Capítulo 4

CAPÍTULO CUATRO

ÁNGELES

CHARLINES

Salió de su casa contenta, había quedado con sus amigas Laura y Estela. Hacía tiempo que no las había visto, posiblemente desde la boda hace ahora ya casi cuatro meses. La verdad es que, de las tres, ella era la que tenía más tiempo libre, pues sus estudios le permitían poder quedar cuando quisiera. Sabía que ellas tanto por sus trabajos, como por sus quehaceres familiares lo tenían mucho más complicado. Durante el trayecto se cruzó con varios hombres que no dudaron en mirarla al acercarse a ella e incluso alguno había sido bastante descarado mirando sus piernas sin disimular lo más mínimo. Que la miraran así era algo que siempre le había resultado bastante violento por su timidez e inseguridad y en cambio ahora le gustaba sentir que la miraban. Pensó en Pablo, gracias a él, ahora se sentía segura y le gustaba ver como levantaba pasiones a su paso. Le gustaba resultar atractiva y hasta incluso provocadora, por lo que desabrochó otro botón de su blusa.

Cuando llegó al centro comercial donde habían quedado aún era pronto y decidió esperar a sus amigas tomando un café. Había poca gente en aquella terraza, apenas una pareja que no dejaban de besarse y un señor que leía el periódico entretenido. Mandó un mensaje a su marido enviándole que ya había llegado, le encantaba como se preocupaba por ella, y les escribió a sus amigas para decirles que cuando llegaran la avisaran que estaba en una cafetería haciendo tiempo.

Una sensación extraña le recorrió el cuerpo cuando al apoyar el teléfono en la mesa sintió que el señor del periódico le estaba mirando las piernas, lo hacía disimuladamente y cuando temía ser descubierto su mirada volvía a las hojas desplegadas sobre la mesa. Ángeles se puso sus gafas de sol, así podría ocultar hacia donde miraba. De nuevo ese señor tenía su mirada en sus piernas y la sensación le gustaba. Se estaba excitando, sabiendo que algo provocaba en aquel hombre, que no le era indiferente. Aunque no hace muchos días se hubiese levantado y marchado, le gustó la sensación que recorría su cuerpo. Le gustaba sentirse observada y admirada. Le gustaba ver esa incomodidad en el hombre intentando ver debajo de la mesa, intentando querer descubrir que portaba ella bajo la falda. Gracias a las gafas de sol, veía sin ser vista y el hombre creyéndose fuera de las miradas, ahora sí, ahora fijaba con sumo interés la mirada en sus piernas. Se acordó de Pablo y pensó, que ese hombre al igual que él, también se estaría excitando. Ante sus dudas, sus pensamientos volaban en su cabeza, quería excitar a ese hombre, enseñarle un poco más de su cuerpo, pero aun algo dentro de ella le retraía y se lo hacía volver a pensar.

Cruzó sus piernas, lo que hizo subirse el vestido ofreciendo una mejor vista a ese hombre que ahora veía el muslo casi entero. Una corriente recorrió su cuerpo, cuando el aire acaricio su entrepierna levantando casi en la totalidad el vestido. Se dio cuenta que definitivamente le gustaba sentirse observada, admirada. Entonces con mucha lentitud descruzó sus piernas dejando que el vestido mantuviera la misma posición. Se estaba excitando mucho al sentirse así observada. ¿podría ese hombre ver sus bragas? Seguro que podría apreciar la mancha de su humedad. En un alarde de valentía, fue separando sus rodillas, muy lentamente, hasta formar un ángulo de treinta y cinco grados. Ahora sí que estaba segura de que aquel hombre tenía una perfecta visión de su tanga azul ya totalmente mojada. Miró al frente viendo como ese hombre la miraba fijo entre sus piernas y llevaba la mano hasta su sexo, para acariciarlo sobre el pantalón. Esto la excitó de tal manera que se levantó y fue al baño, ahí pudo comprobar la humedad de su ropa interior y la excitación de su cuerpo. Metió una mano entre las braguitas y en pocos minutos tuvo un largo orgasmo que la dejó sentada sobre la taza del servicio. La mirada de aquel hombre le había excitado en exceso. Cuando volvió a sentarse, el hombre ya no estaba, pero a los pocos minutos volvió ¿se habría masturbado pensando en ella? Esto le excitó aún más de lo que ya estaba.

