Deseo

Mi nombre es Manuela. Tengo 40 años. Soy todavía joven, hermosa, seductora.

Llevo el cabello teñido de rubio y mi figura me atrevería a decir que es muy sexy.

Mis pechos están algo caídos pero son sensuales. Tengo algo de barriga que yo creo que resulta más estimulante.

Y lo mejor son mis piernas. Robustas. Lo fueron siempre.

Mi marido se llama Ángel y tiene 52 años.

No es por presumir pero sigue siendo muy viril. He disfrutado mucho con él. Recuerdo especialmente la cuarta noche después de casados.

Como ustedes estarán intuyendo soy una mujer muy liberal. Es importante que comente esto para que puedan entender la experiencia que les voy a contar.

Mi hijo se llama Rafael tiene 20 años. Es alto y atractivo.

Creo que supera a mi marido en casi todo. Es la suerte que tienen siempre las nuevas generaciones.

Le dejamos a nuestro chico que se traiga las novias a casa y se acuesta con ellas. Y así podemos escuchar como ellas gozan de placer; jadean, gritan, gimen, chillan.

Mi marido cuando lo oye se ríe. Pero yo no me río, yo es que me hago pajas por las noches pensando en lo que les hará.

Con mi marido yo he llegado a hacer hasta sexo anal. Pero se me mete en la cabeza que Rafael debe hacerles más cosas. No se el qué.

Así es que la idea de acostarme con mi hijo rondaba sin cesar por mi cabeza.

Una tarde me decidí y le pasé un mensaje por debajo de la puerta. Y él aceptó.

Mi marido tomaba un avión para marcharse al extranjero de vacaciones (En esta casa lo hacemos así cada uno se va por su lado pero esto no tiene que ver ahora con lo que estoy contando).

Le vi marcharse con el coche desde el balcón.

Me desnudé por completo y entré en la habitación de mi hijo. Allí me esperaba tumbada, toqueteándosela.

Su pene era muy largo. Me lancé a por él y cogí el miembro con la mano. En seguida se me puso pegajosa.

Me la metí en la boca casi llegando hasta lo más profundo pero me atragantaba. Entonces ocurrió algo inesperado. Se corrió, tragándome todo su esperma. Esto he decir que lo había hecho alguna vez con mi marido.

Siendo así me disponía a masturbarme sentada en la cama y mirándole fijamente pero con una cierta desilusión.

Entonces él acompañándome me metió un dedo en mi culo.

Y tuve un espasmo tremendo que me hizo gritar. Justo en ese instante sonó el teléfono. Era mi marido que estaba en el aeropuerto y que había decidido cancelar su viaje. Estaría en casa en unos 15 minutos.

Le dije a mi hijo que aquello había terminado y que su padre volvía a casa.

Cuando ya me disponía a vestirme mi hijo me agarró con fuerza y me llevó de nuevo a su habitación. Yo me agité intentando soltarme con mi corazón acelerado.

Nos tumbamos en la cama en la posición del 69 y el me comía el coño. Yo veía que su pene que acababa de eyacular hace unos instantes se volvía a poner todo recto.

Quería librarme pero no podía. Me dominaba. Iba venir mi marido y nos iba a pillar.

Pero no pude resistir y me puse a chupársela como loca. Rafael me volvió a meter un dedo en mi culo y yo se lo metí a él. Esto no se lo había hecho jamás a mi marido. ¡Como gritaba yo!.

Oímos como se abría la puerta de la calle. Mi hijo se levantó y puso el pestillo. Luego con un pañuelo me amordazó.

Y me sentó sobre él. Follándome.

Nos mirábamos a los ojos. Se puso a follarme a una velocidad de vértigo. La mordaza amortiguaba los gritos que pese a todo se tenían que oír como gemidos desgarradores.

Se detuvo un momento. Y entonces así sin más y en esa misma postura me la metió por el culo. Muy lentamente, no rápido.

Poníamos perdida la cama. Muy despacio. Me hizo tener un orgasmo estremecedor.

Me la sacó de dentro. Me quitó el pañuelo de la boca y meneándosela se corrió obligándome a que me tragase todo su semen de nuevo.

Pero ahí no acabo todo.

Rafael abrió la puerta de su habitación. Miro a un lado y a otro por si Ángel se encontraba en alguna parte.

Me cogió y los dos andando de puntillas fuimos hasta el servicio.

Me metió en la ducha y allí se orinó sobre mi cara. Yo me bebí enfebrecida su pis. Y luego bese sus muslos; las palmas de las manos, su boca…

Días después mi marido me confesó que en realidad sus vacaciones no eran otra cosa más que visitas a una amante.

Como el marido no se había marchado tuvo que cancelar ese viaje y por eso regresó a casa.

Cuando volvió escucho mis gemidos y los de mi amante pero no dijo nada puesto que quería jugarme limpio.

Me dijo que se comprometía a no serme infiel más.

Yo la verdad es que no me he comprometido a nada.