Tengo que contaros esto. Quiero dejar escrito todo lo que traigo en la cabeza porque no quiero que pasen los días y acabe por olvidar todas las sensaciones que me revolotean en la mente y, sobre todo, en el cuerpo. Este fin de semana han cambiado tantas cosas, o mejor dicho, han salido a la luz tantas que antes estaban ocultas, que no sé si todo va a cambiar por completo o el cambio va a ser tan radical que todo va a seguir igual.

Hace meses que no escribo. En concreto, desde que dejé de ver a L. Ya leísteis lo que pasó. La he echado de menos durante todo este tiempo. Estuve viendo a M de forma esporádica, casi nunca fueron encuentros sexuales, me gustaba estar con ella y pasar el rato, pero cada vez que la veía recordaba a L y cómo lo dejamos, y con eso y con tanta diferencia de edad lo nuestro era algo que no podía seguir. Tal vez haya algún momento carnal con M que merezca la pena que os cuente, esa chica aprende rápido, pero no es eso de lo que os quiero hablar.

Hay una familia, un matrimonio de amigos míos con dos niños gemelos adorables, a los que conozco desde el día que se conocieron. He compartido con ellos los 20, los 30 y compartiré los 40, y para mí es como una familia no sanguínea. Para seguir con mi costumbre de usar las iniciales, él será T y ella G. Él, T, es un tipo divertido, desvergonzado y bastante bien parecido, y si no fuera un tipo tan familiar hubiera tenido bastante éxito con las mujeres. Ella, G, es una barbaridad de mujer. Alta, espigada, elegante, inteligente, divertida. Y sobre todo extremadamente sexy. Creo que la X se inventó para poder definirla a ella, y poder repetir “extremadamente sexy”, paladeando el sonido. Ese sonido es el fondo de sus frases. No es que sea coqueta ni juguetona, ni que te insinúe lo que no es. No es una calientapollas. Es sexy, de una forma natural, le sale inconscientemente. Si se ríe, si come, si se agacha, casi todos los hombres y alguna mujer cercanos somos siempre totalmente conscientes de su gesto, aunque sepamos que ella no tenía la menor intención de ello.

Como te decía, paso mucho tiempo en su casa. Me invitan a cenar a menudo, a ver películas, a pasar la tarde, y a mí me encanta estar allí, con ellos, con sus dos hijos, con el resto de amigos. Es una gozada. Este fin de semana, con el lunes festivo, no fue una excepción y me invitaron a ir. La cena fue muy amena, como siempre, hablamos bastante, bebimos mucho y nos reímos más, y la sobremesa estaba siendo especialmente animada. Los gemelos ya no habían resistido y hacía horas que estaban en su habitación como angelitos. T se levantó a preparar cafés y yo me llevé la copa de vino a la zona de los sofás, como me sugirió G. Seguíamos riéndonos de la última tontería que había dicho T y nos sentamos en el mismo sofá, en ángulo con la TV. Estaba apagada pero adoptamos la posición como si estuviéramos viéndola, de forma que yo estaba ladeado y ella sentada casi de espaldas a mí. Deslizó la espalda por el respaldo hasta que empujó mis muslos con su culo, y cuando aparté un poco las rodillas para dejarla seguir avanzando acabó apoyando su espalda en mi torso. Sin recostarse, simplemente llegando hasta notar el contacto. Tras unos segundos de silencio, no incómodos pero sí intensos, me preguntó cómo llevaba lo de L. No le di muchos detalles, ella ya los sabe, le hice un resumen general de mi estado de ánimo. Tras lo que ella, apoyada casi en mi hombro, se giró a mirarme, con sus ojazos, y me dijo:

– Sabes que me llevaba muy bien con ella, ¿verdad? Hablábamos mucho de ti, y muy bien, por cierto.

– Sí, lo sé, a ella le caías genial. Los dos.

– Me refiero a que te ponía por las nubes. Seguro que ella también te echa de menos, al menos en algunos aspectos.

– No vamos a volver, y no creo que me eche ya de menos.

– Que sí, que me lo dijo. Que nadie la hacía sentir lo que tú.

– ¿Sentir?

Ella dio un trago largo a su copa de vino, sin dejar de mirarme, y tomó aire para responderme.

– Disfrutar.

– ¿Te dijo eso?

– Se ponía roja cuando hablaba de lo que disfrutaba contigo.

– Me lo dices para que me sienta mejor.

– ¡Que no! Hacía que yo sintiera cierta envidia.

– ¿Qué dices? ¡Anda ya!

Sentada como estaba en el sofá a mi lado, con las piernas acurrucadas al lado de las mías, seguía sorbiendo pequeños tragos de vino mientras me contaba algunos momentos que había conocido por las confidencias con L en el pasado, con mirada traviesa y con la voz cada vez más susurrante. Habló de lo que hacíamos más a menudo, de sus gustos, de los míos, de mi talla de preservativo… Incluso me contó una vez que nosotros lo hicimos y que ella pudo oír perfectamente, desde la habitación de al lado, una noche, en una casa rural a la que fuimos todos juntos. Me repitió frases que L me dijo aquella noche y frases que yo le dije, me narró ritmos y maneras de crujir de la cama, jadeos, gritos y finalmente el silencio, mientras me miraba a los ojos y seguía poniendo los labios en el borde de su copa, buscando un vino que ya se había terminado.

