Capítulo 4
- Esclava puta-cerda609. Mi historia I
- Esclava puta-cerda609. Mi Historia II
- Esclava puta-cerda609. Mi historia III
- Esclava puta-cerda609. Mi Historia IV
- Esclava puta-cerda609. Mi historia V
Esclava puta-cerda609. Mi Historia IV
Aquella noche la pasé fatal.
Tuve pesadillas horribles.
Me veía en el sótano de un viejo caserón, arrodillada en el suelo, sobre un montón de orines, mientras unos hombres me follaban la boca sin parar, y luego se meaban sobre mi cuerpo.
Uno detrás de otro.
Cada uno seguía el turno. Terminaba uno, luego pasaba el siguiente.
Los demás esperaban meneándose los nabos.
Casi no hablaban. Solo se escuchaban algunos gemidos de los machos, y el chapoteo de mi boca en el metesaca.
Me tenían las manos envueltas en cinta adhesiva; apretadas y envueltas. Pegadas casi a los hombros con más cinta, de tal forma que no podía mover los brazos.
Me cogían del pelo y directamente entraban en mi boca, follándola a gusto.
Parecían una jauría de perros alrededor de una presa abatida. A veces discutían entre sí sobre el turno.
Pero no lo hacían con palabras. Eran como berridos y bufidos.
Me ahogaban. Sentía náuseas porque entraban muy adentro y babeaba continuamente. Tragaba cuanto podía, tosía y daba arcadas en los cambios de rabo.
Me salía semen por la nariz.
Me lloraban los ojos. Pero ellos no se inmutaban, seguían con sus pollas tiesas.
Casi no veía nada y me escocían los ojos.
Según terminaban de orinar sobre mí me daban un par de pollazos en la cara para escurrírsela y se iban retirando sin decir palabra. Algunos limpiaban sus rabos en mi pelo.
Nunca se acababa. Seguían viniendo más hombres a meterla en mi boca. Fue un sueño angustioso.
Desperté cuando pensaba que iba a morir ahogada en cuajos y tenía la cama toda mojada de sudor, y las bragas encharcadas en caldo de puta.
Me dieron ganas de masturbarme porque sentía la raja toda mojada.
Pero no pude. Mi novio, antes de dormirme me había atado a la cama, con la misma cinta de mi pesadilla.
Le había pedido por favor que no lo hiciera, que ya había tenido bastante con lo que me había hecho pasar con aquel tipo al que me llevó.
No tuvo compasión.
Se limitó a darme un bofetón, me desvistió, dejándome solo en bragas, me ató, y me cubrió con una sábana para que no cogiera frío.
Así amanecí aquel día, atada y caliente como una auténtica fulana.
Aunque continuaba con ese sentimiento de humillación que me dejó mi «estreno» como esclava pública.
Serían las diez de la mañana. Llamé a mi novio para que me desatara.
No estaba en casa.
Supongo que se levantó temprano, y me dejó dormir allí, en aquella pequeña cama en el cuartucho donde me «guardaba» como él decía.
Porque aunque de cara a la galería, éramos novios, y se suponía que dormíamos juntos en una hermosa cama de matrimonio que tenía en su piso, en la intimidad yo no era más que su puta, su fulana, y sobre todo su esclava, y por tanto me reservaba un cuarto, pequeño y oscuro para que durmiera.
Tenía aquel cuartucho una bombilla en el techo, sin lámpara, una cama de hierro, un somier antiguo de alambres y una colchoneta vieja, seguramente de segunda mano.
Como yo. Todo era lúgubre en aquel cuarto, a pesar de que el piso tenía de todo y era bastante lujoso. Mi novio vivía bien, como se suele decir.
Aunque nunca hablara conmigo de su trabajo, se veía que no le faltaba un buen sueldo a final de mes.
No podía moverme, así que solo me quedó esperar.
No sentía los brazos, porque durante la noche se me habían dormido debido a lo forzado de la postura, y me dolían los tobillos.
Recordé que hoy tocaba la siguiente cita con el segundo hombre que me usaría.
Era fin de semana, no recuerdo exactamente si sábado o domingo.
Me perdí en mis pensamientos mientras permanecía atada al catre hasta que mi novio regresó. No me saludo siquiera.
Se limitó a desatarme, me agarró del pelo y escupió en mi boca. No podía mover los brazos, que continuaban dormidos así que me dejé hacer.
Casi me arrastró como un trapo hasta el cuarto de baño.
–Tengo ganas de mear- dijo.
Como dije no solía hacerlo sobre mí, pero le gustó como lo hizo el tipo del día anterior, así que desde entonces, cada vez que necesitó evacuar sus orines lo hizo en mi boca.
Me puso la cabeza en la taza, se bajó la bragueta y sacó su aparato, fláccido y arrugado.
-Abre la boca fulana, y coge el chorro. Traga lo que puedas y no se te ocurra vomitar-. Mis brazos comenzaron a reaccionar mientras el líquido caliente corría por mi garganta.
