se abría un poco más a mí, cada vez lloraba más y cada vez tus gemidos brotaban con más intensidad. Gemías y abrías tu boca cual pajarillo buscando mi lengua, mis labios. Pero yo seguía impertérrito con mi caricia. Volví a subir por tu cuerpo, acaricié tus pechos, tus pezones y los apreté muy ligeramente. Tú gemiste, abriste los ojos y en ellos pedías clemencia. Volví a bajar a tu sexo y seguí esa interminable caricia, no había prisa. Tus piernas cada vez se abrían más y tú cuerpo intentaba dirigir mis dedos a tu clítoris. Tus labios vaginales, ya completamente abiertos, me pedían entrar en ti, explorarte, darte el placer que tanto ansiabas, pero no, no te lo daba.
Volví a subir por tu cuerpo para apretar ahora sí, tus pezones. Esto te hizo explotar, ya no aguantaste más y te fuiste en un río que inundó la mesa. Un gran reguero de tu flujo daba fe de tu corrida.
Me pediste perdón, pero no lo hubo, te habías ganado quince azotes que me sabrían a gloria.
- Ya puedes correrte, ya conseguí mi propósito.
Seguí mojando mi dedo, para ahora, rodear únicamente tu clítoris, ya buscaba tu placer. Tu sexo era una fuente, fuente que anunciaba la llegada de tu placer. Abrías tu boca, gemías, levantabas tu pelvis. No tardaste en cerrar las piernas y atrapar mi mano con ellas. Otra vez, la mesa fue prueba de tu corrida. Te dejé disfrutar de tu orgasmo, para decirte después.
- Levántate y ponte de pie frente a la mesa.
Las bragas en tu boca te permitían y ayudaban a estar callada. Te pusiste frente a la mesa. Yo me desnudé, meneé con suavidad mi polla frente a ti.
- Abre la boca.
La abriste, te saqué la tanga de ella la dejé sobre el aparador y me tumbé erecto sobre la mesa.
- Ven, ponme el coño en la boca y chúpame la polla
Obediente atendiste mi orden. Te metiste mi polla en la boca con ansia, a la vez que posabas tu coño sobre mi boca.
El calor y la humedad de tu coño llenaban mi boca. Mi lengua titilaba tu clítoris, mientras mi polla desaparecía dentro de tu boca. Tú garganta me follaba como una virgen vagina, mientras, mi lengua incansable extraía todos los jugos de tu sexo. Nuestros cuerpos se fundían en busca de un placer rápido. Tu boca incansable chupaba mi polla buscando llenarse de mi esencia, de mi ser. Mientras la mía, recogía tu néctar sagrado que brotaba incansable para saciarme. Votaste sobre mi boca temblando, aplastando tu sexo sobre ella, engullendo con gula mi polla. Polla que llenaba tu boca entrando hasta el final de tu garganta.
No aguantabas más, votabas con fuerza sobre mi boca mientras intentabas respirar. Te saliste del abrazo para poder respirar, para retomar fuerzas. Yo me bajé de la mesa y te arrastré hasta su borde, bajé tus piernas apoyando tu pecho en la mesa y te penetré desde atrás. Entre en ti de una y sujeto a tus caderas te penetraba con fuerza incansable. El tiempo se detenía mientras tus gritos de placer llenaban la habitación. Yo mientras incansable seguía tras de ti ahora azotando tu culo con una fuerza media. Mi orgasmo ya estaba próximo y tú lo sabías, pues empujabas con fuerza tu culo contra mi polla. El orgasmo me llegó sujeto a tus caderas y clavé tan fuerte mi polla en ti, que te levanté del suelo mientras te llenaba de espuma blanca. Nos tumbamos en el sofá yo sujeto a tu pecho y tú recobrando el aliento. Te dije que te debía quince azotes y estos te volverían loca. Tu apoyaste tu culo contra mi polla y gemiste.
