Una hermana para dos II

Teníamos que ir a comprar.

En realidad debimos de ir el primer día, pero con todo esto que estaba sucediendo, se nos pasaba.

Ya no podíamos esperar más.

Fuimos los tres a un supermercado cercano.

Íbamos vestidos de deporte.

Por comodidad, pero también para que Patricia no llamara mucho la atención, pues vestía una camiseta sin nada y unos pantalones de deporte.

No llevaba nada debajo.

Los pantalones eran muy cortos.

Si hubiera tenido pelos, es posible que le hubieran asomado por los extremos.

La guisa de Patricia llamaba la atención de los hombres y provocaba las iras de las señoras.

Incluso oí como una la llamaba entre dientes

-¡Puta indecente!.- ¿Y si fuera realmente una puta? El ritmo de mi circulación se aceleró y mi corazón palpitaba.

Le comenté a José mi fantasía. ¿Y si yo le vendía a Patricia a cambio de dinero?

Todo era un juego, claro.

Pero seguro que si ella veía cómo se realizaba la transacción se pondría muy cachonda.

-Vale, pero lo hacemos de verdad.- Me dijo José.- La vestimos como está ahora. Yo paso en mi bicicleta y me paro y tu me la ofreces y regateamos y yo voy y como de noche no pasa nadie por aquí, me la follo en ese oscuro que hay detrás del chalet.-

Mi hermana lavaba los platos.

Me excitaba más verla así, con aquellos pantaloncillos que le hacían las piernas más largas.

Me acerqué para acariciarle las nalgas subiéndole el pantalón.

– No digas ni una palabra.- e ordené.

– No quiero que se entere José.-

Me excité tocándole las nalgas y le ordené que me masturbara cogiéndome como e había cogido el día anterior.

Patricia se quitó los guantes y comenzó, tras meter su mano en mis calzoncillos, a masturbarme.

Me agarraba el pito y lo meneaba en su mano cerrada, que mecía con suavidad.

Mientras me masturbaba le dije.

-No tenemos dinero…nos hemos gastado mucho dinero en el supermercado…el gasto de las compresas no estaba previsto…esta noche te vas a tener que prostituir.-

Sentí a Patricia excitarse.

Metí mi mano entre sus muslos, presionando mi mano contra su sexo, cubierto por la suave tela del pantalón.

Patricia me soltó el pito para estrujarme levemente los testículos y decirme.

– Lo que tu quieras, chulito mío.- Luego, pasó un dedo por mi pene y estallé,

Al sentir que me estaba corriendo.

Patricia alargó la palma de su mano y se pringó de mi semen.

Quedé de pié, sobre su pecho.

Patricia me acariciaba la cabeza y seguía tocándome el pito, proporcionándome un placer suplementario y diciéndome dulzuras como «cachorrito mío».

No podía permitir esas confianzas en mi esclava.

Sin duda la hubiera castigado a no ser por que pensaba pasarlo muy bien esa noche.

Eran las once de la noche. Nadie en la urbanización. Mi hermano había salido en bicicleta hacía un rato.

-Vamos, sal y colócate en esa esquina.- Yo quedé un poco rezagado y cerca de la puerta de casa. Un coche pasó y al ver a mi hermana redujo la velocidad. Sin duda no podía imaginar que hubiera putas dentro de la urbanización. Fueron cinco minutos interminables hasta que José apareció en la bicicleta.

-¡Oye!¿ es tuya? –

-Y tuya si pagas bien.-

-¿Y que es pagar bien?.-

– Diez mil.-

-Eso es mucho.-

-Por ser para ti…cinco mil.-

-Dile que se acerque a ver si me gusta.-

Le hice un gesto a Patricia y esta vino dócil a nuestro lado.-¡Venga! Toma las cinco.- Cogí el dinero

-Mira. Aquí detrás tienes un descampado oscuro y limpio. Le indiqué a la vuelta de la esquina. José se adelantó en Bicicleta. Patricia lo seguía y yo seguía a Patricia a una distancia prudencial. La luz de nuestro chalet iluminaba algo más aquel solitario descampado. Patricia avanzó hacia el seto exterior de nuestro propio jardín, donde le esperaba José. Comenzaron a besarse en la boca. José se sacó el pito y Patricia se lo acarició.

José le dio el preservativo.

– Pónmelo con la boca. Patricia rompió la funda y tras colocar con la mano el preservativo en la punta del pito de José, se agachó y la vi introducirse el pene en la boca.

