Capítulo 1
- A mi padre no le gustó mi tanga
- Me follo a mi padre
Hola chicos… Creo que ya me conocéis un poco. Y los que no, pues ya me conoceréis. Soy María, y os voy a contar una de mis primeras experiencias, digamos… Extremas. O al menos, algo que me pareció extremo en ese momento.
A ver, nos situamos… Yo estaba en la playa, en las vacaciones de verano con la familia. Papi, mami, mi hermana pequeña, aún un bebé. Y mi hermano, algo mayor que yo, no estaba. Se había ido de viaje con unos amigos.
Con mis 18 años, que estaba. Ojo. Mi culo glorioso de 18 años, mis tetas gloriosas también, lo único que había crecido desde la pubertad. Ya me habéis visto hasta el corazón con treinta, así que os podéis imaginar el espectáculo que era.
Y bueno… Me había comprado un bikini monísimo, con braguita de tanga. Disfruté como una enana desde que lo vi de lejos en la tienda. Mi culo se dibujó en mi cabeza en cuanto lo cogí, y al vérmelo puesto… Bufff… Como os he contado ya, verme a mí misma siempre me ha puesto cachonda. En mi primera pubertad aprendí a limpiar espejos porque en el baño y en mi habitación había espejos de cuerpo entero, y no podía resistir la tentación de darme lengüetazos a mí misma, y restregar mis tetas contra él. Apenas me hacía falta tocarme para correrme haciendo eso.
Pero en fin, que me estaba probando el bikini, cachonda como una perra, y pensando en una amiguita de la playa, italiana, a la que bien sabía que le iban a dar ganas de enterrarme la lengua entre las piernas nada más verlo. Miré la hora y pensé que la banda estaría pronto en la playa, así que eché un último vistazo y me dispuse a irme.
Salí del dormitorio con el bikini puesto. Y me crucé con mi padre en el salón, que venía de la terraza… con tan mala suerte, que me pilló justo, justo cuando me dirigía a la puerta para salir a la calle. Me miró de arriba a abajo con desdén, fijando la mirada con horror y desagrado en mi precioso culo al aire, y en cómo mi bikini de tanga dejaba verlo perfectamente, sólo enmarcándolo, como celebrándolo, pero sin tapar nada.
Ladeó la cabeza con gesto de desaprobación. Se echó la mano al bolsillo y con desprecio extendió el brazo hacia mí y me dijo “Toma, veinte euros. Cómprate algo que te tape y no salgas así”.
Mi padre no me daba dinero casi nunca, siempre tenía que pedírselo a mi madre. Pero ese día estaba dispuesto a dármelo sin mirar, con tal de que apartara de su vista el instrumento del demonio que era ese tanga.
“Padre, si no llevo tanga con 16 años, ¿cuándo lo voy a llevar? ¡Si tengo el culo precioso!”, le dije.
“Ah, ¿que tenías pensado salir así?” me contestó.
“¡Me voy! Gracias por los veinte euros. Por cierto, no me voy a tapar ni ahora ni cuando cumpla 50 años” le dije… dándome la vuelta y meneando… Contoneando el culo, de forma desafiante, hasta la cocina.
Llevaba mi pareo y mis llaves en la mano. E iba vestida con mi bikini, y nada más. Me senté con los apuntes, porque estudiaba en la cocina cuando estábamos en la playa, y me puse los cascos. Pensaba irme inmediatamente por ahí, pero al ver el cabreo de mi padre me apeteció regodearme y que pasase un rato asumiendo que me iba a ver salir así. Mientras estudiaba, con el segundo red bull, se me ocurrió restregarle mi bikini un par de veces más. Por chulo.
Cuando volví de la cocina vi que mi madre había salido con mi hermana pequeña, y que mi padre estaba en el salón. Visiblemente enfadado, claro. Porque, conforme aparecí por la puerta, me clavó una mirada airada, casi furiosa.
“¿No te piensas quitar eso?” me dijo.
