Me llamo Marta y escribo aquí porque ya no puedo resistirme más a contar la increíble historia que me ocurrió el verano pasado y que cambió la forma de ver muchas cosas en mi vida.
Soy una chica gallega de 20 años, de tan sólo 1´55 metros de estatura y 45 kilos de peso, pero el ser tan bajita y delgada me dan un aspecto mucho más frágil y apetecible, ya que resalta mucho más mis impresionantes curvas, con unas buenas y grandes tetas y un culito respingón que hace las delicias de cualquier tío que le gusten las mujeres de verdad.
Además soy muy morena, de media melena, y tengo una carita de niña buena que nunca ha roto un plato que según tengo comprobado a los hombres les vuelve locos.
La historia se empezó a fraguar a principios del verano pasado, cuando me fui con mis padres a pasar las vacaciones en una pequeña localidad costera del norte de Galicia.
Una noche saliendo de marcha conocí a un chico muy guapo llamado Carlos y empezamos a salir juntos habitualmente.
Él era bastante mayor que yo, pues tenía 28 años, pero me conquistó con su amabilidad y sobre todo con su impresionante planta, pues medía casi dos metros y era muy fuerte y muy, muy guapo.
Jugaba en el equipo de baloncesto de la localidad, y enseguida me invitó a los partidos que disputaba.
La verdad que yo odiaba aquel deporte, pero iba a los partidos a ver a mi amigo y también a sus compañeros, muchos de los cuales eran todavía más guapos que él.
Un día Carlos me dijo que aquella tarde terminaba la temporada, y por la noche los chicos del equipo iban a dar una fiesta para celebrarlo y que le gustaría que fuese con él.
Yo le pregunté si irían chicas a esa fiesta, y acepté ir aunque su respuesta no fue muy convincente par mí:
-Sí, sí, claro. Irán, irán –dijo sin mucho convencimiento.
Por la tarde estuve preparándome concienzudamente para la fiesta, pues quería estar explosiva.
Después de pegarme una buena ducha, abría el armario y empecé a pensar que ponerme. Primero la ropa interior, me dije.
No tardé mucho en esto: me puse la tanga roja que creía más provocativa de todas las que tenía, y decidí además ir sin sujetador, pues era una noche muy calurosa y no quería ahogarme.
Escogí luego la minifalda más corta que tenía en el armario, me la puse y me miré al espejo.
No pude evitar esbozar una sonrisa al verme con aquello: jamás me había atrevido a llevarla, pero sentía que aquella era la noche adecuada. Apenas me cubría el culito, y a poco que me agachase dejaba al descubierto todo del contorno de mis nalgas.
Ahora que estaba lanzada no podía fallar tampoco para la parte de arriba, y así elegía un top de escándalo de color rojo, igual que la minifalda, que apenas me cubría las tetas.
Éste sí que ya me lo había puesto más veces, pero siempre con sujetador por debajo.
Pero aquella noche iba sin él y mis pezones quedaban claramente marcados por debajo de la fina tela.
Para rematar la faena cogí unas botas de plataforma, por supuesto de color también rojo, que me llegaban un poco por debajo de las rodillas, y corrí nuevamente hacia el espejo para mirarme ya lista del todo, y al hacerlo no pude evitar decirme a mí misma en voz alta:
-Joder, tía . Pareces una auténtica puta.
Por un momento dudé en cambiarme de ropa, pero pensé que era una noche importante y que quería que los compañeros de equipo de Carlos me viesen muy deseable y le envidiasen por lo que tenía.
Decidí no maquillarme, pues con la morena que estaba de tomar el sol en la playa de cara estaba preciosa.
Con todo esto, a las diez en punto sonó el timbre de casa.
Mis padres ya habían salido hacía más de una hora a cenar por ahí y yo le había dicho a Carlos que podía venir a recogerme.
Así, bajé a abrir la puerta y efectivamente era mi novio.
Al verme no pudo evitar echarme una mirada general a todo mi cuerpo y poner una cara mezcla de la más absoluta sorpresa y de la más increíble admiración.
Luego, y sin mediar palabra, entró a la casa, cerró la puerta a sus espaldas y me agarró fuerte por la cintura, apretándome contra él y dándome el morreo más apasionado que había recibido en mi vida.
Enseguida noté como su paquete se hinchaba espectacularmente, y ante lo peligroso de la situación, lo separé un poco y le dije en tono de broma:
-¿No te parece que vamos a llegar tarde a la fiesta? Pórtate bien y al final de la noche tendrás tu recompensa.