Me revolví en el sofá. Estaba tan excitado de escucharla contarme mis propias intimidades y ella estaba tan cerca y tan sexy que en cualquier momento podría percibir mi erección, y hasta ese momento en todos los años que nos conocemos jamás había pasado determinada línea. Ella me vio apartarme, y se irguió un poco. En principio lo hacía para apartarse de mí, pero su gesto provocó que su escote se desplazara y el inicio turgente de sus senos quedó a la vista, como un balcón.

– ¿Y tú? ¿Nunca nos has pillado a nosotros dos?

– No, que yo sepa…

– ¿Cómo te hubiera gustado pillarnos?

– ¿De verdad quieres que te responda a eso?

Estaba totalmente perplejo ante tal pregunta, pero no sentía que estuviera fuera de lugar. El tono en el que estaba hablándome desde hacía rato era el adecuado para frases así.

– ¿Qué te hubiera gustado ver? ¿Qué parte de mí te gusta más? Si tuvieras solo una oportunidad, ¿qué parte de mí besarías primero? Seguro que has fantaseado, ¿no?

– Son varias preguntas, cada una tiene una respuesta distinta.

– A ver, te escucho.

– La parte que más me atrae, de una forma incluso hipnótica, es tu trasero – algo en ese momento hizo que decir “culo” me pareciera demasiado atrevido, a pesar de todo –, lo primero que besaría, además de tu boca, sería tu cuello largo y suave, y lo que me hubiera gustado ver me lo voy a callar, para guardar un poquito de cordura.

– Verás – me dijo -, creo que eres el adecuado, por muchas razones. Quién sabe si aún verás eso que callas.

– ¿El adecuado para qué?

– T ha hecho algo muy malo, y necesito que le apliquemos un castigo. He pensado que con tu ayuda sufrirá lo que debe sufrir.

– No te entiendo.

– ¿Y ahora me entiendes?

Mientras decía eso sentí su mano deslizarse sobre mi muslo. Ella curvó su espalda al hacerlo, y su escote mostró un poquito más de su piel, pero la forma de sus pechos era mucho más evidente, al alcance de mis manos.

– No te preocupes por T. Está conforme en recibir su castigo y nos ha dejado solos un rato. Prefiere que sea contigo antes que con cualquier desconocido. Para mí será infligir un castigo, para ti no tiene por qué serlo. ¿O es que no te gusto?

– Si puedes llegar a pensar que no me gustas es que sí he conseguido disimular durante todo este tiempo cuánto me has excitado siempre. Más nos vale que vayas en serio o explotaré.

– Claro que voy en serio.

Y movió la mano por encima de mis vaqueros. Apenas era mi muslo lo que tocaba, pero yo ya estaba loco de deseo. Cogí su preciosa cara ovalada con ambas manos y acerqué mi boca a la suya. Es decir, a la boca de mi amiga, de la mujer de mi amigo, de la chica con la que he pasado décadas hablando de todo un poco. Avancé con mis labios y atrapé los suyos en una ventosa suave y dulce, una forma de hacerle saber que estaba aquí, pero sin usar todavía la lengua. Quería comprobar primero si iba a estallar la burbuja o me iba a despertar del sueño. Ella sí tenía la lengua entre sus labios, pero yo aún no quería usarla. Atraje sus labios entre los míos hasta mis dientes y los saboreé, mientras su mano seguía subiendo por mis pantalones. Tardé poco en hacer que mi lengua contactara con la suya, y fue entonces ella la que la metió en mi boca y comenzó a inspeccionarla, a abrazar mi lengua, a chuparme los labios, y yo mientras intentaba no quedarme atrás. Después de tantos años deseándola quería que ella tuviera claro que iba a valer la pena el momento. Pero había algo que no me acababa de dejar relajarme. Su marido seguía por la casa. Todavía había una última precaución que me hacía inhibirme un poco.

Ella quitó su mano de mis pantalones, y se incorporó en el sofá, sin dejar de besarme. Se arrodilló con una pierna a cada lado de mí, de frente me abrazó para seguir besándome, y con mis manos libres fui al lugar de su cuerpo que le dije que más he deseado siempre: su culo. Con las manos abiertas conseguía abarcarlo por completo, y cerré los dedos en una garra, como si quisiera escurrir sus glúteos para bebérmelos. Ella pegó su abdomen a mi cuerpo hasta que su escote estuvo justo en mi garganta y comenzó a deslizarse restregándose contra mí, para que mi pecho sintiera la forma exacta del suyo, aplastado y deslizándose entre los dos, y finalmente acabó apoyando su pubis sobre mi erección, aplastándomelo. La presión de su cuerpo sobre mi polla era gratificante los primeros segundos, pero pronto se volvió doloroso e intenté buscar una posición más adecuada. Y fue entonces cuando ella se dio cuenta de qué era lo que estaba aplastando. Dejó de besarme, con los ojos como platos por la sorpresa, llevó sus dos manos a mi paquete, y comprobó el contorno de mi polla marcado por los vaqueros.

– ¡Es enorme!

– Desabrocha, por favor…

– Un poco pronto, ¿no?