Le respondí de nuevo que no me lo pensaba quitar. Se levantó del sofá, como para irse del salón… Pero al pasar a mi lado, noté que deceleraba. Cuando se puso tras de mí, noté cómo se volteaba y quedaba de nuevo mirando mi culo descubierto por el tanga.
Y de repente… Joder cómo me pongo al acordarme. Tanto de contenta (por el poder que este día me dio) como de cachonda.
Me quedé petrificada cuando cogió el hilo del tanga y tiró de él hacia arriba, clavándome la parte baja en el coño… y dijo “¡Pues así no vas a salir a la calle, como una golfa!”.
Me quedé inmóvil un momento, sorprendida. Sólo moví la cabeza para mirarlo al principio. Quizá no fuesen tres segundos en total, pero recuerdo ese momento con una mezcla brutal de sensaciones, tantas que parece que fue de horas. Puedo reconstruir el recuerdo en todas sus sensaciones sólo con ese tirón.
Reaccioné. Me intenté mover ligeramente, pero él sostenía el tanga agarrado. Me cogió del brazo, mientras, sin soltar el tanga, me empujaba en dirección al sofá.
“Te vas a quedar ahí sentada. Dime qué ropa te traigo, porque así no sales. No tienes edad para comportarte como una zorra. Y no te hace falta ser tan golfa para que te folle cualquier niñato” me dijo, colérico.
“¡Papá!” Intenté protestar una vez más, como reprochándole una bronca desproporcionada. Pero me salió un “papá” muy suave. No lo entendí en ese momento. Recordándolo, creo que fue uno de esos tonos que hace una conscientemente sólo cuando quiere que el “No” suene a “Sí”. Pero no era esa la intención original.
“¿Papá qué?” me cogió del cuello y me puso de lado en el sofá, dándome un azote en el culo que me dejó, literalmente, helada. Tras un segundo de vacilación, mientras yo estaba en silencio, volvió a azotarme, cogiéndome ahora del pelo. Os lo creáis o no, yo, en ese momento… Pensé en mi culo en el espejo, y, Dios sabe por qué… pensé en cómo sería la imagen que veía mi padre… Pensé si sería sexy visto desde fuera, o desde sus ojos.
“¿Sólo entiendes este lenguaje? ¿Te hemos educado para ser una zorra?”. Se sentó, sin soltarme al hacerlo. Y me atrajo hacia él, sobre sus piernas. Volvió a azotarme. No tenía miedo, por algún motivo. ¿Sería porque olía más en él a excitación que a enfado? ¿Porque le conozco demasiado bien? ¿Porque había fantaseado con sus azotes? No lo sé… Pero cerré los ojos, no estaba asustada, y sonreí con rebeldía. No sé si lo vió.
“¿No funciona tampoco la parte de arriba?” me dijo, deteniendo los azotes por un momento. No me había dado cuenta de que, cuando me echó sobre sus piernas, la parte de arriba del bikini se había descolocado hacia abajo y un lado, y ahora podía ver mi teta. La señaló con el dedo por el lado, tocándola, mientras lo decía. “Pues vas a aprender a portarte como te vistes”, sentenció.
Siguió azotándome, pero yo ya no estaba helada. Seguía inmóvil, pero tanto como cabreada, estaba cachonda. Tardé unos segundos y unos cuantos azotes en entenderlo. Darme cuenta de eso que estaba pasando en mi coño me cabreó aún más. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada. No me sujetaba suficiente para no zafarme… Pero no me podía mover. Y me enfurecía cada vez más.
Pasaron unos minutos. No sé ni lo que me dijo. Se cebó conmigo… y a los pocos minutos… Tuve un orgasmo. No lo pude controlar. No sólo tuve un orgasmo vergonzoso e irrefrenable… además, eyaculé. Él me tenía sobre sus piernas con el culo en pompa, y podía ver los dedos de mis pies encogerse durante el orgasmo. Probablemente hasta gemí.
