Capítulo 1

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  • Viernes. Primer día de una escapada erótica

Ha llegado el momento de disfrutar de un fin de semana para nosotros. Llevamos una temporada encerrados en casa y con la llegada del buen tiempo ya nos apetece disfrutar un poco.

Parece que ya se nos empiezan a calentar los bajos. Pensando en lo que podíamos hacer, decidimos no rompernos mucho la cabeza y hacer una escapada con un toque erótico. Como somos mucho de jugar, nos planteamos espontáneamente un juego de dominación.

Consistiría en lo siguiente. Que cada uno eligiera la ropa más provocativa que encontrase en el armario e hiciese su maleta. Nos pondremos algo sexy para el viaje y, a partir de ahí, cada uno elegirá la ropa que el otro deberá ponerse en cada momento.

Hace calor y tenemos ganas de sol, así que la primera parada será la playa nudista de Barra. Yo he escogido unas mallas caladas que marcan bien mi paquete y una camiseta blanca ajustada que marca bien mis pezones. Ella viste una minifalda con cremallera y una camiseta floja.

La sola idea del juego ya nos estaba poniendo cachondos.

Llegamos a la playa después de haber ido calentando motores todo el viaje. Ella no ha parado de hacerme roces y carantoñas durante todo el camino. Se subió la cremallera de la falda hasta la mitad nada más arrancar y el trayecto incluyó una parada en la gasolinera en la que ella hizo que me exhibiese medio empalmado cuando fui a pagar. La chica que me cobró no paraba de mirarme el paquete y eso hizo que se abultase aún un poco más.

Buscamos una zona en la arena que no estuviese muy ocupada. No había mucha gente. Todos desnudos.

Hace calor, pica el sol y todavía estamos de un blanco mortecino. Le pregunto si quiere que le eche un poco más de crema y asiente sin rechistar. Me recreo con cada rincón de su cuerpo, disfrutando al ver como le gusta. No quiero pasarme porque aún estamos empezando el fin de semana y además ya se me está poniendo morcillona.

No se si porque se siente en deuda conmigo o porque ya está juguetona, pero se acerca y me dice que si no me echa crema voy a quemar ese culito de su propiedad.

No se corta nada y empieza a embadurnarme de crema, deteniéndose en la raja de mi trasero y, sin disimulo, noto como su dedo entra en mi culo haciendo que pegue un respingo. Al girar la cabeza veo como una madurita que está un poco más a la izquierda, no se está perdiendo detalle y aprovecha para acariciar su entrepierna. Parece que le gusta lo que ve y, en ese momento, a mi me sale la vena exhibicionista y decido darme la vuelta para que pueda ver claramente todo el espectáculo. Mi polla empieza a crecer y se dispara cuando mi mujer se entretiene untando de crema mis pezones sabiendo que ese roce me vuelve loco.

Parece que el juego ha comenzado. Le digo que me está poniendo muy cachondo. Y me responde que de día soy su esclavo y, cuando se ponga el sol, ya será mi turno. Entonces le indico que nuestra vecina también está disfrutando de la visión. Me responde que es de buena persona compartir, así que me ordena levantarme y desfilar hasta la orilla. A lo que obedezco sin rechistar…

Estoy bien dotado y ella lo sabe. Le gusta presumir de mi pollón o quizá debía decir del suyo. Me paseo hasta la orilla, me miran, me gusta. Me meto en el agua para bajar la inflamación.

La tarde transcurrió entre juegos de calentamiento mutuo. Era el primer día y empezábamos a quemarnos. Decidimos recogernos e ir al hotel. Cuando me dispongo a ponerme el bañador me dice que ella no me ha dado permiso. Debo volver desnudo hasta el coche. Antes de salir de casa me puse un tattoo temporal que rezaba SLAVE. Una palmada sobre el tattoo sexy de mi trasero me hizo ver que la realidad a veces supera la ficción. Estoy deseando que empiece a anochecer. Será mi turno, el de la venganza.

Llegamos al coche, guardamos las cosas y me dispongo a vestirme. Nuevamente me recuerda que aún no me ha dado permiso. Solo me deja ponerme la camiseta. Aunque le digo que a lo mejor nos estamos pasando un poco obedezco como buen esclavo; aunque más que esclavo me estaba convirtiendo en su putita.

Conduzco con un poco de vergüenza, pero al cabo de unos kilómetros me olvido que estoy medio desnudo.

Llegamos al hotel, me deja ponerme las mallas y me dice que estoy muy atractivo. Nos registramos y subimos a la habitación. En el ascensor nos fundimos en un morreo durante el que no pierdo la ocasión de agarrarle el culo. Nos duchamos. Empieza a anochecer. Mi turno.

Dejo encima de la cama la ropa que debe vestir para salir a cenar. De entre su ropa escojo una falda negra y una camisa blanca transparente con un sujetador de media copa para que se le marquen bien las tetas. Y un tanga con unas perlas que se sitúan estratégicamente para acariciar su clítoris.

Voy a la ducha y se me pone dura al pensar que ropa escogerá para mí.

