Priscilla se apareció un día en mi trabajo con toda la frescura y el encanto de sus 17 años.
Fue simplemente así: levanté la cabeza y la vi, sonriente y espléndida con su uniforme del último año del secundario y con los libros en la mano.
Un poco más baja que yo, el pelo muy negro, la piel atractivamente tostada y aquella mirada tan especial y que tantos recuerdos me traía.
Estaba parada frente a mí con la timidez de quien todavía se siente una niña, pero al mismo tiempo con la seducción de quien ya comienza a sentirse una mujer. Hacía varios años que no nos veíamos.
Yo había estado casado mucho tiempo con su madre, por lo tanto era mi hijastra y prácticamente la había criado La unión entre nosotros había sido muy fuerte y creo que realmente nos habíamos querido como padre e hija o tal vez más Yo la adoraba y creo que ella a mí también me gustaba cuidarla educarla y mimarla y la vi crecer durante años Pero luego había llegado el divorcio y nos alejamos.
Con el tiempo su recuerdo había crecido en mi memoria La extrañaba y sentía un inmenso deseo de verla, no sabía muy bien para qué ni por qué. Tal vez solo para encontrarme un día y saber de su vida, como un ejercicio de curiosidad. O más que eso: por momentos pensaba en ella como hijastra y deseaba actuar como padrastro, ayudarla en sus cosas, orientarla y apoyarla con todo cariño. En otros momentos mi deseo era distinto, como si quisiera que fuéramos amigos, simplemente muy buenos amigos disfrutando de las cosas lindas y puras que tiene la vida.
Pero cada vez más pensaba en ella como mujer, especialmente desde una vez que la vi en la calle sin que ella me viera, ya transformada en una pequeña y adorable mujercita. Ese día sentí que la quería todavía, pero que además me atraía y me gustaba más que ninguna otra mujer que conociera. Me daba cuenta que esto era una barbaridad, algo prohibido, pero no lo podía evitar. Pronto vino lo inevitable: comencé a tener fantasías sexuales con ella. Poco a poco se me hacía imprescindible volver a encontrarla. Era un deseo irresistible y decidí seguirlo, pasara lo que pasara.
Mi plan era bastante indirecto, aunque en el fondo muy simple. Lo único que hice fue escribir un relato lleno de erotismo protagonizado por Priscilla y por mí. Lo firmé con seudónimo y lo envié a varias páginas de Internet. El título del relato era su nombre verdadero: Priscilla. En algún lugar del mismo hacía un pedido a todos los lectores: hagan llegar esta historia a toda muchacha con ese nombre.
Era como tirar una botella al mar y esperar que llegara a su destinataria, pero si el azar llevaba el mensaje hasta la persona indicada sería seguramente una historia extraordinaria que nos tocaría vivir a ambos, independientemente de lo que yo llegara a ser para ella: el padrastro reencontrado, el amigo descubierto, el amante ocasional o el marido y padre de sus hijos. Y ahora habían pasado meses desde la publicación y Priscilla estaba ahí, paradita frente a mí.
-Lo leí-fue lo primero que me dijo.
Le pedí que me esperara unos minutos, porque ya estaba terminando mi horario de trabajo. Salimos juntos del lugar y la invité a tomar algo. En pocos minutos estábamos sentados frente a frente en un pequeño café. Fue un hermoso reencuentro. Hablamos y hablamos sin parar, nos pusimos al tanto de nuestras historias en estos años, recordamos viejos tiempos y nos reímos alegremente. Priscilla estaba radiante. Sus ojos negros brillaban de tan amorosa manera que casi me sentía mareado, como cayendo dentro de su mirada. Yo no podía dejar de admirar sus labios sensuales, su cuello elegante y su cuerpo menudo pero esbelto y atractivo. El uniforme del secundario le sentaba muy bien y marcaba discretamente las formas redondeadas de sus pechos y sus caderas.
-Estás muy linda-le dije.
-Mentiroso-dijo ella con gesto mimoso. Luego se quedó como pensando, mirándome a los ojos con ternura.
