Era pleno invierno, y el frío que hacía te calaba hasta los huesos como te descuidases.
Aquel fin de semana de enero decidí irme a la casa de la montaña que tenía mi hermano y que gentilmente me había prestado, puesto que él estaba en su casa, con su mujer e hijos y ese fin de semana no iba a ocuparla, le pedí permiso, ya que me quería relajar un poco de tanto estrés acumulado durante la semana.
Él no me puso ninguna pega, incluso me dijo que no hacía falta que me llevase nada y si necesitaba algo que fuera a la pequeña tienda que había en la carretera, la cual no quedaba muy alejada de la casa.
Me había mentalizado para aquel fin de semana, no me molestaría nadie y lo iba a pasar estupendamente, estaba seguro de ello.
Llegué el sábado por la mañana, eché un vistazo por la casa, recogí algo de leña y la metí dentro para que más tarde estuviera en condiciones de calentar la chimenea.
Inspeccioné entre los cajones de la cocina y como lo único que había eran conservas y a mí no me apetecía ninguna de ellas, me dispuse a seguir buscando en los pequeños armarios de la cocina, donde encontré algo de harina un par de paquetes de fideos y algunas especias.
Decididamente había llegado la hora de ir a esa pequeña tienda que me había dicho mi hermano.
Después de cinco minutos, llegué al pequeño comercio.
No tenía el aspecto de ser el típico autoservicio de carretera, esta tiendecita tenía un toque más familiar, tras pasar por la puerta y oír el tintineo que ella había producido, salió al mostrador una mujer anciana que me atendió muy amablemente.
Tras terminar mis compras, la mujer, me ofreció el servicio a domicilio, ya que no me había bajado el coche e iría cargado hasta la casa, acepté y me fui hacia la casa. Solo me llevé lo indispensable para la hora de la comida.
Eran las siete de la tarde cuando sonó el timbre, imaginé que sería mi compra por lo que me dispuse a abrir la puerta.
En efecto era mi compra, pero eso careció de importancia en el momento que me di cuenta de quien la traía… cabellos rizados, pelirroja, unos ojos grandes y verdes y parecía esconder bajo ese atuendo un cuerpo impactante.
La invité a entrar y le mostré donde estaba la cocina.
Claudia, así se llamaba, ya conocía el camino a la cocina y no tardó en preguntarme quien era yo, ya que nunca me había visto por allí, le conté, mientras le ayudaba con la compra, quién era y porqué estaba allí.
Una vez que terminamos de descargar me comentó que su abuela cerraba la tienda a las nueve y que si quería que vendría a prepararme algo de cena, ya que ella conocía muy bien a la familia de mi hermano y tenía algunas preguntas que hacerme sobre la ciudad y acerca de la familia de mi hermano, acepté y la esperé aquella noche.
A eso de las nueve y cuarto llegó Claudia, yo estaba con mi bata sentado en una cómoda mecedora frente a las cálidas llamas del fuego de la chimenea mientras leía uno de mis libros favoritos.
Claudia estaba dispuesta a prepararme la cena, como ya sabía dónde estaba la cocina se fue para allá, mientras yo seguí con mi libro… al poco me llama para que vaya ayudarla con la cena.
Llegué a la cocina y me estaba haciendo su especialidad rebozada en harina, lo que no sabía es que el paquete de harina estaba roto por uno de los lados (eso yo no lo sabía) y cuando lo fui a coger se me cayó toda encima poniéndome totalmente blanco… al mirarme Claudia no pudo evitar las carcajadas, y es que debía tener una pinta, que… (mejor no imaginar), después ella se acercó a mi para ayudarme a limpiarme la cara y el pelo de tanta harina.
Me pasó su suave mano sobre las mejillas, acarició mis labios con los dedos, me sacudió ligeramente el pelo con sus manos.
Era el momento de arriesgarme y besarla. Esa chica ejercía sobre mí una atracción sexual que no comprendía…
La besé dejándole los labios blancos de harina, ella se quedó sorprendida, pero no me rechazó, por lo que seguí con los besos… despacio empecé a acariciarle el pelo, manchándolo también con harina, los besos cada vez eran más apasionados y húmedos y enseguida se empezó a caldear el ambiente.
Tras varios minutos de besos y caricias paramos nos miramos y los dos sabíamos donde teníamos que ir en ese momento.
Una vez en el cuarto de baño, encendí el grifo de agua caliente, no tardando el vapor en salir y empezar a empañar los espejos, como si se quisieran tapar los ojos para no ver nada… lentamente empecé a desnudarla, primero el mandil.
Después de quitarle la camiseta y dejarla solo con el sujetador, ella me empezó a desvestirme quitándome la camisa y los pantalones, después hice yo lo mismo con ella.
Los dos estábamos en ropa interior y así es como nos metimos en la bañera, bajo las cálidas y abundantes gotas de la ducha.
