Capítulo 2
- Los tres días de Nina. Día 1. 18:30h
- Los tres días de Nina. Día 1 – 12:00h
- Los tres días de Nina. Día 1 20:00
Día 1 – 20:30h.
Esta tarde, Max ha vuelto a escoger el atuendo de su mujer. Una falda corta y una blusa en forma de top. Le tiene preparado otro juego. Nina le mira, desafiante:
– ¿Otro juego?
– Sí, pero esta vez dejaré que tomes tú la iniciativa. Yo solamente propondré el escenario.
Una vez en la calle, Max lleva a Nina hasta una entrada de metro.
– A ver qué sabes hacer, preciosa ¿Sigues atreviéndote?
– Claro. Vamos a ver…
Ahí es donde comienza la primera parte del juego. Entra unos pasos delante de él, que la sigue hasta el andén y se sienta a distancia, para hacer evidente que va sola. Hay poca gente en la estación y Nina aprovecha para ensayar de sentarse haciendo que la falda suba más allá de lo razonable. Le encantaría poder encender un cigarrillo para hacerse pasar los nervios. En fin. En esta fase del juego la expectación la enciende. Mira a Max, mientras va rozando los muslos uno contra el otro para acentuar su excitación.
Finalmente llega el tren. Sube al vagón que ve más lleno y la suerte hace que haya un asiento individual libre justo ante un grupo de tres chicos que van de pie. Se da la vuelta y justo atrapa sus miradas furtivas cuando comprueba que Max la sigue. “Me parece que me divertiré”, piensa. Se sienta cruzando las piernas y hace ver que tiene que subirse la falda para sentarse bien, dejado una pierna desnuda a la vista. Cuando está segura de que no le quita la vista de encima mira hacia la ventana y, lentamente, descruza las piernas haciendo evidente si pubis recortado. Ellos no se dan cuenta de que les espía, reflejados en el cristal de la ventana, y ve cómo se hacen gestos entre ellos. Lentamente, sin dejar de verlos, cruza de nuevo las piernas y se da la vuelta para mirarlos fijamente. Ahora ellos se cortan y disimulan, sin saber dónde mirar. Nina ve cómo Carlos le hace un gesto inequívoco de que quiere más. Y ella, obediente, se vuelvo de nuevo hacia sus tres espectadores y, esta vez sin dejar de mirarlos a los ojos, separa las piernas, un poco más aún, así, para que puedan verla toda, si se atreven. Ahora, el más decidido de todos la miran de arriba abajo y se entretiene en su sexo descubierto. Le sonríe entre las risas nerviosas de sus compañeros.
Y ahora es Nina quien le sonríe, abriendo con una mano la blusa para que pueda apreciar sus pechos tensos, sus pezones erizados. Ahora son ya los tres los que la miran embobados, justo a tiempo para ver cómo se levanta y sale detrás de Carlos, que ha decidido bajar en esta estación.
Una vez en su lado, con las mejillas enrojecidas de excitación, le mira, inquisitiva.
– Lo has hecho muy bien, guapa. Un buen principio de tarde- aprueba, volviendo la cabeza para asegurarse de que ninguno de ellos les sigue.
– Creo que ha merecido que te invite a algo, Nina. A ver si será verdad que has cambiado…
Una vez fuera de la parada de Via Laietana, de la mano de su marido Nina andan hasta la entrada de un club.
El pub en cuestión es tremendamente elegante, “del gusto de Max,” piensa Nina. Una sala rectangular, paredes en madera, cuero en los sillones del principio, una barra escueta en el lateral derecho, con un barman uniformado que les pregunta:
– Dos gin-tonics de Gin Mare – responde Max, sin siquiera preguntar a Nina.
Al fondo, una preciosa mesa de billar, flanqueada al final por un Chester de terciopelo verde y al lado la puerta del baño. Cuando se acerca el camarero con las bebidas, Max aprovecha para dejar caer su mano sobre el muslo de Nina y, en gesto casual, subirle la falda hasta el principio de sus braguitas, para deleite del muchacho. “Este no va a perderme de vista, piensa Nina. Están casi solos. Aparte del barman, dos hombres trajeados se sientan en los sillones del principio. Tienen la pinta de ejecutivos, seguramente tomándose la copa del final del día. Max aprecia como, disimuladamente, han girado subrepticiamente los asientos para ver a Nina de lado.
– Vamos a jugar. – Max ordena a su mujer.
Ésta, excitada todavía por el calentón del metro, le obedece sin rechistar. Al rato, a la chica se le antoja claramente que Max deja intencionadamente la bola blanca de forma que deba inclinarse sobre la mesa de espaldas a los dos hombres, lo suficiente para que tenga que verse, forzosamente, las mini braguitas blancas que lleva. Lejos de molestarse, Nina sonríe cómplice a su marido aprovechando que está de espaldas a los mirones.
