EN EL CINE PORNO
CHARLINES
Esta vez se decidió. Bajó las escaleras que la conducían a lo que parecía un auditorio hecho de lamentos.
En la oscuridad se pegó a una pared lateral que recorría la sala de proyección.
Llegó a la última fila y con las manos tanteó los respaldos de las butacas.
Se introdujo por un pequeño pasillo lateral y se sentó en la tercera butaca desde la izquierda. Sus ojos vieron entonces una enorme pantalla.
Los lamentos que escuchó al inicio se convirtieron en alaridos de placer.
La oscuridad lo bañaba todo excepto ese rectángulo luminoso donde se sucedían las imágenes.
No había más dudas. Una sensación de cierta incomodidad, pero a la vez de curiosidad contenida le recorría el espinazo. ¿Cómo había decidido dar ese paso?, ya, ni lo recordaba. Una sensación de fuga, tal vez, un intento de explorar un territorio desconocido, vedado, excitante.
Un territorio que le llevaría al placer rápido y sin compromisos, al éxtasis que su cuerpo requería. Comenzaba a calentarse tanto que ni tan siquiera reparó en que, a ambos lados de ella, las butacas habían sido ocupadas. La pequeña ráfaga de luz que bañaba la sala iluminó por un instante dos sonrisas marfileñas.
Dientes demasiado blancos para rostros extremadamente oscuros.
Cuando quiso darse cuenta una mano reposaba en su muslo. La percibió demasiado tarde, no había notado como el dedo ya llegaba fatalmente al encaje de la media y aún así le dio igual. En ese momento se giró. Sus ojos percibían algo más que oscuridad.
Dos rostros oscuros. Volvió a mirar de nuevo.
La dialéctica entre la pupila, el cristalino y la retina le permitió ver mejor. Dos rostros negros la miraban con tanta curiosidad que ni tan siquiera se percató de una segunda mano por encima de su rodilla. Pero a estas alturas ya lo había comprendido todo.
Incluso antes de que ocurriera, ya sabía que esos dos sementales la iban a hacer suya, la iban a destrozar. Levantó su pierna derecha, casi como un resorte y la colocó sobre el muslo de él, a la altura de su rodilla.
Entonces lo supo, iba a disfrutar como nunca lo había hecho hasta entonces. El primer dedo había superado la barrera del encaje de unas medias satinadas de color negro y se posicionaba en la cara interna del muslo.
La segunda mano había llegado todavía más lejos, aunque apenas había notado cómo había llegado hasta ahí.
Estaba terriblemente excitada apenas la notó. La falda se plegaba por encima del vientre. Sus manos hasta ahora quietas se abrieron en aspas y aterrizaron sobre dos bultos enormes. La cabeza se dejaba caer en el respaldo y comenzaba a desentumecerse.
Sabía que llegaría ese momento, pero no que fuera tan pronto. El negro de su derecha le facilitó el trabajo. Se desabrochó la bragueta de forma sincopada hasta que el tirador llegó al final.
La mano izquierda de ella buscaba todavía una cremallera mientras que la derecha encontraba un promontorio sobre una tela de algodón. Unas manos nudosas levantaban las costuras de la braguita y acariciaban los bordes de sus labios genitales. Un dedo grueso y largo entró en ella esparciendo sus jugos, dejándolos salir.
El hombre sacó la mano y la llevó hasta su boca, chupó sus dedos con gula y gimió. La mano del otro ocupó el lugar de la primera y repitió la acción. Antes de hiperventilar empezó a gemir en silencio.
Más tarde llegarían las súplicas, el” dame más”,” la quiero también en el culo”. La cabeza se giraba buscando. El rostro contraído. Hasta que, la mano derecha de ella comenzó a sacar no sin cierto esfuerzo, el preludio de un cipote enorme.
Esto le hizo saber que necesitaría dos manos y voluntad de tragar mucho. No podía abarcar su circunferencia con el anillo que formaban sus dedos.
Siempre le habían gustado las pollas grandes, esa sensación de perder el control, de no poder abarcar nunca un pene con las manos o con la boca, ni tan siquiera poder dominarlo dentro de ella.
Una polla grande conseguía lo imposible: dilataba hasta un extremo insospechado la cavidad vaginal llenando al mismo tiempo sus paredes. La cremallera del negro de la izquierda quedó franqueada.
Los dedos africanos le trabajaban su sexo simultáneamente como pistones, en pequeñas penetraciones circulares. Mientras un dedo entraba en su sexo, otro profanaba su culo.
Estaban cubiertos de babas, los dedos dentro de ella la hacían retorcerse, la estaban volviendo loca. Y cuando quiso darse cuenta ya había sucedido.