Ella tenía las dos manos puestas sobre la mesa y yo se las cubrí suavemente con las mías, acariciándola con suavidad. Llevaba la blusa remangada, así que poco a poco mi caricia subió por los brazos sintiendo que ella se erizaba levemente.
-Me gusta la suavidad de tu piel-agregué bajando la voz.
-¿En serio te gusto?-preguntó ella muy frontalmente mientras sus manos también acariciaban mi antebrazo muy peludo.
Le contesté con un chiste que la hizo sonrojar. Dije, señalando nuestras manos y antebrazos, que las partes de nuestros cuerpos que estaban desnudas y acariciándose parecían gustarse y disfrutarse mucho. Luego la conversación se hizo más íntima. Supe que todavía era virgen y que solo tendría sexo con un hombre que la quisiera y la comprendiera. Y me confesó que se había excitado mucho con el relato que yo había puesto en Internet y que llevaba su nombre. Cuando salimos del café ya era de noche. Subimos al auto y dimos un largo paseo, siempre conversando. La noche estaba estrellada y hermosa, así que bajamos a la playa y caminamos a la orilla del mar. Íbamos de la mano con toda naturalidad, como si hubiéramos hecho eso toda la vida. Cuando Priscilla dijo que tenía frío la enlacé por la cintura y ella se dejó llevar así, recostando su cabecita en mi hombro.
-Bueno-dijo unos minutos después-me tengo que ir. ¿Me llevas a casa?
Yo me paré frente a ella, sonriente y tomándola de los brazos.
-Antes voy a besarte-le dije.
-En serio, vamos-me contestó.
-Te conozco, chiquita-insistí-.Yo sé que estás deseando que te bese. Me lo dicen tus ojos.
-Te equivocas-protestó.
Estábamos muy cerca el uno del otro, así que fue fácil abrazarla y buscarle la boca. Ella me rehuyó.
-¡No! No hagas eso-seguía protestando.
Rápidamente la dominé y mi boca capturó su boquita pequeña. En realidad Priscilla no rechazaba el beso. Sus labios, húmedos y entreabiertos, respondían con timidez mientras su cuerpo se entregaba al abrazo sin resistencia.
-En la boca no-continuaba mi hijastra con su débil protesta que yo volvía a ahogar con otro beso en los labios.
-Sois una mujercita tan dulce-le dije al oído, mordisqueándole una oreja y besándole el cuello.
Ella me echó los brazos al cuello ofreciéndome su boquita ansiosamente entreabierta. Nos besamos interminablemente, entrelamiendose nuestras lenguas con pasión mientras mis manos subían hasta el amoroso bulto de sus pechos. Los oprimí tiernamente hasta arrancarle suspiros de placer. Los suspiros se hicieron gemidos cuando mi otra mano bajó por su espalda, acarició la rotunda curva de su trasero y subió bajo su pollera recorriendo sus piernas. La boca de Priscilla era como una ventosita pegada a mi boca mientras yo frotaba su cuerpito contra el mío y sentía que la niña me respondía y se movía y se restregaba jadeante contra mí. En la soledad de la playa nos deslizamos hasta la arena.
-¿Qué me vas a hacer?-preguntó ella tirada bocarriba sobre la arena. Parecía casi desvalida a la luz de la luna, despeinada, con varios botones de la blusa desprendidos y la pollerita gris subida casi hasta la cintura. Pero su vocecita algo ronca sonaba excitada. Yo me arrodillé frente a ella y la besé directamente entre las piernas, sobre la humedecida tela de su bombacha. Ella se estremeció como si hubiera recibido una descarga eléctrica.- ¡Aaaahhhhhh!-exclamó abriendo bien las piernas.
Priscilla temblaba a tal punto que la sentí al borde del orgasmo. Bajé apenas su bombachita y lamí su clítoris con ardor.
-Noooo-gemía ella.
La aferré por las caderas y deslicé mi lengua por su conchita empapada. La niña se movía violentamente contra mi cara con desesperados jadeos de placer.