- Vos sos un depravado y eso me encanta. Azótame cuanto te plazca
Descansamos medio aturdidos recibiendo cada uno el calor del otro hasta que apretando tu pezón y besando tu cuello te desperté. Mi polla también despertó latiendo entre tus piernas
Busqué en mi armario de los juguetes del placer, encontrando una fusta de amplia lengua, también recogí de su interior un antifaz y unas esposas. Te incliné sobre el respaldo del sofá con los ojos tapados y até tus manos en la espalda. Con la fusta acaricié tu cuerpo mientras notaba como tú piel iba adquiriendo esa forma de piel de gallina, que indica la excitación, el miedo y el placer. Seguí con la fusta acariciando tus piernas y el interior de ellas. Subí por tus muslos hasta llegar a tu sexo. Lo acaricié con la pala de la fusta y está, apareció mojada.
Levanté la fusta y la dejé caer sobre tu culo, un ruido seco fue seguido de tu gemido. Volví a fustigarte, está vez entre tus piernas, tú las cerraste y te las volví a abrir.
- Tranquila putita, esto solo es el principio.
Volví otra vez a tu culo donde una franja roja anunciaba el azote. Descargué sobre tu culo otra vez, igualando ambas posaderas en perfecto cuadro abstracto. Nuevamente en tu culo y otra vez en tu culo. Dos perfectas equis recorrían tus posaderas. Tu coño brillaba por el desbordar de tu flujo. Acerqué mi mano para notar el calor en tu culo, lo acaricié guiando mi mano hasta el interior de tus muslos donde mi dedo entró en ti absorbido por tu sexo. Gemiste al sentirlo dentro y moviste tu culo para que entrase totalmente en ti. Lentamente, muy lentamente lo movía de afuera hacia adentro, notando en él, tu humedad. Gemías y movías el culo.
Tras unos minutos con mi dedo en tu sexo y cuando tus gemidos anunciaban tú orgasmo, salí de ti y está vez con mi mano, azoté tu culo. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Volví a la carga está vez con dos de mis dedos, entrando en ti muy lento, muy suave. Tú te retorcías de placer y buscabas terminar con un fuerte orgasmo, pero me detuve y te di la vuelta. Ahora tus pezones desafiantes se ofrecían tremendamente duros ante mí. Recorrí de nuevo tu cuerpo con la fusta. Tu sexo totalmente húmedo, tus pechos, tu cuello, tu cara, para volver a tu pecho derecho, donde descargué con brío sobre él, acaricié tu otro pecho y volví a descargar, tu sexo fue mi siguiente objetivo y aquí ya te dejaste ir y gemiste. Volví a tus pechos y los azoté de nuevo.
Bajé mi boca a ese biberón que se me ofrecía, duro erecto y desafiante, para amamantar me, para darme más fuerzas. Tres de mis dedos entraron en ti está vez con brío, encabritados buscando tu placer, placer que te llegó a los pocos minutos. El suelo y mi mano se cubrieron de tus jugos, mientras tus piernas se doblaron para quedar arrodillada sobre la alfombra del salón.
Aproveché para acercar mi polla a tu boca, boca que abriste nada más sentir la punta sobre tus labios. Tu boca me acogió con gula, lentamente fuiste poniendo con tú boca mi polla en todo su esplendor. Cuando ya la tenía totalmente erecta, te la metí hasta el fondo donde traspasé tú garganta y sujetando tú pelo en dos coletas, empecé a follarme tu boca. Tuviste un par de arcadas, pero conseguiste controlarlas. Ponías tú mano sobre mi vientre para poder respirar, pero enseguida volvías a tragar toda mi polla. Tus ojos eran un mar de lágrimas y cada vez que sacaba mi polla, venía envuelta en tus babas que dejaban unos hilos que regaban tu pecho, donde reposaban unos segundos, para seguir el camino hasta tu coño. Tu mano también bajó a este y con decisión acariciaba tu clítoris. Tú gemías con mi polla en la boca, abriendo está cada vez más, movida por el placer de tu mano. Incansable te di fuerte, muy fuerte y cuando sentí tu orgasmo te clavé la polla en lo más hondo de tu garganta y me vacié en ti. Tú me empujaste para poder respirar quedando desmadejada en el suelo del salón
- Eres un hijo de puta, un gran hijo de puta. Menuda follada de boca, joder, menuda follada.
Te recogí en mis brazos y te llevé a la cama, donde recobraste el aliento. Te acaricié el cuerpo y te susurré.
- Aún te faltan unos azotes y no te irás de aquí sin ellos. Esa tanguita va a dar mucho juego. No tengas prisa gatita, no tengas prisa, pero sé que querrás volver, necesitarás volver y volverás.