Dio varios empujones y parece que efectivamente, mío hermana conocía aquellas artes, aunque no muy bien, pues tuvo que terminar de colocarlo con la mano.

-Ponte de espaldas y quítate los pantalones.- Patricia obedeció y sintió como mi hermano la obligaba a doblar la cintura y ofrecerle sus nalgas. Mi hermano se puso detrás de ella y la agarró de las caderas. Jugó con su pene entre los muslos de Patricia y se la metió lentamente. Las luces de un coche nos asustaron pero pasaron de largo.

Mi hermano metió las manos en la camiseta de Patricia y se puso a magrearle los pechos con lujuria mientras la montaba.

De pronto sacó una mano y cogió a Patricia del pelo, tirando de su cuello hacia detrás y embistiendo contra ella.

Sus movimientos se hicieron muy agresivos.

Se meneaba contra Patricia con toda la fuerza.

Ella se sostenía valiente, apoyando sus manos contra la alambrada del seto.

Estaba seguro de que José se había corrido pero seguía embistiendo y no paró hasta que Patricia comenzó a correrse, echando su culpo hacia detrás para ser follada totalmente por José.

Esa noche me metí a Patricia en la cama.

Le comía los pechos mientras le acariciaba el sexo aún húmedo.

Le ordené que no me tocara.

Es más. Le ordené que se agarraba con las dos manos al cabecero de la cama como si estuviera atada, como si realmente fuera mi esclava.

Me puse encima de ella mientras le lamía los pechos.

Deseaba cabalgarla, pero no me atrevía, y acabé, como los otros días, mojando mis calzoncillos.

– No sabes nada.- Dijo Patricia.

-Tú sí que sabes.- Le dije yo con ironía

-Tu hermano es un hombre. Tú eres un monigote.

– Hinque mi mano en su sexo y me reconfortó ver una muestra de incomodidad en la cara de Patricia. Luego la eché a la colchoneta.

Pero tal vez llevaba razón.

Era su tierno cachorrito.

En cambio, se había mostrado de otra forma cuando la masturbé bien.

Me dijo que le había proporcionado placer.

Veía celoso que deseaba que llegara la hora de José, mientras con migo, bueno, me dejaba estar.

Me desperté.

Patricia no estaba en su colchoneta.

Fui a buscarla pero sentí la ducha del baño.

Entré y ella estaba allí, debajo del agua calentita.

Me desnudé sin pensarlo dos veces y me metí. Se sorprendió. Claro, Pensaría que era José.

La magreaba con la pasión de la mañana y el agua caía debajo de mi cabeza.

La besé con fuerza y le cogí los senos.

Recordaba cómo me había hablado la noche anterior.

Mordí, más que besar, sus pezones, ya de por sí excitados por el agua y puse mi mano directamente en su sexo. La tenía acorralada en la esquina.

Metí mi dedo con decisión en su vagina.

Cogí, mientras tanto, la alcachofa de la ducha y comencé a dirigir el agua contra sus pezones, provocando mayor excitación, y luego lo coloqué entre sus piernas.

Una parte del agua me daba a mí, provocándome un cosquilleo, pero la otra, le daba en el clítoris.

Me había puesto de rodillas y podía ver como el clítoris se deformaba caprichosamente según fuera el agua por aquí o por allí.

Patricia se separó las nalgas cuando enchufé el agua a su ano.

Su clítoris se exhibía excitado delante de mí.

– Toma esto y sigue enchufándote tú misma.- Patricia me obedeció.

Separé los labios suaves depilados de su clítoris y comencé a estimularlo con la lengua.

Era muy suave y delicioso.

Luego ella misma me ayudó a separarse los labios con la, mano que antes se separaba las nalgas.

Yo eche mano de su trasero y le separé las nalgas con fuerza, provocando que se estremeciera de placer al sentir de nuevo el chorrito caliente.

Volví a insertar mi dedo en su conejo y comencé a masturbarla.

Ella se estiraba y soltó el grifo para increíblemente, meterse un dedo en el ojete del culo.

Entonces, emocionado y excitado, cogí su clítoris entre mis labios y lo hice mío, moviéndolo hacia la derecha y la izquierda.

Patricia gritó de placer cuando presioné con mi mano en su dedo y sobrepasó la barrera de su ano.

Yo introduje en su sexo un segundo dedo y tras, menearlo varias veces, la sentí correrse, agitarse sobre mi mano, mojar los dedos que había colocado en ella para taparlos del agua y desfallecer para recibir un segundo orgasmo consecutivo, pues a pesar de su orgasmo, no había dejado de lamerle el clítoris ni de follarla con los dedos.