El hombre habló con el camarero y mirando hacia ella ambos terminaron la conversación.

– Disculpe señorita. Aquel caballero la ha invitado al café y me ha dicho que le entregue esto. – le dio un papel bien doblado.

-Ah gracias, pero yo no le conozco nada. ¿Usted sabe quién es? – cogió el papel sorprendido.

–  No sé quién es, señorita, solo que es cliente de aquí y se llama Carlos.

–  Vale, gracias.

–  A usted, señorita. Buenas tardes.

Ángeles se levantó de la silla y se alejó de aquella cafetería. No pudo aguantar mucho más sin desdoblar aquel papel y ver de qué se trataba.

“Disculpe el atrevimiento, pero gracias por los instantes que me has hecho vivir esta mañana. ¿Mañana a la misma hora para revivirlos de nuevo? ¿Sus bragas azules son muy sexys, tendrás unas blancas? Me gustó poder apreciar su humedad.

Saludos Carlos “

Las mejillas de Ángeles se pusieron rojas al instante al leer aquello. ¿Quién era aquel hombre capaz de dejarle una nota así? Aunque se sintió halagada y excitada, rompió el papel en muchos trozos pequeños deseando eliminar cualquier rastro.

Vio a Estela y Laura desde lejos y se puso muy contenta, se abrazaron cuando llegó junto a ellas.

– ¡¡Que guapa estás!!

Vosotras que me veis con buenos ojos, se besaban demostrando que estaban felices de volver a estar juntas.

-Nooo, tonta. Pensábamos que el matrimonio te iba a sentar mal, pero estás preciosa. – Estela, la más bromista de las tres no cambiaba – Seguro que Rodrigo te da mucha caña en la cama, eso se nota. Mírame a mí, que mi Andrés me tiene a dos velas. – se reían ante las ocurrencias de ella.

– ¡Pues no sé yo, eh!! Porque estáis las dos muy guapas también. – cuando Estela hizo ese comentario Ángeles no pudo evitar pensar en Pablo, quizás él fuera el culpable de que estuviera guapa.

– Dicen que tres orgasmos diarios es lo ideal para estar muy guapas siempre. Yo como no sea masturbándome estoy perdida.

– ¿Tres orgasmos al día? – ¿era el mediodía y Ángeles ya había perdido la cuenta de cuántos llevaba

– ¡Serás bicha!! Claro como tú estás recién casada así cualquiera. Espera unos años y ya verás como cambia la cosa.

Tuvieron una larga y parlanchina comida, donde Estela les contó que la monotonía había llegado a su matrimonio y que ya nada era igual, ni el sexo ni la convivencia. Ya no disfrutaba como antes y ese gusanillo que le había vuelto loca durante unos años, había desaparecido.

  • La verdad es que Andrés siempre quiere, pero yo no disfruto. Me siento una muñeca hinchable que solo me busca para satisfacerse él y me niego a eso. Hasta he pensado en ir a una terapeuta sexual, o como se llamen.
  • Igual eso os ayudará Estela – de nuevo el pensamiento de Pablo, acudió a su cabeza.
  • Bueno da igual, háblanos de ti. ¿Qué tal en la casa nueva? ¿Cómo son tus vecinos? ¿Muy cotillas?
  • Genial, me costó un poco adaptarme, pero ahora estoy muy bien. Los vecinos bien, bueno solo conozco a uno que es el que vive pegado a nosotros.
  • ¿Está bien? Cuenta, cuenta…
  • ¡¡Estela!! No está bien, si tiene unos setenta años. Le costaba hablar de Pablo con ellas y que pudieran notar algo de lo que vivía con él, Lo guay es que fue catedrático de psicología en Santiago, es una casualidad.
  • Pues sí, qué guay. ¿Y os lleváis bien con él?
  • Si, claro. Bueno mi marido no habla mucho con él porque coinciden pocas veces, pero yo al estar siempre en casa sí que coincidimos mucho y nos llevamos bien. Por las mañanas siempre vamos a caminar juntos.

