Con Aníbal otra vez y cada vez mejor

Me animé a escribir de nuevo para relatarles la continuación de la aventura que vivimos mi esposa Blanca y yo, con un hombre que se introdujo en nuestras vidas de la manera más deliciosa, cuando buscábamos con quien compartir una experiencia en trío y tuvimos la suerte de encontrar alguien totalmente compatible con nuestra forma de ver el sexo.

Lo cierto es que luego de mucho esperar por volver a repetir una rica sesión de sexo entre los tres, por fin se llegó el día en que nos volvimos a encontrar y nos dispusimos a entregarnos a la pasión sexual por tantos días reprimida, ya que nuestro amigo vive bastante lejos de la ciudad donde residimos y además es una persona bastante ocupada.

Nos encontramos con él en el mismo café de la vez anterior y de nuevo se tardó más de una hora en aparecer, por lo que mi esposa estaba furiosa y ya se quería ir para la casa.

No obstante, esperamos otro poco y apareció, disculpándose por haberse retrasado y explicándonos los motivos, que no vienen al caso en este momento.

Mi esposa y yo nos disponíamos a subir al auto de Aníbal. Como mucha gente nos había visto esperando juntos, decidimos sentarnos ella y yo en el puesto de atrás, para no despertar sospechas entre quienes nos observaban.

Él se sentó al volante y se dispuso a arrancar su auto, para dirigirse hacia el sitio que nosotros le indicáramos.

Yo lo fui guiando a través de la ciudad, buscando una carretera despoblada y con poco tráfico vehicular, para hacer realidad nuestra fantasía de empezar los preliminares de aquel morboso trío dentro del carro, puesto que ya varias veces, en medio de una buena sesión de sexo con mi esposa, ella me había dicho que una de sus fantasías más ardientes era imaginarse que Aníbal, antes de llegar al motel, la empezara a acariciar y a meterle mano en el carro y hasta a follársela allí mismo; y pensar en esto la excitaba mucho, al igual que a mí, por lo que habíamos decidido llevarlo a cabo la próxima vez que estuviéramos con él, y allí estábamos, nerviosos y ansiosos por empezar de una vez por todas con aquella lujuriosa y prohibida unión sexual en trío y por llevar a la realidad lo que ya tantas veces nos habíamos imaginado.

Era un poco tarde y la verdad es que sentíamos un poco de hambre, y por el apuro, no pudimos cenar bien, entonces acordamos buscar algo para llevar al motel, por si nos daba agonía luego de tanta actividad sexual. Decidimos comprar un pollo a la Broaster y buscamos el sitio más adecuado.

Al llegar al lugar, yo me bajé del auto a comprarlo y mi esposa se quedó sola con Aníbal; él en el puesto del chofer y ella en la parte de atrás.

Me atendieron bastante rápido y regresé como a los cinco minutos y cuando subí al vehículo, pude observar la primera escena erótica del día, que me hizo dar un cosquilleo en el estómago y que me excitó mucho, ya que en aquellos precisos momentos Aníbal le estaba introduciendo un dedo en la cuquita de mi bella esposa, y ella parecía disfrutarlo mucho, puesto que tenía los ojos entrecerrados, con la boca entreabierta y movía las caderas, tratando de acomodarse mejor, colocando sus preciosas nalgas un poco más a la orilla del asiento y abriendo bastante las piernas para que él pudiera acceder con facilidad a su rica y jugosa rajita, y así lograr una penetración más profunda de los inquietos dedos de Aníbal.

Yo me senté a su lado y no resistí la tentación de besarla y acariciarla, mientras él seguía tocando y masajeando su ardiente cuquita y ahora le metía no uno sino dos dedos y ella comenzaba a gemir y a disfrutar con las caricias de nuestro común amigo.