Se detuvo un momento. Quizá procesando que acababa de hacer correrse a su hija, una diosa adolescente, con azotes. Quizá asustado en parte. Quizá sólo cachondo. No sé si cabreado. De repente, quizá entendía por qué me comportaba así, al ver la facilidad con la que mi volcán podía llegar a explotar. Quizá toda mi conducta, de repente, encajaba.
No sé si fue inmediato, o que yo sólo lo percibí conscientemente en ese momento. Estaba empalmado como un caballo. Su polla, como una roca, empujaba su pantalón y la parte baja de mi estómago. De hecho, apoyada como estaba, se angulaba, como dirigiéndose hacia mi coño. Me había corrido muy fuerte… Y le había mojado la polla.
Yo me corro muy fuerte.
No unas gotas.
Le mojé la polla a través del pantalón.
“Estás… ahh… empalmado…” dije, volteando la cara hacia él. Y yo quería que sonase a reproche, de verdad que quería. Pero creo que no funcionó.
Me miró, furioso y descompuesto de excitación también. Me rompió el tanga desde atrás, y acto seguido pegó un tirón de la parte superior.
“¿Te crees que así vas a librarte del castigo, o te estás riendo de mí?… Ahora vas a aprender a portarte como una puta”.
Se levantó, se puso delante del sofá, sin soltarme del pelo, y tuve que incorporarme para que no me hiciese daño. Lo agarró con fuerza y me llevó la cabeza cerca de su cara. “Seguro que has aprendido a hacer esto ya” dijo. Sabía lo que iba a hacer. Lo oí. Y lo olí. Se sacó la polla. Me cabreé más conmigo misma al notar que su polla no me desagradaba… que me sentía más parecida a cuando veía pollas salir del pantalón en el asiento trasero de un coche que en medio de una bronca con mi padre.
Me puso de rodillas, con firmeza, pero ya tenía mi colaboración. Miré su rabo de frente y abrí la boca.
Sólo eso, en un primer momento.
Mis manos, que habían estado antes apoyándome o cogiendo su brazo… las llevé a mi espalda. Le miré a los ojos.
Abrí la boca más aún y saqué la lengua.
“¿De verdad eres tan cerda, hija mía?”
Lo descontrolé. La mano del pelo pasó a ser de la cabeza, cuando se adelantó para metérmela en la boca, de un golpe entrando hasta mi garganta, perfectamente preparada.
Se recreó en esa primera clavada, y, ya confiado, comenzó a meterla más suave, recreándose en mi paladar y mis carrillos con el capullo… Cuando bajaba la mirada para volver a ver mis ojos clavados en él, la hincaba completamente, hasta mi garganta, sorprendido de mi capacidad (porque tiene un pollón, y lo sabe), mientras yo volvía a correrme.
Me corrí con su polla en la boca, sin siquiera tocarme. Mirándole cuando la sacaba, derramándome sobre el sofá.
Gruñí mientras me corría, para que se diera cuenta. Y al verlo… se paró en mi garganta. Se paró corriéndose, llenándome de leche caliente la boca también. Borbotones y borbotones de leche, que me llevaron a cerrar los ojos y a eyacular más yo misma. Saqué la lengua, para lamerle los huevos, cuando aún la tenía toda dentro. La saqué poco a poco mientras le miraba, y él no soltaba mi pelo. Me apoyé en su muslo, aguantando el contacto con su polla mediante la lengua, mirándole fijamente.
Noté como él observaba un chorro cayendo por la comisura de mis labios, y pensé. “Lleva mucho tiempo sin correrse… pero mucho, mucho. Seguro que esta polla no la atienden bien. Ahora sé que voy a conseguir hacer todo lo que me dé la gana”.
Y bueno… Me he tenido que volver a tocar mientras os lo contaba. La próxima vez os contaré lo bien que me salió convertirme en la adolescente más consentida del mundo. Ventajas de ser zorra 😉