El primero de septiembre de 1968 hacía ya frío en aquel pueblo castellano, a más de 1.000 metros de altitud cualquier brisa se convertía en ventisca, y para mí que venía del sur huyendo del calor, aquello era el Paraíso.

A mis 24 años me habían dado la plaza de maestro en propiedad, y lo único que esperaba era que la otra persona que hubiera en el colegio fuera una maestra, y tuve suerte.

La vi llegar en bicicleta no muy abrigada para el frío que hacía, y me gustó desde el primer momento.

-Usted debe ser el nuevo maestro.

-Si Señora, Pedro Pérez, para servirla.

-Josefa Sánchez, tanto gusto.

Me hizo una leve genuflexión que me gustó por graciosa y por respetuosa.

Ella me hizo de Cicerone por mi nuevo lugar de trabajo, llevaba las llaves del colegio, y me enseñó las pocas y pobres dependencias de aquel caserón, que consistían en dos grandes aulas, una para alumnas y otra para alumnos, y un despacho para los maestros con una mesa, un pequeño sofá, y un pequeño cuarto de baño sólo para nosotros. Cuando llegamos a la que sería mi aula, Josefa cogió una vara que había colgada junto a la pizarra y me dijo.

-Pues nada don José, mire lo que tiene aquí ya sabe usted, mano dura, estos son muy cafres, y no entienden otro idioma, ma-no-du-ra.

Aquellas palabras fueron música para mis oídos, sobre todo como me lo recalcó haciendo hincapié en cada sílaba, buf definitivamente me gustaba aquella mujer,se la veía muy tradicional, partidaria de la disciplina, y con una expresión en sus ojos verdes que me hipnotizaba, pelo rizado media melena, formas redondeadas, me moría de ganas de azotarle aquel precioso culo, el único problema que atisbaba en el horizonte era su anillo de casada, tendría que luchar más de lo que pensaba en un principio.

A mi me atraía el mundo de los azotes desde muy niño, y he de reconocer que aquella era la época dorada de las azotainas, todo estaba bien visto, y los maestros teníamos vía libre para dar rienda suelta a nuestras pasiones.

La disciplina en clase era algo que nos instaban a utilizar para gobernar a aquellos niños semisalvajes, me hubiera gustado más poder azotar culos femeninos, pero por desgracia yo me encargaría de los chicos, y Josefa de las chicas.

Antes de salir cada uno para nuestras respectivas aulas vi como mi nueva compañera abría un armario para sacar unas bonitas zapatillas, se descalzó sus zapatos y se las colocó, entonces le dije.

-Veo que vas a estar cómoda en clase.

Eran unas zapatillas granates, que aunque no eran muy pesadas si que eran abrigadas, tenían por dentro una capa de borreguillo blanco que le daban un aspecto confortable y cálido como era lógico en aquellas frías tierras, en medio del empeine tenían una especie de pespunte rojo y blanco a modo de adorno, y una suela de goma amarilla que era perfecta para impartir disciplina a sus alumnas como pude comprobar poco después.

-Me las pongo por comodidad, pero sobre todo porque estoy segura que alguna de éstas -refiriéndose a las alumnas- se me pondrá tonta,entonces me quito la zapatilla, y se termina la tontería.

-Nos vamos a llevar muy bien doña Josefa, me gusta la disciplina, y veo que usted es también partidaria de ella.

-Ya lo creo que me gusta, creo que esencial, ah y me puede llamar Josefa, no hace falta el doña.

-Pues muy bien Josefa, creo que lo mejor será que nos tuteemos, y mejor vámonos ya,no quiero llegar tarde el primer día.

El día transcurrió con normalidad, no era la primera vez que daba clase, estuve de interino el año anterior en Andalucía, y los chicos eran iguales en todos sitios, había de todo. Aquel día no tuve que usar la vara, ni siquiera la regla de madera que había sobre la mesa, eso sí, les advertí seriamente al principio de clase diciéndoles.

– No dudaré en impartir la disciplina que crea necesaria, de vosotros depende mozalbetes.

Cuando acabaron las clases al medio día nos fuimos andando, eso sí con nuestras bicicletas de la mano hacia el pueblo, ya que la escuela estaba en las afueras, y allí abordé sin más dilación el tema que más me interesaba.

-Veo que estás casada Josefa, envidio al afortunado.

Noté como se ruborizaba y el cuerpo le bailoteó de alegría.

-Bueno sí…

-No noto mucho entusiasmo, espero que no tengas ningún problema.

-Mejor lo dejamos para otro día.

-Claro, como quieras, no quería molestar.

-No molestas Pedro, tranquilo.

Ese otro día fue el siguiente, y mientras que los alumnos jugaban en el patio pude saber que Josefa no era nada feliz en su matrimonio, se casó un poco por dinero y por posición, pero resultó que su marido, 24 años mayor que ella, no le hacía ningún caso ni en la cama ni fuera de ella.

-Pero Josefa, tu eres joven, eres guapa, no puedo entenderlo a no ser que tu marido sea… de la otra acera, ya me entiendes.

En esos momentos la joven profesora se echó a llorar literalmente en mis brazos, y la verdad es que estuve muy listo para consolarla con dulces palabras, y no sólo palabras, también hubo leves caricias por la espalda, por los brazos, incluso el pelo, que se prolongaron durante varios minutos, ella sólo gimoteaba.