A media tarde se despidieron con la promesa de verse más a menudo. Ángeles volvió en autobús y durante el trayecto pensó en Estela y lo que les había confesado, pensó en el señor de la cafetería y lo que había hecho. Necesitaba llegar a casa y poder contarle todo aquello a Pablo.

Cuando bajó del autobús vio la hora en su teléfono, eran las seis de la tarde, su marido le había dicho que llegaría tarde pero no le había concretado ninguna hora. Al pasar por delante de la casa de su vecino estuvo a punto de llamar a la puerta, pero primero tenía que pasar por casa. Entró y vio que su marido aún no estaba y cogiendo unos apuntes cualquiera de la oposición volvió a salir. Pablo no estaba en el jardín y enseguida abrió la puerta cuando llamó al timbre.

– Hola joven -se sorprendió de verla a esas horas – ¿Todo bien? – se fijó en las hojas que llevaba en la mano.

–  Si, todo bien Pablo. Es que necesitaba hablar con usted. ¿Puedo pasar?

–  ¿No está tu marido en casa?

– No, él no vendrá hasta la noche—le señaló los apuntes—. Y traje esto, si acaso llega, le diré que vine a consultarle dudas.

–  Pasa, por favor.

Pablo notó que era raro que esa muchacha se acercase a su casa a esas horas de la tarde, seguro que algo rondaba en su cabeza y necesitaba contárselo. Rápidamente Ángeles le contó la desventura de su amiga.

– La verdad es que cuando me lo contó pensé en usted, en su manera de tratar estos casos y pensé que le podría ser de gran ayuda

– ¿Y por qué pensaste en mí? Yo no soy ningún terapeuta sexual.

– Ya lo sé, pero da igual, a mí me está ayudando mucho, estoy viendo un mundo nuevo gracias a usted y pensé que igual es eso lo que le hace falta a mi amiga, ver su situación de forma diferente.

– ¿Tú le hablaste de mi a tu amiga?

– No. Bueno solo le dije que me llevaba bien con usted, que caminamos todos los días juntos y le dije que había sido catedrático de psicología en Santiago.

– Ángeles, yo admiro tu interés por querer ayudar a tu amiga…

– Es que la quiero mucho y hoy la vi triste, y eso que siempre está bromeando, pero la conozco bien y sé que está mal.

– Pero es muy peligroso que tu amiga pueda llegar a desconfiar de lo que vives conmigo.

–  Ella nunca lo sabrá -Ángeles con su mirada le rogaba que ayudará a su amiga.

– Aunque sea tu mejor amiga, si descubre algo, tu matrimonio correría peligro. ¿Eres consciente de ello?

–  Si, sé que sería peligroso.

– Tu sexualidad es muy importante para que tu matrimonio funcione. Es algo complementario. El sexo alimenta el vínculo matrimonial, une a las dos personas que se aman.

– Por eso le pido que ayude a mi amiga, por favor.

– ¿Y ella estaría dispuesta a dejarse ayudar?

– Claro, la conozco desde que éramos niñas y sé que haría lo que fuera por salvar su relación con su esposo.

– Ángeles si la ayudo me tienes que prometer que nunca me preguntarás nada sobre la terapia. Lo que ocurra en las sesiones debe quedarse entre tu amiga y yo. ¿Eso lo comprendes? ¿Podrás soportar tu curiosidad?

– Creo que sí. Lo intentaré.

– ¿Lo intentarás? Tienes que estar segura. Si acepto lo que me pides es por ti y por nada del mundo quiero que eso afecte a la relación tan especial que tenemos tú y yo. ¿Confías en mí?

– Si, por supuesto que confío en usted.

– ¿Entonces?

– Nunca le preguntaré nada sobre las sesiones, se lo prometo.

– Está bien, si es así acepto lo que me pides.