Me dolían mucho, pero no les hice caso y me concentré en ser un buen urinario para mi macho. Me lo agradeció escupiéndome de nuevo después de darme un par de pollazos en la cara. Como en mi sueño.
Ya restablecida, después de una ducha rápida, escuché mientras desayunaba los planes que aquel día tenía mi novio reservados para mí.
-Hoy no tendrás que salir de casa, puta. Plácido vendrá aquí-
-¿Así se llama el tío?, que nombre más raro. ¿Cómo es? ¿Puedo saberlo?. Dímelo, cariño, por favor.
No me tengas en ascuas. Sabes que haré lo que me pidas, pero al menos, deja que me prepare conociendo algunos detalles. Sabes que eso me tranquiliza y así podré servir mejor.-
-No necesitas saber nada más. Hasta su nombre sobra, pues no tienes que dirigirte a él en ningún momento.
No quiero conversaciones ni trato entre puta y macho. Lo sabes. Para los tíos que van a usarte a lo largo de tu puta vida no eres más que lo que eres para mí.
Un coño que, como mucho, contestará a lo que le pregunten. Por lo demás no hablarás y mucho menos entrarás en conversaciones con nadie.
Tampoco necesitas saber cual es su aspecto físico. Sabes que no puedes elegir, y cuanto antes te metas en la cabeza que servirás a cualquiera a quien yo te entregue, mejor para ti. El tío vendrá aquí, esta tarde sobre las ocho.
Tú estarás desnuda y lo recibirás de pie, con las manos atadas a la espalda. Creo que antes de follarte quiere madurarte un poco-
-¿Madurarme?- pregunté extrañada.
-¡Darte unas cuantas hostias, estúpida!. Cuando hayas rodado por el piso lo suficiente y empieces a llorar te follará la boca. Creo que le encanta «dar biberón» a una fulana llorona. Pero no se te ocurra fingir el llanto. Dice que odia que le hagan «teatros», y será peor para ti si no le satisfacen tus lágrimas.-
-Me estás asustando. ¿Me pegará muy fuerte?. Por favor, dile que no lo haga. Creo que deberías haberme entrenado para ello antes de esto.-
-¡Cállate cerda!. ¡Desde cuándo decides tú para qué estás preparada y para qué no!. ¿Es que no vas a servir ni para saco de apaleo?. ¡Si el tío te quiere dar de hostias, tú te callas y las recibes!. ¡y después abres la puta boca y que te le meta hasta el estómago!. ¿Has entendido, puta subnormal?-
-Sí, Amo. Perdóname. Soy una tonta-
-Las tontas son catedráticas a tu lado. Tú no eres más que un saco de meter pollas.
Aun sigo sintiendo escalofríos cuando me hablan así. Pero no puedo evitar mojarme al mismo tiempo. Mi raja es un «super-receptor de humillaciones.
Cuanto más baja y más humillada me siento, más caliente me pongo. Y mi novio lo sabía. Era la llave que utilizaba siempre conmigo para abrir mis defensas.
Me tenía bajo su mando con ese sistema. Yo era un pelele con el que se divertía. Era su juguete. Pero aquel día, sería un juguete prestado, que otro acabaría rompiendo.
A las ocho de la tarde ya me tenía mi novio desnuda y con las manos atadas a la espalda. Me había obligado a maquillarme más aun que el día anterior.
Mucho rímel y mucha barra de labios. Negro y rojo respectivamente. Me había recogido el pelo con una cola muy alta, sobre la coronilla.
Después descubriría el por qué de ese recogido tan poco habitual. Estuve esperando en el centro del salón, sentada en una silla.
Plácido tardó un poco en llegar. Serían sobre las ocho y media cuando sonó el timbre. Mi novio fue a abrir la puerta y escuché la conversación. Disculpas por el retraso y poco más.
Me puse de pie, y esperé junto a la silla, con la mirada baja. –Pasa dentro- escuché -yo voy en seguida. Puedes empezar cuando quieras, no te preocupes por mí.-
Vi como se abría la puerta del salón y entraba un hombre mayor, de unos cincuenta y cinco años. Venía desnudo de cintura para abajo, supongo que se desnudó en el recibidor.
Clavé la vista en su miembro, que estaba medio erecto y le colgaba un hilillo de líquido preseminal.
Se habrá estado pajeando, pensé, mientras conducía hasta aquí. Su aspecto era más desagradable si cabe que el del día anterior, y tenía cara de pocos amigos.
No muy alto, calvo, la cara muy curtida y las facciones muy marcadas. Bastante peludo, y con la barriga de orangután típica de los hombres que no se privan de nada.
Pero el festín de hoy lo tenía delante de sus narices: carne fresca y desvalida lista para servir, pero se disponía a «macerarlo» antes de dar cuenta de el.
Traía una bolsa en la mano. La dejó en el suelo y sacó algo de ella.
Se acercó a mí. Me rodeó, estudiándome y observando mi cuerpo.