Nos montamos en su coche y nos dirigimos hacia la fiesta, que era a las afueras del pueblo, en casa de uno de los chicos del equipo, según me contó mi novio.
Tardamos un buen rato en llegar.
Era una casa muy grande, que se encontraba totalmente apartada en medio del monte, a la que se accedía por una estrecha pista de tierra. Carlos aparcó el coche al lado de otros cuatro justo en la entrada de la finca.
Nos bajamos , tocó el timbre y enseguida le abrieron la cerca.
Cruzamos la amplia huerta y llegamos ante la puerta de la casa, llamando mi novio al timbre.
En pocos segundos se abrió la puerta y apareció ante nosotros un mangallón de más de dos metros de alto: se llamaba Luis, y era el dueño de la casa.
Después de que mi novio nos presentase, me dio dos besos y me invitó a pasar.
Dentro de la casa se oía un gran barullo de tíos gritando y música rock a todo volumen. Los tres cruzamos un amplio pasillo y accedimos a una gran sala donde tenía lugar la fiesta.
Ante mi gran sorpresa, en la habitación había 8 chicos y ninguna mujer y todos estaban en evidente estado de embriaguez.
Al vernos entrar hubo un significativo silencio, y todos clavaron los ojos en mi cuerpo sin ningún tipo de pudor.
Luis se encargó de hacer las presentaciones. Uno por uno se fueron acercando a mí para besarme, algunos con evidente descaro.
Me daban los besos muy cerca de la boca y para hacerlo me agarraban por la cintura y me apretaban contra ellos.
La verdad es que estaba bastante confundida: por una parte me sentía enfadada por el estado en que estaban y porque yo era la única chica que había entre todos aquellos animales, por lo que me cortaba un poco.
Pero por otra parte, también me excitaba al pensar que iba a estar en una casa apartada durante unas horas con un grupo de diez chicos borrachos como cubas y que me iban a convertir en la absoluta estrella de la fiesta.
Y así fue; desde mi llegada, los chicos rivalizaban entre ellos por captar mi atención, hablándome de lo primero que se les ocurría para que yo les hiciese caso.
Por mi parte, al principio me mostré bastante fría , haciéndome un poco la enfadada por su estado, pero al ir entonándome poco a poco con los cubatas que ellos muy amablemente no paraban de servirme, no tardé en sentirme completamente a gusto y bromeando con ellos.
Todos eran bastante mayores que yo; tenían edades comprendidas entre los 26 y los 32 años.
Al ser jugadores de baloncesto, eran muy altos y fuertes y tengo que reconocer que todos estaban realmente buenos.
En especial me gustaban los dos negritos del equipo, que eran dos hermanos procedentes de Estados Unidos de 28 y 29 años , que medían cada uno 2 metros y 5 centímetros y tenían un paquete impresionante.
Al ser verano y hacer tanto calor, todos los chicos llevaban pantalones cortos de deportes, lo que me permitía percibir con bastante claridad el tamaño de sus instrumentos.
Yo me encontraba cada vez más borracha, pues estaba bebiendo bastante y no tenía mucha costumbre de tomar alcohol.
La verdad es que si estaba bebiendo tanto era tan sólo por no quedar de niñata ante unos chicos mayores que yo. No podía permitir que pensaran que era una cría que no sabía enrollarme en una fiesta con gente mayor.
A medida que iban pasando los minutos la conversación iba subiendo cada vez más de tono, y siempre conmigo de gran protagonista, por supuesto.
Qué con cuántos tíos me había acostado en mi vida, qué si me gustaba chupársela, qué si lo había hecho alguna vez por el culo…
Lo cierto es que yo empecé a entrar en el juego, y ellos cada vez iban cogiendo más confianza, y sus manos no dudaban en apoyarse en mis piernas, en mi cintura , en mi espalda, e incluso algunas descaradamente en mi culo.
Y lo peor de todo era que mi novio no les reprochaba nada a sus amigos; al revés: era al que más parecía gustarle aquello.
En esta situación estábamos, cuando uno de los chicos me espetó de repente:
-Oye, Martita, ¿a qué no eres lo suficientemente mujer para quitarte ese top que llevas y dejarnos a todos verte las tetas?