-No lo sé, no sé lo que le pasa Pedro, no me hace ningún caso, yo me pongo provocativa, le pregunto si el pasa algo, pero sólo me mira con asco y con desprecio, y me dice que soy una puta snif snif , no valgo para nada.

El llanto ya fue incontenible, y en ese momento nos fundimos en un apretado abrazo, pude sentir sus voluminosas y duras tetas como se apretaban contra mi pecho, y ella pudo sentir mi abultado paquete sobre su entrepierna, algo que según me confesó días más tarde, la hizo mojarse casi de inmediato.

Entonces le tomé la cara con ambas manos y le dije.

-Oye no quiero volver a oírte decir eso jamás,¿me oyes? jamás, eres una mujer de bandera, y cualquier hombre se volvería loco por ti.

Y sin tenerlo pensado, le busqué la boca y la besé con pasión, ella lo recibió como un sediento recibe el agua en el desierto, con sed atrasada, saltaron chispas entre nosotros, fue un minuto de una intensidad brutal, me clavó las uñas en la espalda a través de la recia camisa que llevaba y yo le amasé el culo y uno de sus pechos hasta que noté que se volvía a estremecer entre mis brazos, tanta era su falta de atención, que aquel sobo bastó para arrancarle otro orgasmo, los primeros que disfrutó en toda su vida sin contar los que ella misma se había provocado con sus tocamientos.

Aquel fue el primero de los muchos arrumacos y sobeteos de los que disfrutamos en nuestro despacho, pero sin duda del que mejor recuerdo guardamos.

Nuestros calientes encuentros en aquel nido de amor se produjeron desde el principio con mucha frecuencia e intensidad, nos veíamos antes de que empezaran las clases, en el recreo, después de clase y luego otro par de veces por la tarde, Josefa me buscaba con ansia, pero tenía pánico a que la follara, tenía mucho miedo a quedarse embarazada, aquello supondría un escándalo para su marido, que en toda su vida le había tocado ni un pelo.

Cuando ya llevábamos una semana de aquellos encuentros tumbé a Josefa en el sofá, y metí mi cabeza bajo su falda y empecé a besar su coño sobre las bragas.

-Por Dios bendito Pedro, por favor no sigas.

-¿No te gusta?

-Bendito sea Dios, claro que me gusta, cómo no me va a gustar, pero ya sabes, buf me da miedo y …

No le hice mucho caso, en realidad ella era víctima de la moral reaccionaria y pazguata de la época, así que volví a meter mi cabeza y me volví a amorrar sobre su coño. El alarido que dio de puro placer Josefa debió de oírse sin duda fuera de nuestro despacho, le bajé las bragas, le levanté más la falda, y la miré a la cara, en sus ojos tenía lágrimas de placer, de expectación, de miedo y de deseo, así que le levanté aún más la larga falda gris y le metí un lengüetazo de abajo arriba que la hizo estremecerse.

La agarré por las caderas y me centré en devorar aquel sabrosísimo coño con sus pelos y todo,era una flor que se abría palpitando, así que lamí todos sus pliegues, y cuando toqué con la punta de mi lengua el clítoris, llegó a un orgasmo tremebundo, el corridón que tuvo fue gigante, y pese a mis esfuerzos no pude tragármelo todo.

La dependencia de Josefa hacía mí era cada vez mayor, me buscaba con ansia y pronto aprendió a comerme la polla, jamás lo había hecho antes.

-Perdón, no lo he hecho nunca pero quiero hacértelo, quiero que disfrutes conmigo como lo hago yo contigo.

-No tienes que pedir perdón por eso, y ya irás aprendiendo.

-No no, quiero aprender ya, y hacerlo ya.

Se notaba que quería compensarme y aprendió rápida.

Fueron semanas felices, aunque hubo algunos contratiempos; los días en que Josefa que tenía el período estaba muy inquieta, incómoda, el hecho de no poder sentir mis caricias en su tesoro la ponía bastante malhumorada, y la pagaba con sus pobres alumnas, esos días los castigos se multiplicaban tanto en número como en dureza, estaba tan ansiosa por no poder desfogarse conmigo que cada vez que me asomaba por la ventana a su clase la veía con la zapatilla en la mano y con alguna chica sobre su regazo o sobre la mesa dándole estopa.

Después le preguntaba,porque les había pegado, y me decía.

-Yo que sé, estoy atacada, todo me sienta mal, todo me molesta, buf estoy fatal, por lo menos durante el rato que dura la paliza parece que me calmo un poco.

Entonces la cogía entre mis brazos y la besaba haciéndole saber lo mucho que me gustaba que actuara así, y lo mucho que me gustaban los azotes.

Pero tuvimos un susto bien grande, un frío día de octubre durante el recreo estábamos en nuestro maravilloso despacho dándonos uno de nuestros festines, hacíamos de todo menos follar, debido a su pánico a quedarse embarazada, así que le estaba comiendo las tetas y ya me disponía a bajarme al pilón, cuando de pronto, Josefa pegó un grito ahogado, se incorporó rápidamente y se tapó los pechos.

Por descuido se había quedado una ventana abierta, y alguien nos estaba mirando, lo había visto todo.

CONTINUARÁ.