Me acerqué hacia ella y tomándola del pelo hice que empezara a mamármela, aunque flácida ella la toma con los labios y poco a poco con dulzura consiguió que se fuera poniendo dura, la saque de su boca y dándome la vuelta hice que chupara el culo, ella obedeció con entusiasmo, después de unos besos a mi ano, empezó a meter la lengua, un placer nuevo e inesperado se apodero de mí, ante mi asombro deseaba ser follado, ella se dio cuenta pero no dijo nada, mi polla estaba dura y tiesa, me volví y se la metí en la boca hasta la campanilla, seguía con las manos en la espalda, solo utilizaba la boca y sus labios, fue una mamada genial me corrí entre jadeos.
Ana bebió mi leche con avaricia tomé su cara y la levanté, vi en sus ojos la súplica para que la calmara, hice caso omiso, decidí que se correría solo cuando yo quisiera, la envíe a la ducha, saldríamos a dar una vuelta.
Estaba contento, había puesto de manifiesto mi autoridad, Ana seria también mi esclava, de confianza pero mi esclava, solo haría de Ama cuando me apeteciese.
Creo que ella también lo entendió así pues se fue a la ducha sin la más mínima protesta. Todavía quedaba mucho camino, tendría que planear como llevarla a la sumisión completa, tenía que conseguir apagar el fuego de furia de sus ojos.
Pasamos el día de tiendas, recorriendo Las Vegas, Michelle hacía las veces de cicerone, aunque me trataba con respeto que marcaba su condición de esclava, era una persona jovial, alegre y buena conversadora.
Ana y Michelle parecía que se conocían desde hacía tiempo pues se comportaban como dos buenas amigas. No parecía haber indicios de que eran las dos mis esclavas aunque pude notar que Michelle le gustaba ser también esclava de Ana.
Después de un día agotador, comimos en una hamburguesería, por la tarde fuimos a indicación mía a un sex-shop, necesitaba comprar ropas sexy, de cuero, mordazas, pinzas etc., durante la compra hacíamos bromas sobre las mordazas de bola, eran de cuero negro que se probaron Ana y Michelle, también cogí algunas publicaciones sobre sado, Ana se encapricho por un arnés con una polla doble de plástico con un embolo, cuanto más se empujaba para un lado más sobresalía por el otro, también eligió una serie de penes de distintos tamaños y formas, yo tome un juego de conos para el culo.
El dueño de la tienda hizo el negocio del siglo con nosotros.
Sobre las seis de la tarde volvimos al hotel, Michelle quiso cargar con los paquetes, se lo impedí, quería ser nuestra sirvienta.
No deseaba que mostraran su condición de esclavas en público, salvo que yo lo ordenara, así que llamé a unos mozos que vaciaron el coche de los múltiples paquetes llevándolos a la suite.
Por la noche Michelle nos llevó a un restaurante donde servían una carne deliciosa, la acompañamos de varios tipos de ensaladas y cervezas heladas. Durante la comida y la sobremesa intente saber algo de Michelle, ella se mostraba recelosa sobre su vida privada, al fin nos contó que era de un pequeño pueblo de Michigan, que tuvo varios trabajos hasta que se lio con un novio, más que novio, un chulo que la llevo a Las Vegas, sé jugo su dinero, el poco que tenía, lo perdió todo y desapareció dejándola estrellada, hacia más o menos dos semanas, que la noche que contactó con nosotros era su primera noche, pues estaba acuciada por el alquiler del pequeño apartamento y algunas facturas. Ante su insinuación saque diez billetes de mil dólares de la cartera y se los di.
Michelle era una esclava mental, había soñado algunas veces que era violada, poseída por la fuerza, ahora estaba consiguiendo lo que quería, aunque el miedo la atenazaba estaba dispuesta a cumplir su parte del trato.
Yo observaba y escuchaba, mis pensamientos fueron el conseguir a Michelle como esclava definitiva, la segunda de una sería de ellas.
Durante dos días más que pasamos en Las Vegas nos dedicamos a divertirnos como amigos, no hubo roce sexual, descansábamos, dormíamos e íbamos a recorrer la ciudad.
Michelle nos llevó a su barrio, a su apartamento, tomó algunas pequeñas cosas y pago sus alquileres, a media calle pagó otra factura a un tendero, del que se despidió entre risas, después se encontró con una señora algo mayor y le entrega dinero suficiente para que liquidara sus facturas.
Con una sonrisa volvió al coche contando el dinero que le quedaba.
Estos tres días sirvieron de relax, asistimos a espectáculos, durante la noche Ana seguía atando con esposas a Michelle al sofá, totalmente desnuda, las marcas de los golpes se estaban borrando.
Ya Las Vegas me aburrían, era hora de cambiar de aires. Ese día por la mañana ordene que prepararan el equipaje, nos marcharíamos. En Arizona tenía un rancho y varias fincas.
El rancho se encontraba algo apartado de la autopista, había caballos a cientos, por una carretera asfaltada llegamos a unos edificios bien cuidados, era como un pueblo en miniatura, ocho o diez casitas para el personal fijo y sus familias, una casa principal rodeada de una frondosa arboleda, barracones para el personal eventual, almacenes, establos etc.
El capataz junto con el administrador nos recibieron con cautela, por Eva sabían que yo era el nuevo propietario.
Estaba rindiendo alrededor de 3 millones de dólares al año, libres de impuestos.
Nos instalamos en la casa principal que nos cedió el capataz. Viudo con tres hijos, uno de ellos trabajaba en el rancho y vivía con su familia en una de las casitas.
El administrador se empeñó en mostrarme las cuentas, las mire por encima mostrando un fingido interés y lo felicite.
Ana y Michelle estaban alborozadas mirando los caballos, llame al capataz y le pregunte si era posible montar a caballo los tres, teniendo en cuenta que nunca habíamos montado.
Él llamó a un peón y le dio instrucciones para que buscara tres buenos mansos y los ensillara. Paseamos al paso y al trote por la finca, fue muy divertido. El rancho además de caballos producía cereales y otros cultivos. Descansamos al borde de un riachuelo.
Al mediar la tarde volvimos a la casa, mientras nos duchábamos el hijo del capataz preparó una espléndida barbacoa con enormes filetes de carne y ensaladas. Aunque había vinos, preferimos cerveza helada. Sobre las diez nos retiramos a la casa.
Esta tenía sótano, salón con cocina, cuarto de baño y un enorme despacho en la planta baja, en la superior cuatro dormitorios con sus baños.
El sótano, me sorprendió, sin ventanas aparentes, tenía una amplia escalera, con un bar, mesa de billar, sofás, mesas y sillas. Las paredes decoradas con cornamentas e útiles viejos típicos de un rancho. Era una especie de refugio muy bien montado.
Subí al dormitorio llame a Ana y a Michelle. Deseaba hacer con ellas un juego, me atraían las tetas de ambas, quería probarlas, me apetecía torturarlas un poco, azotarlas, saber hasta donde podían aguantar, no olvidarían la estancia en el rancho. Ellas subieron alborozadas.
Cuando me vieron las envíe a que se cambiaran, las quería con zapatos negros de tacón alto, medias con ligero, y sujetadores que dejaban los pechos al aire, solo marcaban en la base, también negros.
Mientras ellas obedecían, preparé dos sillas, cuerdas, una fusta, mordazas con bola para ambas. Me relamía pensando en lo que las haría.