Mi primera y única vez fue a principio de los setenta, fue placentero, muy placentero.
Primero hay que decir que me gusta el sexo, todo el sexo, con pocos límites y no tengo culpa con él, pero lo de la zoofilia, en persona, no se dio otra vez más que en aquella vacación en la que yo tenía unos 15 años.
A esa altura del partido yo ya había probado un poco del sexo, y me había dado cuanta que me gustaban tanto las mujeres como los hombres.
Había empezado en solitario, como a los 10 u 11 años, con unas buenas pajas, y de a poco fui avanzando en tocarme un poco por todos lados como experiencia y encontré que cuando mis dedos llegaban al culo sentía un cosquilleo extraño.
De allí a meterme un dedo dentro fue un solo paso y para ahorrar descripciones, diré que pasé rápidamente a las velas para conocer orgasmos maravillosos.
Más o menos para esa época me fui de vacaciones, como cada año, a la casa de mis familiares maternos, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, donde conocí la primera vez con las mujeres, y poco tiempo después mi primera vez con un perro.
Yendo directamente a mi primera vez con la zoofilia, hay que introducir el tema diciendo la primera vez que tuve noticias de la existencia de la palabra y su significado fue cuando tenía 12 años, ya que mi iniciación en el sexo, además de las primeras pajas experimentales fue literaria, ya que a esa edad conocí a Kraft Ebbling, en su libro Psicopatía Sexual y Medicina Legal, que se había escrito antes del fin de siglo XVIII y aún en esa época -y creo que hoy, en el XXI, también- era de texto, por lo que conocí las «desviaciones» en materia sexual, mientras me excitaba increíblemente al leer los casos reales de estudio que este alemán, aunque sin querer practicar todo lo que leía, ya que le tema del sadismo, el masoquismo, la copro, necro y un par de filias más no me copan para nada.
Así que allí estaba yo, con mis 15 años, un impresionante bagaje teórico y poca práctica; un par de revistas porno que eran difíciles de conseguir y una en especial que había visto -cuyas fotos encuentro ahora dando vueltas en la Internet- en la que un negro y una mujer lo hacen con un ovejero alemán.
En esas vacaciones, yo frecuentaba una casa deshabitada para masturbarme, generalmente sin ayuda y un par de veces con alguna vela para introducirla en mi culo, hasta que en una de las visitas me acompañó el perro de la familia en cuya casa me alojaba, un perro negro, sin raza definida, de unos 60 cm. de alzada.
Confieso que no se me ocurrió nada hasta que encerrado en una habitación de la casa, tirado desnudo en el suelo, completamente concentrado en mi gimnasia onanista, me sacudí cuando Negro -el nombre del perro- empujó la puerta y entró, el corazón me falló un latido porque pensé que entraba alguien y me descubría.
Cerré la puerta y decidí dejar el perro adentro para que no delatara mi presencia, le ordené que se quedara quieto y volví a lo mío, pero pocos minutos después volví a estremecerme cuando se acercó y empezó a oler mi pene, y a lamerlo, la sensación fue maravillosa y lo dejé hacer.
Inmediatamente vinieron a mi memoria las fotos de la revista y empecé a tocar su pija, empezó a aparecer la punta roja entre la piel y a los pocos minutos tenía una respetable erección. No pensé nada, sólo reaccioné y me coloqué debajo de él, de espaldas, metiendo de una vez todo lo que pude dentro de mi boca.
Yo ya había chupado algunos penes -esa es otra historia- y sentí la diferencia con un humano, especialmente por la rapidez de la aparición de los jugos preseminales, que me inundaban la boca e hicieron que debiera dejar de chupar varias veces, porque no lo tragué. Vi que crecía de tamaño y consideré que el mismo estaba listo para mi culo, me puse en cuatro patas y acomodé a Negro sobre mi espalda, mientras con una mano dirigía la pija hacia mi culo, sentí el pinchazo de la primera etapa de la penetración, y de a poco pude introducirlo todo, ¡fantástico, me calentaba cada vez más!, él se empezó a mover cada vez más rápido. No sé cuánto tiempo me estuvo cogiendo, si un par de minutos u horas, porque perdí la noción del tiempo, mientras me tocaba la pija despacio para no acabar, pero de a poco me di cuenta que lo que tenía adentro era muy grande, llevé una mano a mi culo y entendí que su botón me había penetrado.
Algo había oído al respecto pero no lo sabía bien y ahora lo experimentaba, ¡estaba abotonado! al perro y no podía sacarme eso, me lastimaba y traté de clamarme, con la pija fláccida por el susto. Poco a poco me calmé y me concentré en el placer, que lo sentía, y mucho, decidí esperar hasta que desapareciera el botón y empecé a acariciarme nuevamente, cuando Negro estalló dentro mío, la sensación fue tan increíble que sólo tuve que sacudirme dos o tres veces para acabar yo también, caí casi desvanecido al suelo y el dolor en el culo me hizo recuperar.
Poco a poco su nudo fue achicándose y salió de mi interior, Negro comenzó a lamerme el culo y las bolas, limpiando todo su semen y calentándome una vez más.
Después de vestirme salí de la casa con las piernas temblorosas satisfecho.
Durante ese verano, todas las tardes tuve mi sesión de sexo con Negro, que fue mi primer amante animal.