Los vehículos pasaban muy frecuentemente y era un riesgo exponernos a ser descubiertos, por lo que Aníbal arrancó el auto y nos dirigimos a un lugar más privado, con menos luz, en donde pudiéramos seguir con lo que ya habíamos empezado y que nos tenía a mil, empezando por mi ardiente esposa, cuya expresión en el rostro denotaba la gran excitación que la embargaba, y todavía sentada en la misma posición de antes, a la espera de volver a sentir los dedos de su morboso amante consentido, explorando su delicioso agujero del placer.

Al fin llegamos a una carretera más solitaria, por la que pasaban menos automóviles y yo le pregunté a mi linda esposa si quería pasarse para el puesto de adelante (como si fuera a decir que no) y ella accedió inmediatamente y se sentó al lado de Aníbal, quien de inmediato continuó acariciándola con ardor, mientras ella no aguantó más el deseo y se lanzó a su cuello con desesperación, besándolo con pasión y entrega total, para desquitarse de tantas ganas reprimidas durante el tiempo que había durado su ausencia.

Yo los observaba atento, excitado y complaciendo secretos y e íntimos deseos de voyerista, disfrutando con la visión de mi esposa ansiosa por otro hombre, que en un momento seguro la estaría ensartando con su gruesa verga, complaciéndole todas sus ansias de güevo, hasta que quedara totalmente satisfecha.

Por fin se soltaron y él se apresuró por sacar su gran pene del pantalón, que estaba que reventaba por la presión de aquel voluminoso miembro y que saltó como impulsado por un resorte de su ropa interior, ya libre y dispuesto a gozar, con el glande repleto de líquidos preseminales y duro como una roca, y cabeceando por el paso de la sangre, ante el enérgico paso de ésta por los cuerpos cavernosos, debido a la fuerte excitación experimentada, seguramente pensando en la deliciosa cuquita que acababa de explorar con sus dedos y que pronto haría suya hasta el cansancio, cuando le introdujera hasta el fondo aquel poderoso instrumento que se encontraba totalmente preparado para el acto sexual. Ante la vista de aquella verga tan gruesa y grande, mi esposa no pudo contener una exclamación de asombro, diciendo: ¡Oh, qué delicia, cuán grande es, y la veo como más gruesa… ummmm! y dicho esto se abalanzó sobre él, engullendo toda la cabeza de su pene en la boca, absorbiendo sus jugos y bebiéndolos con gusto, con una pasión desenfrenada y luego pasándole la lengua por todo el tronco y volviéndoselo a meter a la boca, mientras que con la mano lo masturbaba suavemente y con una sensualidad femenina indescriptible.

Pude ver en su cara que quería, que deseaba más que eso, y nerviosa y acelerada, temblando del deseo tanto tiempo reprimido, de pronto soltó su pene y se preparó para sentarse encima de la gran polla de Aníbal, quien le ayudó a pasar ambas piernas a sus costados, le alzó la falda y le corrió hacia un lado su tanguita, dejándole el paso libre a su grueso instrumento y descubriendo su chochito, que destilaba gotas de lubricación, puesto que en aquel momento mi ardiente mujercita estaba como un volcán en erupción, totalmente mojada y dispuesta a que él la penetrara, que la llenara al máximo, como tanto lo había deseado desde la última vez que habíamos estado los tres juntos.

En fracciones de segundo ya estaba acomodada para ensartarse su pene en la vagina y entonces Blanquita fue descendiendo sus caderas lentamente y con ardor para colocar su cuca justo al frente del objeto de su deseo, y debo decir que en el momento preciso en que lo sintió desplazando sus labios vaginales para introducirse en su ardiente sexo y acariciarle las paredes internas de éste con una presión inusitada y poco experimentada por ella, la cara que puso mi esposa no se me olvidará jamás (cada vez que estoy haciendo el amor con ella, cierro los ojos, recuerdo su expresión en ese momento y me excito muchísimo y me viene más fácilmente el orgasmo) porque se le notaba que estaba sintiendo un placer descomunal, su rostro se contraía gesticulando de gusto, entrecerraba los ojos y suspiraba y gemía fuertemente, diciendo: ¡Ouhhhhhgggg, queeeeeé deliciaaaaa….! ¡Cuánto lo había deseadoooooo… aaaahhhh, me encanta, Aníbal, qué grueeeeeeso está y cóoooomo me lleeeeeena de ricoooooooo! y diciendo esto lo agarró por el cuello y comenzó a besarlo de nuevo con pasión desaforada, con ímpetu sobrehumano, mientras él le acariciaba las nalgas y se las apretujaba con sus manos y la hacía subir y bajar sobre su polla dura, grande y gruesa, metida hasta el fondo de su sexo y ella también a su vez colaboraba con la penetración, moviendo las caderas en círculos y subiendo y bajando, acompasadamente, sobre aquella verga que tanto le gustaba y le complacía superlativamente.

