Lo último que recordaba de anoche era que una joven y hermosa mujer, delgada, de estatura mediana, blanca, de ojos y cabellos negros, se me había acercado en el bar y me brindó una bebida.
Era sábado por la mañana y mi abuela me obligaba a ir a clases de catecismo, lo cual no me agradaba nada pues yo no era un santo, al contrario todo el día pensaba en coger y las mujeres exuberantes de buenas tetas me volvían loco, eso es otro tipo malo de la iglesia que todas las monjas son viejas feas y sin cuerpo.
Danielita siempre había sido para mí la hermanita menor de Federico, mi amigo de toda la vida, y por extensión algo así como mi propia hermanita menor... ...Con el correr del tiempo ella fue perdiendo el respeto que me tenía y me provocó de todas las maneras posibles, ocasionándome unas calenturas cada vez más difíciles de controlar... ...Hasta que llegó ese día...
Luego se acerca a mí y me pide fuego; yo solícito prendo mi encendedor; ella coge mi mano con sus dos manos, acerca su cara con el cigarrillo sujetado por sus deliciosos labios y fijándome sus ojos, con una pícara mirada lo enciende y me da las gracias, demorándose en soltar mi mano.