Capítulo 10

Doña Maruja se estaba vistiendo para dirigirse a la casa de D. Gabriel. Después de lo sucedido con las tres muchachas sabía que el castigo por parte del sacerdote sería duro e intenso. En su cabeza aun retumbaban sus últimas palabras:

¡esta tarde la espero en mi casa Maruja, allí le enseñaré como se lleva una institución en condiciones!

¡esta tarde la espero en mi casa Maruja, allí le enseñaré como se lleva una institución en condiciones!

¡esta tarde la espero en mi casa Maruja, allí le enseñaré como se lleva una institución en condiciones!

Maruja Diosdado, como ya hemos explicado en otra ocasión, era una solterona muy bien relacionada, encargada de formar a las futuras esposas de los afectos al régimen del General Franco.

Su institución era tutelada por la iglesia católica que, en la figura del temido D. Gabriel, tenía a su inspector de enseñanza católica en el territorio. Maruja debía rendirle cuentas al sacerdote y mas de una vez había sufrido las consecuencias en sus carnes de los errores de la institución que tan firmemente dirigía con mano (y zapatilla) de hierro.

Con sumo cuidado escogió las prendas que iba a llevar, pues tenía claro que acabaría con, al menos, el trasero al aire. Escogió un conjunto de braga y sostén de color gris perla, elegante pero recatado y lo acompañó de una combinación que le resultaba mas púdica. Para el exterior escogió un conjunto de falda y chaqueta de franela en tono verde oscuro que marcaba muy sutilmente su silueta, pero sin ser ordinaria o hacerla parecer una cualquiera. Aunque no había encontrado marido, ella se tenía a si misma en muy alta estima y estaba convencida que muchos hombres de la zona bebían o habían bebido los vientos por ella…En su juventud había sido muy amiga de Doña Carmen, pero sus caminos se distanciaron a causa de Chema. Chema era el nombre con el que se conocía de chaval a D. José María Gomez de Lasarte y Salazar, el difunto esposo de Doña Carmen. Chema vivía en el mismo pueblo que las dos mujeres y había sido amigo íntimo en la infancia de Carmen y Maruja, que se habían disputado su amor, saliendo vencedora Carmen.

Aun así, a pesar de su distanciamiento, las dos mujeres mantenían una relación cortes y educada y Doña Carmen no había dudado a la hora de enviar a su nieta Marta a estudiar a la institución que dirigía la otrora su amiga Maruja.

Maruja terminó de acicalarse, se recogió el pelo en un moño y poniéndose unos zapatos de media cuña, se dirigió a la casa del sacerdote. Nada mas llegar llamó al timbre de la puerta.

Cuando se abrió la puerta, el mundo de Maruja se detuvo, allí delante de ella, vestida con uniforme de ama de llaves estaba Carmen, su examiga. Maruja sabía de la costumbre de utilizar mujeres respetables de la zona para, a modo de penitencia, servir como sirvientas durante semanas enteras en la casa de D. Gabriel, ella misma lo había experimentado en alguna ocasión, pero no podía creerse que justo en ese día la que estuviera allí fuese Carmen.

Carmen, tratando de sobreponerse también a su sorpresa inicial se volvió a meter en su papel y le indicó ¿Qué desea?

Maruja tragó saliva y le respondió ¡tengo una cita con D. Gabriel!

Pase por favor, y haciéndole una seña la pasó a un pequeño salón que hacía las veces de sala de espera del despacho parroquial. ¿de parte de quien le digo, por favor?

¡Doña Maruja Diosdado del instituto femenino!

Muy en su papel Carmen abandonó la salita y dirigiéndose al despacho de D. Gabriel, llamó a su puerta TOC, TOC

Adelante, se escuchó desde el interior.

D. Gabriel, ha llegado Doña Maruja Diosdado del instituto femenino, que dice tener una cita con usted esta tarde.

Ah muy bien, efectivamente la estaba esperando. Hágala pasar.

Buenas tardes D. Gabriel se apresuró a saludar la solterona antes siquiera de tomar asiento, estaba claro que estaba nerviosa.

Buenas tardes Doña Maruja, gracias por venir, tome asiento por favor.

La mujer se sentó en una silla de madera maciza cuyo asiento estaba tapizado con terciopelo rojo, muy al estilo de los muebles eclesiásticos clásicos. En general toda aquella estancia que servía de despacho del sacerdote respondía a todos los estereotipos clásicos del despacho de un cura. Crucifijo, fotos de varios papas, alguna que otra estampita de santos y vírgenes y multitud de libros esparcidos por toda la habitación, abarrotando estanterías e incluso uno de los laterales de la inmensa mesa de caoba que presidía el despacho.

D. Gabriel, que vestía la clásica sotana negra con alzacuellos, se puso de pie y juntó sus manos en la espalda, con suma calma comenzó a caminar por la habitación de lado a lado mientras le recordaba a la mujer el motivo por el que estaba allí:

Maruja, Maruja, Maruja…la escogimos a usted porque creímos que tendría la capacidad de mantener dentro del orden establecido a nuestras jóvenes, para que las educara con la disciplina necesaria que toda buena esposa católica debe conocer. Para que fueran dignas esposas de los hombres mas prominentes de nuestra sociedad y de nuestro régimen. Sin embargo hoy me he permitido constatar que estas jóvenes, ¡SUS JOVENES!, presentan muchas dudas y, en algún caso, incluso me atrevería a asegurar que ocultan algo.