El tenía sus manos metidas por debajo de la falda de ella y así tomada la movía como a una muñeca sobre su pene y ella se le veía gozando y disfrutando como loca, moviendo su cabeza hacia los lados, se quitaba el pelo de los ojos y volvía de nuevo a atrapar la boca de su amante con los labios y a introducir su lengua dentro de la de él, absorbiendo su saliva con afán y desplazando su inquieta lengua por todo el interior de su boca, al igual que él también lo hacía, explorando aquella cavidad bucal que tanto le había gustado desde el primer momento en que la conociera, pero que por respeto no se atreviera a tocar hasta que yo le di mi aprobación y de ahí en adelante cada vez que tenia oportunidad se jamoneaba como le daba la gana con ella, para disfrute de los dos.

Yo no podía apartar los ojos de la escena, y aunque no podía tener una visión directa de sus sexos unidos, podía imaginar como sería el entrar y salir de la gruesa verga de Aníbal del hirviente chochito de mi esposa, lo que me tenía excitadísimo y anhelante por yo también sentir las delicias de penetrar a mi rica y deliciosa mujer por esa cuca tan rica que tiene que ahora compartía con un gran amigo, para aumentar mi gusto y el de ella; deseaba también fuertemente cogerla por su apretado culo, mientras que Aníbal la poseía por su adorable agujero, siempre dispuesto y hambriento de un buen güevo.

Aquello estaba muy rico pero el lugar también era peligroso e incómodo, por lo que acordamos irnos para el motel, apresuradamente, para allí dar rienda suelta a aquella pasión que nos quemaba por dentro.

Ella se soltó de su pene, sin mucho ánimo, pues se veía que le estaba gustando demasiado y quería más y más y más; entonces se recostó a lo largo del asiento delantero del auto, con aquella expresión de gusto impresionante y libidinosa, deliciosa, que tanto me gusta a mí y entonces la tomé de la mano y la atraje hacia mí, para besarla con pasión, en aquellos labios que hacía poco habían sido besados por Aníbal, y comencé a meter mis dedos en su ardorosa cuca, repleta de fluidos sexuales de los dos, la cual estaba ansiosa por volver a sentir el placer de ser penetrada hasta el cansancio y aquello me excitaba tremendamente y me hacía desearla aún más, muchísimo más.

Luego de dar unas cuantas vueltas buscando una habitación disponible, llegamos a un lujoso hotel recién estrenado en la ciudad, que en verdad nos pareció maravilloso, cómodo, lujoso y hasta económico, para ser de tan buenas prestaciones.

Yo me escondí en la cajuela del auto, para no despertar sospechas o ir a tener inconvenientes en la recepción, y mientras lo hacía, pude ver que mi esposa aprovechaba que yo no la veía, para abrazarse a Aníbal otra vez y besarlo con una pasión muy grande, casi desconocida, como cuando éramos novios y hacía tiempo que no nos veíamos, moviendo su cabeza hacia un lado y hacia otro, con una energía casi impensable en ella, seguramente para demostrarle lo ansiosa que estaba y para hacer algo que mucho había deseado, que era besarlo con pasión cuando lo viera, puesto que eso me había dicho con gran confianza una de nuestras noches juntos.