– Solo un par de botones, para que no me apriete, me duele…

Ella se rió, y tomó la hebilla de mi cinturón, la desabrochó, soltó los botones de mis vaqueros, y abrió para ojear. De momento aún estaba debajo de los boxers, pero ya era mucho más libre para crecer cuanto tuviera que crecer. La volví a acercar a mí cogiéndola por la cintura para seguir disfrutando masticándome sus labios y su lengua, y ella se encargó de volver a poner su cuerpo sobre mi pene, esta vez ya relajado, aplastándolo y transmitiéndole los movimientos que hacía con su cuerpo para besarme. Estaba poniéndome a cien.

Levanté la camiseta de estar por casa por encima de la cintura de sus shorts y acaricié su espalda hasta llegar a los omoplatos. No encontré sujetador. Bajé por toda su columna vertebral clavando las yemas de mis dedos en su espalda y arrastrando, cuidando de no clavarle las uñas, aún, y podía sentir en el interior de mi boca el aliento que se le escapaba en los primeros gemidos. Cuando decidí comenzar a acariciar su ombligo dejé ir su boca de la mía, y con la punta de la lengua fui describiendo un camino hasta el borde de su cara, y un poquito más abajo, comencé a lamerle el cuello, como le dije que haría si tuviera oportunidad. Me dediqué a trazarle líneas de saliva siguiendo las venas y los tendones que se le marcaban al estirar el cuello para dejarme hacer, y en algunos puntos aleatorios dejaba besos suaves, o ventosas, o incluso pequeños mordiscos, sin intentar hacer más daño de lo debido, y luego cambiaba a la otra parte y le trazaba líneas similares en la otra mitad del cuello. Mientras, mis manos ya habían recorrido su tripita por completo y ya no podían seguir conteniéndose las ganas de subir, por debajo de la camiseta, a por sus pechos. Así que comencé a ascender, mientras lo que estaba besando y lamiendo y mordiendo era la clavícula izquierda de G, y cuando sentí que llegaba a las costillas dejé que fueran las uñas el único contacto de mis manos con su cuerpo. Con las muñecas iba apartando la camiseta, de forma que no veía lo que iba tocando, y las uñas me indicaron el borde en que la carne toma volumen y la piel sensibilidad, y comencé a recorrerle de esa forma la piel de sus pechos, intentando evitar los pezones, para dejarlos para el final.

Ella, a todo esto, solo respondía con soplidos, gemidos, respiración entrecortada y, alguna vez, “sabía que eras el adecuado” o “L tenía razón”, pero no podía dejar de moverse sobre mí, proyectando a mi polla dura y tal vez algo húmeda ya sus oscilaciones.

Finalmente encontré bajo su camiseta la piel rugosa de las aureolas excitadas, y en el centro, sus pezones marcados y duros como un día de frío. No tenía prisa por verlos, ya los vi más de una vez haciendo top less en alguna playa, provocándome erecciones incómodas de esconder. Mi prisa era por hacerle saber todo lo que ella era capaz de sentir a través de ellos. Así que seguí utilizando las uñas con las que había llegado hasta allí y el único contacto que establecí con ellos fue un pellizco suave y cuidadoso, pero pellizco al fin y al cabo. Su grito entre risa y sorpresa, entre puerta que se abre y fuente que fluye, fue el indicador adecuado de cuánto le había gustado esa forma de hacerlo, y decidí que era con los dientes con lo que quería hacerlo, y levanté la camiseta hasta que salió de su cuerpo.

Cuando agaché la cabeza para dedicarme a sus pezones como de verdad quería, ella se apartó hacia atrás, y se levantó del sofá. Cogió mi mano y me invitó a que me levantara. Yo debía mantener mis pantalones desabrochados mientras caminamos a lo largo del pasillo de su casa hasta su habitación. Ella, delante, sin camiseta, en shorts vaqueros y descalza, ondulando y dejando que mi cuerpo y el suyo se chocaran al caminar. Yo, erecto como pocas veces, con los pantalones a medio caer y la cara de tonto que ponemos los tíos en estas situaciones. Llegamos a su cama, había menos luz en la habitación pero la lámpara de la mesita iluminaría bien, ella se sentó en la cama y me atrajo hacia ella. Ya que estaba de pie dejé caer los pantalones y saqué los pies, y mi erección fue totalmente evidente. La besé de nuevo mientras la inclinaba con suavidad para que quedase totalmente tumbada, y a la luz de la mesilla su piel brillaba como si fuera de bronce. Las formas de sus pezones, erectos y duros, resaltaban oscuros y no tardé en pellizcarlos, esta vez con mis dientes. Ella tenía las piernas totalmente abiertas, acogiendo mi cuerpo sobre ella, y me entretuve en tirar de su pezón izquierdo, primero, y luego del derecho, manteniéndolo entre los dos dientes, con la fuerza justa para hacer ese daño que es daño pero es placer, y sentía cómo ella restregaba sus shorts contra mis bóxers.

