Con permiso de mi esposo
Soy una mujer casada con 38 años actualmente. Sin atentar contra la modestia, debo decir que los hombres me consideran muy atractiva y sexy, empezando por mi esposo quien disfruta mucho haciéndome vestir con minifaldas y ropa provocativa para que otros hombres me miren con deseo. Por diversión me he propuesto escribir gradualmente el relato de mis aventuras sexuales con otros hombres y eventualmente otras más secretas de carácter familiar.
Me casé a los 20 años, habiéndome mantenido virgen hasta los pocos meses luego de conocer a quien sería mi esposo, quien me cambió mi estatus de niña a mujer. Cuando me conoció llevaba tres años divorciado de su primera esposa. Luego de un noviazgo de 14 meses me propuso matrimonio, lo cual inmediatamente acepté, a pesar de que tenía yo varios pretendientes solteros, (quiero decir sin pasado) pues por una parte vi que él sería un esposo cariñoso y enamorado de su nueva mujer y por otra parte, habiéndole ya entregado mi virginidad, consideré que debería unir mi vida a la de él.
Durante los tres primeros años de matrimonio, nuestra vida transcurrió como la de cualquier matrimonio convencional. Quedé inmediatamente embarazada y tuvimos nuestro único hijo, quien actualmente tiene 17 años.
Los eventos diferentes que ameritan estas memorias se iniciaron cuando llevábamos 3 años de casados. Por amigas comunes, yo conocía que mi esposo en su primer matrimonio en algunas ocasiones había propiciado situaciones un tanto libertinas con su esposa, como bañarse en una piscina privada desnudos en presencia de otra pareja. Pero aparte de ello, poco más sabía yo hasta entonces de las inclinaciones de mi marido a permitir que otros hombres vieran las intimidades de su esposa. Poco a poco fue insinuando que me vistiera con ropas más provocativas, argumentando que siendo una mujer muy hermosa debería lucir mas mis encantos para envidia de otros hombres menos afortunados que él. Cuando hacíamos el amor, me preguntaba sobre mis experiencias sexuales pasadas, pero yo siempre respondía la verdad, en el sentido de que nunca había permitido que se propasaran conmigo y mi experiencia con otros novios nunca había pasado de unos besos en la boca. Ni siquiera había yo permitido que mis novios tocaran mis senos sobre la ropa, pues en mi adolescencia y primera juventud siempre fui muy recatada. Me sorprendió que él tuviera interés en conocer eventuales experiencias sexuales mías, y más aún que se excitara con ello. Con el paso de los meses empecé a percibir que él disfrutaba viéndome bailar con amigos en las reuniones, pues luego de ello se mostraba muy ardiente al hacer el amor, peguntándome si habían intentado pegarse a mí mientras bailaba. Yo durante muchos meses, eludí este tipo de conversaciones, pues no entendía su comportamiento, pero con el paso del tiempo, conversando con amigas y por algunas lecturas que mi marido llevaba a casa, entendí que esa morbosidad era más frecuente de lo que creía, que muchos hombres se excitan permitiendo que a su esposa la posean otros hombres y que en realidad muchas parejas se permiten aventuras sexuales fuera de casa. Empecé a no encontrar desagradables sus insinuaciones, renové gradualmente mi ropero, comprando más faldas que pantalones y asumí una posición algo más liberada, permitiendo que mi esposo se excitara con pequeños comentarios míos sobre lo atractivo que encontraba a algún amigo, o con algún comentario como que había notado cómo un hombre me miraba las piernas mientras yo las cruzaba en alguna reunión mientras vestía un una minifalda. En esas ocasiones, mi esposo se calentaba sobremanera cuando ya a solas me penetraba, pidiéndome que le contara que había sentido yo, y si me excitaba saber que otros hombres me deseaban. Esto fue progresando, pues ahora él ya no se cohibía de insinuarme que haciéndome la descuidada mostrara mis pantys en público, o que no me resistiera cuando trataban de bailar conmigo apretados. Empecé a pensar que mi esposo disfrutaría realmente dejando que otros hombres disfrutaran de mi cuerpo, y dicha posibilidad por primera vez se cruzó por mi mente, pues al fin y al cabo mi experiencia sexual se limitaba a lo disfrutado con mi marido (de paso debo confesar que luego comprobé que él está muy bien dotado).