Después de un rato, los dos ejecutivos se acercan a la mesa, con la excusa de preguntar si van a seguir jugando mucho rato, para pedir turno en el juego. Es la oportunidad que Max esperaba.
– Podemos jugar los cuatro, por parejas, si queréis.
– Por nosotros encantados- responde el más alto – si a tu mujer y a ti os parece bien.
– ¿Y tú que dices, Nina? ¿Te apetece que juguemos una partida los cuatro? – pregunta Max, sabiendo de antemano la respuesta.
– Claro, cariño. Lo que a ti te parezca.
En el momento en que pone las bolas en su posición para empezar a jugar, Max les pone a prueba con una pregunta:
– ¿Y si nos jugamos algo? ¿Os apetece?
– Claro. Si ganáis vosotros, os invitamos a las copas que queráis. Por cierto, nos llamamos Mateo y Miguel. ¿Qué queréis apostar vosotros?
– Si nos ganáis, podéis entrar al baño con Nina, y será vuestra durante un minuto. – dejó caer Max, como una bomba. Todos miraron a Nina. – ¿Te atreves, guapa?- remató Max, en la certeza de que esa era su punto débil.
Por toda respuesta, Nina agarró el taco y procedió a darle tiza. Cabizbaja, aparentando una vergüenza que pugnaba en su interior con el morbo que le daba la situación. Morbo acentuado por la mirada del barman, que había seguido atento toda la conversación.
La partida duró realmente poco. Al segundo turno, Max aparenta un error y cuela la bola negra por la bocana del tapete. Ni Nina ni los dos hombres parecen atreverse a levantar la vista de la tronera, expectantes y excitados. Esa situación divierte a Max, que se siente a sus anchas. Ahora verá si Nina va de farol o, de verdad, seguirá el juego. Es la voz del barman la que quiebra el silencio:
– Sois los únicos clientes. Estaréis más cómodos en el sofá que en el baño. Voy a cerrar la puerta.
Max mira a su mujer, instigándola con la mirada a iniciar la acción. Ésta se adelanta, colocándose en la zona central, de pie y, mirando a su marido, dice.
– ¿Es lo que quieres? Pues ahí lo tienes.
Lentamente mira a los dos afortunados clientes, que siguen inmóviles y, mirándolos a los ojos, se desabrocha la blusa, dejándola sobre un sofá. Después, cogiendo con cada mano la tira lateral de sus braguitas, se las baja para, finalmente, soltar el cierre de su falda y quedarse de pie y desnuda ante los cuatro.
– ¿A qué esperan? – Pregunta Max.
Es el pistoletazo de salida para Mateo y Miguel, que se acercan seguros hacía ella. Mateo, de frente, le introduce la lengua en la boca mientras la agarra por las nalgas, con fuerza. Miguel, entretanto, le magrea los senos por detrás, amasándolos con una mano, mientas con la otra introduce un dedo en su vagina. La escena es grandiosa. Nina gime, tanto por las caricias que recibe como por el morbo que le da la situación, observada atentamente por el barman, que le sonríe mientras se soba el paquete con fuerza con la mano dentro de los pantalones. Tras unos momentos que se antojan eternos, Mateo la agarra firmemente de los hombros para arrodillarla frente a él. Justo en el momento en que Max dice:
– Señores, su tiempo acabó.
La cara de ellos refleja la mezcla entre la decepción de no haber aprovechado mejor su tiempo y la excitación que les había producido tener el cuerpo de la joven a su merced. Pero Max no cuenta con la de ella, que, mirándole desafiante, se acerca hasta el barman y, agarrándole con la mano el pene, que ya se ha sacado, le pajea firmemente mientras le susurra al oído:
– Si quieres correrte, que sea ahora. – mientras nota en su mano el semen caliente del muchacho. Al acabar, con la mano todavía chorreante, se vuelve hacía todos, diciendo:
– ¿Qué les parece, señores? ¿Soy lo bastante putita para mi marido?
Son ya más de las 22:00h. cuando Nina sale despreocupada de la ducha, recordando el episodio de la tarde en el billar. La saca de sus pensamientos la voz de Max:
– Vamos a seguir con el juego, Nina. Te he preparado un vestidito para salir esta noche ¿Te atreves o le dejamos estar?
Cómo lo iba a dejar estar. De hecho, Nina se sentía cada vez más metida en los juegos de Max y, ¿por qué no decirlo? también más excitada.
