Capítulo 1

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Otro día de mierda. Ron Weasley y Harry Potter se encontraban en la última fila de la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, impartida por Severus Snape, el odioso jefe de la Casa Slytherin. La mayoría de clases solían constar de bastante práctica y poca teoría; pero, en esta ocasión, el hecho de tener muy cerca los exámenes finales antes de las vacaciones de navidad había obligado al profesor Snape a adelantar temario, por lo que la clase se había vuelto especialmente soporífera.

Los alumnos en Hogwarts no solían llevar mochila, pues en su túnica era donde guardaban lo más importante: sus varitas mágicas. Pero habían alumnos que solían utilizar una especie de talega infinita para guardar todos sus libros y materiales, por mucho que sólo fueran a utilizar unos pocos. Más vale prevenir que curar. En el caso de Harry Potter, lo que guardaba en el interior de aquella mochilita era uno de sus mayores secretos y, también, una de sus mayores ayudas durante su estancia en Hogwarts. Exacto, nos estamos refiriendo a su capa de invisibilidad. El pelinegro siempre la llevaba consigo para poder escaparse junto a su mejor amigo de alguna clase que fuera innecesaria; bajo el criterio de aquellos dos adolescentes, claro.

-Qué coñazo de clase… -Comentó Ron Weasley con desdén, con la mala suerte de que el profesor Snape había parado de soltar su monólogo justo en aquel momento.

Las mejillas de Ron se pintaron del mismo color que el de su cabello.

-… ¿Le parece aburrida mi clase, señor Weasley? -Preguntó Severus, mostrando una amenazante mirada.

-No, profesor. -Respondió Ron, temeroso de las consecuencias de su desafortunado comentario.

-Eso me parecía. Como vuelva a escuchar alguna impertinencia de su parte le restaré cincuenta puntos a Gryffindor. ¿Queda claro? -Advirtió Snape.

Ron asintió frenéticamente.

El resto de alumnos lanzaron algunas risitas burlonas, las cuales fueron calladas abruptamente por Snape, quien prosiguió su clase al instante.

-Harry. -Susurró Weasley.

-¿Qué quieres? -Preguntó el pelinegro.

-Me aburro. -Respondió con simpleza.

-¿Y a mí qué?

-Entretenme.

-Ron, cállate de una vez, nos restarán puntos si te escucha de nuevo.

-Me la suda ese viejo decrépito.

Potter se limitó a rodar los ojos y mantuvo su mirada en el pizarrón del profesor.

A los tres minutos, Ron volvió a llamar a su compañero de pupitre.

-Harry.

-Joder, ¿Qué mierda quieres?

-Que me chupes la polla. -Respondió sin tapujos el pelirrojo.

Los ojos de Harry se salieron de sus órbitas y miró con incredulidad hacia la entrepierna de su amigo. Ron había comenzado a manosear descaradamente su vistoso paquete, el cual si bien no estaba en plena erección aún si que estaba bastante morcillona y plenamente consciente.

-¿Estás loco? Estamos en medio de clase, nos van a pillar. -Replicó el pelinegro en un susurro.

-¿Has traído la capa de invisibilidad? -Preguntó Ron, ignorando las preocupaciones de su amigo.

-Sí, ¿Por? -Indagó Potter.

Ron se apegó más a Harry y le propuso su gran idea.

-Pues entonces puedes cubrirnos con ella y así podemos estar a nuestro aire sin preocuparnos de si nos ven.

El pecoso adolescente agarró la mano de Harry y la colocó en su muslo por encima de la túnica, cerca de su entrepierna. El chico de la cicatriz comenzó a sudar de los nervios mientras un pequeño bulto crecía entre sus piernas. Ron se percató de aquel pequeño detalle y sonrió victorioso.

-Vamos Harry, sé que quieres. Cubrenos con la capa y agáchate. -Ordenó Ron con un tono que combinaba súplica y picardía.

Harry suspiró derrotado y procedió a obedecer al pelirrojo. Con máxima discreción sacó de su mochilita la capa de invisibilidad y, comprobando que nadie miraba hacia ellos, se cubrió a él mismo y a su amigo para llevar a cabo aquel prohibido encuentro. Una vez fueron invisibles para el resto, Harry descendió hacia la polla de su amante; levantó su túnica por encima de la cintura y le sacó la polla de los calzoncillos. El moreno agarró la tranca de su amigo y la engulló en su totalidad, hambriento por saborear su dulce néctar.