Progresaron las insinuaciones de mi esposo, ahora más abiertas, luego de que yo confesara que en algunas ocasiones miraba el bulto de otros hombres imaginándome cómo se verían desnudos con sus miembros erectos. Así, mi marido terminó confesándome que no solamente le excitaba que yo mostrara mi cuerpo, sino más aún le excitaba sobremanera imaginarme siendo penetrada por otro. Yo continué diciendo que no me prestaría para llegar a situaciones de adulterio, que nos limitáramos a fantasear con esas cosas. Cuando hacíamos el amor, para excitarlo más (también debo confesar que a mí me empezaron a excitar también las fantasías), relataba cómo me gustaría que tal persona me abriera las piernas y me metiera su miembro para poder adquirir experiencia disfrutando a otros y aprender nuevas técnicas. Llegados a este punto, era solo cuestión de tiempo para que se convirtieran en realidad nuestras fantasías.
Le comenté a mi esposo que un amigo mío (de un grupo anterior a nuestro matrimonio, llamado Héctor), me decía con frecuencia que me encontraba terriblemente atractiva, que le gustaría mucho salir conmigo. Realmente yo lo encontraba a él también muy atractivo y ya fantaseaba sobre como sería hacer el amor con él. Mi esposo, como era de esperar me sugirió que cediera a sus avances, pero que fuera muy discreta para no comprometer nuestro prestigio. En la siguiente ocasión en que nos encontramos con mi amigo en una reunión, un poco desinhibida por las copas que habíamos consumido, estando sola en un rincón mientras servía una copa a mi esposo, se acercó Héctor y empezó como siempre con sus piropos. Yo le dije que no insistiera, que en mi condición de mujer casada no saldría con él a ningún lado. Él insistió diciendo que si le aceptaba una simple invitación a almorzar, dejaría de acosarme. Le dije que lo pensaría y me fui a reunir con mi esposo, a quien le comenté lo sucedido. Él se mostró en el acto interesado en el asunto, preguntándome cómo tomaba yo esas iniciativas de H, si me producían excitación, si me había mostrado coqueta con él, si quería yo ceder a sus avances etc. Habiendo yo respondido que me sentía halagada al verme deseada, mi marido me hizo prometer que me mostraría más accesible con H, llegando a insinuar que él se podía retirar con alguna excusa para que H tuviera oportunidad de acercarse a mí en la reunión. Yo respondí que no estaba preparada para ello y que nuestros amigos comunes se formarían un mal concepto de nosotros si me veían conversando a solas con él. Sin embargo, ante su insistencia, apenas tuve oportunidad de acercarme a H, le susurré que en vista de que mi marido tenía programado al día siguiente salir con sus amigos a practicar su deporte favorito, podría yo escaparme a almorzar con él, eso sí, advirtiéndole que lo haría solamente para cumplir el pacto de que dejaría de acosarme si salíamos una sola vez, y por supuesto en un plan de amigos (yo estaba cuidando ante él mi prestigio). Definimos que él me recogería al medio día.
Ese día era sábado y mi esposo se marchó con sus amigos desde temprano. Antes de partir, me pidió que me vistiera muy sexy para mi cita, escogiendo él mismo mi ropa: falda corta, blusa con gran escote y botones frontales y ropa interior muy atrevida semitransparente. Me dijo que saliera tranquila a divertirme con mi amigo, que todo lo que hacíamos aportaba diversión y excitación a nuestra relación, que al regreso disfrutaríamos en conjunto mi relato de lo que llegara a acontecer en mi primera salida con otro hombre estando casada. Mi amigo me recogió a una cuadra de nuestra casa para no despertar suspicacias con los porteros de nuestro conjunto residencial. Sus comentarios sobre mi figura y vestimenta fueron muy apreciativos, lo cual me aportó algo de confianza, pues me sentía muy nerviosa con la situación. Marchamos a un restaurante campestre donde había estado varias veces con mi esposo. Es un sitio discreto que tiene organizadas las mesas mediante rincones independientes para grupos familiares. Escogimos uno de dichos rincones, apartado de miradas indiscretas. Pedimos como aperitivos un licor que se acostumbra tomar en copas, utilizando como pasante sorbos fríos de agua. H le pidió al mesero que demorara una hora nuestro pedido de almuerzo, mientras disfrutábamos nuestro licor. Al principio me sentía