– Le verdad es que no me engañabas cuando has dicho “vestidito”. Eso no llega en ningún caso a vestido – replica Nina, dejando evidente su intención de seguir el juego. El “vestidito” en cuestión es de una pieza, ajustado, con un vuelo muy corto, la espalda al aire y un escote en forma de V del que sobresaldrán sus pechos al menor descuido. “¿Eso era lo que quiere Max? Pues a fe que lo tendrá.” Se contornea al ponerse un tanguita, ya que cualquier otra braguita será demasiado evidente, y se calza unos zapatos de talón, plateados con su vestido.
– Ya estoy lista. – dice a su marido, que sigue sentado en la cama, admirándola, para acabar con un desafiante – ¿Lo estás tu?
Deciden ir al restaurante en taxi para poder beber sin problemas. Al salir del taxi, Nina se entretiene un momento, lo suficiente para que el portero del restaurante pueda admirar no solo sus piernas, sino también el principio de su tanguita. Max se da cuenta y sonríe, pensando que tal vez había creado a un monstruo. Pero su erección no le deja espacio para más pensamiento que el de seguir jugando con Nina.
Sus temores se ven confirmados cuando observa a su mujer, siempre sonriendo, flirtear descaradamente con el camarero, acariciando levemente su escote para mostrar el principio de sus pechos, casi hasta las aureolas, divertida por el azoramiento del joven. Nina está cada vez más excitada y apresta a su marido para que pida la cuenta y poder marcharse.
– Vámonos de aquí, Max. Necesito que me folles.
– Ni hablar, preciosa. Ahora vamos a seguir en un club. – Max no piensa desaprovechar una ocasión somo esa para seguir disfrutando se su mujer.
Se acomodan a los asientos traseros del taxi, pero Max se las arregla para que Nina quede algo centrada, para que el chofer pueda regalarse con una vista privilegiada de las piernas de ella, que con lo exiguo de su falda se antojan interminables. Después se dirige a él:
– Queremos ir a algún club de moda, para que mi mujer pueda bailar toda la noche ¿no le parece que levantará pasiones?- remata, riendo.
– Desde luego que sí.- contesta el hombre- Puedo sugerirles el Hyde Club, entre Valencia y Mallorca, cerca del paseo de Gracia. Ahora está de moda.
– Perfecto – dice Max. Y seguidamente se recuesta en su asiento, no sin antes dejar su mano en el muslo de Nina, que da un respingo pero no hace ademán de apartarse. Es evidente lo que va a hacer.
Ahora sí que el taxista entra plenamente al juego al que se le invita, observando descaradamente por el retrovisor como Max sube la falda del vestido a su mujer y le abre ligeramente las piernas. Ésta se deja hacer, algo avergonzada, fijando su mirada en la ventanilla, como si no se diera cuenta, dejando que Max sigua acariciándole el pubis por encima de su tanguita, hasta que, al llegar ya al destino, levanta la mirada para encontrarse con la del taxista, que le sonríe lujuriosamente.
Se quedan en el vestíbulo de la entrada. El club es grande, con barras de bar, zona de sofás y una pista de baile en el centro.
– Ahora quiero que entres sola, Nina. Yo te seguiré después y te observaré a distancia, como en la playa.
– ¿Y qué se supone que debo hacer, yo sola en este antro?- protesta ella, aunque la enardece la idea de seguir el juego. Pero espera una indicación de Max, algo que le sirviera de coartada.
– ¿Qué que debes hacer? Recuerda lo que te dije el primer día: “Nunca serás lo bastante putita para mí.” ¿O quieres que lo dejemos?
Por toda respuesta, la ve alejarse contorneándose segura, la falda al vuelo y una espalda desnuda invitando a seguirla. Espera unos quince minutos antes de entrar, intentando calmarse.
La ve en la barra, de espaldas. Tiene detrás a un tipo joven, bien vestido, Parece que acaba de abordarla por la posición de ambos. Después, Nina se da la vuelta, se intercambian unas palabras e inmediatamente se dan dos besos. A Max le parece que demasiado cerca de la comisura de los labios, pero entonces su atención se fija en su esposa sentándose en un taburete, mientras sonríe coquetamente al hombre que está intentando ligar con ella. En un momento, éste se vuelve hacia la barra para pedir dos copas, momento que aprovecha Nina para enviarle un mensaje de voz a Max:
– Te he visto sentado en ese sofá. Sé dónde estás. Ahora es el momento de parar el juego o de dejarme seguir. Tú mismo.
-Sigue.- Es la escueta respuesta de Max.
