Una tarde de sopor, navegando por la red, me encontré con su relato. Por aburrimiento, o quizá por curiosidad decidí contestarle, abriendo una ventana a este mundo virtual, y casi ficticio que se escondía detrás de la pantalla.
– Quizá puedas mandarme unas fotos, (así pondría límites a esas fascinantes historias que contaba nuestra misteriosa protagonista)- le escribí.- Inspírame, y te devolveré otra historia.
Así es como empezó la inesperada aventura, ya que a los pocos días ella me mandaba una serie de fotos, en las que se confirmaba con rotundidad su belleza perfecta. No haré una descripción apasionada, pero sí lo más científica que pueda. Su rostro era tal como lo explicaba en su relato. Ojos casi verdes y brillantes, boca bien formada, labios finos, y aparentemente dulces. Su cuerpo era bien proporcionado, los pechos grandes, con unos abultados pezones, oscuros, muy oscuros. El vientre era delicado, terso, y se deslizaba acabando en un tupido pubis. Las piernas musculosas, el culo generoso, y con las curvas tal y como las había descrito mi imaginación. Una belleza, aunque así imaginada, insospechada.
Ahora me tocaba a mí, así que, cumpliendo mi promesa, decidí devolverle un relato. No era fácil, y esa noche, sin haber escrito una sola línea, lo dejé apartado flotando por oscuros pensamientos.
Qué hará una belleza como tu navegando por la red? Es como el náufrago que cae al mar y se encuentra una hermosa sirena, o como el desconfiado que acaba en una isla y descubre ese tesoro que siempre creyó inexistente.
Pero fue a la noche siguiente, cuando la respuesta vino a mi encuentro, y por azar, porque las cosas más apasionantes, siempre ocurren en el último instante.
Transcribo la carta que le mandé, poniendo así fin a mi deuda, pero acrecentando mi deseo por que se repitiera aunque sólo fuera una vez más.
Te contaré lo que me pasó el otro día, una calurosa noche de verano. Después de dar una vuelta con unos amigos, a esas horas en que todo lo que sucede parece no haber pasado jamás, y cuando ya decidía volver a casa, vi una mujer muy parecida a ti, más aún porque llevaba un conjunto de pantalón corto y manga larga de colores, que recuerdo haber visto en alguna de tus fotos. Casualidades así no pueden dejarse escapar, por lo que decidí arrojarme en ese vacío desconocido, pues sería la mejor manera de conocerte.
Me acerqué y no tardamos en entablar conversación. Ella hablaba, y yo, abstraído, recorría con la mirada cada centímetro de su cuerpo, imaginando sus pechos insinuantes, sus caderas, sus largas piernas, y ella regalándome palabras que se perdían en el aire, Yo insistía viajando por sus costuras, deslizando mis fantasías por su escote, y de nuevo disfrutando de sus ojos, su melena rubia, suspirando a su oído secretos inconfesables, susurrando a un centímetro de su piel, sabiendo que me esperaba una larga noche, y que si te la cuento, tan sólo es porque en parte te pertenece. Ella enseguida notó mis ocultas intenciones y me propuso que le acompañara a tomar la última copa a su casa. A partir de aquí, fue como si todo hubiera pasado contigo, y aunque se puede resumir en un par de páginas, aquella noche duró toda una eternidad.