tensa, pero luego de las primeras copas empecé a relajarme, diciéndome a mi misma que no estaba cometiendo ninguna falta con mi esposo, pues al fin y al cabo él había propiciado mi aventura. H, sentado a mi lado en una amplia banca para dos personas, me servía con frecuencia copas, aprovechando la situación para dármelas directamente de su mano, lo cual le permitía acercarse a mí, rozando con sus brazos mis senos, lo cual empezó a ponerme caliente, sintiendo cómo se endurecían mis pezones. Nuestra conversación transcurría hablando de temas generales, pero poco a poco fue tomando rumbos más privados, confesándome él que siempre se había sentido muy atraído por mí, que envidiaba a mi esposo por disfrutar de una mujer tan bella, que él con su esposa no se entendía mucho en el aspecto sexual, pues ella era muy fría e inhibida. Yo le contaba que mi relación con mi esposo era muy buena en todo sentido, pero que eso no impedía que como mujer me sintiera atraída en algunas ocasiones por otros hombres. Me preguntó si ese era el caso con él, a lo cual respondí afirmativamente. Eso lo impulsó a darme un primer beso en la boca, lo cual me produjo escalofríos endureciéndose más mis pezones y me empecé a humedecer entre las piernas. Al segundo beso respondí abriendo mi boca para que su lengua penetrara en ella. Mis primeros gemidos de excitación afloraron. Sus manos iniciaron caricias en mis senos sobre la blusa, aumentando mi excitación, pues los tengo muy sensibles. Metió sus manos bajo la blusa abriendo dos botones y tomando directamente mis pechos sobre mi brasiere transparente. Cuando vio mis pezones parados, se inclinó besándomelos delicadamente. Mi respiración estaba agitada e involuntariamente abrí un poco las piernas, con mi falda trepada sobre mis muslos debido a mis involuntarios movimientos de calentura. Él notó mi movimiento e inmediatamente metió su mano entre mis piernas hasta llegar a mi vagina cubierta por un panty totalmente humedecido por mi excitación. Comenzó a acariciarme, primero pasando sus dedos sobre mi entrepierna sobre mis pantys, pero luego, corriéndolos a un lado me acarició directamente la vulva, tocándome el clítoris con un dedo. No pude contener un audible gemido de placer y temí que fuera escuchado por otras personas, por lo cual me controlé mordiendo mis labios. Metió primero un dedo en mi vagina y cuando me abrí más de piernas, pudo colocarme varios de ellos en mi excitadísima cuca. Mientras tanto me besaba apasionadamente, a lo cual respondía yo con igual ardor. Por timidez no me atreví al principio a tocar su miembro, pero él, interrumpió por un segundo sus caricias en mi vagina y tomándome una mano, la colocó sobre su bulto prominente sobre sus pantalones. Por primera vez en mi vida palpaba yo otra verga diferente a la de marido. Sin haberla visto aún, comprendí que la tenía de muy buen tamaño y deseé tocarla directamente con mis manos pero me daba miedo que él me juzgará como una mujer fácil. Me susurró al oído que se la sacara de los pantalones. Le dije que me daba miedo pues podría entrar de pronto el mesero sorprendiéndonos. En esas estábamos cuando alcancé a ver que el mesero se aproximaba con nuestro pedido de almuerzo. Rápidamente nos compusimos, pero creo que el mesero sospechó nuestras andanzas, pues los botones de mi blusa estaban abiertos y en su cara se notó una sonrisa de complicidad. Sentí temor de que me reconociera, pues como ya dije, en otras ocasiones habíamos almorzado en ese sitio con mi esposo. En cualquier caso, si me identificó no hizo ningún comentario imprudente y me tranquilicé ayudada por la desinhibición del licor consumido. Almorzamos rápidamente pues la pasión que estábamos viviendo nos cortó de tajo el apetito. Pronto llamamos al mesero para que retirara los platos de la mesa. A todas estas ya había transcurrido la mayor parte de la tarde y ya estaba oscureciendo. H retomó sus caricias subiéndome la falda para poder mirar libremente mis interiores, los cuales desplazó a un lado nuevamente, dejando a la vista mis labios vaginales. Con sus dos manos me abrió la vulva, lo cual le permitió ver mi sonrosado color, fluyendo mis lubricaciones de mujer en celo. Me introdujo dos dedos lo cual causó rápidamente mi primer orgasmo, pues me encontraba increíblemente excitada. Me incliné sobre él gimiendo