Capítulo 3

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Beatriz III

Les quiero contar algo más actual, de hace un par de años más o menos: Salía con varios tipos, incluso con uno estaba medio como de novia; y tenía un trabajo nuevo desde hacía algunos meses, allí, como en todos lados había hombres disponibles, pero ya no me faltaba con quien coger, más bien me sobraba.

Había un gerente que me miraba con insistencia, lo dejé mirarme, no era que me atrajera especialmente pero podía ser otro para mi lista, y además ayudarme a trabajar en paz ya que era muy influyente en la empresa.

Cada tanto le mostraba algo más de lo conveniente, ya sea de piernas o de tetas.

En una ocasión me llamó a su oficina para una charla privada, de trabajo, en cuanto cerró la puerta me abrazó; hice como que me resistía, pero no demasiado, empezó a besarme buscando mi boca, lo dejé creer que me estaba ganando y juntamos nuestras lenguas.

Se entusiasmó y me tocaba entera por sobre la ropa, yo me estaba empezando a calentar.

Me fue subiendo la pollera y se encontró con mis pantys, se aferró a mi culo mientras me apretaba contra su cuerpo, yo sentía su pija dura en mi vientre, pero no hice nada, quería tocársela, desprenderle la bragueta y agarrarla, pero mi intención era que no le pareciera fácil.

Poco a poco fue bajando mis pantys junto con la bombacha, las bajó hasta las rodillas y al tocar mi carne en directo se puso como loco, yo seguía diciendo por lo bajo no, no, aquí no.

Él se regodeaba acariciándome el culo y los muslos; hasta que llegó a tocar mi concha y la notó mojada.

-Parece que te gusta el juego-, me dijo.

Le repetí que allí no, pero no me hizo caso.

Me hizo apoyar las manos sobre el escritorio y se colocó a mis espaldas, me miraba y me tocaba sin parar.

Espié y vi que se estaba bajando los pantalones y los calzoncillos. Enseguida me empezó a rozar la raya del culo con una buena verga.

Ponete un forro – le dije.

¿Para qué, o pensás que podés quedar embarazada-

NO, es por el SIDA-

Sabés que soy sanito-

Antes de que me diera cuenta me había metido toda su pija en la concha y bombeaba como desesperado.

Lo sentí venirse y acabé casi junto con él, si no me quedaba sin mi acabada, fue rápido como un adolescente, o como alguien que llevaba tiempo sin coger.

Me puse unos pañuelos de papel en la concha, para que no escurriera la leche, y me subí la bombacha y las medias.

Cuando me estaba bajando la pollera me sugirió que lo volviéramos a hacer otro día. Le propuse que mejor me llevara a un telo.

Me dijo que para qué, si allí podíamos coger bien y sin perder tiempo, creo que lo que no quería era gastar unos pocos pesos.

Quedó en llamarme la próxima vez a algún horario adecuado, adecuado para él, y me dio las instrucciones para el futuro.

Esa próxima vez fue al día siguiente. Yo, alumna aplicada hice lo que me había dicho: cuando me llamó para la reunión «de trabajo» pasé antes por un baño y guardé mis medias y bombacha en la cartera.

Cuando entré a su despacho me besó sin preámbulos, me desprendió la blusa y, metiendo sus manos por mi espalda me desabrochó el corpiño, empezó a jugar con mis tetas sin quejarse de su escasez.

Se bajó pantalones y calzoncillos y se sentó en su sillón. – Chúpamela – me dijo; no me hice rogar primero porque me gustaba chupar pijas y segundo porque me convenía andar bien con él.

Comencé a pasarle la lengua por todo el tronco, era una poronga respetable, me la fui metiendo de a poco en la boca hasta tragarla entera, la ponía y la sacaba, chupando y lamiendo, dedicaba momentos a pasar la lengua por la cabezota hinchada; cuando comenzó a estremecerse se la tragué entera y chupé fuerte, sentí el chorro de leche golpear contra mi garganta, y me metí tres dedos en la concha hasta acabar yo también, se la saqué un poco para saborear esa leche espesa mientras seguía chupando. Se desparramó en su sillón y estuvimos un rato sin hablar.

Luego se paró y me llevó hasta la pared en la que se apoyó, me levantó la pollera, yo no tenía nada debajo, se agachó y empezó a chuparme la concha hasta hacerme gritar de placer, cuando se volvió a poner de pie vi que la tenía otra vez parada.

Ahí se apoyó de nuevo en la pared y me atrajo hacia él, me alzó en el aire y me fue bajando haciendo que su verga fuera entrando en mi concha, toda, sin dejar ni un pedacito afuera, entre sacudidas violentas los dos acabamos como animales.

Esta vez él me dio unas servilletas de papel para que me limpiara la leche que me salía a mares de la concha.

Me sirvió de mucho esa relación, me cogía casi todos los días, polvos rápidos, siempre en su oficina. Duró hasta que él se tuvo que ir de la empresa.

Después me propuso vernos en su nuevo trabajo, pero ya no me servía en lo laboral; y con quien coger me seguía sobrando.

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