Capítulo 6

Teléfono erótico VI

Si se ponía a pensar acerca del mejor polvo de su vida, la verdad es que le era difícil elegir entre varios de ellos.

Había analizado todos sus encuentros morbosos, y había llegado a la conclusión de que, desconociendo el por qué, lo que más la excitaba era sentirse dominada, usada, despreciada como una puta, como si las putas, o las mujeres en general, no tuvieran derecho a disfrutar del sexo y si lo hacían eran objeto de desprecio o repulsión.

Pero lo curioso de ello es que no era ésta su forma de pensar en realidad, sino que era cómo si en el terreno sexual se convirtiera en otra persona y adoptara otro rol de pensamiento y comportamiento.

Lo importante es que había llegado a comprenderlo y aceptarse tal como era, sin que ello la hiciera sentir culpable en ningún sentido o sucia de ninguna forma.

Y eso precisamente era lo que la había conducido a disfrutar tanto del sexo, quizás antes, cuando no había llegado a darse cuenta de que ello no tenía nada de malo, no había logrado disfrutar como lo hacía ahora.

Como a todo el mundo, también la excitaba sentirse deseada.

Cuando se lo planteaba, se daba cuenta que había realizado casi todas sus fantasías, gracias a Dios que tenía una imaginación portentosa y siempre surgía alguna nueva.

Pero Carlos la estaba haciendo sentir últimamente como nunca lo había hecho antes.

Hasta ahora había sabido entender increíblemente sus gustos, la conducía por todo aquello que imaginaba. Y comenzaba a estar muy enamorada de él, parecía ser el hombre ideal, aunque no quería, no podía evitar ilusionarse.

Esa noche también lo esperaba, ansiando porque llegara el momento de averiguar con qué nueva aventura la sorprendería. Iban a salir a cenar fuera y a partir de ahí ya no sabía nada más.

Se arregló de forma cuidadosa y se vistió sensual y elegantemente.

Ya era casi la hora de la cita. Carlos estaría a punto de llamarla por el portero.

En el restaurante todo fue estupendo; comida excelente, buen vino. Durante la copa del postre, él le dijo que esa noche irían a casa de un amigo, sin más detalles.

Tras salir del restaurante, se dirigieron en coche hasta las afueras de la ciudad. Pararon a las puertas de un chalet bien guardado por dos grandes perros.

Les abrió el dueño de la casa, fueron presentados por Carlos y se sentaron en el salón. Al principio la situación fue de lo más normal, con conversaciones convencionales. Su anfitrión parecía muy agradable.

Les invitó a una copa, y al cabo de la segunda, Lorna comenzó a sentirse demasiado embriagada en comparación con lo que había bebido.

Al cabo de unos minutos, cuando su mente comenzaba a divagar sin control, el amigo de Carlos decidió preparar unos cuantos porros.

Le ofrecieron uno y, aunque al principio su intención fue rehusarlo, sus compañeros la convencieron para que fumara y lo hizo. Al comenzar a hacerle efecto el cannabis, las sensaciones que experimentaba le gustaban y, además, se dio cuenta de que se desinhibía y se volvía atrevida.

En ese punto comenzó a pensar en el sexo, y mientras los dos hombres hablaban, ella imaginaba cómo sería follárselos a los dos a la vez, centrando sus sentidos en su clítoris, de manera que se excitaba apresuradamente viendo en su mente lo que podría suceder.

Los dos hombres la miraron y Carlos le preguntó si se sentía lo suficientemente colocada a esas alturas de la noche. Ella se rió a carcajadas y asintió.

Pero, aún así, le dieron a fumar otro de esos cigarros.

Después de esto, la subieron al dormitorio principal en la parte de arriba de la casa. Lorna jamás se había sentido de aquella manera, tan desconcertada y, a la vez, con una sensación de bienestar increíble que, por otro lado, la convertían en una mujer aún más salvaje, más descarada.