A todo esto, Nina asiente con la cabeza y deja el micro de su móvil encendido. Así Max puede escuchar algunas palabras sueltas, entre el ruido de la música. “¿vienes sola?” “espero a mi marido” “¿y no está aquí?” “vendrá más tarde” le perece oír, pero al cabo de unos minutos Nina empieza a susurrar las palabras al oído del afortunado tipo y ahí Max ya no puede seguir la conversación. Pero la expresión corporal de ella no deja lugar a dudas. Sigue sentada, pero con las piernas ligeramente abiertas y la pierna de él entre ellas, mientras también parece susurrarle algo al oído. Nina se finge escandalizada, riendo, para después dejar que la mano el tipo la sujete por la cintura, riendo los dos. Y, cómo no, llega el beso. El hombre se inclina hacía ella, que no hace además de separarse. Sus bocas se funden y es evidente que eso no es un pico, sino un morreo en toda regla. Max imagina las lenguas entrelazándose, y observa la mano de él subiendo por la rodilla de Nina hasta su muslo. Entonces él se separa, le dice algo al oído y se va despacio hacia la zona de lavabos. En ese momento ella vuelve a mandar un mensaje a su marido:
– Me acaba de invitar a una raya de cocaína en el baño. ¿Qué hago? – Ellos solamente habían probado la coca un par de veces, pero Max recuerda el enorme efecto que tuvo sobre Nina, convirtiéndola en una zorra descarada. ¿Qué podía hacer, más que responderle:
– Ve.
Ni corta ni perezosa, Nina se encamina resuelta tras el joven. Max se queda esperando, tal vez quince, veinte minutos, que se le hacen eternos. Cuando los ve salir, Nina parece otra. Despeinada, el vestido ligeramente subido, hasta la altura de sus braguitas, los ojos brillantes y con una lujuria nunca vista en la mirada. Va cogida de la mano con el tipo y se acercan dónde est él.
– Os presentó. Éste es Max, mi marido. Él se llama Oscar.- Max supera el primer momento incómodo para alargarle la mano a Oscar, que le dice:
– No sabes cómo te envidio la mujer que tienes, Max. Espero que no te haya molestado.
– ¿!Qué va a molestarle? ¿No ves lo excitado que está?¡ – replica Nina, sentándose entre los dos. Está irreconocible, piensa Max. Nunca ha visto así a su mujer, que sigue:
– Oscar ha tenido la amabilidad de grabarlo todo. ¿Quieres verlo?
Max está seguro de que es la coca la que habla y no Nina, pero no piensa fastidiarlo ahora:
– Claro – Y Nina le pasa el teléfono, de forma que lo vean los dos mientras Oscar se disculpa y se marcha.
– Llamadme si queréis seguir jugando otro día. Ha sido un placer. – Nina se despide con otro beso húmedo y vuelve al lado de su marido:
– Mira, este es el baño de los tíos. Éste es el cubículo donde nos hemos encerrado. Fíjate el tamaño de la raya que me ha preparado. Ha sido un cielo. ¿Y qué iba a hacer yo? – sigue relatando Nina. Después la grabación muestra al tipo manoseando los pechos desnudos de su mujer, que se va arrodillando despacio. Ahí la grabación se para y la vista cambia a un primer plano, desde arriba, de Nina desabrochándole los pantalones y bajando sus calzoncillos hasta los tobillos. La mirada de ella está desorbitad de lujuria y, sin dejar de mirar la cámara directamente, empieza a lamer el tronco del pene del hombre, de arriba abajo, de lado, siempre sonriendo. Para, de golpe, introducírselo en la boca y empezar una mamada salvaje, aguantando la mirada a la cámara. Sigue así unos minutos, hasta que el teléfono empieza a temblar, al tiempo que se oye la voz de Oscar:
– Para ya o me voy a correr.
Max va viendo, hipnotizado, como Nina se saca el pene de la boca, mira a Oscar sonriendo y le responde:
– ¿Y a qué esperas?
Ahí la grabación va de la chica al techo, desordenadamente. Es evidente que Oscar se está corriendo. ¡En la boca de Nina! En un momento, la imagen se estabiliza de nuevo para encuadrar a Nina, que, abriendo la boca llena de semen, dice: “Max, te va a encantar.” Seguidamente sale del cubículo y se coloca frente al espejo grande del baño, mientras un montón de tíos la miran, incrédulos. Coquetamente, se sube las tiras del vestido, tapando sus pechos aun desnudos y, pausadamente, mira a todos a través del espejo, se inclina sobre el lavabo y escupe lentamente el semen que todavía tiene en la boca. Oscar, desde atrás, sigue grabándola a través del espejo. Y ahí es cuando, sonriendo a la cámara, dice, mientras todos los hombres que la miran:
– ¿Qué, Max? ¿Soy ya lo bastante putita para ti?