– ¡Gracias!! –  en un gesto instintivo ella se abalanzó sobre su vecino y lo abrazó, era la primera vez que se abrazaba a él. – Perdón – se separó de él avergonzada, no quería hacer nada que pudiera hacerlo sentir mal.

– No me pidas perdón, en esta casa recuerda que eres libre.

– Pero eso forma parte del tacto.

– Anda, ven aquí.

Ángeles se estremeció al ver como Pablo abría sus brazos proponiendo un abrazo. Ella no lo dudó y se pegó a él sintiendo su calor y su olor. Sentía como sus pezones se ponían duros al contacto con el calor de ese cuerpo y como su olor despertaba otras sensaciones entre sus piernas. El sintió como esos pechos se clavaban en su torso y no pudo evitar una erección.

  • Quiero contarte una aventura que me pasó esta mañana. Ángeles estaba excitada y esto desataba su lengua también. Verás, estaba en una terraza tomando un café y un hombre no dejaba de mirar mis piernas, así que las abrí y le dejé ver mis braguitas
  • Sigue, no pares, te escucho.

Mientras le tenía abrazado le susurraba su aventura al oído. Como se había excitado, como había tenido que ir a masturbarse y como ese orgasmo había sido fuerte, muy fuerte. Así mismo, le contó que el hombre le había pedido volver al día siguiente

  • ¿Y vas a volver?
  • La verdad, me da vergüenza, ¿qué pensará si vuelvo?
  • No ha de importarte lo que él piense y si lo que tu deseas, si lo deseas hazlo, si no, tranquila.
  • Estoy segura de que volveré, me excité mucho

Estar pegada a ese hombre recordando lo ocurrido en la terraza le excitaba sobre manera, ese calor la estaba volviendo loca. Metió sus manos entre el vestido y se quitó las bragas, estaban empapadas

– recuerda que si vuelves, lo harás con todas las circunstancias

– sí, quiero volver, volver con mis bragas blancas y que las pueda ver con toda la tranquilidad

– ¿Te pondrás unas bragas blancas como a ese señor le gustan?

– Si, Ángeles, llevó una mano a su coño y lo acarició con lentitud. Si, llevare unas braguitas blancas transparentes y dejaré que ese hombre se coma mi coño con los ojos. Don Pablo, hágalo usted ahora, por favor.

– Claro preciosa y subiendo su vestido hasta la cintura, observó como Ángeles se masturbaba para él.

– Me excita mucho verle ahí mirando mi coño y como me masturbo. Esta mañana me volvió loca que oliese mi coño. Tras decir esto sacó dos de sus dedos totalmente impregnados de sus jugos y los llevó hasta la nariz de Pablo

– me encanta tu olor, pequeña, me estaría aquí toda la vida

– Ángeles se subió al sofá para ofrecerle una aún mejor imagen y acercó todo lo que pudo su coño hasta la nariz de Pablo que aspiraba con pasión ese olor. El sexo de ella casi le tocaba en la cara lo que tenía a ambos en total excitación. Ella balanceaba sus caderas adelante y atrás dando ritmo a la vez a sus dedos, la excitación iba subiendo por momentos, lo que le llevó a cerrar los ojos. Al cerrarlos aceleró de tal manera su ritmo, que, sin pretenderlo, notó como los labios de su sexo chocaban con los de Pablo. Un calambre recorrió su cuerpo e instintivamente echó sus caderas hacia atrás

– Perdón, fue sin querer.

– Tranquila, vive tu libertad, libérate

Ángeles continuó su balanceo, ahora ya, si, buscando los labios de Pablo que estoico, aguantaba como esa hembra se rozaba con él. En su balanceo ciego, la excitación la estaba matando y perdía la noción del espacio. En uno de los acercamientos, pudo notar como esta vez era la lengua de Pablo la que esperaba la llegada de su coño. Al sentir la humedad y el calor de la lengua, se estremeció, el placer la inundó y la próxima vez que se acercó a su boca, esta vez ya no se separó de ella, se quedó quieta para sentir.