Yo ya estaba aturdida y muy caliente, totalmente dispuesta a llevar aquello hasta el final, por lo que mi respuesta no se hizo de esperar:
-Yo soy mujer para esto y para mucho más.
Y acto seguido me bajé el top hasta la cintura y dejé al descubierto mis dos impresionantes perolas.
En ese momento Carlos se acercó a mí y me temí que me diese una ostia y me dijese que nos íbamos, que era una puta.
Nada màs lejos de la realidad: me agarró por los hombros, me puso de espaldas a todos sus amigos y me arrancó la minifalda de cuajo, dejando al descubierto ante los lascivos ojos de sus compañeros de equipo mi culito respingón tapado tan sólo por un diminuto tanga.
-Fijaos qué culito tiene la zorra de mi novia. Me parece que se lo vamos a reventar entre todos –les decía mientras me azotaba las nalgas con su mano.
Me inclinó un poco el cuerpo hacia delante, para que el espectáculo fuese más nítido y acto seguido empecé a notar como un aluvión de manos empezaban a magrearme por todas partes.
El tanga no tardó en desaparecer, desgarrado por cinco o seis manos al mismo tiempo.
Empecé a notar dedos que se me metían por la rajita del coño y también por el agujero del culo. Estaba conmocionada, aturdida, un poco asustada y, sobre todo, muy , muy , muy excitada.
Después de un buen rato de estar yo así de espaldas ante ellos, mi novio me volvió a coger de los hombros y me dio la vuelta, para quedar así sentada en el sillón.
La imagen que vi al girarme no pudo dejarme más impactada: delante de mi cara aparecieron cinco vergas tiesas apuntando al techo, mientras por detrás se veía la resto de los chicos acabando de quitarse los pantalones.
Sin darme tiempo a reaccionar, uno de ellos me agarró por los pelos y de un golpe seco me enchufó toda su polla dentro de mi pequeña boca.
Por supuesto los demás no querían ser menos, y por turnos me las iban introduciendo hasta la garganta, lo que me provocaba unas tremendas arcadas.
Los que había visto antes quitándose los pantalones, no tardaron demasiado en unirse a sus compañeros, pero como eran tantos a la espera de su mamada, algunos se impacientaban, por los que se sentaban a mi lado en el sillón y se entretenían chupándome las tetas o jugando con sus dedos en mi coño.
Casi todo el tiempo yo permanecía con los ojos cerrados recibiendo toda aquella cantidad de carne en la boca, pues cuando los abría me agobiaba un poco al ver todas las pichas que me quedaban aún por chupar.
Al cabo de unos minutos, Luis , como anfitrión, tomó la palabra:
-Venga, joder, que no todo va a ser chupar en esta vida.
Y acto seguido, me levantó en brazos y me sentó en la mesa que había en el centro de la sala. Sin más contemplaciones, se acercó a mí con la polla tiesa en la mano y de un solo golpe me la enchufó en el coño hasta los cojones.
El dolor que sentí en el momento de clavármela fue muy intenso, pero enseguida se convirtió en un gran placer.
El resto de los chicos esperaban su turno para follarme, y mientras tanto algunos se iban subiendo a la mesa para que les mamase los huevos y las pollas, lo que yo intentaba hacer lo mejor que podía.
Ellos me insultaban y decían todo tipo de obscenidades, tales como: eres una puta de mierda, chupapollas, saco de semen, te vamos a llenar de leche hasta las orejas, te vamos a clavar vergas hasta en el carnet de identidad…
Todo aquello, lejos de reprimirme, me excitaba cada vez más y me sentía como un juguete en mano de todos aquellos mangallones.
Así, abierta de patas y sentada encima de la mesa mientras todo el equipo de baloncesto me follaba por turnos, estuve unos quince minutos. Luego mi novio tomó la palabra:
-Bueno, tíos, creo que ya es la hora de cambiar de tercio. Creo que esta zorra necesita algo más fuerte. Oye, Luis, ¿tienes mantequilla por ahí?
-Claro, tío, ahora la traigo –le contestó el dueño de la casa.
En aquel momento me temí lo peor, pero no tenía ni fuerzas ni ganas ya para negarme a nada.
Carlos me cogió en brazos y me puso en el suelo a cuatro patas.
Cogió un poco de mantequilla en su mano y me la echó encima del culo, pasando seguidamente a introducirla con su dedo índice en el agujero.
Mi ano se iba dilatando poco a poco y él iba introduciendo en él cada vez màs dedos, hasta que llegó a meter casi toda la mano dentro.
