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Un paseo por el Ajusco

Un paseo por el ajusco

Al escribir estas líneas escurren por mis piernas, delgadas gotas de dulce esperma que mi amante depositó momentos antes en mí.

Tan sólo me cubre una batita ligera que me llega arriba de las rodillas.

Mis medias preferidas terminaron hechas jirones por sus garras.

Ya antes me habían advertido al respecto que le pusiera unas calcetas o algo que lo impidiera, mas es en vano, pues por no atárselas con cinta adhesiva, cosa que se me hace muy cruel, al final logra quitárselas.

La verdad me encanta sentirlo al natural, tal y como es.

Me encanta el roce de su pelaje, sentir en mi piel desnuda sus “manitas”, sujetándome con ése instinto bestial que lo caracteriza.

Siento que me transmite parte de su deseo, de su desesperación, de sus ganas de disfrutar esos instantes íntimos, solo míos y de él.

De nadie más.

Varias veces me ha dejado arañadas las nalgas, los muslos y las piernas.

Me doy cuenta al otro día, cuando me arden un poquito en la ducha.

Me acostumbré al sabor dulzón de su esperma.

Cuando jugueteando me llevo los dedos entre los vellos púbicos, luego saboreo con verdadero placer lo que quedó después de ésos momentos en que me pierdo, en que no sé de mí.

Me podría atrever a decir que nada ni nadie me había llevado a esos lugares, no sé si tan elevados o tan profundos, pero lo que sí sé con seguridad es que el siempre está dispuesto a prodigármelos una y otra vez, sin remilgos, sin reproches.

Este fin de semana salimos a dar la vuelta a las faldas del Ajusco, un pintoresco cerro a las orillas de la ciudad, lleno de paisajes libres y eternos, que siempre han estado ahí.

Sabe muy bien cuando vamos a salir, pues apenas me ve que alisto el carro, un viejo VW sedán color indefinido, según el mecánico “de cabecera”, entre perla y rosa pálido.

Le saco el asiento del acompañante para que viaje más cómodo, y según hasta donde sé, no está permitido llevar perros de regular tamaño en carretera.

El caso es que si no le saco el asiento no se puede echar a gusto en el piso, y si se sube en el asiento trasero se inquieta bastante, por eso le hago espacio, aunque luego se me encime para poder sacar la cabeza por mi ventanilla.

Tan pronto como llegamos a cierta planicie, le abro la puerta y sale disparado a correr lo que no puede en el departamento, ya que el jardín es muy reducido.

Se entretiene comiendo hierba, u olisqueando no sé que cosa en el piso. Luego corre tan rápido que ni me esfuerzo en tratar de alcanzarlo.

Cuando parece que ya no se ve más, se oye el tin-tin de su collar que le pongo cuando lo saco, y ahí viene de regreso.

Me deja atrás nuevamente, esta vez en sentido contrario, pero ahora yo corro agitando las manos y silbándole, sabe entonces que el juego comenzó.

Se me acerca cautelosamente, ahora de un lado, ahora del otro, hasta que me tumbo en el pasto y se abalanza sobre mí.

Me lame la cara, el cuello, su preciosa cola se mueve rápidamente de un lado a otro, y aunque trato de sujetarlo por el cuello o por el torso, es casi imposible detener el ataque de este enorme pastor alemán.

No es de raza pura, pero su pelo es suave al tacto y brilla muy bonito cuando lo cepillo, y sus patas son enormes.

Después del primer ataque se aleja un poco, corre y regresa, esta vez para tratar de meter su hocico en medio de mis piernas.

Me hace jalar aire, como cuando te enchilas, e inmediatamente mis pezones se ponen duritos. Puedo sentir el algodón de la blusa que me roza y verlos cómo sobresalen, como botoncitos.

Ahí tumbada boca arriba, con el cielo pardo de las seis de la tarde, doblo mis piernas y las abro, y el se dedica a husmear mis pantys. Se detiene a jadear un poco, parece que la carrera lo dejó sin aliento.

Esta vez su baba es abundante, pues los perros transpiran por el hocico, y es muy húmedo y tibio.

A veces su respiración se condensa, exhalando bocanadas que parecen como de humo.

Ya empiezan a salir las primeras estrellas, y su lengua sigue buscando la manera de llegar a mi carnita rosada, abundante en ese olor que le recuerda a las hembras de su especie cuando están en celo.

Es parte del juego jalarme las pantys por la parte de arriba, de manera que se meta en mi hendidura y sobresalgan los labios superiores, mientras él lame y lame.

Al tercer orgasmo, con mano temblorosa me las saco, y por fin mi vulva queda expuesta a su merced.

Me remango la mini de mezclilla para que ambos podamos tener acceso a mis labios, para abrirlos y poder disfrutar de su golosa lengua, que casi siempre trata de ir cada vez más adentro.