Pablo le estaba comiendo el coño, no llegaba a tocarla más que con su lengua, pero era suficiente. El verlo ahí de rodillas ante ella con sus labios pegados y su revoltosa lengua danzando sobre su clítoris, la tenía totalmente loca. Lo veía saborearla y como sus ojos brillaban por el placer y la satisfacción. Lo veía saborear su coño, a la vez que sentía como era devorada, lamida, succionada, como ese hombre ahora incansable le estaba volviendo loca. Gusto, tacto y vista unidos en una sola acción. Deseaba tener pegada a ella la boca de Pablo. Un orgasmo tras otro se iba sucediendo y cada uno era diferente, unos eran por sentir la lengua, por ver a Pablo entre sus piernas y por percibir el olor que emanaba su cuerpo. Olor producto de los chorros que impactaban sobre la cara y pecho de Pablo que con gula chupaba comía y bebía ese néctar, henchido de satisfacción.

Pablo se masturbaba a la vez que lamía, chupaba, sorbia, besaba ese coño que le regalaba brotes de su esencia. Ángeles era la primera vez que expulsaba tal cantidad de líquido y tan seguido, lo que le llevó a un estado próximo a la catalepsia, por lo que Pablo la tuvo que recoger en sus brazos y llevarla a la cama, donde tras una pequeña pausa, volvió a comerse su coño, ahora ya con más tranquilidad. Ella le pedía más y más, no le dejaba parar.

Tras volver a tener un fuerte orgasmo, Pablo se abrazó a Ángeles y la mantuvo pegada a él hasta que se tranquilizó. Ya era tarde y ella debía volver a su casa.

– Mañana no quiero ir a caminar.

– ¿No quieres? – A Pablo le sorprendió eso que le había dicho – ¿Estás bien?

– Claro tonto, estoy muy bien.

– ¿Entonces?

–  Quiero venir directamente a su casa. ¿Puedo?

–  Me habías asustado, pero si no quisieras quedar lo entendería, aunque me parece muy buena idea la tuya

–  Si que quiero, me ha gustado descubrir el sentido del gusto con usted – se ruborizó al decirlo – y mañana podríamos seguir. ¿Quiere?

– Tu eres la que decides. Para mí será un placer.

– Mañana…- la vergüenza le hizo acercarse al oído de él para decirlo – Mañana si quiere, desayunará coño.

– Me encantará desayunar ese manjar tan dulce.

Cuando llegó a casa vio que su marido ya había llegado, al entrar en casa él se fijó que llevaba los apuntes en la mano.

—Hola, cariño, tenía varias dudas y me he atrevido a acercarme a casa del vecino por si me las podía resolver, es un señor amable.

– ¿Y qué tal? – se acercó a ella para besarla como siempre hacía al llegar a casa. ¿Te sirvió de ayuda?

–  Si amor. Ha sido muy amable y me ayudó mucho. ¿Y tú qué tal el día?

–  Hoy ha sido agotador. Te iba a decir si no te importa que me acueste ya.

–  Claro que no cielo. Yo me daré una ducha y veré la tele un rato.

La verdad que esa noche agradecía que su marido estuviera cansado. Aún tenía la sensación de la boca de su vecino en su coño y deseaba mantenerla el máximo tiempo posible.

Vio la televisión durante un rato, pero no podía concentrarse. Seguía sintiendo la lengua de Pablo recorrer su coño y darle placer mucho placer. Miró a los lados y se quitó el pijama, ahí, sobre el sofá y totalmente desnuda se acarició su coño como si fuese la lengua de su vecino y se corrió entre estertores gimiendo y susurrando su nombre. Tras masturbarse, se acostó rendida y sintiendo esa lengua bailar dentro de ella, se dejó invadir por el sopor.