El agua, al contacto con nuestra ropa interior, dejaba entre ver lo que escondía debajo, en ella se podían apreciar unos pechos no muy grandes, pero bonitos, con unos pezones generosos y despiertos al contacto del agua, y mi prenda dejaba en evidencia la erección producida por el momento.
Despacio me acerqué, la rodeé con mis brazos y le quité el sujetador, dejando ver todo el esplendor sus bonitos pechos, después ella me quitó la única prenda que ocultaba, y mal, mi gran erección.
Empecé enseguida a besarla apasionadamente, era una sensación muy agradable esa mezcla de besos y agua que nos recorrían todo el cuerpo.
Seguidamente empecé a bajar, pasando por su húmedo cuello para terminar en sus pezones, que, en efecto, eran bastante generosos, cosa que me agradaba y excitaba más aun, los lamía con pasión, los compartía con las cálidas gotas que también acariciaban cada uno de los pechos de Claudia, mientras tanto, bajaba lentamente con mis manos sus braguitas de encaje que estaban empapadas por el agua tibia de la ducha.
Me incorporé un poco para después arrodillarme ante tan exquisito manjar, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que tenía todo el sexo depilado, lo que me excitó más aún.
Si ya de por sí estaba excitado, tenía el miembro en la cumbre de su esplendor, pero quería comerme ese conejito que estaba ahí para mí.
Empecé a acariciarlo con la lengua, y las gotas de agua me acompañaban y saboreaban conmigo el sexo de Claudia, empecé suavecito de arriba hacia abajo, después, ayudado por los dedos, le separé un poco esos carnosos labios e introduje mi lengua hasta el fondo, notando como Claudia se estremecía dejando escapar un pequeño gemido.
Seguí lamiéndole el coño. Aprisionaba suavemente su, ahora visible, clítoris entre mis labios y lo dejaba escapar, notando cada vez más pronunciado el movimiento de sus caderas.
Ansiosa de encontrarse plena, Claudia me sacó de la ducha y nos dirigimos al salón, frente a la chimenea.
Abrió el armario que había debajo del mueble de la tele y saco una gran manta de lana tan suave como gruesa y la extendió sobre el suelo, delante de la chimenea.
Me besó y enseguida me indicó con un gesto de su mano que me echara sobre la manta, de inmediato me tumbé y pude contemplarla… realmente era una mujer muy bella.
Claudia se aproximó a mí despacio, se sentó sobre mi vientre, dándome la espalda, después se fue agachando y fue aproximando sus caderas hacia mi cabeza, más y más cerca hasta que noté que me empezaba a acariciar la polla con su lengua, recorriéndola de arriba hacia abajo, para después introducirla plenamente en su interior… no pude hacer otra cosa que soltar un gemido de placer… al poco yo también empecé a comerle su conejito, era tan hermoso y estaba tan húmedo… mmmm. Justo cuando estaba a punto de correrme ella paró y mi excitación bajó notablemente de golpe, pero sin que mi erección bajase también, mi polla se mantenía preparada para entrar en casi cualquier lado, al instante se levantó, se dio la vuelta, me miró a los ojos y me susurró al oído… «Antonio, te quiero dentro de mí, quiero sentir tu caliente leche en mi interior», y se volvió a sentar sobre mi vientre, esta vez frente a mí.
Mientras le empezaba a acariciar los pechos, ella hacía de guía, con sus manos, para que mi polla encontrase el camino de su hermoso y húmedo coño, en cuanto la penetró, tanto ella como yo soltamos un gemido de placer, acabábamos de emprender el viaje hacia el éxtasis del placer.
Claudia me cabalgaba impresionantemente, sabía lo que hacía, porque sabía cuándo y cómo controlar que no me corriese hasta que ella no quisiera, mientras que sentía como mi pene entraba y salía de su suave y húmedo conejito una y otra vez, no paraba de darle besos y propinarle caricias en los pechos, en la cara, en el cuello y en el vientre, mientras ella, hacía lo mismo conmigo.
De repente se paró en seco, yo dentro de ella, ella dentro de mí, notaba como nos habíamos fundido en uno solo y nuestro sudor compartido tenía un aroma singular.
Empezó de nuevo a mover sus caderas una y otra vez, cada vez más rápido… mmmm… estaba a punto de correrme, y por lo que parecía por su forma de estremecerse, ¡ella también… mmmmm… – córrete ya! – me dijo Claudia – córrete ya! -, yo estaba a punto de correrme, y en cuanto noté como se empezaba a correr ella, y la totalidad de sus flujos empezaba a sentirla en mi polla, empecé a correrme y la llené de la leche que tanto ansiaba Claudia, en ese momento compartimos suspiros y gemidos de placer y nuestro sudor se había fundido en uno solo… acabábamos de alcanzar el cielo.
Después nos abrazamos y nos quedamos dormidos el uno junto al otro.
Amanecimos los dos abrazados frente al fuego de chimenea, mirándonos y acariciándonos.
Aquel fin de semana sí que me relajé.