Mi novia es una leona (8 Orgasmos)
Todo empieza una calurosa tarde de finales de junio, que realmente se transformaría en calenturienta, cuando volvíamos a mi casa tras haber estado con los amigos. La casa estaba desierta, ya que mis padres pasaban todo el día en la playa. Ella estaba cansada y abochornada tras haber pasado el día en el agua, así que tras dejar las cosas, se tumbó en perpendicular en la cama. Esto es, que su tronco descansaba en el colchón, mientras que sus piernas estaban ancladas por los pies al suelo. Cerró los ojos, y me quedé observándola, estudiando cada centímetro de su cuerpo.
Ella no me dijo nada ante mi inquisitiva mirada ya que sus ojos no aguantaban el cansancio que sentía y no podía ver mi rostro depredador. Mide 1’72 m, lo que es una estatura media. Sus ojos son de un tono verdoso y su pelo es castaño, rizado y con mechas que intentan ser rubias, pero se han quedado entre un injerto entre el castaño de la avena y el rubio del trigo.
Tiene una cara preciosa que a veces simula ingenuidad, timidez o inocencia. Pero más tarde tales pensamientos serían pasto para las llamas de la lujuria. No está gorda, y tiene un cuerpo precioso. Tiene un poco de caderas, y su culo es encantador. Me encanta sentirlo todo contra mí, y restregarme cuando sabe que lo estoy disfrutando y lo pone en pompa como invitando a cierta arma que escondo a desenfundar y ponerse en acción. Se llama María. Yo soy Juan, y no me encuentro nada del otro mundo. María en cambio me dice que estoy buenísimo y que le encanta mi cuerpo. Todo. Estoy delgado, aunque hago un poco de pesas para intentar compensarlo. Soy moreno de pelo largo. Con coleta. Mis ojos encierran la oscuridad de un abismo tan profundo como mil noches. No tengo pelo en el pecho (eso le pone mucho a María). Ver así a María tumbada me hizo notar un único y ligero movimiento en mi bañador.
Fue como si un pez hubiese saltado del agua, y segundos después se hubiese vuelto a adentrar en su mundo. Me fui a beber agua, porque hacía mucho calor. Cuando volví oí a María. Su respiración era más lenta, más pesada y pausada. Se había dormido. Seguí contemplándola y me fijé en sus pechos. Divinos. Era muy curioso, pues en su camiseta roja de tirantes se notaba una pequeña protuberancia en el lado izquierdo, como si se le hubiese metido algo. Me acerqué un poquito sin hacer ruido y pude ver claramente como aquella «protuberancia» era su pezón izquierdo, que se notaba desde su bikini hasta el forro que era su camiseta de tirantes.
Me puse de rodillas en el suelo, y me acerqué sin hacer ruido. No pude evitar la tentación y le pasé la yema del dedo índice sobre el pezón. No se despertó, pero lentamente sus piernas se abrieron. Yo estaba a su lado derecho e inmediatamente me puse entre ellas. La parte de abajo de la pieza de tirantes, la que es como una falda, se le había arremangado, y desde tan aventajada posición podía ver la parte de abajo de su bikini naranja. Su sexo emitía un hilillo de suave aroma que inmediatamente empezó a despertar el hambre de mi miembro.
Se lo acaricié con suma delicadeza. De arriba a abajo y de izquierda a derecha. De repente se despertó. – ¿Qué haces? – me preguntó asustada. Tenía miedo de que pudiera haberla molestado lo que estaba haciendo. Se levantó, y yo me senté para pedirle disculpas. – Lo siento, es que eres la encarnación de la tentación. – Venga pecador, acuéstate y duerme, te despertarás menos tenso – Esto último lo dijo recalcando mi abultado paquete con su mirada. Se fue a la cocina. Mejor no la llevaba la contraria no fuera que se enfadase. Así, hice lo que me dijo. La esperé un ratito acostado, pero parecía que estaba tardando un poquillo. Decidí relajarme. Me dormí. Estaba en un tranquilo y apacible sueño en el que estaba nadando en el mar, cuando ese mar se hizo muy húmedo. Me empezaba a dar placer. De repente me desperté con la mirada perdida en el techo. Noté algo muy húmedo y caliente que me oprimía y me daba un placer inmenso. Levanté la mirada, y finalmente descubrí la causa:
Mi novia María estaba de rodillas en el suelo, como otrora hiciese yo, totalmente desnuda con mi polla en su boca y mano derecha y con la otra entre sus piernas. Me guiñó un ojo y sacándose mi polla de su boca me dijo: ¡a dormir! Eso era del todo ya imposible. Me levanté de la cama y agarrándola por la cintura la tumbé bien en la cama, encima de él. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que yo estaba totalmente desnudo.
Me revolvía encima suyo, frotando mi polla contra sus piernas y labios mientras que nuestras lenguas jugaban en nuestras bocas una danza mortal; nuestras sus manos acariciaban mi espalda, la apretaban y estrujaban. Mis manos la asían por la cintura, la pegaban hacia mí, acariciaban sus blancas, grandes y duras tetas, y jugueteaban con sus traviesos pezones. Me escurrí hacia abajo y le empecé a dar mordisquitos en los muslos, chupaditas con la lengua en un interminable éxodo hacia su chorreante coño. Llegué a él e hice tentativas de chuparle el clítoris. Finalmente me lo metí todo en la boca.
Lo saqué, y empecé a masajearlo con la ensalivada puntita de mi lengua. Estaba Riquísimo. La movía de arriba a abajo, izquierda a derecha y en círculos, siempre cambiando de sentido y acompasándolo con el movimiento de sus tronco por medio de mis manos en su cintura. Empezó a gemir, me agarró más fuerte, se dobló un poco, se detuvo el tiempo y se corrió en mi cara, moviéndose como una loca, como una leona.