Ilustrísima yo… intentó justificarse la mujer…

¡Silencio! No he terminado, dijo visiblemente enfadado sin dejar de caminar alrededor del cuarto. La desobediencia a sus funciones, la falta de control y rigor no se pueden, ni se deben consentir. El futuro de esas jóvenes y de nuestro régimen de nacionalcatolicismo se encuentra en juego. Me he planteado seriamente prescindir de usted como directora de la institución

¡No por favor, eso no! Imploró la solterona mientras se bajaba de la silla para arrodillarse a los pies del sacerdote. ¡Castígueme como quiera pero no me quite la escuela, es lo único que tengo! ¡son mis niñas, que dirán en el pueblo, eso no por favor!

Al final de la gran guerra que liberó a nuestra patria del maligno, las mujeres que se habían pervertido y se habían alejado del buen camino eran señaladas públicamente rapándoles la cabeza, continuó diciendo D. Gabriel, mientras la pobre mujer sollozaba de rodillas en el suelo…

Ra…rapar la cabeza…pero…pero…yo no he sido una traidora…yo…yo soy fiel al caudillo…yo

Lo se hija mía, la tranquilizó el severo sacerdote, pero el castigo debe ser ejemplar para usted Maruja, debe marcar un antes y un después de este día…es por ello por lo que he decidido actuar contra algo que usted defiende como un leitmotiv de su escuela

Maruja se quedó sorprendida y perdida ¿a qué se refería?

Acompáñeme

La mujer se incorporó del suelo y se dispuso a acompañar a D. Gabriel.

Sin desenlazar las manos de su espalda y con rostro pensativo, el hombre la condujo por una serie de pasillos que conducían a la parte mas antigua de la actual iglesia, a una sala donde había un altar de piedra que ya no se usaba desde hacía años pero que D. Gabriel, y Maruja lo sabía, gustaba de usar para los castigos mas severos y especiales. La sala tenía la frialdad de la piedra, la sonoridad de una gruta y la luz tenue de una catacumba.

¡espéreme aquí mismo!

Si señor, respondió ella sabedora de que iba a ser severamente castigada, pero cualquier cosa antes de pasar la vergüenza de que le rapasen la cabeza.

Al rato entró en la fría y lúgubre habitación el sacerdote, portando un pequeño maletín, detrás de él venía Carmen, con una palangana de agua caliente aún humeante.

El desconcierto se veía reflejado en la cara de Maruja, pero también en el de Carmen que no entendía nada.

Al momento una orden seca retumbó en el habitáculo. ¡Carmen, desnude a la señora de cintura para abajo!

Carmen se acercó presta a Maruja y bajando una cremallera lateral le ayudó a quitarse la falda, que se deslizó hasta los tobillos y después fue retirada a una esquina de la habitación. Aun siendo verano y por eso del recato, Maruja llevaba unos pantys que también fueron quitados. La combinación era de tirantes por los hombros, así que, como no podía quitarse sin desnudarla de la parte superior Carmen decidió remangarla hacia arriba, dejando las bragas gris perla a la vista que siguieron el mismo camino que las otras prendas. Maruja quedó desnuda de cintura para abajo frente a Carmen y D. Gabriel. Con las manos trato de tapar sus zonas púdicas, pero era tanto el vello púbico que no podía evitar que sobresaliese por los lados. Estaba roja de vergüenza. Al instante se giró para apoyarse en el altar de piedra y exponer su trasero para el castigo, pero el sacerdote la detuvo.

¡que hace Maruja!

Posicionarme para el castigo ilustrísima.

¿y quien le ha dicho que la voy a azotar?

Carmen y ella se miraron desconcertadas.

¡Carmen ayude a subir al altar a Maruja y usted, Maruja, sitúese boca arriba con las piernas abiertas.

Carmen se agachó y puso las manos entrelazadas para hacer de estribo y poder aupar a su vieja amiga, sin saber lo que le esperaba. Maruja no sabía lo que podría pasar pero estaba avergonzada y aterrada.

Una vez encima del altar, Maruja notó el frio terrible de la piedra en sus nalgas desnudas y, llena de vergüenza, separó las piernas como le había indicado el sacerdote. El ya la había tomado en otras ocasiones, pero nunca había estado exhibida ante él como en esa ocasión y además estaba la presencia de Carmen, lo que la incomodaba bastante.

D. Gabriel la agarró por las caderas y la atrajo mas cerca del borde, le dobló las rodillas y pudo contemplar perfectamente el coño de la mujer. Con la precisión de un cirujano colocó el maletín a su lado en un banco de piedra y lo abrió. De el sacó una brocha de afeitar, una correa de afilado, una navaja de afeitar con cachas de nácar y una pastilla de jabón de afeitar.