Ya se había marchado su marido cuando se levantó. Se dio una ducha y mientras se secaba vio su imagen en el espejo, le gustaba mirarse e imaginar que sentirían los hombres al ver su desnudez. Le gustaba su cuerpo, su piel pálida, sus pezones y su sexo con aquel color rosado. Se puso el vestido corto que había llevado aquella tarde al ir de compras con su marido y que tanto había gustado a Pablo. No se había puesto sujetador, sus pechos firmes le permitían no tener que usarlo. ¿Se notarán mucho mis pezones? si me excito al pensar que sí. Sonrió con picardía de sentir que le atraía esa idea. Abrió el cajón donde tenía su ropa interior y sintió nervios y vergüenza al coger las bragas blancas transparentes con calados, las más bonitas que tenía. Se las puso y levantando el vestido se miró en el espejo del armario y pudo darse cuenta de que transparentaban casi en su totalidad, solo la doble tira que protegía su sexo les hacía menos lujuriosas. Sentándose en la cama frente al espejo separó las piernas. Se veía sexy, atractiva. Bajo la tela de su ropa interior podía verse su vagina casi en su totalidad. Sintió muchas ganas de llegar a casa de su vecino y decidió no demorar más aquel momento.

Pablo tardó un poco en abrirle pues aún estaba dormido, eran las siete y media. Cuando Ángeles lo vio, le gustó su aspecto adormilado, despeinado. Solo llevaba puesto un flojo pantalón de pijama corto.

– Disculpa, aún estaba en la cama –  la miró de arriba a abajo – esta preciosa, joven.

– Pensé que a estas horas era cuando desayunabas. Vuelve a la cama por favor.

– ¿Quieres que me meta en la cama?

Pablo recordó lo ocurrido la tarde anterior y su pijama se abultó en su parte inferior.

– Si. ¿¿No quiere desayunar? Ángeles se sorprendía de decir aquellas cosas, los dos sabían lo que significaba aquello, pero se sentía libre y cada día era un día de descubrimientos

– Me encantaría, siento mucho apetito.

Ángeles, lo vio caminar hacia su habitación, ella cerró la puerta y al llegar al salón se descalzó, se quitó el vestido y se bajó las bragas. Estaba muy excitada solo con pensar en lo que iba a pasar. Una vez desnuda se encaminó hacia el cuarto de ese hombre. Lo vio tumbado en la cama, esperándola. No se dijeron nada, Ángeles apagó la luz dejando solo en penumbra el cuarto gracias a la luz que provenía del salón. Se subió a la cama y llevó su mano al rostro de su vecino, le acarició la cara con cariño.

– ¿Entonces tiene apetito?

–  Mucho. Pablo en la penumbra de la habitación miraba a su joven vecina.

Ángeles sin prisa se subió a la cama, puso una pierna a cada lado del cuerpo de Pablo y lentamente se dejó caer. Un gemido salió de su boca, cuando sintió los labios y la lengua de Pablo tocar su sexo. Se acomodó sobre su boca y entonces el empezó un lento va y ven sobre su sexo, iba de su ano hasta su clítoris, abultado, muy abultado. Tras unos minutos recorriendo el canal que los labios de Ángeles le ofrecían, atacó su clítoris con su lengua y lo lamió, lo lamió hasta notarla gemir y retorcerse sobre su lengua. Entonces, solo entonces, sorbió ese abultado clítoris y lo recubrió con su lengua, hasta que la sintió descargar sus líquidos sobre su boca.

–  Es su desayuno Pablo, si tiene apetito cómalo, no deje nada, es todo para usted.

Estuvieron desayunando durante un buen rato, mientras lo hacía no se dijeron nada más. Él por tener la boca ocupada en saborear aquel exquisito manjar y ella porque solo podía gemir. Eran gemidos tímidos que cada poco tiempo aumentaban de intensidad y él sabía que cuando eso sucedía aquel sexo se descontrolaba y un nuevo chorrito de placer se derramaba sobre su boca. Cuando los gemidos de ella se incrementaban, era como estar chupando un delicioso bombón de chocolate y disfrutar ese momento que el dulce licor de su interior se derrama en la boca, pero aquel sexo era aún más delicioso que el mejor de los licores. La lengua de aquel hombre lamía cada milímetro de su sexo, se introducía en él y Ángeles se moría de placer. Sentir los labios varoniles chupar sus labios vaginales le hacían temblar, cuando rodeaban su clítoris y lo absorbía tenía que tapar su boca para que sus jadeos no traspasaran las paredes de aquella casa, estaba segura de que si alguien pasaba por la acera de la urbanización podría escuchar como estaba gozando.