Llevé una mano a su rodilla y acaricié su muslo por la parte interior, mientras me entretenía en jugar con sus pezones, esta vez con la punta de la lengua, la, la, la, o besándolos con suavidad, para compensar la dureza del mordisco anterior, o cogiendo su pecho menudo con mi mano grande y fuerte y bebiéndome su pezón, y cuando llevé la caricia en su muslo casi hasta su short vi que ella ya estaba desabrochando su botón y bajando la cremallera. Paré un momento el banquete con sus pechos y tiré de sus shorts hacia abajo, mientras ella oscilaba sus caderas para que salieran y a la vez para indicarme cuánto le apetecía hacer ese movimiento con sus caderas. Su cuerpo espigado aparecía casi por completo desnudo para mí, a la luz de la mesita de noche, con sus reflejos de bronce y con las partes de su piel que había besado o lamido reflejando la luz aún más. Y las braguitas rosa que escondía bajo sus shorts eran tan adorables que era como quitarle las braguitas a una joven, y le pregunté:

– ¿Me dejas que te las quite? Si te las quito comenzará el sexo de verdad

– ¿Comenzará?¿Y hasta ahora qué ha sido?

– Hasta ahora han sido jueguecitos.

– Joder con los jueguecitos… con lo cachonda que me tienes… ¿Tú que dices, T? ¿Le dejamos que me quite las bragas?

Me quedé unos segundos sin entender lo que había dicho. A mi izquierda, en la puerta del cuarto de baño, estaba T viendo toda la escena, esperándola desde que se fue de la mesa. Tenía la luz apagada y no había hecho el menor ruido. Joder, me había olvidado de él, y de que la mujer a la que estaba a punto de quitar las bragas es su mujer.

– Lo que yo diga no importa, esto es mi castigo. Haced lo que tengáis que hacer.

Me quedé perplejo, mirando a T y a G por tiempos. Ella se acercó a mí, me besó, y me susurró:

– Vamos a castigarlo. Una vez o dos, las que podamos. Hasta el fondo.

Y se me pasó la sorpresa. Le mordí la boca mientras volvía a tumbarla en la cama, y con mis manos en sus pechos acerqué mi boca a sus braguitas. De repente, con la presencia de T todo aquello adquirió un nivel más lascivo, más sórdido, y me volví más salvaje. Comencé a querer apartar las braguitas con la punta de la lengua, lo cual no conseguí, pero sí conseguí lamer todo el vientre a G. Metía la lengua unos centímetros por debajo del borde superior, luego iba a la ingle e intentaba lo mismo, llegando incluso a percibir algunos pelos, luego iba a la otra ingle, y también lo intentaba, hasta que ella estaba jadeando y rogándome que le quitara las bragas de una vez. Finalmente mordí el borde superior y tiré de ellas, y avancé un buen trozo, luego mordí en un lado y las hice bajar, y fui cambiando de sitio al morder hasta que sus bragas estuvieron en sus rodillas, y ella misma las apartó de un puntapié.

Sus muslos se quedaron abiertos de forma instintiva, quedando a la vista toda su feminidad de mujer de treinta largos, una magnífica vista que identificaba los puntos de humedad con reflejos de la luz de la mesilla. Osciló un par de veces sus caderas en el aire, para que viera sus labios trazar una línea ascendente y descendente, y eso provocó un grado más de dureza en mi pene, que seguía dejando su rastro de humedad en mi bóxers. Yo no tardé mucho en llegar a donde se me esperaba. Con un dedo tracé la forma externa de sus labios mayores, mientras con la otra mano acariciaba la pequeña caverna superior en que se esconde lo que más me apetecía encontrar en ese momento. Pronto estaba llevando ese primer dedo a lo largo de los labios menores, en busca del lugar donde quería entrar, y con mi lengua pasé por encima de todo ello, aplastando valles y cuevas, como si lamiera un helado. A lo lejos oí un gemido, el más fuerte de la noche hasta ese momento, clara muestra de satisfacción, y volví a dar una pasada con mi lengua, profundizando un poco más, y el gemido se repitió. Una nueva pasada, más profunda, y el gemido fue mayor, y así hasta que mi lengua avanzaba sobre su punta, recorriendo exactamente los labios menores, e incidiendo en la caperuza que palpitaba en la parte superior. Por fin, como si me acabara de acordar, con la lengua ataqué desde abajo a esa caperuza, levantando el pellejo, y el gemido se convirtió en quejido, a la vez que mi dedo acababa por entrar un par de centímetros en el agujero que había descubierto. Cuando el dedo ya estaba por fin dentro del todo ya estaba haciendo ventosa sobre su clítoris, llevándomelo hacia el interior de mi boca, como si fuera un lactante con un biberón, y con mi lengua jugaba con él. Sus caderas empujaban mi cara y sus manos apretaban mi cabeza hacia ella, mientras lanzaba pequeños gritos que estaban cerca del llanto, y cuando fueron dos los dedos que introduje en su coño comencé a incidir en una parte rugosa y áspera que encontré en la parte superior de su vagina, rascándola como si quisiera que de su interior saliese un orgasmo, y por raro que parezca, cuanto más rascaba en esa zona, y más chupaba su clítoris, ella más gritaba y lloraba y se agitaba, hasta que al final lanzó un último grito con el que me llamó cabrón, o carbón, creo, y una acumulación de jugos espumosos rezumaban de su coño y los lamí como si me fuera en ello la vida.