Yo desde donde me encontraba me quedé mirándola fijamente y ella volteó la mirada hacia mí y nuestros ojos se encontraron y en ese instante ella hizo un gesto de estupor y de asombro, como de alguien que se ve descubierto haciendo algo no adecuado, y vaya que se veía hermosa y divina, con su largo cabello alborotado, con las mejillas rosadas por la excitación, los ojos brillantes por la pasión y la lujuria; entonces, cómo no perdonarle aquellas cosas al ver su carita hermosa con aquel gesto de asombro con el que me dijo: ¡Papi! ¡Qué haces! y yo la miré y le dije suavemente: no me gusta que hagas esas cosas al escondido mío, todo lo que quieras hacer, hazlo pero frente a mí, para yo verte y disfrutar de la imagen que me brindas, tan excitante, ardiente y sensual, está bien? Ella asintió con la cabeza y yo volví de nuevo a mi escondite. Así pude escuchar como llegamos a la entrada, él pagó y nos dirigimos a la habitación asignada.

Allí salí de mi escondite y Aníbal fue y cerró la puerta del garage y luego se acercó ante mi esposa y la abrazó apasionadamente, besándola de nuevo y pasando sus manos por detrás de su espalda, le agarró suavemente las pantaletas y se las quitó con ternura y dedicación, agachándose para terminar de sacárselas por las piernas, a lo que mi esposa, muy dispuesta y colaboradora, fue alzando los pies, uno por uno, para que él pudiera hacerlo fácilmente. Entonces Aníbal aprovechó que se encontraba ante aquella cuca que tanto le gustaba y tomó a mi esposa con delicadeza y la colocó en el asiento delantero de su auto y con muchas ansias le abrió las piernas y acercó su boca al ardiente y húmedo sexo de mi adorada Blanquita y con sus manos le empezó a acariciar los labios vaginales, desplazando sus dedos por toda la extensión de su rajita y poco a poco introduciéndolos uno a uno, mientras con su inquieta lengua masajeaba su clítoris y luego la metía en su cuquita hasta el fondo, haciendo que mi excitada y bella mujercita se retorciera de gusto y gimiera con pasión y lujuria, complacida sintiendo aquellas ricas caricias que le hacía el amante que yo le había conseguido para que disfrutara todo lo que quisiera de su sexualidad y fuera la mujer más dichosa del planeta, con dos machos a su disposición, dispuestos a complacerla en todos sus más mínimos requerimientos sexuales y pudiera satisfacer todas sus más íntimas fantasías. Luego Aníbal se irguió ante mi esposa y le enseñó de nuevo su herramienta parada al máximo y goteando líquidos lubricantes, la cual se veía muy provocativa y yo sabía que Blanquita no se resistiría ante la visión del objeto de su deseo y entonces ella entendió el mensaje con facilidad y se paró a devorar, prácticamente, aquel macizo pene que se le ofrecía a sus ojos.

Luego de saborearlo un rato con su boca y de engullirlo y apretujarlo con sus labios, mientras yo le acariciaba sus senos, sus manos, sus caderas, Aníbal la volvió a recostar, suavemente sobre el asiento delantero del auto. Allí ella quedó boca arriba y abrió las piernas ansiosa, complaciente, con la mirada clavada en aquella verga que tanto deseaba que la penetrara y con un brillo en la mirada casi desconcertante, de fiera salvaje en celo, desesperada por volver a sentir en su interior la enorme y voluminosa carne de aquel macho en lo más profundo de sus intimidades, en el paroxismo del deseo; mientras tanto, Aníbal se bajaba los pantalones a mitad de las rodillas, al igual que sus acostumbrados boxer negros, y se abalanzaba sobre ella, dirigiendo su grueso pene a la entrada de la rica cuca de mi mujer, que esperaba anhelante su entrada triunfal y que en el momento que lo sintió adentro apretó los labios e hizo la cabeza hacia un lado, gimiendo y quejándose y diciendo: ¡Ahhhhhh, qué güevo más rico, cómo me llenaaaaaaa, ummmmmmm, cómo me hace gozaaaaaaar! Mientras yo había tomado mi cámara digital y hacía unas buenas tomas del momento, para no olvidar nunca aquellos instantes de pasión arrebatada y luego excitarnos los dos viéndolas y recordando e incrementando nuestro deseo mutuo durante las futuras noches de amor y placer que nos esperaban juntos, cuando Aníbal tuviera que regresar a su lugar de procedencia.