Lo que traía en la mano eran una especie de tapones pequeños que me colocó en los oídos.
Me agarró de la cola con una mano (descubrí más tarde que ese recogido tan peculiar no era más que un «asa» por donde me agarraría y arrastraría por todo el piso). Respiraba muy fuerte, y su aliento, sin ser desagradable era muy «espeso».
No dijo nada, ni palabra. Solo me cruzó la cara de un bofetón con su mano libre. Me mantuvo en equilibrio sujetándome por la cola.
Di un grito agudo, más por la sorpresa que por el dolor y noté un calor creciente en mi mejilla.
-¡No quiero escucharte, perra!, ¡así que cierra la boca si no quieres que te salte los dientes!-
Comencé a hacer pucheros, pero por supuesto no le bastó.
Sin dejar de asirme por la cola empezó a castigar mis tetas. Palmadas espaciadas, pero muy fuertes.
Yo me encogía, intentado protegerme con los hombros, pero era inútil. Tiraba hacia atrás de mi cabeza y mis pechos quedaban nuevamente expuestos al castigo. Con cada palmada esperaba un poco como estudiando el efecto que producía.
Mis tetas se iban poniendo más rojas con cada palmada. Las sentía calientes.
Cambió la dirección de los golpes, ahora lo hacía de abajo a arriba, por debajo de mis areolas.
Y luego se dedicó a retorcerme los pezones con los dedos. El dolor era agudo, pero nada comparado con lo que hizo luego.
Acercó sus dientes a mi pezón derecho y apretó con fuerza. Solté un nuevo grito y se me saltaron las lágrimas.
Me calló con una hostia en plena cara con el dorso de la mano. Luego otra, y luego dos más en cada mejilla.
Mi llanto era ahora continuo, pero ya no grité más. Solo gemía y emitía sonidos guturales.
Y con cada golpe me hundía más y más en un estado de postración casi hipnótico. Mis defensas estaban rotas, y mi cuerpo empezaba a ponerse «maduro».
Casi no le oía por los tapones de los oídos (creo que me los había puesto para no dañármelos si algún golpe me alcanzaba directamente en ellos, como así fue), pero de todas formas aquel hombre no hablaba mucho.
Me tiró al suelo de un empujón y me ordenó andar a cuatro patas.
Pero con las manos atadas a la espalda solo pude arrastrarme como un perro herido. Eso sí, mis agujeros debían ofrecérseles ampliamente a mi verdugo.
Empezó a patearme el culo. La humillación era mayúscula, sobre todo cuando se montó encima, con lo que sus huevos quedaban en mis manos. Los sobé a una orden suya, y me «dio trote». –¡Cabalga, sucia borrica!, que este burro te la va a meter por el «mojino»(ano) para que no quedes preñada!-. El hombre pesaba mucho.
Me estaba destrozando las rodillas que junto con mi cara, ahora totalmente pegada al suelo, eran mis puntos de apoyo. Pero sobre todo me dolían los «cuartos traseros», que no dejaba de golpear con las botas y con la mano desnuda. Me ordenó rebuznar como un asno, cosa que hice entre gemidos.
Cuando se cansó, me levantó tirando del «asa», y me abofeteó repetidamente las dos mejillas.
Casi no reaccioné, pues ya el dolor se confundía en mi mente con la humillación y el gusto que empezaba a sentir en mi vulva.
Estaba salida y necesitaba nabo.
Pero me lo dio por la boca.
Con la cara toda manchada por las lágrimas y el rímel corrido ofrecía un aspecto sin duda atractivo para aquel hombre que, después de restregarme su porra por toda la cara, me penetró hasta la garganta.
No tardó en correrse. Un par de embestidas profundas y el semen comenzó a manar.
Tragué todo el cuajo que pude, el resto me resbaló por la barbilla, limpié bien su aparato con las fuerzas que me quedaban, agradeciéndole el trato dispensado. Me dejó allí tirada. Humillada y caliente.
El tío desapareció y apareció mi novio empalmado, que, sin desatarme siquiera me la metió por detrás. Casi fue hacerlo y correrme, entre temblores y gemidos. Quiso también correrse en mi boca, y los cuajos de ambos machos se mezclaron en mi boca.
Me mantuve dócil y sumisa todo el resto de la noche.
No volví a levantarme, y anduve a rastras detrás de mi novio, como una perra agradecida, lamiendo sus pies y el suelo que pisaba.
Aquella sesión me había gustado y ese fue el modo de agradecérselo a mi macho.
De vez en cuando me daba la vuelta ofreciéndole mis agujeros, por si le apetecía volver a cogerme, y ladraba lastimosamente suplicando una monta. Pero me ignoró hasta que me llevó a acostar.
A media noche me sacó del sueño porque tenía ganas de mear.
Lo hizo en mi boca y me ordenó volver a la cama.
No me limpié, ni de su orina, ni de el cuajo que me pringaba toda. Así dormí aquella noche. Estaba todo lo contenta que una puta de mi calaña se podía permitir.
Continuará…