Ron jadeó al sentir cómo su polla comenzaba a humedecerse en la boca de Harry. Aunque de ahora en adelante debía controlar sus gemidos, pues la capa solo era capaz de esconder su presencia, pero no podía aislar el sonido. Así pues, Harry notaba cómo el rabo del pelirrojo crecía en el interior de su boca y cómo empezaba a llenarse de sangre, haciendo que las venas del tronco se hincharan y marcaran completamente y abarcasen todo el diámetro de su boca. Una vez aquello alcanzó su máximo grado de erección, Harry inició la verdadera mamada.

Primeramente, el moreno llegó a su capullo, regodeándose en él y chupándolo como una piruleta. Al lamerlo con tanto esmero y calma había conseguido saborear a la perfección sus primeros fluidos. Luego, Harry se la metió al completo dentro de su boca, comenzando un vaivén a una velocidad aceptable. Su cabeza se movía de arriba a abajo, pasando su juguetona lengua por el venoso tronco y sintiendo el capullo contra su campanilla, pues cada vez intentaba tragar más y más cantidad. En medio de la mamada llevó las manos a sus huevos y los agarró firmemente, manoseándolos con calma para complementar aquella rica mamada, notando cómo la saliva caía desde su barbilla hasta aquellas poderosas pelotas.

Ron Weasley, el mandamás de la relación, disfrutaba aquella maravilla de los dioses con sus ojos cerrados. Aunque le estaba encantando lo que el moreno estaba haciendo con su linda boquita, él quería volver a usar la viril fuerza a la que había recurrido en aquella fría tarde. La tarde del origen de su relación. Grave error. Al colocar sus manos sobre la cabeza de Potter, sus caderas se movieron con la intención de destrozar la cavidad bucal del morocho, pero a la primera embestida la capa de invisibilidad se movió, dejando a la vista su sonrojado y pecoso rostro. Rápidamente volvió a cubrirse con la capa. Tenía que controlarse si no quería que los pillaran.

-Perdón. -Dijo Ron en un susurro.

Harry no respondió, pues estaba demasiado ocupado dándole placer con su propio pene a punto de explotar dentro de su túnica. El moreno movía su cabeza con más velocidad a cada minuto que pasaba. Se la tragaba entera sin demasiada dificultad excepto alguna arcada demasiado sonora. Pero a Harry poco le importaba ya la clase. Solamente le interesaba exprimir la viril esencia del macho que tenía a su disposición. La cual no tardó en llegar.

Harry rodeó aquel rabazo entre sus manos y envolvió el rojizo y gordo glande entre sus labios, procediendo a pajearlo con esmero instantes después. Sus lengüetazos y el rozamiento de sus dedos provocaron que el pollón de Ron se hinchara, avecinando lo que estaba por venir.

-H-harry… -Balbuceó Ron, al mismo tiempo en el que múltiples trallazos de lefa invadían la garganta y lengua de Harry.

El moreno degustó aquel exquisito y espeso néctar, el cual estaba igual de delicioso que la primera vez que lo probó. Tal vez se había convertido en un maricón, pero se estaba volviendo adicto a la polla de su mejor amigo; Ronald Bilius Weasley.

Tras limpiar en su totalidad los restos de semen que habían aterrizado en los muslos del pelirrojo, Harry retiró la capa de invisibilidad de sus cuerpos, pues ya no tenían necesidad de estar escondidos. Unos dos minutos más tarde, el sonido del timbre retumbó en las paredes de la escuela anunciando el cambio de clase. Ambos magos se levantaron junto al resto de estudiantes con la intención de abandonar el aula. Justo antes de salir por la puerta, el profesor Snape llamó a Harry.

-Potter.

Harry dio unos pasos hacia atrás junto a su amigo y se dirigió a Severus.

-Dígame profesor.

-Tienes algo… Blanco en el labio.

Las mejillas de Harry se sonrojaron y rápidamente se limpió la comisura del labio. Al mirarse la palma de la mano el pelinegro se percató de que eran restos de la corrida de Ron. Dios, ¿Cómo había podido ser tan despistado?

-G-gracias por avisar. Bueno, n-nosotros nos vamos, tenemos… Pociones, ya sabe, con Slughorn.

-Claro, claro. Váyanse ya, no vaya a ser que lleguen tarde.

Harry Potter y Severus Snape conectaron sus miradas por última vez antes de despedirse definitivamente. El mayor jura que pudo encontrar en aquellos verdes ojos la atrevida mirada de su padre, James. Esa a la que tanto le gustaba admirar. La que tanto amó en su juventud.

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