Así estuvieron un rato los dos, abrazados, besándose con ardor y pasión y él penetrándola enérgicamente, moviendo sus caderas con un ritmo salvaje, frenético, mientras yo no perdía detalle de lo que acontecía, podía ver el trasero de Aníbal a medio cubrir por su ropa interior y sus pantalones a medio bajar, y a los lados los pies de mi bella y ardiente mujercita, con uno de ellos apoyado en las nalgas de él y otro al costado izquierdo de su pierna, abrazándolo con ellas y atrayéndolo aún más hacia sí, con la esperanza de que le entrara aún más, detenido el avance sólo por los testículos de él, que se convertían en una barrera para seguir adelante, hasta lo más profundo de sus entrañas. Era lo único que podía observar de ella, sus pies, y veía como apretaba los dedos como para tensionar más los músculos de su vagina, con el objetivo de sentir y brindar más placer y acompañando sus movimientos a los de él, como toda una experta en el arte del amor, lo que siempre me había vuelto loco de ella y que ahora otro hombre disfrutaba a plenitud, con el consentimiento mío y con todo el gusto del mundo, para poder satisfacer mi morbosa curiosidad de ver a mi amada esposa disfrutando y gozando con otra verga dentro de ella, con otro hombre haciéndola suya y con un instrumento de un grosor considerable, como sabía yo muy bien que siempre había sido su deseo.

Entonces Aníbal se levantó de encima de ella y ella a su vez se paró de la silla y fue él quien ahora se acostó y tomó a mi esposa de la cintura y la atrajo hacia sí, con el ánimo de que ella lo cabalgara ahora en aquella posición.

Yo aproveché el momento para captar el instante preciso en que aquella gran verga de Aníbal se disponía a entrar en la rica cuca de mi esposa, que chorreaba jugos vaginales y pude ver como aquella gruesa herramienta desplazaba hacia los lados los labios de la cuca de mi querida mujercita y se perdía poco a poco dentro de sus tibias y húmedas intimidades, viendo como el culo de ella se abría para darle paso a aquel güevo que tanto disfrutaba y como las caderas y las bolas de Aníbal se despegaban del asiento del carro y quedaban prácticamente en el aire, buscando un lugar en donde entrar para saciar todos sus deseos de macho ardiente.

Entonces ella empezó a subir y a bajar, y él a bombearle con furia y deseo desbocado, rítmicamente, con desespero, con ardor, con pasión, los dos demostraban el inmenso deseo que los albergaba.

Yo solté la cámara y decidí incorporarme a la acción, puesto que ya no aguantaba más la excitación que me consumía y además mi pene estaba que reventaba de lo duro que lo sentía, y hasta me dolía del deseo acumulado.

Me acomodé a la entrada de su rico culito, arrugadito y bello, rosadito y estrecho, mientras que más abajo la verga de Aníbal entraba y salía, produciendo unos deliciosos ruidos característicos y todo embadurnado de jugos lubricantes, que lo hacían ver cubierto de un líquido blancuzco, producto de las emanaciones íntimas de mi adorada Blanquita. Entonces me agaché a darle lengua a su rico ano, que yo sentía que me llamaba, que me pedía a gritos que lo penetrara, y yo no estaba dispuesto a ignorar aquel llamado tácito, silencioso, pero que con aquel movimiento de caderas se podía deducir fácilmente.