La abracé, como se abraza a la mujer que te importa, porque esa mujer me importa, y la acaricié, hasta que recuperó la respiración, y le susurré al oído que eso era justo lo que me callé cuando me preguntó qué me hubiera gustado ver alguna vez, ver su cara al correrse, oír su voz quebrarse en el éxtasis, aunque no fuera yo el que compartiera el momento, aunque observara por un agujero diminuto, siempre cultivé la curiosidad de imaginármela en el momento preciso del orgasmo. Y le agradecí que iluminara mi fantasía. Yo seguía con mi camiseta y mis bóxers marcados por mi excitación. G tenía una expresión de paz y regocijo, pero en un instante dejó salir un gesto de enfado y furia y dijo:

– ¿Has tenido bastante castigo, T?

– Sí, creo que es bastante.

– Pues no, no será castigo mientras no me folle.

– Déjame tocarme al menos.

– No.

En ese momento reparé en que él estaba totalmente vestido, con las manos a la espalda. Ella no le había atado, porque había estado conmigo todo el rato. Quizá estaba asumiendo por completo su castigo como redención. Ella seguía manteniendo la expresión de enfado y se agarró del borde de mis boxers para quitármelos de un zarpazo. En cuanto dejó al descubierto mi polla se irguió al aire, orgullosa y preparada para lo que viniera, con su reguero de humedad en el glande, y ella se quedó absorta mirándola. Yo acabé de quitarme los boxers y la camiseta, mientras ella se acababa de decidir a llevar una mano hasta mi polla y tocarla. Estaba verdaderamente sorprendida del tamaño de mi polla. Eso no hablaba demasiado bien de la polla de T. Por fin la agarró con una mano, comenzó a acariciarla, la pajeó unos segundos y se agachó para metérsela en la boca.

Quisiera que detuvierais un momento la lectura en este punto. La mujer de mi amigo, mi amiga, una de las mujeres más sexys que conozco y con la que me llevo genial desde hace décadas, acababa de correrse en mi boca y estaba a punto de llevarse mi polla a la suya, con su marido mirando. Espero ser capaz de haceros entender lo que significaba todo aquello.

Finalmente su lengua acariciaba mi glande para recuperar las gotas de humedad que ella había provocado, y con su mano comenzó a pajear mi polla mientras se la llevaba hacia dentro en su boca. Apenas podía abrir lo suficiente para que pudiera entrar algo más que mi glande, pero era tremendamente placentero, y su imagen, sentada sobre sus talones, con su pelo alborotado, desnuda, a la luz de la lámpara, era como ver una sacerdotisa del sexo adorando algún tótem erecto.

Pero yo estaba muy caliente por todo lo que estaba pasando y ella hacía muy bien lo que hacía, y si seguía haciéndolo no lo haría por mucho rato. Así que le propuse que volviera a tumbarse como antes, y ella me sonrió mientras se alejaba de mi cuerpo, pero mantuvo la mano agarrándome la polla y tiró de ella para acercarla al lugar donde debía entrar. Comprobé que el lugar seguía convenientemente lubricado, y me coloqué sobre ella. Dejé mi cuerpo bajar y lentamente la cabeza gorda y mojada de mi polla comenzó a deslizar sobre sus labios mojados, chocó con su clítoris, bajó un poco más y por fin encontré el agujero de su vagina. Avancé un poco mis caderas, mi glande comenzó a penetrarla, contraje mis abdominales para empujar un poco más, por fin el glande desapareció, ella osciló un poco más las caderas y mi polla comenzó a entrar de verdad en su coño, y lo que estábamos haciendo, ahora sí, era follar de verdad.

Cuando mi polla estaba totalmente enterrada en ella la miré. Tenía los ojos cerrados y había vuelto la cara, como si sintiera un dolor tremendo o un placer inexplicable. Se lo pregunté pero ella solo respondió cogiéndome por el culo y empujándome hacia ella, y yo obedecí. Comencé a moverme, primero, muy despacito, dejando que su cuerpo se adaptara a la forma y el tamaño de mi polla, sintiendo cómo las paredes de su coño se abrían a mi paso y tomaban la forma de mi miembro, y cómo la humedad se deslizaba por sus paredes a raudales. Luego fui acelerando, a medida que me sentía más seguro de no hacerle daño, y ella elevaba unos grititos que bien podría parecer una risilla histérica o unos quejidos de dolor, pero seguía atrayéndome hacia ella, para que no parase. Incluso llegaba a follar rápido, fuerte, aún no salvaje pero sí con pasión, y ella soltaba alguna interjección de sorpresa y de placer. Apenas podía decir nada más, la pobre. De repente, de vez en cuando paraba mi ritmo y me dedicaba a oscilar mis caderas, mientras entraba y salía, para barrenar su coño desde ángulos distintos. Ella al principio se quejó porque paré, pero los quejidos guturales que emitía cuando lo hacía me indicaban que iba en el camino adecuado. Luego volvía a acelerar, poco a poco, primero, y luego más rápido, hasta que ella volvía a gritar roja, con las venas del cuello marcadas, y finalmente me agarró del culo, fuerte, con violencia, y yo le di con todo, con toda la fuerza que pude encontrar, porque sabía que estaba a punto de correrse, y esta vez comenzó a entonar gritos roncos, casi tribales, que le salían de lo más profundo de su coño, y yo comencé a sentir cómo las paredes de su coño me comprimían la polla, como si quisieran exprimírmela, y ella se convulsionó debajo de mí, y yo comencé a convulsionar encima de ella, mientras me golpeaba con sus caderas, y mi polla la atravesó dejando allá dentro toda la carga del deseo que me había provocado, hasta que se quedó inmóvil, sin aliento, y nos derrumbamos, con mi polla todavía dentro de ella, y yo volví a abrazarla y besarla.