Con la luz encendida, los dos hombres comenzaron a desnudarla.

Carlos le dijo a su amigo lo puta que era y lo que disfrutaba del sexo, que era capaz de cualquier cosa total de darle satisfacción a su coño.

Escuchar esos comentarios sobre su propia persona, en lugar de avergonzarla, la excitaron.

Cuando estuvo totalmente desnuda, la observaron y magrearon detenidamente entre los dos.

Ella disfrutaba de esas caricias, su piel se estremecía, y todo lo demás dejaba de existir, todo su ser se concentraba en sus sentidos, en su emoción, en su placer.

El alcohol y el chocolate la habían llevado a unas sensaciones extrañas pero alucinantes, cómo si los sentidos de su piel hubieran decidido multiplicarse, su excitación era mayor que nunca y… nada importaba, había nacido para sentir, para que fuera llenada de placer, para sentirse totalmente embriagada de deseo. Y sin freno.

Entonces, el dueño de la casa dijo:

– Vamos a ver si es cierto que es capaz de todo para obtener placer.

Salió de la habitación y en unos minutos volvió, trayendo con él a un perro pastor alemán de importante tamaño, uno de los que estaban en la entrada.

Cuando vio al animal comprendió lo que querían que hiciera. Si no hubiera estado tan colocada, seguramente hubiera rechazado la oferta incluso ofendida por la propuesta.

Pero no entendía por qué, su estado de embriaguez provocaba que no pudiera evitar entusiasmarse con la idea, porque en el fondo siempre lo había deseado, y, el colocón la hacía lo suficientemente atrevida como para plantearse seriamente hacerlo delante de esos hombres.

Así que, aunque un poco avergonzada, no dijo nada y les dejó hacer. Le pidieron que se tumbara en la cama, abierta de piernas y totalmente desnuda como estaba.

Situaron al perro entre sus piernas y le incitaron a que lamiera su coño.

Cuando sintió su áspera lengua chupándoselo todo con ansia, el placer inundó su cuerpo.

Su sexo se mojaba y mojaba y el perro no cesaba en su empeño de dejarlo todo bien limpio y seco. Podía verse como salía el líquido de su vagina para ser inmediatamente retirado por la lengua del perro.

Los hombres disfrutaban de la escena y se masturbaban mientras.

El amigo de Carlos sacó unos calcetines y se los puso en las patas. Inmediatamente, la ordenaron que se diera la vuelta y se pusiera de rodillas en el suelo.

Lorna por supuesto que obedeció, sintiendo como su coño se empapaba más imaginando la polla que le iban a meter dentro. La situación la hacía sentir sucia, y eso le gustaba, la ponía a doscientos por hora.

Los hombres ayudaron al perro para que acertara con el agujero, y la embistió como el animal que era. El dolor lo recorrió todo, pero el perro seguía empujándola con fuerza.

Tanto era a la vez el placer que experimentaba, que a la cuarta o quinta embestida rápida del animal, Lorna se corrió por varios minutos, sin dejar de pensar que era indescriptible lo que estaba sintiendo, que jamás había sentido tanto placer.

El perro se corrió varias veces dentro de ella, y Lorna avanzaba hacia un nuevo orgasmo.

Entonces se paró, jadeaba de cansancio, e intentó, por primera vez, sacar su verga del coño de esa mujer. No podía, su polla se había inflado tanto que ahora era imposible sacarla.

Habría que esperar a que se le bajara. Pero cada vez que el perro tiraba hacia atrás, Lorna se estremecía de dolor y de placer, llegando al segundo orgasmo en poco tiempo.

Los espectadores, asombrados, esperaban pacientes a que aquel perro pudiera sacarla para dejarle sitio a ellos. Pero pasaba el tiempo y el amigo de Carlos puso su polla en la boca de Lorna para que se la mamara bien mientras tanto.