Luego de lubricarlo apropiadamente con mi saliva y con los mismos jugos que de sus sexos se desprendían, ya que sin ningún reparo tomé aquella rica crema que se recogía en el pene de Aníbal y con ella unté su rico ano, no sin antes saborearla con mi boca, llevándome los dedos a los labios y exhalando un suspiro de gusto al sentir aquel delicioso aroma de sus líquidos, aquella deliciosa textura que tanto me fascinaba, tan suave y deliciosa y pasándome la lengua por los labios, en señal de gusto, procedí a meterle mis dedos así untados por su hermoso ano, para prepararlo poco a poco para sentir mi pene y cuando pude ver que estaba dispuesta totalmente, coloqué mi verga a la entrada de aquella maravillosa cavidad y empecé a empujar.

Ella en ese momento se quejó y me dijo: ¡Aaayyy, papi, duele un poco, hazme suavecito, pero sí, lo quiero adentro, quiero sentirlos a los dooooos! Yo no me hice de rogar y seguí empujando, con suavidad, hasta que sentí que mis bolas rozaban con sus nalgas y con el pene de Aníbal, un poco más abajo. Cómo poder describir aquel momento tan sublime, tan ardiente, tan delicioso.

Qué placer tan extremadamente fuerte el que sentí! sólo por repetir aquel instante lo volvería a hacer todas las veces que fueran necesarias! Ummmm, de sólo recordarlo se me moja la punta del pene, es que se sentía muy pero muy rico, delicioso. Así estuvimos un buen rato, yo bombeando mi pene, mientras que él hacía lo mismo y ella quejándose y gimiendo, excitándonos aún más a él y a mí, al escuchar sus quejidos de gusto, por el placer que seguramente le estaban brindando sus dos machos, nosotros dos para ella solita.

Excitada y ansiosa, mi ardiente esposa colaboraba con sus movimientos para que nuestros penes le entraran más fácilmente y para sentir al máximo la fricción de éstos en el interior de sus ricos y hambrientos agujeros, por lo que nos cabalgaba prácticamente a los dos, y ya casi sentíamos que nos sacaba la leche con aquellos movimientos tan divinos, y entonces decidimos de común acuerdo no apresurar las cosas y detenernos en ese momento, para continuar dentro de la habitación del motel, puesto que recuerden que estábamos dentro del carro y nos movíamos un poco incómodos, dado el estrecho espacio del lugar.

Entonces nos separamos, yo tomé a mi esposa de la mano, la ayudé a levantarse de encima de él, la abracé y le di un apasionado beso, para demostrarle lo mucho que me gustaba y agradecerle el enorme gusto que me daba verla así, gozando con delirio, a sabiendas de que ella lo disfrutaba igual o más que yo, y qué decir del gusto que se estaba dando nuestro amigo Aníbal con una hembra tan complaciente, hermosa, esbelta y ardiente como mi querida esposa Blanca.

Entonces entramos en la habitación, nos aseamos un poco y nos dirigimos los tres a la cama y antes de llegar allí Aníbal y mi esposa se abrazaron y se dieron otro apasionado beso, mientras se acariciaban por todos lados, sus manos explorando sus cuerpos, él tomándola de las nalgas con fuerza, atrayéndola hacia sí y restregando su verga en el vientre de mi ardiente mujercita, quien lo tomaba con su mano y lo masturbaba con ahínco, deseándolo tanto que de inmediato se arrodilló a sus pies para acariciarlo con su boca con desespero y pasión, restregándolo en sus labios con suavidad, tomándolo con sus lindas manitas, de largas y bien cuidadas uñas, abrazando el tronco y desplazando la piel hacia arriba y abajo, mientras con la boca chupaba el glande con ansiedad y la abría al máximo para lograr que entrara siquiera una parte de aquel grueso miembro.

Mientras yo le acariciaba su cuquita con mis dedos, y le apretujaba las nalgas, tirado al lado de ella, en el piso, brindándonos caricias los tres al unísono.