Está radiante. Sabe como provocar y hoy parece que va a ser el día. Pone cara de corderito degollado y dice que así no puede ir a ningún sitio. Aprovecho la ocasión para recordarle que ya ha anochecido. Y ahora mando yo.

El modelo escogido para mí es un pantalón blanco muy ajustado y un polo semi transparente. Por encima solo una blazer azul. ¿Sin nada debajo? Mi pregunta no obtuvo respuesta. Decido subir la apuesta. Me pongo, no sin dificultad, un anillo que me recoge mi paquete marcando bien mis atributos. Y unas pinzas para los pezones de las que cuelgan sendos corazones. Alaba mi idea diciendo que así estoy irresistible y le va a costar negarse a todas mis órdenes.

Buscamos un restaurante italiano donde esperamos reponer fuerzas para una noche que promete cada vez más. Ordenamos un buen vino para ponernos en situación. A media cena le digo que se acerque y le doy un juguetito erótico que le había regalado y que todavía no habíamos estrenado, Se trata de un pequeño pene vibrador. Le ordeno que vaya al baño y se lo ponga. Yo lo controlaré desde mi móvil. Cuando vuelve me dice que se está poniendo caliente con tanta tontería. Le digo que como no me gusta abusar yo haré lo propio. Mi juguete es un anillo con un apéndice para introducir por mi culo que masajeará mi próstata y que podrá controlar desde su móvil. Le parece justo. Voy al baño y vuelvo empalmado. El juego en este momento sube de nivel.

Entre sobresaltos llegamos a los postres. Ella debe estar chorreando y yo no puedo disimular el bulto del pantalón. Ahora el juego se ha convertido en una guerra de mandos. Si yo aprieto, ella me envía una descarga. En cualquier momento nos caemos de las sillas. Puedo ver a través de su blusa como se marcan sus pezones. Le pido que desabroche otro botón de su camisa. Obedece como buena sumisa. Noto como su pie empieza a acariciar mi polla por debajo de la mesa. Decido quitarme la blazer para que pueda ver claramente los corazones que cuelgan de mis pezones duros como piedras.

Decidimos buscar un sitio para tomar una copa. Recordamos una discoteca para maduros en Monçao y estamos a poco más de media hora desde Vigo. Durante el trayecto recibo una mamada antológica. De vez en cuando activa el vibrador de mi culo haciendo que mi pollón esté a punto de reventar. Le ordeno que pare. Llegamos realmente calientes. Antes de bajar del coche nos damos un buen repaso. Ella está totalmente mojada y a mi me empiezan a doler los huevos porque llevo más de una hora completamente empalmado. Buscamos un rincón apartado en la parte de arriba. Bailamos un poco. Le ofrezco una copa y me dice que sí, pero con la condición de que vaya a buscarla sin la chaqueta.

– Se me van a ver las pinzas de los pezones – le digo -.

– Para eso te las has puesto – responde con una pícara sonrisa -.

Me dirijo a la barra luciendo mis encantos. Cuando atravieso la pista noto como una rubia tetona me pellizca el culo. Esto se nos está yendo de las manos.

Vuelvo con las copas y caliente después de las meteduras de mano que he sufrido al atravesar la pista.

Allí está ella. Apoyada en la valla, sin perder detalle de mi procesión. Me recibe con un profundo beso en la boca. Estamos retozando pegados al balcón de la pista y noto su mano sobre mi paquete.

– Parece que estás un poco apretado – afirma -..

– No paras de calentarme. – repondo-.

De repente, siento como baja la cremallera y mi polla salta hacia fuera como un resorte cuando liberas el muelle. Me siento aliviado. Y avergonzado. Y excitado. Escupe en su mano y empieza a refrescar al rehén recién liberado. Me acerco y le susurro al oído – eres una calientapollas – y me contesta – y a ti veo que te gusta -. En la cena me has puesto muy cachonda… -. Momento en el que decido activar de nuevo el vibrador para demostrar que ahora soy yo quien tiene el control.

Decidimos bajar a la pista y echar unos bailes para relajarnos. Pegados, muy pegados, rozándonos y sobados en medio de la pista. Ella me confiesa que ha notado cómo alguien le metía mano por debajo de la falda.

Era el momento de volver al hotel y rematar la faena. Estábamos ya completamente desinhibidos. Al salir del ascensor después del consiguiente magreo teníamos todavía por delante casi 25 metros de pasillo hasta la habitación. Momento en el que deja caer su falda negra delante de mí ofreciéndome una hipnótica visión de su culo escasamente cubierto por el tanga de perlas.

Me quito el polo y sacó mi polla en medio del pasillo para indicarle la dirección a seguir. Se agarra a ella y me arrastra hasta la habitación. Una vez dentro, me empuja encima de la cama y dice:

– ¡Cabrón! Me tienes empapada. Ahora te voy a follar como te mereces y mañana te vas a enterar de lo que es un esclavo.

Me ata las manos y los pies a las esquinas de la cama y…

Continuará…