Es excitante admirar el cielo estrellado y sentir el viento que se cuela entre las copas de los árboles, y a la vez la llegada de otro orgasmo que me pone la piel de gallina y me hace entrecerrar los ojos, acariciando con mis manos la cabeza de ese experto haciendo su trabajo.

Esta vez no habrá cópula, pues si bien me excita el peligro de hacerlo al aire libre, no estoy del todo segura, y la llegada de algún intruso no sería nada agradable.

Lo tumbo en el piso, tomándolo de sus patas y empujándolo con mi hombro.

Levanta su patita y procedo a chuparle la puntita de su pene.

A veces me interrumpe lamiéndose él mismo, no sé si lo hace para asearse o para ayudarme a excitarlo.

Ya sale más, casi la mitad, y continúo succionando y luego bajándole la gruesa piel que lo cubre.

Parece quejarse cuando, con dificultad, saco la bola de su estuche, pero una vez afuera la tarea es más fácil.

Esta vez voy a abusar del hoyito que tiene en la puntita de su pene, pues la hora no es propicia para que una chica de mi edad, sola con su perro, ande por esos lugares tan solitarios, y ya casi es momento de irnos.

Urge que se corra lo antes posible.

A veces tengo que sacarlo de mi boca, pues me encanta sentir en la cara y en el cuello las cosquillas que me hacen los chisguetitos que arroja de vez en cuando.

Ya casi está alcanzando su máximo tamaño.

Tomo entre mi mano su enorme bola, para poder acomodarme mejor en mi riquísima tarea.

Por fin se queda quietecito, y mi boca se llena de esa leche calentita y abundante, me atraganto, se me sale por la comisura de los labios, se desborda, y el segundo disparo ahora me moja parte del pelo, las mejillas y la cara, me entra en los ojos y me limpio enseguida pues arde un poco.

El tercero es ya sin mucha fuerza, se desparrama en el piso pues no me da tiempo de nada.

Trato de succionárselo después de esto, para aprovechar sus últimos juguitos, pero se empieza a hacer flácido, pierde la forma que tenía aunque aún está durito.

Se para y su pene está escurriendo.

Me excita en cierta forma verlo así.

Yo fui, en parte, la responsable de esa sabrosa venida, y es un honor verlo jadear rápidamente, verlo asearse, esta vez, con su lengua, lamiéndose su rojo pene por largo rato.

Se sienta y sigue aseándose.

Me paro y me retiro, sabe que yo lo espero en el coche.

Me fumo un marlboro light -vicio que por más que trato no puedo dejar.

Me sorprende una vez más al verlo llegar con mis pantys en el hocico.

Buen chico, he?, buen chico…

Salta dentro del carro, por mi ventanilla, lo abrazo y lo acaricio, le palmoteo la espaldita y se enrosca en donde a veces esta el asiento.

Le procuré un viejo tapete para que disfrute cómodamente del accidentado viaje.

Ya casi al llegar al departamento, y me acuerdo que había cena de gala, y yo bien campante en el Ajusco…

Como fui tan tonta para olvidarme por completo?….Mmmm, bueno, creo que esta vez hubo un buen pretexto.

Así que tan pronto como entro, le pido de favor al Poli de la entrada que me pida un taxi (-

Si güerita, me contesta, y se despabila estirando los ojos para poder mirarme las piernas, la mini arrugada hasta arriba) meto el vocho en su cajón y entro corriendo, me medio peino, me enfundo en un vestido negro escotado, largo y abierto de una pierna, haaaa, y no podían faltar mis medias favoritas, las medias negras.

Mis zapatillas están intactas… pero las únicas pantis que tenía limpias no están… digamos…disponibles, y de aquí a que las lavo…y se secan… se me hace más tarde… además se transparentarían…y que pensaría de mí la fina concurrencia…

Tomo un manojo de cosméticos y me llevo la bolsa chiquita, el celular no cabe, pero al fin y al cabo no sirve de mucho (Send: El-número-que-marcó-no-se-encuentra-disponible-o-está-fuera-del-área-de… Chingada madre¡…End.)

Total que la cena estuvo muy pinchi, y aunque un perito de la compañía me estaba haciendo ojitos -creo que cuando metió la mano adivinó que no traía nada debajo- los güisquitos y las nalgas paraditas de mi jefe me convencieron más que su bultito que traía en medio de las piernas, y como ya tenía rato que no retozábamos, acabamos en un hotelito de Polanco.

Para variar me dejó con ganitas, eso sí, no se salvó de que hiciéramos un sesenta y nueve, cosa que le ruboriza como a un colegial, y como que no le entraba con mucha fe que digamos.

Cuando llegué por fin a mi departamento, como a eso de las tres, tres y media, vino a recibirme muy solícito mi Darky, agitando amistosamente su colita y con ese brillo característico en sus ojos…

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