Entonces nos paramos de pie, ella soltó el pene de Aníbal y nos besamos los dos, con ansias, con una pasión desbordada, excitados por el momento tan especial que vivíamos. Aníbal se nos acercó y los tres nos abrazamos y, mientras ella y yo nos besábamos, él acercó su boca a las nuestras unidas e intentaba también participar, entonces Blanquita soltaba un momento mi boca y tomaba la de él, y luego lo soltaba y tomaba la mía, así nos dimos un delicioso beso entre los tres, que nos hizo aumentar más el deseo y entonces yo la tomé de los hombros y suavemente la deposité en la cama y ella se extendió a lo largo de ésta, abriendo las piernas en señal de excitación, como llamándonos a los dos para que la penetráramos hasta el cansancio, lo cual estábamos ansiosos por hacer los dos. Aníbal quiso acomodarse dentro de sus piernas, con el fin de poseerla, puesto que ya no aguantaba más el deseo de estar dentro de ella, aún más excitado ante la espectacular visión de la cuquita de mi amorcito, hinchada de deseo y brillante de líquidos lubricantes, con el clítoris robustecido por la sangre que se agolpaba en él, pidiéndonos a gritos más caricias y que por fin la penetráramos.

Yo, ardiendo de deseos de probar su cuquita así tan mojada como estaba, babosita e hirviendo, le hice un gesto a Aníbal de que esperara un momento y lo empujé suavemente hacia un lado y me acomodé yo a la entrada del coñito de mi amada esposa y coloqué mi duro pene sobre sus labios y los froté un momento por todos lados, haciendo que ella gimiera y me pidiera agritos que la ensartara de una buena vez, entonces empujé y se lo metí hasta el fondo de una sola vez, sintiendo un placer infinito al ser acariciado mi güevo por las ricas paredes vaginales de mi mujercita y entonces empecé a bombearla duro, con pasión, enérgicamente, embistiéndola tan fuerte que ella se bamboleaba hacia delante y hacia atrás y entrecerraba los párpados y abría su boca con ardor, con deseo, y gemía y gozaba como una posesa, y no resistí tampoco de nuevo el impulso de besarla con pasión y ella igual me correspondía con delirio, mordiéndome los labios suavemente e introduciendo su lengua en mi boca, al igual que yo lo hacía en la suya y así estuvimos dándonos placer mutuamente un buen rato, mientras Aníbal nos observaba atentamente, masturbándose lentamente y con deseo, esperando su turno con paciencia.

Ardiendo de gusto por el espectáculo que le brindábamos, Aníbal de repente se agachó por detrás de nosotros e intentó llegar a la unión de nuestros sexos, para tratar de devorarlos con su boca, pero no lograba llegar allí, entonces dirigió su lengua a mi culito, que se movía con rapidez, mientras me cogía con ardor a mi esposa y la introdujo en todo mi ano y se dispuso a lamerlo con ganas, cosa que en verdad nunca me habían hecho y que estaba disfrutando muchísimo, sintiendo un doble placer, por delante penetrando a mi Blanquita y por detrás la lengua de él acariciándome de una manera deliciosa. Entonces le pregunté a mi esposa que si no le provocaba cambiar y sentir el pene de Aníbal en su ardiente cuca (yo no me canso de hacer preguntas estúpidas) a lo que ella con pasión me dijo: – sííiiiii, quiero sentirlo también a él, papito lindo, lo deseo! Sí mi amor, ahora vas a gozarlo, le dije y me levanté de allí, saqué mi miembro lleno de sus líquidos y Aníbal se dispuso a reemplazarme, abriendo sus piernas y colocando su tolete a las puertas de la rica cuquita de Blanca, donde hacía poco había estado yo y pletórica de nuestros jugos, que ayudarían a que entrara la gruesa verga de nuestro común amigo.