– Por favor, déjame que me toque, esto es una tortura.

Se me había vuelto a olvidar T, a oscuras y sin hacer ruido. Realmente era el motivo por el que había pasado todo, pero toda mi atención estaba con G, que se estaba recomponiendo de su orgasmo.

– No. Aguanta. Te jodes. P, me has dejado toda pringosa, pero ha valido la pena. L tenía toda la razón del mundo.

– Lo mejor está por llegar, mi mejor momento es el segundo momento.

– ¿Lo dices en serio?

– Pero supongo que el castigo habrá acabado ya.

– De eso nada. El castigo acabará cuando yo lo diga.

– ¿Puedo saber qué ha pasado?

– Creo que te lo mereces. Tu amigo el machito. Se fue con unos clientes a un puticlub.

– ¿Eso es todo?

– ¿Cómo que es todo?

– ¿Fue al puticlub o subió a alguna habitación?

– Subí. Y estoy muy arrepentido.

– Vale, lo entiendo. Follamos por el ojo por ojo. Y lo haces mirar sin tocarse para que no lo repita.

– Y ya veré cuántas veces más.

– Hummm… me da que esto no es una sentencia clara, es un desahogo, ¿no?

– ¿Qué diferencia hay?

– La misma que entre un castigo y una venganza. Si esto es para perdonarle por el bien de los gemelos, es algo concreto y claro desde el principio. Si es hasta que se te pase el mosqueo, es una venganza. Y no será por el bien de la familia.

– ¿Y a ti qué te importa? Te estás follando a mi mujer.

– Y tú te fuiste de putas. A él no le guardes ningún rencor por esto, es algo entre tú y yo.

– Yo no quiero ser parte de una venganza que no acabe bien. Quiero ayudaros a que volváis a estar bien formando parte del castigo. Lo otro no.

G me miró como si yo estuviese contando la historia más compleja del mundo, pero debió de entender a lo que me refería. Desnuda como estaba, con su coño babeando mi semen y su piel sudorosa, se giró a su marido y le señaló con el dedo.

– Puedes tocarte. Esto no seguirá más allá de hoy, de esta noche. Pero esta noche es mía y nada podrás echarme en cara, igual que yo no te echaré nada en cara a partir de hoy. Más te vale que no hayas cogido nada raro.

T se desvistió rápidamente. No tenía ni un pelo en todo el cuerpo. Se acercó a la cama donde estábamos, con su pene en una mano, pero ella le frenó los pies. Bastante suerte tenía con haber recibido permiso para tocarse, así que volvió a la puerta del baño. Se agarró su pene duro y abotagado y comenzó a masturbarse mirando a su mujer desnuda. Me sentí incómodo, no tanto por el hecho de ver a un hombre dándose placer como por ver a mi amigo con su polla en la mano. Y desde luego, entendía la admiración que mostró G cuando vio el tamaño de la mía.

No tardó mucho en correrse. Eyaculó sobre su propio abdomen para no manchar nada y entró en el baño a limpiarse. G se había encendido un cigarro mientras ocurría todo eso, y fingió estar molesta con T pero no podía disimular lo que le excitaba ver a su marido masturbarse. Estaba usando algunas toallitas para limpiarse y algunas de las caricias que se daba con ellas eran más profundas de lo que la higiene necesitaba. Se giró y miró mi polla, que sin darme cuenta estaba algo morcillona mientras yo observaba el cuerpo desnudo de G.

– Dices que el segundo intento es mejor que el primero…

– Es una simple cuestión de paciencia. Ahora la tengo toda.

– ¿Crees que podremos comprobarlo?

– Si tú crees que será bueno para esto, yo estoy de acuerdo.

– Y de paso echamos un polvo…

– Y de paso echamos un polvazo de poner los ojos en blanco.

– ¿Qué pensarás de mí mañana?

– Que quieres a tu marido y a tus hijos. Y que estás buenísima. Para follarte incluso con tu marido delante.

– Se te está poniendo dura.

– Corrijo. Me la estás poniendo dura.

– Yo sigo cachonda desde antes. Me he corrido bien, pero me has puesto muy cachonda.

– Y más que te voy a poner.

– Cabrón. Ya me estás poniendo.

– A ver, demuéstramelo.

Y tal como se lo decía me enseñó un dedo de su mano derecha, el índice, lo acercó a su entrepierna, abrió las piernas y lo deslizó dentro, sin parar, de un solo movimiento suave, hasta el fondo. Bien es cierto que debía estar aún bastante pringosa por mi semen y por la corrida anterior, pero el efecto que buscaba se materializó con bastante facilidad. Sacó el dedo índice de su coño, lo llevó a su boca y lo relamió mientras se reía, con un pequeño gesto de vergüenza, como pensando aún en la pregunta que me había hecho sobre lo que pensaría de ella mañana. Pero ver su cara relamiéndose el dedo lleno de sus jugos y los míos colocó mi erección a la hora en punto y necesitaba de nuevo volver a tocar ese cuerpo magnífico que tanto he deseado durante tanto tiempo.