Yo lloraba y gritaba de dolor, pero lejos de echarlo para atrás, aún me metía los dedos más adentro de mi culo, ante las risas de sus compañeros. Luego paró un poco y noté un alivio, que no duró mucho, pues Carlos dijo dirigiéndose a sus amigos:
-Venga, colegas. Barra libre.
Y acto seguido empezaron uno por uno a meter sus cipotes en mi culo.
Yo prefería no mirar; estaba con la cabeza apoyada contra el suelo y con los ojos cerrados, notando como una verga tras otra perforaba mi estrecho culito, que hasta entonces había permanecido virgen.
Muchos de ellos eyacularon dentro del agujero y enseguida empecé a notar como un chorro de leche caliente me corría por la pierna derecha.
Aquella sodomización parecía no tener fin, pues ya llevaban más de media hora dándome por el culo y no se le veían ganas de terminar.
Nuevamente a Carlos se le ocurrió una idea de las suyas, y dijo:
-¿Y qué tal dos pollas por el culo? Con lo dilatado que lo tiene seguro que ni lo nota.
-No, dejadme en paz ya, me quiero ir –dije yo sollozando.
Carlos entonces me agarró de los pelos y con la otra mano me dio una tremenda ostia en la cara, diciendo:
-Calla, puta de mierda.¿piensas que puedes venir aquí provocando a todo el mundo e irte de rositas?
Y acto seguido vi como llamaba a los dos hermanos negros del equipo, que se acercaron con sus dos enormes trancas, que debían medir unos 25 centímetros cada una.
Se pusieron detrás mía y noté como hurgaban con sus pollas en mi culo hasta que me sentí completamente llena por dentro y comprendí que ya habían conseguido metérmelas.
Luego vi como Carlos se hacía un sitio también detrás de mí y lograba introducir su instrumento en mi coño: dos pollas descomunales por mi culo y otra por el coño.
Era sencillamente increíble. Luego los demás también se fueron turnando para trabajarme culo y coño simultáneamente.
Así estuvieron durante más de una hora, hasta que todos se corrieron varias veces y cesaron en su empuje. Yo quedé tirada en el suelo, humillada y dolorida, pero contenta porque creía que ya había acabado todo por fin.
¡Qué equivocada estaba! Cuando casi me había quedado dormida en el suelo, noté como alguien me agarraba del brazo y me levantaba.
Al abrir los ojos vi que era Carlos. Me llevó del brazo hasta el baño y me metió en la bañera. Ante su llamada aparecieron sus nueve compañeros, que ante mi sorpresa ya estaban todos otra vez empalmados. Sin duda eran auténticos sementales. Carlos les dijo:
-Esta puerca se ha portado muy bien con nosotros, y ahora se merece un buen baño como recompensa, y nosotros vamos a dárselo.
Y empezó a masturbarse frenéticamente en el borde de la bañera.
Sus compañeros se acercaron también y me rodearon agitando con ganas sus numerosas pollas.
Aquello fue increíble: uno por uno se fueron corriendo sobre mi cara, mientras Carlos se ocupaba de sujetarme la cabeza para que no me moviese y toda la lefa fuera a parar a mi boca, la cual me obligaba a abrir para poder tragarme todo.
No daba a vasto con toda la leche que escupían aquellos cabrones, y aunque me esforzaba en tragármela toda era inevitable que mucha se me derramase por la cara y los pechos.
Calculo que debí de recibir más de 35 corridas, pues casi todos los chicos se corrieron dos o tres veces, y alguno incluso cuatro o cinco.
Y para terminar la fiesta, Carlos empezó a mearse encima mía, lo que por supuesto fue inmediatamente imitado por sus compinches, que me dejaron dentro de aquella bañera magullada por todas partes, con un gran dolor en el coño y sobre todo en el culo, y apestando a esperma y orina.
Los chicos fueron yéndose cada uno para su casa y yo, después de pegarme una ducha, también me fui, aceptando que me llevase Carlos en el coche, pues no tenía con quien irme.
A Carlos no quise volver a verlo y hoy reconozco que aquella experiencia, aunque en el momento me pareció muy humillante, me sirvió para en el futuro saber disfrutar del sexo muchísimo más.
Humillante lo que ese cabrón de Carlos hizo con esa chica. Un grupo de maricas misóginos é imbéciles, pero que se le puede pedir a basquetbolistas sin cerebro ni empatía.