Maruja no podía verlo, solo escuchaba sonidos que retumbaban en el eco de aquella catacumba, pero Carmen si lo estaba viendo y se puso roja de vergüenza, sintiendo pena de su antigua amiga.

¡Acérquese Carmen y sujete bien la palangana!

Carmen se colocó a la izquierda del sacerdote, manteniendo la palangana a la altura de su estómago. D. Gabriel metió la brocha en el agua caliente y la sacó al momento haciéndola salpicar el agua como si de un hisopo se tratara, mojando la abundante pelambrera de Maruja, quien en ese instante se percató de lo que pretendía el sacerdote y comenzó a llorar desconsoladamente, pero sabía que no había vuelta atrás. Con cuidadosas y meditadas pasadas de la brocha el vello púbico de la mujer enseguida quedó empapado y reblandecido, listo para el siguiente paso.

Volviendo a mojar la brocha en la palangana, el sacerdote procedió a frotarla sobre la barra de jabón que también había siso previamente sumergida en el agua. A continuación comenzó a dar brochazos por el pubis de la mujer, sin poder evitar que en alguna de las pasadas la brocha tocara el clítoris y los labios de la vulva, provocándole unas cosquillas y una excitación que por momentos aliviaron el sufrimiento de Maruja por la vergüenza de lo que iba a suceder.

Cuando el vello púbico estaba completamente blanco por la espuma generada por el jabón, el cura cogió la correa de afilado y con rápidas y eficaces pasadas, fue preparando la navaja para que ejerciera su cometido con la mayor prestancia.

Ras, ras, ras… las primeras pasadas sorprendieron a Maruja…que notaba el roce de la cuchilla en una zona que hasta ahora no había sido tocada…la sensación era muy rara, la temía, la sentía, le molestaba, le hacía cosquillas, la humillaba, la excitaba…

Ras

Ras

Ras

La parte superior del monte de venus fue saliendo y los pelos cortados de raíz empezaron a desperdigarse por la palangana a medida que la navaja se sumergía para prepararse para la siguiente pasada…

Ras

Las pasadas se fueron ralentizando

Ras

El sacerdote, cual cirujano, se movía con precisión por las zonas mas sensibles, las mas cercanas a los genitales femeninos…

Carmen asistía horrorizada al afeitado. En ese momento pensó que D. Gabriel era un ser muy cruel.

Maruja a pesar de la lluvia de sensaciones seguía llorando. La sensación de desasosiego y la vergüenza de verse afeitada y que alguien lo pudiera saber la consumía…

Ras

Ras

Ras

Las ultimas pasadas acabaron con cualquier vestigio de pelo en el pubis de esa mujer. D. Gabriel se sintió satisfecho. ¡Maruja has sido rapada como castigo por tu dejadez! ¡Tú lo sabrás para tu penitencia, yo lo sabré para tu vergüenza, pero nadie más! ¡Tu Carmen guardarás este secreto bajo pena de caer en pecado mortal! ¿te ha quedado claro?

Totalmente ilustrísima, este secreto se irá conmigo a la tumba.

Maruja siguió llorando, mientras estaba allí postrada, con su coño totalmente rapado ¡Ni las meretrices lo tenían así! Pensó en que el castigo había sido excesivo para su falta, por un momento agradeció ser soltera y no tener que pasar la humillación de que un hombre viera que no tenía pelo en sus partes.

D. Gabriel por su parte, recogió todos los utensilios y le indicó a Carmen que se fuera. Una vez solos, el cura acercó a la mujer al borde del altar todavía mas y levantándose la sotana, dejó salir su pedazo de verga, que estaba totalmente empalmada…Maruja sintió la verga en su coño y, separando las piernas, facilitó que la penetrara…la polla se deslizó lentamente y Maruja la recibió con la necesidad de quien está falto de sexo y de cariño…en esos momentos lo único que le recordaba la sensación de su pubis eran los pelos del sacerdote que le hacían cosquillas en la zona recién afeitada, que por otra parte estaba ligeramente irritada por el paso de la cuchilla…en un acto de ternura el sacerdote la levantó del altar, la besó mientras la sujetaba con los brazos y ella permanecía ensartada en su verga y girándose la llevó hacia una de las paredes de piedra de la sala, la apoyó en ella y comenzó con unos movimientos pélvicos que no hicieron sino aumentar la excitación de Maruja…

Los jadeos de cada suave movimiento, los suspiros exhalados con cada deslizamiento de la verga en su interior se confundieron en el eco del pequeño cubículo. La chaqueta que aun llevaba puesta la mujer le ayudaban a soportar el roce de la espalda contra la pared en una danza de sube y baja que el sacerdote bailaba con ella… De pronto las embestidas aumentaron, los labios vaginales hinchados por la excitación apretaron más si cabe la verga del cura, la lubricación del coño hacía que la verga se deslizara a mayor velocidad, las mentes de ambos absortas en mantener el ritmo, la respiración agitada, el corazón latiendo más fuerte y al unísono se escuchó un llamativo…

¡Diosssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss!

 

Continúa la serie