La cuenta de los orgasmos que había tenido la había perdido a partir del quinto. Estaba sorprendida de las veces que se había corrido en la boca de aquel hombre. Y ahora era ella la que sentía apetito, era ella la que deseaba desayunar, y Pablo se quedó quieto, expectante, cuando sintió que ella separó su vagina de su boca y comenzó a bajarle el pantalón del pijama.

Lo hizo despacio, descubriendo cada porción de ese viejo cuerpo que se ofrecía algo flácido ante ella. Descendió con su boca, lamiendo, chupando, besando ese cuerpo hasta lograr deslizar los pantalones por sus tobillos, para colocarse entre sus piernas. Olió su polla que estaba limpia y sólo olía a hombre. Acarició sus piernas hasta llegar a su polla, beso esos muslos y subió entre ellos lamiendo cada centímetro. Chupó sus testículos, con mimo, despacio, no dejó nada por lamer y ascendió por ese tallo hasta llegar a su capullo, donde unas gotitas le esperaban para darle la bienvenida. Ávidamente lamió las gotas que habían salido a recibirla y abriendo la boca, introdujo todo lo que pudo esa preciosa polla en su boca, hasta sentir una arcada. cuando le chupaba la polla a su marido, movía la cabeza buscando que rápidamente descargara. Pero ahora era diferente, le gustaba sentir esa polla en la boca, notar como crecía. La saboreaba lentamente extrayendo toda su savia. Le gustaba el sabor de esa polla como palpitaba en su boca, como Pablo le apretaba suave la cabeza contra su cuerpo, haciendo que tragara un poco más de polla. Sin sacar la polla de su boca, imprimió más ritmo a su lengua y notó como ese falo tieso y duro reaccionaba a sus caricias. Su boca y su coño parecían estar conectados y un suave placer empezaba a formarse entre sus piernas. El sentir como Pablo gemía y le apretaba contra él, terminaron de disipar sus dudas, ahora lo tenía claro, quería esa corrida y la quería entera, no derramaría ni una gota. Empezó a succionar, más rápido, con más fuerza, como ese neófito que ha de sorber con fuerza de un pequeño agujero del biberón. Esa polla la tenía loca y provocó que mamase y mamase con todas sus ganas a la vez que lo pajeaba con brío. Pablo no pudo más y mientras sujetaba su cabeza, arqueó su espalda y se derramó en su boca, como hacía mucho tiempo no lo hacía. Los primeros chorros entraron directos a su garganta, para dejar paso a la tranquilidad, donde ella pudo degustar y saborear tan preciado líquido. Ángeles sintió un pequeño orgasmo al recibir el semen de Pablo en su boca, era el premio a un trabajo bien hecho, trabajo que él igualmente había realizado con éxito. Ángeles lamió con esmero esa polla hasta dejarla completamente limpia. Vista, oído, olfato y gusto. Cuatro sentidos, todos diferentes y cada cual excitante. Ya solo faltaba el tacto, ¿cómo sería esa experiencia?

Esta vez, sin pedir permiso se acurrucó a su lado, lo abrazó y aquel silencio le gustó mucho. Estaba feliz, sorprendida, sentía su vagina inflamada por lo que la boca de aquel hombre le había hecho. Sintió deseo y se comenzó a tocar de nuevo.

– ¿Pablo? ¿Sería tan amable de comerme otra vez mi coño?, lo deseo con toda mi alma.

– claro, preciosa.

Pablo colocó un cojín bajo la cintura de Ángeles, le miró su clítoris totalmente abultado, parecía una pequeña polla, lo sopló unos momentos y llevó su lengua hacia él, lo lamió con toda la longitud de su lengua, lo apretaba con ella, lo aplastaba y lo sorbía y mordía en su boca. Ángeles se retorcía apretando su cabeza contra su cuerpo.

– Siga así, no pare, siga, me corro, me corro.

Y levantando sus caderas explotó nuevamente en la boca de su vecino.

Continúa la serie