Cuando el perro por fin la sacó, del coño de Lorna salió tanto líquido que aquello parecía una meada. Y Carlos se la metió para disfrutar de ese coño tan caliente.

Pero lo tenía tan abierto por el puto perro que no le hacía sentir su polla. Se lo dijo. La insultó por lo puerca que era. Y la castigó follándosela con violencia por el culo.

Pero no fue un castigo, Lorna se volvió a correr y el amigo de su novio también lo hizo en su boca. Carlos la obligó a que se tragara todo su semen y luego él no pudo aguantar más su propio orgasmo.

Los hombres se vistieron y la dejaron tirada sobre la cama, con el perro intentando limpiar otra vez su coño. Le dijeron que se siguiera follando al perro si le apetecía y que, además, le iban a traer al otro.

Se fueron y cerraron la puerta.

El pastor alemán parecía haber recuperado fuerzas y se echaba sobre ella intentando montarla otra vez.

Como ella se resistía optaba por lamerle el coño.

Ella no sabía qué pensar, qué hacer, pero la cuestión era que las drogas habían producido en ella el que no dejara de estar cachonda, de a pesar de haberse corrido ya dos veces, seguir con su coño caliente deseando más.

Por eso, al principio se resistió y luego terminó por consentir al perro en su deseo de comérselo, y lo lamía muy bien.

En ese momento se abrió la puerta y otro perro entró en la habitación.

Éste era negro y del mismo tamaño aproximadamente que el pastor alemán; no sabía qué raza era, pero seguramente tendría también un buen palo. Volvieron a cerrar la puerta y se quedó sola en la habitación con esos dos animales.

El último invitado, al ver al pastor alemán tan entusiasmado con aquel coño, se unió a él y fueron dos grandes lenguas las que se introdujeron por todas las partes de su coño.

De nuevo estaba muy excitada, sentía cómo iba a correrse y se contenía porque deseaba sentir las pollas de esos perros dentro de ella con ese grado de excitación. La idea la volvía loca.

Ahora que estaba sola, podría disfrutar sin límites del sexo con dos animales.

Que puerca se sentía y lo que le gustaba.

Se bajó de la cama al suelo y se puso de rodillas para esperar que alguno de esos perros la cubrieran.

Fue otra vez el pastor alemán el que la penetró, se ve que había adquirido experiencia y quería repetir.

Volvió a follársela sin piedad, mientras que ella tocaba la polla del otro perro que también había salido de su capullo; no sabía cómo estaba haciéndolo para contener la corrida, quizás el deseo de probar después a la gran polla que tenía entre sus manos la volvía capaz de aguantar sin irse.

Pero en esos momentos su instinto la llevó a acercar su cara a esa verga para comérsela, y a punto de hacerlo, su mente reaccionó cuestionándose lo que iba a hacer. Pero el propio pensamiento acerca de que hasta a ella misma le había parecido sucio, la condujo a comerse esa polla con ansia.

Al perro seguro que le estaba gustando. De vez en cuando le salía un chorro de semen y sus movimientos eran cada vez más violentos.

El pastor alemán pareció volver a agotarse otra vez.

Esta vez, poco tiempo después de terminar, sacó su polla del coño de esa puta.

Ella se apresuró a ofrecerse al perro negro cuyo tremendo palo se había estado comiendo.

En pocos segundos el animal acertó a metérsela y entonces se volvió loco embistiéndola.

Ya sí que no podía más. Aguantaba entre pequeñas oleadas de placer el gran orgasmo.

Este perro no se cansaba, su polla era mayor que la del pastor alemán y no paraba de empujarla.

Sintió como ya venía su orgasmo sin poder detenerlo más, se toco el clítoris con los dedos, y… se… corrió; enormes mareas recorrían su cuerpo estremeciéndola, y seguían viniendo, una y otra vez, parecía que no iban a marcharse.

El perro la follaba y ella flotaba en el calor del éxtasis.

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