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Fea de cara… pero, ¡qué cuerpo!

Su fealdad fue obviada al instante, pues su cuerpo era de maravilla. Cuello largo y blanco, hombros derechos, pechos medianos firmes y con buena aureola y pezón, cintura más bien fina, amplias caderas y la coronación de sus torneadas piernas, era rematada con redondeces de sus blancas nalgas. Ofreciéndome una, cruzamos los brazos y tomamos un sorbo. El cruce sirvió para que mi mano derecha rozara uno de sus duros pezones, que coronaba su teta izquierda. Apuramos la copa y sin casi darnos cuenta, estábamos en cuclillas sobre la moquette. Sirvió dos nuevos tragos y los bebimos de un saque.