No obstante T seguía en el baño y G me hizo un gesto para que me esperara. Le llamó de un grito, y cuando apareció por la puerta ya me dejó acercarme a ella. Quería sobre todo saborear y oler el cuerpo de la mujer después de un buen rato de sexo, recuperar el sabor derramado entre sus muslos, oler la piel de sus pechos al excitarse de nuevo, y me tumbé a su lado. Estaba a la distancia suficiente para que mi polla tocara su muslo mientras la acariciaba, pero iba a pasar bastante rato volviendo a encender el cuerpo que se me brindaba por completo. Ella abrió las piernas de forma que su muslo aplastaba mi polla contra mi abdomen, y las oscilaciones de sus caderas me la amasaban de una forma muy placentera. Mientras, yo me apliqué un buen rato a besarla, como lo hicimos en el sofá de su salón, pero esta vez con bastante más lujuria, ahora que ya habíamos roto bastantes más barreras, y su lengua y la mía jugaban a amasar saliva de una boca a la otra. Pronto llevé mi boca cuello abajo hasta sus pechos, menudos y turgentes, vivos y saltarines a pesar de la edad y los dos hijos, y comencé a trazar una espiral sobre su pecho más próximo. Le describí una línea que primero circunvaló la base de su pecho, luego fue adentrándose un poco más, de forma que el círculo era un poco más pequeño, y un poco más, y un poco más, hasta que toda su teta estaba totalmente cubierta de mi saliva, y finalmente me encontré de frente con su pezón, enhiesto y duro, le puse la punta de la lengua encima, dibujé a su alrededor una O con mis labios, e hice ventosa. Estoy seguro de que ella sentía cómo su pezón perdía definición en el vacío que estaba provocando para ella en mi boca, se sorprendía con las caricias que hacía con pasadas rápidas con la lengua, y se estremecía con los pequeños mordiscos que le propinaba algunas veces, y cuando comencé a sentir que la fuerza con que atraía mi cabeza hacia su pezón disminuía supe que era el momento de hacer lo mismo en el otro pezón. Así que saqué mi lengua y fui trazando un camino sobre su piel hacia el otro pecho, pasando por el valle que los separa, y me paré unos segundos en respirar el perfume a mujer cachonda que se respira allí, lamí todo el valle para llevarme también su sabor, y finalmente me fui acercando lentamente al segundo pezón, tan lentamente que justo antes de hacer la O sobre él me quedé parado mirándola a los ojos, para hacerla sentir ansiosa. Y antes de meterme, por fin, su pezón en mi boca, comencé a acariciar su entrepierna, abierta de par en par, deslizando un dedo a cada parte de sus labios vaginales, como si fuera unas tijeras, o mejor dicho, unas tenazas. Y cuando tenía el pezón estirado y absorbido en el interior de mi boca mis dedos aprisionaban su clítoris y sus labios desde ambos lados y los deslizaba de arriba abajo, y supe que volvía a estar cachonda porque no necesitaba lubricar mis dedos para que deslizaran bien. Puse mis dedos sobre su clítoris, pulsé, y manteniendo la pulsión hice vibrar mis dedos, y su gemido fue una expresión de sorpresa y de placer. Luego llevé, sin soltar su pezón, mi dedo corazón hasta la boca de su vagina, lo fui deslizando mientras soltaba su pezón, y ella ya tenía los ojos cerrados y la cabeza reposada sobre la almohada. Y un poquito más tarde, mi dedo ya estaba dentro de ella, y dejando el dedo quieto agité mi muñeca, como si vibrara, y ella se estremeció. Durante un buen rato me dediqué únicamente a meterle un dedo o dos, lentamente, como si quisiera sacar de dentro de ella sus jugos, y de vez en cuando, cuando el dedo estaba lo más dentro posible, agitaba mi mano suavemente de forma que toda ella vibrara, y G se revolvía en la cama. Hasta que fui deslizándome para estar cara a cara con su coño, chorreante, abierto, pegajoso, e hice con su clítoris lo mismo que hice con sus pezones, e incluso dejé marcar un poquito de mordisco, y cuando más fuerte tiraba de su coño metí dos dedos dentro de ella y los hice vibrar, como tantas veces, pero esta vez no paré, seguí vibrando hasta que más que revolverse en la cama lo que ella hizo fue convulsionarse, y cuando mi mano ya se llenaba de sus jugos comenzó a gritar o sollozar o lo que sean esos gritos, y supe que se estaba corriendo. Y cuando se hizo el silencio de sus gritos oímos un ruido rítmico y apagado, y los dos supimos que T se estaba masturbando, tan lejos de nosotros dos. Apenas le hicimos caso y volvimos a besarnos y abrazarnos, durante un ratito, pero ella llevó su mano a mi polla, que hacía rato que no era la protagonista en lo que hacíamos, y me dijo.

– Tú sigues sin correrte, ¿seguimos?

– ¿Te apetece volver a correrte?¿O estás cansada? A mí aún me queda…

– ¿Más? ¡Más!

Me tumbé en la cama ofreciéndole que viniera sobre mí, pero ella me miró reacia.

– No suelo hacerlo así. Nosotros somos de misionero y poca cosa más.

– Pero hoy es día de castigo. Ven aquí. Confía.