-Papito-gritaba-aaaaaahhhhhhhhhhhhhhh.Le chupé la concha hasta arrancarle un violento orgasmo. Mi hijastra explotó en un largo chillido y su cuerpo de nena quedó rígido como una tabla mientras se acababa deliciosamente en mi boca. Luego estuvimos un rato en silencio, tirados los dos bocarriba sobre la arena. Solo se escuchaba el ruido del mar y la respiración agitada de Priscilla que no lograba calmarse. Sin hablar una palabra nos levantamos, nos sacudimos la arena y nos arreglamos la ropa. Ella parecía avergonzada y ni siquiera me miraba mientras íbamos hacia el auto.
-¿Me llevas a casa?-preguntó mientras arrancábamos.
Yo puse mi mano derecha sobre su rodilla. Poco a poco mi caricia fue subiendo por su pierna levemente erizada. Mientras tanto le recordaba historias de su infancia, episodios que habíamos vivido juntos. Lentamente también ella comenzó a recordar, a preguntar y a contar con cierta nostalgia. Su voz sonaba muy dulce. Mi mano izquierda iba sobre el volante del auto y mi mano derecha seguía acariciando su pierna, cada vez más arriba y sin que ella me detuviera. La miré de reojo y vi que estaba recostada hacia atrás en el asiento y con los ojos cerrados.
-Me gustan tus piernas-le dije de improviso interrumpiendo su relato sobre un momento especial de su infancia.
Ella siguió hablando con naturalidad. Quise meter mi mano entre sus piernas pero ella me frenó.
-No-dijo poniendo su mano sobre la mía.
-Solo una caricia-le dije-, sois una mujercita muy tentadora.
-¿Más que mi madre?-preguntó con una mezcla de audacia y timidez mientras seguía impidiendo el avance de mi mano.
-Mucho más, mi chiquita-le dije-.Desde muy niña fuiste mi preferida. Me fascina tu forma de ser, tu personalidad. Priscilita, sois una espléndida mujer. Tu cuerpo…
La manito de ella cedió su resistencia y mi mano la acarició de lleno entre las piernas ligeramente abiertas. Sus ojos seguían cerrados y su respiración volvía a agitarse.
-Tu cuerpo es divino-le susurré deteniendo el auto-, divino. Y yo sé lo que deseas con toda el alma, lo supe en la playa mi amorcito.
Volví a sentir en mis dedos la humedad de su sexo a través de la suave tela de su bombacha. La oprimí suavemente, frotándola hasta arrancarle pequeños suspiros y gemidos.
-Noo-murmuró débilmente mi hijastra-no hagas eso, porfa…no hagas eso…-Estás excitada mi amor-le dije acariciando su cara con la otra mano. Los labios de Priscilla estaban sensualmente entreabiertos y los sentí húmedos cuando los acaricié con la punta de los dedos.
-Papito querido-susurró con voz ronca.
La niña atrapó mis dedos con sus labios y los besó y chupó con un espléndido erotismo. Yo hice lo mismo con su delicada manito. Luego nos besamos apasionadamente en la boca. Mi mano bajó por su cuello y luego se cerró fuertemente sobre uno de sus pechos. Sus ojitos seguían cerrados y sus senos subían y bajaban con su agitada respiración.
-No…No sigas-protestó ella liberándose del beso-.No sigas que mamá nos va a descubrir.
Cuando abrió los ojos se dio cuenta que no estábamos frente a su casa sino en el estacionamiento de un motel. Se bajó del auto junto conmigo, todavía sorprendida. Rápidamente entramos en la habitación y cerré la puerta. Había sido todo muy rápido. Priscilla miraba casi incrédula el lugar: las luces rojizas muy bajas, los grandes espejos en el techo y las paredes y la hermosa y enorme cama presidiendo el ambiente. La abracé por detrás, besándole el cuello y las orejas y acariciando con firmeza la plenitud de sus pechos.-Deseo estos pechitos desde que empezaron a crecer-le dije al oído. Ella estiró los brazos hacia atrás y arriba, cruzando sus manos detrás de mi cuello y girando su cabeza hasta ofrecerme la boquita entreabierta y golosa. Nos besamos apasionadamente mientras yo le fui primero desprendiendo uno a uno los botones de la blusa y enseguida bajando el cierre de su pollera. Priscilla gemía.
