Lo que voy a contar realmente sucedió. Eran años convulsos en Colombia, mi país. El conflicto interno era la noticia diaria. Las guerrillas, el narcotráfico y el Estado libraban una guerra que generaba zozobra incluso en las ciudades. La Constitución de aquellos tiempos permitía el llamado Estado de Sitio que daba atribuciones casi dictatoriales al presidente. Había detenciones arbitrarias, torturas, asesinatos. La sociedad estaba semi militarizada. Miles de personas eran detenidas con o sin justa causa. Yo trabajaba como profesor en una institución del centro de Bogotá en la jornada nocturna con población adulta. Había terminado enredado con una mujer que no era muy agraciada, pero que era buena amante. Los viernes en la noche íbamos a tomarnos unas cervezas y terminábamos en un motel. Aquel viernes ella tenía que atender a su abuela enferma. Así que, frustrado por la noticia, la acompañé hasta cerca del edificio donde vivía.

Ella no quiso dejarme ir así. Me tomó de la mano y me llevó tras una caseta metálica que se dedicaba en el día a la venta de comestibles a los transeúntes y a los empleados de las oficinas cercanas. El lugar quedaba en penumbra y su cara posterior quedaba a espaldas de una avenida principal. Nos besamos con intensidad. Ella llevó su mano a mi paquete, bajó la cremallera y hundió su mano buscando mi verga que ya se había parado. Siguió besándome mientras me pajeaba. Yo no daba crédito a lo que sucedía. Aunque eran las 10 de la noche, al otro lado de la caseta pasaba de vez en cuando alguien. Sin embargo, la situación me parecía de lo más morbosa y excitante. Esto provocaba que mi erección fuera muy fuerte. Al mismo tiempo sentía esa mano jalar mi verga con firmeza. Ya en esta situación ella no podía volver atrás. Debía terminar lo que había iniciado. No tuve que decírselo.

Se arrodilló y llevó su boca hasta tocar mi verga con sus labios. Con la lengua rodeó el glande grueso. La pasó por el frenillo provocando que más sangre fluyera. Hizo esto varias veces. Entonces metió la cabeza en su boca y tuve que apretar mis labios para no soltar un gemido escandaloso. Comenzó a mamarla sin meter toda la verga, solo la cabeza. Sus labios y su lengua la presionaban con la intensidad justa para proporcionar el máximo placer sin dolor. En ese momento sentimos los pasos de dos personas que se aproximaban. Ella detuvo la mamada sin sacar la verga de su boca. Cuando escuchó los pasos alejarse reanudó la faena, pero esta vez sí metió toda mi verga en su boca, de manera que solo veía sus labios y la piel de mi vientre. Siguió mamando y al hacerlo, demostraba cuánto le gustaba hacerlo. De vez en cuando levantaba la mirada para mostrarme cuánto le gustaba hacerlo. Eso me generaba más excitación. Yo me apoyaba contra la caseta arqueando mi espalda y echando adelante mi pelvis para que ella tuviera mayor acceso a mi verga. Así podía observar mejor el trabajo que ella ejecutaba en mi verga. Sentía que mi leche comenzaba a hervir y se aprestaba a ser expulsada.

En ese momento escuchamos a lo lejos un sonido acompasado y extraño. Al comienzo ella siguió en su tarea, pero enseguida identificamos aquel sonido era el inconfundible ruido que hacen los pasos de un piquete de soldados. Por lo que se percibía, iban sobre la acera, no sobre el andén. Solo es escuchaban los pasos. No había voces. La chica detuvo la mamada, pero, como en la anterior ocasión, no sacó la verga de su boca. Su lengua jugaba lentamente con la cabeza dando círculos alrededor. Finalmente, los pasos se alejaron y alcanzamos a ver a unos 30 soldados avanzar sobre la acera.

La pausa había retardado mi urgencia de eyacular. Entonces ella volvió a mamar decidida a terminar con éxito la tarea. El morbo y la excitación de la escena de la que yo era protagonista me tenían muy duro. Su boca avanzaba sobre mi verga hasta engullirla toda en movimientos más o menos rápidos. Yo comencé a sentir esa picazón deliciosa desde las huevas hasta el glande, que anuncia que ya todo está dispuesto para el final. Sin darme cuenta, yo había comenzado a empujar también. Ella gemía levemente sintiendo que la carne le llenaba toda la boca. Mi respiración era muy agitada, y tenía que ahogar mis gemidos para evitar ser descubiertos. Me miró en medio de la oscuridad y entendiendo su mirada, asentí. No dejó de mirarme ni de tragarse mi verga ni yo dejé de empujar y resoplar.

Entonces sentí que los primeros chorros de semen se agolparon en mi verga y comenzaron a fluir a su boca. Ella abrió los ojos y yo volví a asentir. En ese momento salió expulsado con fuerza el primer chorro fuerte y abundante. Yo no pude evitar un sordo gruñido ni dar más empujones. Ella también gimió sintiendo inundada su boca. No obstante, no dejó de mantener apretados sus labios contra mi verga, de manera que no escapó semen de su boca. Los siguientes chorros salieron uno detrás de otro con fuerza, proporcionándome un placer brutal. Dejé de empujar, pero ella no dejó de mamar, aunque lo hacía más despacio. Yo temblaba y casi no podía mantenerme en pie. Sus gemidos suaves denotaban que estaba pasándola de maravillas. Sus mamadas se hicieron cada vez más lentas hasta que no hubo más semen que expulsar. Ella permaneció quieta aún con mi verga en su boca. Finalmente la dejó salir cuando comenzaba a perder su erección. Seguía mirándome. Entonces infló sus mejillas y tragó en dos ocasiones mi semen mientras sonreía.

Sin duda, fue una de las mamadas de antología que me han dado.