Tenía dos pollas, una en cada mano, con venas como tallos y una corona que dibujaba dos glandes enormes que empezaban a supurar un líquido gelatinoso.
Se desplazó ligeramente hacia la derecha y se inclinó sobre la primera polla. Comenzó lamiendo el cuerpo del pene. Quería retrasar lo inevitable.
Comenzó a dar pequeños mordiscos hasta rodear el prepucio con sus labios. Acercó su boca a ese inmenso falo y abriéndola todo lo que pudo, consiguió engullir el capullo.
Su mano izquierda seguía bombeando la segunda polla en sacudidas rápidas. Cuatro dedos negros no habían dejado de bascular en los bajos fondos.
Uno de ellos, díscolo, seguía inexorable trabajando su culo, como un pistón.
Otra mano enorme sostenía su cabeza como una garra, haciendo que su boca tragara más cantidad de polla, pero las arcadas la hacían retroceder. La mano empujaba sobre ella, hasta hacerla casi vomitar.
Ni tan siquiera escuchó las palabras del negro. Más tarde las recordaría. Sin darse cuenta tenía casi la mitad de la polla, todo lo que podía abarcar, dentro de su boca, la trabajaba de forma voluntariosa con la lengua. Las arcadas venían de vez en cuando haciéndola retroceder.
Después desaparecían. Dejó de mamársela y se levantó. También supo que eso era lo que siempre había querido, dos enormes pollas para ella, dentro de ella. Se dirigió hacia una puerta que había en un lateral. La abrió y descubrió una especie de reservado que se situaba tras la pantalla.
Las miradas los siguieron. El placer los precedió. Entraron en el pequeño cuarto.
Una puerta cromada aseguró su intimidad. Se inclinó hacia abajo doblando las rodillas. Los negros entendieron su deseo, esa tía quería polla y terminaría harta. Se colocaron uno a cada lado. Ella de su bolso extrajo un par de guantes de muselina.
Quería experimentar el placer a través de un tamiz. Palpar el tallo de una polla con raíces con un guante quirúrgico, buscar las venas.
La música empezó a sonar lenta, mientras una polla entraba hasta el fondo de su útero, otra traspasaba su garganta, las arcadas producían contracciones que terminaban apretando la polla del primer negro, que terminó tumbado en el suelo.
Ahora ella horcajadas del primer negro recibió con ganas renovadas en su cavidad vaginal un cilindro de, veintisiete por siete centímetros, esta entro en ella de una, abriendo desmesuradamente las paredes de su coño.
El calor de esa polla la volvía loca y la sensación de estar llena, completamente llena, le llevó a correrse justo en el mismo momento que otro tren de carga de veintiocho por siete centímetros le perforaba el culo.
Este le produjo un ardor y a la vez un pequeño dolor, aunque ese estrecho agujero era perforado a menudo, nunca había acogido algo tan grande.
Supo que no podría dejar de correrse, esas dos pollas le llenaban entera, las notaba moverse en su interior y sentía su calor, ese calor que le estaba volviendo loca.
Decidió esperar hasta que no pudo más.
Aguantó esas dos pollas dentro hasta que no pudo más y saltó, saltó soltándose de ellas, no aguantaba más, no podía más, su coño era una continua formación de espasmos y su culo se abría como que fuese a cagarse encima. A la vez que ella los dos hombres se levantaron y se pajearon ante su cara.
Las corridas estaban cercanas y uno de ellos no tardó en regalarle la primera, ella recibió la primera leche en la barbilla borrándole por un instante la fina película de maquillaje que llevaba.
La sintió en su boca, espesa, densa y muy sabrosa, la paladeó con lujuria y la tragó despacio, su mano mientras acariciaba su clítoris.
La segunda descarga la quiso contener en sus labios hasta que decidió que no podía tragar más.
La degustó igualmente mientras su garganta era incapaz de tragar toda esa espesa leche, que ahora se escurría entre sus tetas.
Limpiándose con el dorso de la mano, se incorporó. Se limpió el rostro, metió un pañuelo entre el canal de sus tetas, limpiando lo que pudo.
Se subió las medias. Se estiró la falda. Se adecentó. Se despidió de ellos con una sonrisa en los labios y una promesa en los ojos, los besó, los besó con pasión compartiendo así la esencia de ambos hombres.
Recorrió la pared lateral, subió las escaleras, hizo girar el pomo de la puerta, salió de la sala y pisó la calle.
Había oscurecido. Llegó la noche y en ella se refugió para disimular el estado de su cara y de su ropa. Entró a su casa, se duchó, se puso su fino camisón de raso y se tumbó en la cama.
El crujido de una llave la sacó del sopor. Escuchó un timbre de voz que le era familiar. Y entonces recordó las palabras en la fosa oscura.
Te gustan grandes ¿eh?, pues te vas a hartar.