Os queríamos contar lo que hicimos esta última nochevieja. Pero, para empezar por el principio, os diré que somos una pareja joven (Laura 25, y yo –Lucas- 30) que vivimos juntos desde hace poco más de un año en una gran ciudad española.

Disfrutamos mucho del sexo y solemos alimentar las fantasías de ambos, imaginando y contándonos lo que nos gustaría hacer con otras personas.

Así ha sido, sólo fantasía, hasta la pasada noche vieja en la que decidimos quedarnos en casa a tomar unas copas e invitar a un amigo que también huye de las fiestas y demás compromisos que, más de una vez, resultan una obligación más que un placer.

Sin más, nos reunimos los tres en nuestra casa sobre la una de la mañana, tras la copiosa cena y las consiguientes campanadas.

Javier, nuestro amigo, lo es desde hace muchos años y la confianza que tenemos con él nos permitió ponernos cómodos desde el principio.

Laura se puso un camisón blanco que le cubre hasta la mitad de los muslos y que, fácilmente, deja ver más en cuanto ella se mueve por una habitación.

A mi me encanta verla así.

Javier nos ha visto desnudos decenas de veces ya que en muchas ocasiones hemos ido juntos a playas nudistas, así que no fue nada raro que yo me desnudara frente a él y me pusiera un pantalón de pijama y una camiseta.

Él, simplemente, se descalzó y se repantingó en un sillón con una copa de whisky en una mano y un canuto de marihuana en la otra.

Tras una hora y media, en la que bebimos, fumamos y nos congratulamos de haber escapado, una vez más, de las aburridas fiestas propias de la fecha, la conversación giró hacia el tema del sexo.

No sé muy bien cómo empezamos a hablar de los gustos de cada uno en la cama pero supongo que fue Javier el que comenzó ya que llevaba más de dos meses sin acostarse con una chica y anda bastante cachondo desde entonces.

Los vinos de la cena, el cava de las doce campanadas sumados a las copas y los porros nos acabaron de desinhibir por completo y los relatos de cada uno fueron siendo cada vez más explícitos, entrando en detalles que, pese a la gran confianza, no solemos mencionar.

Laura, que se emborrachaba por minutos, se había tumbado en un sofá tapada por una manta y escuchaba, con cierta mirada viciosa que conozco muy bien, como Javier contaba con todo lujo de detalles cómo la primavera pasada folló con una pareja de franceses que habían venido a visitarle y que pasaron unos días en su casa.

Cuando empezó a contar cómo desnudaron a la francesita y ésta se agarró a sus pollas lamiéndolas alternativamente, vi como Laura bajaba una mano hasta su conejito y empezaba a acariciarse bajo la manta, disimuladamente.

No me sorprendió especialmente ya que, muy a menudo mientras follamos, le cuento fantasías parecidas en las que dos o más hombres la desnudan, manosean y penetran de mil maneras.

Esto es de las cosas que más cachonda la ponen y se suele correr cuando le relato cómo tres pollas se derraman en sus tres agujeros.

Cuando Javier terminaba de contar cómo se corrió en el culo de su amiga, se incorporó en el sillón en el que estaba y, sin duda, se dio cuenta de lo que pasaba bajo la manta de Laura.

Yo miré para otro lado y me hice el sueco aunque me daba perfecta cuenta de lo que pasaría a continuación.

Efectivamente, Laura no tardó un minuto en decir que todo lo que acababa de escuchar era la mismísima realización de una de sus fantasías más recurrentes y que le encantaría hacerlo con dos tíos, que también me compartiría con otra chica pero que se masturbaba a menudo soñando con que la follaban el chocho y el culo a la vez.

Javier me miró muy serio y dijo que si le queríamos a él para completar el trío estaba más que dispuesto.

Por toda respuesta, me incliné sobre Laura y le pregunté en un susurro si era lo que realmente quería, ella vacilante articuló un breve «sí».

La besé, metí mi lengua en su boca y deslicé una mano hacia sus duros pezones, los pellizqué fuerte como a ella le gusta.

Tras esto me incorporé ligeramente y tiré de la manta, descubriendo las abiertas piernas de Laura que llevaban hasta su diminuto tanga sobre el que todavía estaba posada su mano.