Acariciarte fue un inmenso placer, por supuesto te rompí el vestido, pensando que así podría también rasgar tu deseo, recreándome en tu vientre, que aparecía ante mí como el inicio del territorio conquistado… Tú empezaste a darme un masaje, delicioso, con el que me excitaba cada vez más, con lentitud, saboreando el tiempo inabarcable, ahora en tus manos. Entonces pensé que ya era hora de perder las buenas maneras. Te arroje sobre la cama, y empecé a morderte fieramente los pezones, esos pezones que yo ya conocía, pero que ahora recobraban una realidad asombrosa. Tú eras consciente de mi excitación, sin límites, y decidías mantener esa tensión en cada instante, con cada caricia y cada mordisco. Tú recorrías mi cuerpo con tu boca, me arañabas con los dientes, y tu lengua se deslizaba por mi pecho, mi vientre,…
Segundo a segundo aumentaba la feroz temperatura, y mientras yo me deslizaba con la boca por tu interminable piel, tú empezabas a acariciar mi polla, que recorría todos los rincones de tu boca. Mi glande, exploraba espacios infinitos, acompañado por tu lengua que lo acariciaba suavemente. Decidiste subir la intensidad de la mamada, tragando toda mi polla con dulces movimientos, de arriba abajo, repetidamente, como sólo tú sabes hacer. En esos momentos me acordaba de tu relato, de cómo narrabas la mamada que le hiciste a tu novio aquella primera vez, y yo entraba a la deriva, de mi presente a tu pasado, navegando en un océano de placer. Por un instante empecé a imaginarte como aquella vez, tu primera vez, iniciando un regreso a tu relato, adivinando tu cuerpo, blanquecino, joven, inexperto, excitada ante la polla erecta, saboreándola con curiosidad y con impaciencia. Regresé enseguida, empecé a comerte el coño, jugoso, con un río de excitación, abierto completamente, mientras tú te frotabas el brillante clítoris con los dedos, y perdías poco a poco la razón. Yo sentía la lengua viajando por tus labios, mientras tú abrías cada vez más las piernas, sintiendo que te partías en tu interior, y que cada roce penetraba en tu vagina, sintiendo frías y dulces puñaladas de placer. Sentía tu temblor en mi boca. Mi lengua recorría todos tus rincones, gemías, mientras me sujetabas la cabeza con tus manos, y la presionabas como para que no se terminara nunca. Y me sentía como el centro de gravedad de tu entusiasmo, con tus caderas poderosas bailando sobre mí, presionando con tus piernas, intentando traspasarme con tu coño delirante.
– No acabes nunca, decías, no acabes nunca.
Y yo, corazón, te mordía suavemente, prolongando tu hermosa agonía.
Poco después estaba penetrándote, de una manera deliciosa, mientras tú gemías locamente, con la desesperación de aquel que ha rebasado el límite del control, diluyendo tu inocencia en el sudor de mi piel.
El final de la función me lo tenías reservado. Dando un giro inesperado, pasaste a ponerte tu arriba, y a menear las caderas alrededor de mí, estrechando mi pene contra tu vagina, cabalgando con movimientos impulsivos, pero eficaces. Allí arriba estaban esas dos tetas apoderándose de mí, y los músculos alrededor de tu vientre latían de placer. Sabías que eso iba a ser ya definitivo, pero no quisiste parar el reloj del placer, y seguiste ansiosa y perversa, con esa avidez que ya delataba la sonrisa de tus fotos.
Yo estaba tumbado cuando me ataste mis manos a la cabecera de la cama. Cerré los ojos para perderme en el oasis de tus deseos, pero te sentía golpear desenfrenadamente tus piernas dobladas en mis caderas. Te arqueabas hacia atrás, tensando el vientre, con unas inmensas tetas apuntando hacia arriba, con los pezones a punto de explotar, y seguías moviéndote con locura, a un ritmo galopante, arañándote el culo, estirándote el pelo y siguiendo los caprichos de tu malvada locura.
Y yo, inmóvil, en tus manos, dejando que me arrastrara tu salvaje desenfreno, entregado a tus deseos. Me cogías la espalda con los brazos, como para no dejar escapar ni un segundo de la noche, como para asegurarte de que mi polla te penetraba completamente, sintiéndola dura y caliente.
Cuando me fui a correr, me cogiste el pene con las manos, frotándolo de arriba abajo, con fuerza e intensidad, con las dos manos, y dirigiste el chorro de placer a tus pechos, frotándolos al ritmo de tu orgasmo.
Volví a cerrar los ojos, abandonándome a esa distancia sideral que todavía había entre tú y yo. Exhaustos los dos permanecimos así un buen rato, ella encima, apoyada y derrumbada, adquiriendo poco a poco la noción del tiempo y del espacio, y yo jadeante, flotando entre su cuerpo y tus fotos.
La noche transcurrió así, acompañado de una desconocida que había venido a mi encuentro y yo al tuyo.
Horas más tarde salías de nuevo de mi vida. Ella nunca supo, que en realidad, yo había estando follando con otra.