Para los dos más pequeños apenas necesitaba gel, pero con los otros dos la cosa era diferente, pues aunque sí podía introducírmelos, tan solo me cabía la punta, y notaba que mi ano necesitaba algo de ayuda.
Él estaba a cuatro patas, ligeramente echado para atrás, con el trasero un poco levantado, la cabeza completamente bajada, apoyado sobre los brazos entrecruzados. Recordaba a una gatita esperando la embestida de un semental.
Después de acechar a su padre en la ducha y de masturbarse con sus calzoncillos, nuestro protagonista se encuentra con el cuerpo de su progenitor en un glorioso 69 que inicia una duradera y tórrida relación.