No más sentir que era penetrada por él, mi esposa dio un gemido de gusto y le dijo: aahah, qué rico, Aníbal, también me gusta mucho tu verga tan grande y gruesa, los dos me hacen gozar tanto, ouchhh… y empieza él a bombearla con pasión, diciendo: qué cuquita más rica, mi amor, divina, qué gusto se debe dar Nelson contigo todos los días, qué afortunado es! Tienes toda la razón, le respondí yo, y ya ves, yo como buen amigo, no lo pienso para compartirla contigo, para que entre los dos la hagamos sentir la mujer más feliz del planeta! Ahhhh, sí, qué rico, dijo ella y cerraba sus ojitos con gusto, por el placer que sentía siendo follada por su nuevo amante, con permiso de su esposo, mientras yo observaba con excitación el cuadro que me ofrecía sus cuerpos desnudos frotándose con salvaje pasión en busca del clímax sexual.

Entonces yo, para retribuirle a Aníbal lo que había hecho hacía poco conmigo, para que experimentara lo mismo que yo había sentido, me dispuse también a pasar mi lengua por su ano, lo que hacía por primera vez en mi vida a un hombre, pero que, dada la pasión del momento, no me importaba en lo absoluto y sólo quería que gozáramos a plenitud. Así estuvimos largo rato, yo dándole lengua al culito de Aníbal y él dándole verga a mi esposa, que gozaba como una loca sintiendo en su interior las embestidas de aquel hombre que tanto le gustaba y que había esperado con tantas ansias.

Decidimos cambiar de posición y entonces Aníbal se acostó boca arriba sobre la cama y mi esposa se sentó sobre su verga enhiesta al máximo, gruesa y desafiante, la cual se desplazó con facilidad dentro de su rico chochito, debido a la cantidad de líquidos lubricantes de los tres que ahora se encontraban depositados allí. La vista que tenía yo en ese momento no podía ser mejor: el rico culo de mi esposa, abierto y apuntando al cielo, cabalgando sobre nuestro amigo y aquel grueso pene entrando y saliendo de la rica cuquita de mi esposa, me tenían súper excitado, y más tomando en cuenta que no había terminado aún y me había quedado empezado.

Me dispuse a chuparle su rico culito y empecé a darle lengua con pasión, con gusto, metiendo mi lengua en su ano, mordiéndole las nalgas, apretándolas con mis manos y gozándomelas con gusto, disfrutando de ver cómo gozaba saltando sobre aquel pene que tanto le gustaba y entonces se me ocurrió probar si también mi pene podría entrar en aquella cuca tan rica, que seguro estaba dilatada al máximo, debido a la excitación del momento tan sensual que vivíamos y me dispuse a probarla así, que seguro se sentiría más estrechita y ella gozaría aún más, con dos penes en su interior poniéndola a gozar como nunca.

Entonces coloqué mi pene, duro y parado como nunca, al lado del pene de Aníbal, y al lado de la cuquita de mi esposa y empecé a empujar, sintiendo que se abría con dificultad, más que nunca en la vida, pero que poco a poco iba entrando, mientras ella gemía y decía: ooooh, qué haces, papi, qué rico, me duele un poco pero se siente divino, uffff, así, mételo todo! Al escucharla me animé y seguí empujando, hasta que estuve del todo adentro y pude sentir su cuquita estrechita, como jamás la había sentido, y también sentía el pene de Aníbal por el otro lado de mi pene, es decir, por arriba estaba la piel de la cuca de mi esposa y por debajo la piel del pene de aquel hombre que habíamos escogido para compartir estos deliciosos momentos y con quien tanto estábamos disfrutando en aquellos precisos instantes; entonces Aníbal y yo nos pusimos de acuerdo y empezamos a bombearla con ritmo, con pasión, con ganas, y ella a gemir y a gritar de gusto, y los tres gemíamos con pasión, excitados por lo que hacíamos, experimentando algo que jamás habíamos practicado, pero que resultaba la cúspide del disfrute sexual, que complacía todas nuestras fantasías a plenitud…

Continuará…