Se puso sobre mí. Seguía goteando y cuando acercó mi polla a su coño un reguerito de su jugo bajó por toda mi polla. Comenzó a deslizarla dentro de su coño y esa imagen sí era memorable. Su cuerpo desnudo y sudoroso, erguida sobre mi polla, abierta totalmente, con su coño invadido por mi polla y sus pechos estimulados e hinchados por la excitación. Guardé esa imagen en mi memoria mejor que cualquier cámara digital. Comenzó a moverse sobre mí y era cierto que no tenía costumbre de hacerlo así. Empecé a indicarle. Le conté susurrándole las ventajas de esa postura para la mujer. Le expliqué la forma de moverse para que se acaricie el clítoris sobre mi polla o sobre mi pubis, según si va o si vuelve. Las diferencias de movimientos, trazando ochos, equis, círculos. Y todo esto, sintiendo la punta de mi glande allá dentro, tan profundo que despierta sensaciones que un hombre nunca podrá entender. Comenzó a moverse, y mi polla la sentía agitándose, subiendo, bajando, empujando, tirando. Ella estaba experimentando, usando mi polla de consolador, y yo no me quejaba, en absoluto. Era tan lasciva la imagen que apenas me podía concentrar en las sensaciones que percibía en mi polla, y pasaban los minutos mientras la que disfrutaba era ella. Su coño aspiraba mi polla como si fuera una boca haciéndome una mamada, se oía el chapoteo de su cuerpo mojado al chocar contra el mío, y comenzó a acelerar el ritmo, con unos grititos casi llantos que comenzaba a identificar y que me indicaban lo cerca que estaba del orgasmo. Se giró a mirar a T, en la penumbra, y le dijo, con la respiración entrecortada:

– ¿Ves como yo también puedo follar con otros y tener iniciativa? Tú te estás perdiendo este polvo porque es tu castigo, y yo lo estoy disfrutando dentro, muy dentro de mí. Ése podías ser tú.

Y siguió intentando decir alguna cosa más, pero lo único que pudo hacer fue lanzar su caderas contra mi polla y mi pubis y correrse de nuevo, gritando o llorando o cantando, y dejó mi polla ardiendo y chorreante de sus jugos. La abracé mientras recuperaba la respiración y le dije, muy despacito al oído:

– Ahora yo.

Y me arrodillé en el otro extremo de la cama, la cogí por las caderas, le di la vuelta y tiré de ella para que pusiera el culo en pompa. Parecía que temía que yo tuviera intención de entrar en algún sitio en el que seguramente no haya entrado nadie, pero se dejó manejar. Y su culo magnífico e hipnótico estaba en pompa para mí, para mi polla, delante de mí, y fui penetrando su coño, mucho más accesible en esa postura, y llegué hasta dentro en un solo impulso, lento pero firme. Ella sintió mi polla de una forma distinta y se concentró en las sensaciones, sabiendo que ahora era yo el que iba a disfrutar, pero no tardó en sentirse desbordada por el placer que le provocaba. Dejó caer su cuerpo sobre la cama, apoyando sus pechos en la colcha y manteniendo el culo alto, de forma que la espalda estaba casi vertical, y llevó una mano a su coño para incrementar todas aquellas sensaciones masturbándose. Frente a mí tenía su coño rezumando jugos y su ano a pocos centímetros, y mientras me concentraba en bombear su coño para disfrutar de un orgasmo me entretuve en acariciar su esfínter, por fuera, sin ninguna intención. No paré de bombear, no cambié de ritmo para barrenarla en ángulos distintos, simplemente buscaba follarla de la forma que me proporcionara la mejor corrida posible, pero cuando me di cuenta ella estaba gimiendo de nuevo en alto. Volví a acariciar su esfínter, mojando mi dedo en su propio jugo, y ni siquiera intenté entrar, simplemente empujé por fuera, pero cuando ya comenzaba a poder abrir la puerta interior que te da acceso al orgasmo, cuando ya todo parecía que no tenía vuelta atrás, pude oír los gritos ya conocidos de G que no pudo evitar que las nuevas sensaciones la superaran. Y mientras por fin sentía las primeras convulsiones en mi perineo sentí que mi polla era exprimida por el coño de G, que volvía a correrse, y nos corrimos juntos de nuevo, acompasando inconscientemente nuestras convulsiones, y dejando su coño repleto de mis babas y mis testículos chorreantes de su jugo.

Y cuando dejé de gotear dentro de ella y los dos comenzamos a recuperar la respiración volví a dejarme caer a su lado, para recibirla sobre mí y abrazarme a ella, cuando oímos a T salir de nuevo del baño, después de haber vuelto a masturbarse mirándonos. Y no me extraña. Ahora que lo recuerdo yo también estoy tentado de masturbarme, y espero que tú también.

Después de ese segundo intento completado totalmente, seguir con el castigo hubiera sido cruel, hubiera sido abusar de mi suerte para aprovecharme de esa mujer. Me vestí mientras hablábamos sobre todo lo ocurrido entre risas y bromas y me fui para dejarles hablar y asimilar lo que les quedaba por arreglar. Ahora tengo recuerdos y anécdotas compartidas que nos unirá mucho más de lo que ya estábamos. Deseo que T vuelva a meter la pata, o que sea G quien desee meterla, porque jamás fue tan placentero ser el alguacil encargado del cumplimiento de una sentencia.