«¿A qué esperas?» Le dije a Javier. Él miraba fijamente la entrepierna de mi chica y ante tal invitación se abalanzó como un rayo, metió su cabeza entre los muslos de Laura y comenzó a devorar su coñito apartando el tanga con dos dedos.

He de decir que sentí una punzada de celos al ver que mi amigo le comía el coño y como ella se retorcía de placer, pero la excitación fue más fuerte y quitándome los pantalones me puse sobre Laura para que, de esta forma, alcanzase mi polla con su boquita. Inmediatamente comenzó una de sus maravillosas mamadas.

Nunca he conocido a una chica que lo haga tan bien como ella, el secreto es muy sencillo: le encanta.

Por un lado le gusta darme placer y por otro, que le follen la boca le sugiere cierto acto de sometimiento que es lo que más la excita.

También la pone muy cachonda que le diga guarradas, que la llame zorrita y cosas por el estilo.

Así que, ni corto ni perezoso, le empecé a narrar a Javier cómo le gusta chupar pollas a Laura y lo bien que lo hace. Imagino que esto calentó a Javier definitivamente pero los efectos más inmediatos se produjeron sobre mi chica que me pidió hacérnoslo a los dos a la vez.

Dicho y hecho: ambos nos pusimos de pie frente a ella que permaneció sentada en el sofá. Javier se desabrochó el pantalón y saco un rabo de dimensiones considerables mientras Laura se metía mi polla hasta la garganta y me masturbaba con su mano derecha.

Con la izquierda asió el cipote de Javi y en unos segundos lo introdujo en su preciosa boca.

Comenzó así a chuparnos alternativamente, pasando su lengua y sus suaves labios por cada centímetro de nuestros rabos.

Lo hacía despacio, deleitándose en las succiones, frotándose una polla en la cara mientras engullía la otra, mordisqueando nuestros huevos, recorriendo los glandes con la punta de su lengua.

A los diez minutos la excitación reinante era tal que decidimos ir a la cama para terminar el polvazo.

Tumbé a Laura boca arriba y entre Javi y yo la cubrimos de lengüetazos. Le lamimos todo el cuerpo, deteniéndonos especialmente en sus tetas, su chochito y su precioso culo.

La manoseamos, la llenamos de saliva, la pellizcamos, le dimos azotes en el culo y en la cara interna de los muslos.

Laura estaba como loca, pocas veces la he visto tan cachonda y a los pocos minutos me pedía a gritos que la follasemos. Javi se tumbó boca arriba y yo ayudé a Laura a sentarse sobre su rabo, previamente enfundado en un condón, en pocos segundos cabalgaba sobre mi amigo metiéndose su polla lo más profundo que podía.

La verdad es que era un espectáculo fascinante, ver el culo de mi chica dando saltos sobre el cipote de otro tío me estaba poniendo a mil.

Lamí el agujero de su culito, lo embadurné de saliva e hice lo mismo con mi polla.

Apoyé la punta de mi glande en la entrada de su negra cuevecita y comencé a penetrarla lentamente.

Me costó mucho más de lo que es habitual por el volumen de carne que ya había perforado su coño pero, poco a poco, cada centímetro de mi tieso cipote fue entrando en su culo.

Laura gritó y se quejó al principio, pero cuando pasaron los primeros dolores no tardó en empezar a moverse como una loca, gimiendo y jadeando como pocas veces yo había escuchado.

La mordí en la espalda, en su nuca, en los brazos mientras luchaba por clavar mi polla más profundo.

Notaba el rabo de Javi a través del flexible tabique que nos separaba y a los pocos minutos nos corrimos como pocas veces lo hemos hecho en la vida.

De mis cojones fluyeron cantidades increíbles de semen que rebosaban del culo de Laura que más tarde me confesó haberse corrido tres veces con orgasmos tan intensos que creía desmayarse.

Javier quedó exhausto, tumbado en la cama con una sonrisa infantil que no se le borró de la cara ni al quedarse dormido.

Al día siguiente, Laura y yo hablamos del tema y hemos decidido volver a buscar experiencias parecidas pero tratando de evitar a los amigos para estos juegos ya que ambos creemos que podríamos sentir celos que, a la larga, nos harían daño.