-Desde chiquita quería que me hicieras esto-murmuró con voz ronca y entrecortada.
Se dio vuelta bruscamente y se paró frente a mí. Retrocedió un paso, jadeando, el pelo muy negro, semidesvestida y mirándome a los ojos. Se quitó la blusa y dejó que su pollerita gris se deslizara hasta el piso. Yo me desvestí mirándola. Su espléndido cuerpo adolescente se me ofrecía apenas cubierto con su delicada y blanquísima ropa interior.
Ella misma se desprendió el sostén y se lo sacó muy lentamente mientras yo me aproximaba. La miré muy de cerca. Priscilla tenía los pechos grandes, altos, firmes y hermosamente redondeados. La curva de sus caderas era deliciosamente sugestiva. A través de uno de los espejos pude ver su magnífico trasero, rotundo, bien formado y muy paradito, con las nalgas estallando bajo la pequeña bombachita.
-Mi chiquita-le dije abrazándola con fuerza.
Allí parados nos besamos y acariciamos hasta el borde del orgasmo. Mi hijastra gemía y gemía como una yegüita en celo. Mis manos se cebaron en la dureza de sus pechos y de su cola. La boca de la niña era un pequeño volcán, y su lengua lamía y se dejaba lamer por la mía. La desnudé por completo y caímos sobre la cama.
-Te amo-me susurró con un hilito de voz.
Yo la estaba montando y Priscilla me recibía con las piernas abiertas y el sexo ardiente y empapado. La penetré apenas y ella se quejó.-Déjame entrar, Prisci-le dije penetrándola otro poco y arrancándole otro quejidito.
-¡Aay…me duele!-se lamentó abrazándose más a mí.
La penetré más aún y su boquita se abrió muy grande y sus ojos se llenaron de lágrimas al tiempo que sus quejidos de dolor se hacían más fuertes. Pero seguía aferrada a mí, dejándome hacer y recibiéndome con las piernas muy abiertas. Empujé una y otra vez hasta chocar contra la pared de su virginidad.
-Dame tu virguito, amor-le dije embistiéndola cada vez con más energía.
-Aaayyy….sí, papito, siiii…..-gritaba ella con la cara arrasada por el llanto.
Mis manos la tenían aferrada de las caderas y mi sexo ya estaba rompiendo su virgo.
-Así hijita, así-gritaba yo desgarrando y rompiendo para siempre la elástica barrera de su himen.
-¡Me estas matando….aaaaahhhhhhhh!-gritaba Priscilla y comenzaba a mover su cuerpo adolescente al ritmo que mi cuerpo.
Mi hijastra parecía enloquecer de dolor y placer mientras la desfloraba. Me hundí en ella hasta el fondo y su cuerpito se estremeció entre gritos y gemidos.
-Yeguita, yegüita-le gritaba yo.
-Papaaaah, ahhhhhhhh, papiiii…aaahhhhhhhhh-gritaba la niña.
La cogí largamente, besándola en la boca, disfrutando su lengua, acariciándole los pechos, lamiendo sus pezones, metiendo mis dedos entre sus nalgas y entrando y saliendo sin parar de su conchita.
Priscilla cogía fantásticamente, respondiendo a mis embestidas con movimientos circulares demoledores de sus turgentes caderas, rodeando mis caderas con sus piernas y contorsionándose con un placer incontenible.
Nos acabamos los dos juntos de un modo lujurioso y frenético. Mi hijastra chillaba y me clavaba las uñas en la espalda y explotaba en un orgasmo enorme entre violentas convulsiones. Fue nuestra primera vez. Desde entonces la dulce y ardiente Priscilla es mi mujer.
Y pensar que todo empezó cuando escribí aquel relato titulado ¿Priscilla? y pedí a todos los ínter nautas que se lo hicieran leer a todas las muchachas que llevaran ese nombre, porque una, solo una, la verdadera, sabría responder al mensaje.