audiblemente, colocando mi boca contra la suya para que mis gemidos quedaran ahogados sobre su lengua. Recobré mi respiración, sintiendo los últimos espasmos de mi venida. Él, muy excitado sacó su miembro y me obligó a tomarlo entre mis manos. Ahora sí tenia yo una verga diferente a mi alcance y me produjo sensaciones nuevas el conocer la forma y tamaño de otros miembros, comparándolo con el de mi marido, el cual es algo más corto que el de H. Su hermoso miembro estaba totalmente rígido, notándose su cabeza dilatada y cubierta de sus flujos. Cuando comencé a acariciarlo a todo lo largo, salieron más gotas por su ojete, mojando mi mano derecha. Su respiración estaba muy agitada y me dijo que se iba a venir muy pronto. Trató de bajarme la cabeza para que se lo chupara, pero esto era todavía algo muy privado que solamente había practicado a mi esposo. Le dije que lo haría venir haciéndole una paja subiendo y bajando mi mano a todo lo largo. Se inclinó sobre mí tratando de colocar su verga contra mi vagina, pero yo lo mantuve apenas en contacto contra mi vulva, moviendo frenéticamente mi mano sobre su miembro hasta que él sin poderse contener más, se descargó sobre mis piernas, depositando chorros de semen en mis muslos y pantys, untando inclusive mi falda. Me sentí muy agradada al ver la pasión que podía despertar en otros hombres y entendí que resultaba muy placentero gozar otros miembros sintiendo como pulsaban entre mis manos. H sacó su pañuelo del bolsillo y con él limpió hasta donde pudo su semen descargado sobre mí. Me pidió que fuéramos a un motel para poderme disfrutar a pleno, pues quería sentir el placer de meterme su verga y sacarme otros múltiples orgasmos, pero yo le dije que no estaba preparada para serle infiel a mi esposo, que ya era tarde y yo tenía compromiso con mi esposo de encontrarnos en un bar a una hora fija, por lo cual besándolo en la boca le pedí que me llevara. Me bajé de su auto a poca distancia del establecimiento y entré a buscar a mi esposo. Lo encontré en la barra conversando con el barman y tan pronto me vio me abrazó besándome en la boca inquiriendo con su mirada que anécdotas traería para relatarle. Nos sentamos en una mesa apartada y empezó su interrogatorio. Le toqué su miembro sobre los pantalones comprobando que se encontraba duro de la excitación que le producía la expectativa de mi relato. Le pregunté si ese efecto lo producía el sospechar que su esposa había estado gozando con otro. Él muy excitado lo confirmó y metió sus manos entre mis piernas haciéndome abrirlas para examinarme. Cuando sintió la humedad en mis pantys estaba ya que no se podía contener. Me preguntó qué traía untado sobre mis interiores y le respondí pidiéndole que probara. Mi esposo colocó su mano sobre mi vagina desplazando mis pantys, sintiendo mis flujos como escurrían y lo untada que estaba de semen alrededor de mi cuca y sobre los pantys. Probó el sabor diciendo que sospechaba que eso era esperma de mi amigo. A mi confirmación comenzó mi esposo a masturbarme metiendo dos dedos en mi cuca y chupando con frecuencia su mano untada. Rápidamente pidió su cuenta y nos fuimos a casa donde le relaté todos los detalles mientras él chupaba mi vagina y mis muslos antes de penetrarme produciéndome el segundo orgasmo del día. La pasión desarrollada en esta sesión de sexo fue la más intensa que jamás habíamos tenido, pues mientras él gozaba clavándome, yo pensaba en la verga de H. imaginando que era él quien me gozaba.
Mi esposo morbosea con estas situaciones mientras se encuentra excitado, pero luego de calmar su pasión, parece caer en un estado de inseguridad al imaginarse que puede perderme si yo me involucro sentimentalmente con algún otro hombre. Así me lo manifestó luego de terminar nuestra sesión de sexo esa noche. En realidad a mí también por aquel entonces me preocupaba que mi marido llegara a pensar que yo era una puta y sintiera deseos de terminar conmigo. Le respondí que yo lo quería mucho, que nuestra relación sexual era fabulosa, que yo no tenía ninguna razón para involucrarme sentimentalmente con nadie diferente a mi marido etc., etc., pero que si él quería, yo suspendería mis aventuras con H. Mi marido respondió que ya veríamos qué pasaba más adelante y que él me adoraba y quería conservarme siempre como su esposa.
Continuará…