Capítulo 1

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Mi novia se había ido a casa de sus padres por el fin de semana. Aproveché para estar en pijama todo el día, sin maquillaje, viendo porno y comiendo comida basura. Justo estaba a punto de tocarme cuando alguien llamó a la puerta. Pensé ignorarlo, pero volvió a tocar. Me acerqué molesta, sin sostén, con la camiseta marcando los pezones. Al abrir, me encontré con ella.

—Hola, cariño —dijo con una sonrisa ladeada—. ¿Te molesta si paso un momento?

Era Clara, la ex de mi novia. Llevaba años sin verla, pero nunca me cayó mal. De hecho, siempre me pareció muy guapa: alta, pelo oscuro, labios gruesos y unos ojos que sabían mirar con malicia. Entró sin esperar respuesta, caminando como si todavía viviera aquí. Llevaba unos jeans apretados y una blusa blanca que dejaba ver su sostén negro. Se sentó en el sofá, cruzó las piernas y me miró con descaro.

—¿No estás muy sola tú? —me dijo—. Qué maleducada, ni me ofreces agua.

Fui a la cocina solo por no discutir.

Mientras preparaba el vaso, notaba su mirada clavada en mi espalda. Su presencia me incomodaba… o quizás me excitaba.

Cuando regresé con el vaso, ella se había quitado la blusa. Su sostén apenas contenía sus tetas. Me detuve en seco.

—¿Te pasa algo? —preguntó, notando mi mirada.

—No. Solo… estás un poco desvestida.

—¿Te molesta?

Negué con la cabeza, tragando saliva. Se echó el cabello hacia atrás y me sostuvo la mirada.

—Siempre pensé que eras más puta que mi ex —soltó sin rodeos—. ¿Me equivoqué?

Me quedé sin palabras. Sentí calor entre las piernas. No contesté, pero creo que mi silencio lo dijo todo. Clara se levantó, dejó el vaso en la mesa y se acercó. Me rodeó la cintura con una mano y bajó su rostro hasta quedar frente al mío.

—¿Quieres que te coma el coño, traviesa?

La frase me dejó paralizada. Sus labios estaban tan cerca que podía oler su aliento. Asentí sin pensar. Ella sonrió satisfecha y me empujó hacia el sofá. Me senté, nerviosa y excitada. Clara se arrodilló entre mis piernas, subió mi camiseta y bajó lentamente mis bragas. Me miraba directo mientras lo hacía. Cuando me dejó desnuda, se quedó un momento admirando mi cuerpo.

—Sabía que tenías un clítoris precioso —murmuró.

Y sin decir más, me besó. Primero la cara interna de los muslos, despacio, casi torturándome. Luego pasó su lengua por mis labios, despacito, sabiendo exactamente cómo hacerme perder la cabeza. La forma en que jugaba con su lengua me volvía loca: se detenía en mi punto más sensible, lo lamía con ternura, y luego con agresividad. Me sujetaba las piernas con fuerza, como si no pensara soltarme.

Me arqueé de placer. Empecé a gemir sin vergüenza. Me corrí en su boca, y ella no se detuvo. Seguía lamiéndome como si no tuviera suficiente. Me sentía vulnerable, abierta, completamente entregada.

—Ahora tú —dijo levantándose.

Se quitó los jeans, luego el tanga. Lo que vi me hizo sonreír. Clara tenía un buen paquete. Largo, grueso y palpitante. Me acerqué a ella sin decir palabra. La tomé con las dos manos y le pasé la lengua desde la base hasta la punta. Gozó el gesto, echando la cabeza hacia atrás.

Sí, soy bisexual, aunque la mayoría de mis relaciones han sido lésbicas y en los últimos años podría decir que el 100% de los polvos que he echado, ha sido con chicas. Se ve que me tira más una almeja, que una salchicha, o como dirían en mi pueblo… soy más de pescado, que de carne.

Así que cuando vi el paquete de Clara, no me lo pensé y me lancé a por él.

—Demuéstrame que eres mejor que mi ex —me susurró.

No necesitaba más incentivo. Metí su polla ya dura en mi boca. Empecé despacio, recorriéndola entera con los labios, succionando la cabeza mientras le acariciaba los huevos. Luego fui más profunda. Sentía cómo su verga me llenaba la garganta. Me agarró del cabello y empezó a marcar el ritmo. Estaba completamente en sus manos, y me encantaba.

—Así, tragona… —jadeó—. Me vas a hacer correrme…

No dejé que lo hiciera. Me aparté a tiempo y la miré con picardía. Ella entendió el mensaje. Me empujó contra el sofá, se colocó encima y empezó a frotar su polla entre mis labios húmedos. Estaba tan mojada que se deslizaba sin esfuerzo.

—¿Quieres que te la meta, zorrita?

—Hazlo —gemí—. Métemela ya.

Clara se acomodó mejor, tomó su polla y me la fue metiendo poco a poco. Sentí cómo me abría, cómo me llenaba centímetro a centímetro. Era gruesa, no recordaba haber visto nunca una polla tan gorda como la de ella. Me dolía un poco, pero el placer lo compensaba todo. Cuando ya estaba entera dentro, me abrazó y empezó a moverse.

Al principio, despacio. Luego más fuerte. Me follaba como si me conociera desde siempre. Con fuerza, con ritmo, con maldad. Me cogía del cuello, me mordía el labio, me decía cosas sucias al oído. Yo me aferraba a su espalda y le pedía más. Me sentía usada, deseada, absolutamente suya.

—Eres una puta deliciosa —me repetía—. No entiendo cómo mi ex te dejó sola.

Me cogía con fuerza, sin parar, sin piedad. Cambiamos de posición. Me puso de rodillas sobre el sofá y me la metió desde atrás. Me agarró de las caderas y empezó a bombear con más violencia. Mi culo chocaba contra su pelvis, haciendo un sonido húmedo y obsceno.

—Tu culito está pidiendo leche —dijo con voz ronca.

—Llénamelo… —contesté sin pudor.

Sentía que me iba a correr otra vez. Estaba a punto cuando ella se detuvo, salió de mí y me obligó a girarme.

—Trágatela otra vez. Quiero correrme en tu boca.

Me arrodillé frente a ella, abrí bien la boca y la chupé como una desesperada. Clara empezó a jadear, a tensarse, y finalmente se corrió. Un chorro caliente llenó mi boca. Lo tragué todo. No dejé escapar ni una gota. Luego le limpié la punta con la lengua, mirándola a los ojos.

—Eres una adicción —dijo—. No sé cómo tu novia te deja sola.

Nos recostamos en el sofá, sudadas, desnudas, respirando agitadas. Me acarició el pecho, el cuello, y volvió a besarme.

—Esto se va a repetir, ¿verdad? —me preguntó.

—Claro que sí —le respondí, sintiendo su mano volver a bajar entre mis piernas.

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