Sandra se percata de la seriedad de mi mirada. Su sonrisa desaparece y me mira con una expresión mezcla de interrogación e incredulidad, pues presiente que yo no soy dueño de mi mismo. Y tiene razón, pues me domina el deseo de tocarla y nada me importa en ese momento que no sean sus senos. No hay fuerza ni razonamiento que me haga desistir. Sus senos están ahí y es lo único que puedo ver.
No podía creer que mis deseos de poseer a mi sobrina de veinte años se fueran a hacer realidad en pocos momentos más, a raíz de un encuentro casual que nos llevó a la oscura sala de un cine donde no supimos de la película, entretenidos como estábamos descubriendo nuestros cuerpos con las manos y la boca, ansiosos el uno por el otro.
De pronto una de sus manos se va en busca de mi verga, la que bajo el pantalón ha crecido a dimensiones lógicas de presumir. Pero pasado un instante, suelta mi instrumento y vuelve a apretar el posamanos, quizás intimidada por lo atrevido de su gesto o tal vez sorprendida por el tamaño de mi sexo.
Cuando la conocí me hice muchas fantasías, pero nunca pensé en una posibilidad como la que estoy viviendo: poseerla. En mis sueños ella se enamoraba de mí y vivíamos un romance hermoso y pletórico de besos y abrazos, en el que no había sexo, ya que esa posibilidad estaba absolutamente fuera toda posibilidad.
Una joven llega a casa de sus tíos con los que vive. Al encontrar que no hay nadie pone la música tope y comienza bailar medio desnuda. La llegada de su tío cambiará la situación.
Un sorprendido tío se queda anonadado ante el cambio experimentado por su sobrina a la que hace un tiempo no veía. Ella es aún virgen, a lo que el tío se afanará para cambiar esa situación e iniciarla en el sexo.
El culo de la sobrina recibe la visita del tío lo mismo que antes la recibió el de su hermano.
Lo que sucedió con mi sobrinita ardiente de sexo.
El encuentro entre las dos mujeres, los sexos que se unen, el lazo definitivo y sempiterno de amor.