Me empezó a chupar la polla. – ¿Estás lista María? – Me contestó acelerando la mamada. La aparté de aquel paraíso y la tumbé abriéndola bien de piernas. Me puse encima de ella. María agarró mi miembro y lo guio hasta su cueva. Lo restregó un poco sobre el clítoris, y finalmente se lo hundió un poquito. Me fui dejando caer encima de él aumentando así la profundidad en que buceaba mi pene. Tocó fondo.
Lo deslicé hacia atrás retrocediendo, y cuando sólo tenía dentro el capullo, levanté un poco mi espalda acercando más mi tronco hacia ella y apuntando hacia la parte baja de su vagina. Sé que esto le pone muchísimo. Extendí mis piernas hacia atrás, de tal forma que era como si estuviese de pies, apoyando sólo éstos en el colchón, y mis manos.
Me acarició el culo y el pecho y la contesté pegando mi culo hacia abajo, hundiendo así brutalmente mi pene hasta el fondo. Empecé a penetrarla a un ritmo híper-acelerado, hincándosela hasta el fondo y moviendo mi culito como un bailarín de merengue.
Me agarraba el pecho con fuerza y apretaba mis nalgas, rozando dos veces mi ano, lo cual no me molestó. Se corrió, y en su violencia casi me corro yo. La saqué del mar de su vagina. Me tumbé en la cama y ella se colocó encima de mí aún ambos con la respiración entrecortada. Se puso de rodillas sobre mí, mirándome la cara. Se pasó la mano por detrás y agarró mi pene. – ¿Qué tal el orgasmo de antes? – Le pregunté. María me miró sorprendida y metiéndose mi polla me dijo: – ¡Me corrí dos veces! Una mientras me lo comías y dos mientras lo hacíamos. Muy lentamente se metió toda mi durísima polla hasta el fondo de su vagina. Allí descansó unos segundos hasta que empezó a oscilar su cuerpo de alante a atrás. En aquellos momentos me recordó una boya flotando en el mar… Y yo chupándole y amasando sus tetas.
Empezó a cabalgarme más rápido, con su pelo por todos lados en el aire. El ruido de la cama era atronador, como nuestros gritos y gemidos. Me puso las manos en el pecho y se movía como poseída. Pensé: ¡MI NOVIA ES UNA LEONA! Se corrió, pero no paró de moverse. Instintivamente no aguanté más:
– ¡Me corro!
Ella animada aceleró el ritmo. Tras un esfuerzo sobrehumano y un gesto de agonía me contuve el orgasmo, y ella de la excitación se volvió a correr. Llevaba 5 orgasmos.
Tras recomponerse, en breves segundos se puso de rodillas en la cama. Yo detrás de él me pegué a su culo. Le acaricié el clítoris con el capullo, y cuando noté que estaba muy excitada guie mi espada hasta su sexo. Se lo introduje de golpe y tras bombear dos o tres rápidas veces hasta el fondo se corrió entre gemidos gracias al calentamiento en el clítoris.
Se la saqué y se la volví a meter sin dar tregua. Se la metía a un ritmo pausado, porque realmente estábamos los dos candados. La golpeaba contra mí agarrándola de la cintura y las caderas, apretando éstas contra mi sudoroso abdomen. Con una mano empecé a acariciarla el culo. Acercándome a su pequeño agujerito. Me lubriqué el dedo en su vagina y le acaricié con él el ano. Se abría y cerraba como una compuerta.
Me unté el dedo en vaselina y se lo empecé a meter lentamente. Ella estaba muy excitada y se movía rápido, pidiéndome que la penetrará más rápido. Mi dedo se metió todo, y empecé a meterle la polla más rápido. Ella se movía desenfrenadamente, haciendo mi dedo entrar y salir de su culito. Con una mano se metió todo mi dedo en su ano y puesto que puso el culo en pompa, también se metió mi polla hasta el fondo. Con un largo gemido se corrió. Dejándome inmóvil. Yo casi me corrí. – María, cariño, estoy a punto de correrme, no puedo más.- Me besó y me miró como con cara de pena. Inocentemente. – ¿Cómo quieres correrte mi amor?- Miré mi húmedo dedo, que tanto placer le había proporcionado y ella puso una sonrisa maliciosa.
Sin decirnos nada, se tumbó de lado en la cama en la cama y se separó bien las nalgas. Yo me coloqué a su espalda y me unté la polla en vaselina. Después jugué con la vaselina en su culo, se lo lubriqué y le introduje un dedo.
Le paseé mi mano izquierda bajo su cintura, para agárrala, y con la otra guie mi capullo hasta la entrada de su ano. Apreté lentamente. Ella mientras, con su mano derecha se masturbaba el clítoris. Parecía que mi pene no iba a entrar nunca. Y ella me dio un morreo para tranquilizarme… o no, mejor dicho. La agarré con la mano derecha su muslo levantado (el otro lo apoyaba en la cama.) y mi otra mano agarraba su cintura como si fuese un asa. Apreté tirando de su cuerpo, y entró mi capullo. Ella gritó y yo gemí. Metí el pene hasta su mitad y la penetré despacio, tirando de su pierna y sobándola las tetas. – María me voy a correr de un momento a otro, esto es demasiado. Se movió más rápido yo también y metiéndole toda mi polla en su culo nos corrimos los dos a la vez, gritando, gimiendo y combinando el sudor de nuestros cuerpos con el resto de fluidos.
Se la saqué nos duchamos, y la leona de mi novia, tras 8 orgasmos a 1 nos fuimos a cenar.