La dejé sentada en la ducha, agotada, mientras yo me levantaba orgulloso. No me había corrido, pero no tardé mucho en exigirle que me masturbara.

Lo hice al acabar de desayunar. José se acababa de levantar y al sentarse dije.

-Patricia. Anda, ven y mastúrbame.

– Patricia se puso de rodillas delante de mí y me sacó la picha del pantalón y comenzó a manosearme. Mi lechecita salió y mojó el suelo, pero quedó un poco de ella en la punta.

-Eres una golosa. Anda, lámelo.- Patricia pareció agradecer su premio y me dio un par de lamidas.

– Mañana me vas a comer el cipote.- Le dije mientras le acariciaba la cabeza.

Eran las cinco de la tarde. José dormía la siesta.

Yo quería darle una sorpresa.

Ordené a Patricia que subiera conmigo al dormitorio y que se quitara la poca ropa que llevaba, una camiseta y unas bragas.

Luego le dije que se pusiera encima de José, que se despertó al sentirla encima.

Patricia ya sabía lo que tenía que hacer.

Se puso a contornearse encima del vientre de José, que estaba emocionado.

Le bajó los calzoncillos y cogió el preservativo que José le extendía y volvió a hacer la operación de la noche anterior en el descampado.

Colocó el preservativo sobre la punta del pene de mi hermano y lo fue deslizando con los labios en toda su extensión.

Se montó sobre mi hermano, que había cruzado las manos detrás de su cabeza y Patricia comenzó a moverse encima suya, siguiendo el ritmo que su cuerpo le pedía.

José se iba excitando y emocionando.

-Puta….puta…- Alzaba la voz cada vez más -Puta. ..¡Puta!…¡Puta!.-

Patricia parecía excitarse cuando le decía esto, porque se movía con más gana, con más fuerza. -¡Puta!…¡PUTA!…¡¡¡PUUUUTTTAAAaaaaa!!!.- Gritó al final mientras se corría.

Patricia siguió moviéndose hasta que ella misma se corrió y quedó tendida sobre el pecho de mi hermano, que besaba con dulzura, insertada aún por su pene.

Aquella noche, José me dijo que en realidad no tenía mucho interés en verme con Patricia.

Ella se duchaba mientras hablaba con mi hermano.

Patricia ahora tenía que entrar desnuda al cuarto y tras ducharse y secarse, salía y me tenía que pedir la ropa que debía ponerse.

Ese día, me llamó y yo subí y la contemplé desnuda y mojada a la puerta del baño.

La cogí fuertemente de la mano y me la llevé a su habitación.

-¿Dónde vamos?.-

-A dónde a mí me dé la gana.-

Entramos y le ordené que se tirara sobre su cama.

Me obedeció un poco mosqueada, pues no sabía cuál sería su nueva forma de uso.

Me acerqué a ella.

Desde siempre me han gustado los pies de mi hermana.

Me fijo mucho en los pies..

Algunos son bastos, deformes, otros son deliciosamente refinados y sensuales.

Unos son de dedos cortos y otros largos, carnosos y huesudos. Los de mi esclava Patricia eran unos pies deliciosamente sensuales.

Me dediqué a lamerle entre los deditos, a hacerle cosquillitas con la lengua.

Estaba sentado sobre su cama con aquellas delicias en mis manos. Le olían ligeramente y aquello me excitaba y me animaba más aún a tenerlos entre mis labios.

Sentir sus deditos en mi boca me excitaba.

Me desnudé y mi cipote quedaba al aire libre extendido.

Mi hermana tenía un pequeño anillo de bisutería de cuando era niña que no se podía poner en ningún lado.

Me lo puse entre los labios y cogí uno de sus pequeños dedos y al metérmelo en la boca, la anillé. Al sacar su dedo, lucía ese anillito puesto.

Vi delante de mí su sexo, aquella crestita rica que le asomaba excitada entre los dos labios.

Me lancé directamente sobre su sexo, separándole los muslos y obligándole a que se abriera todo lo más que podía.

Delante de mí estaba su monte de Venus exento de pelos y más abajo su sexo húmedo ya.

Posé mi boca sobre la cima de aquel incestuoso monte y luego, después de bajar mi lengua, me dediqué a lamerle con avidez su clítoris de gallina clueca.

Sentía cómo se excitaba, pues su respiración acelerada se reflejaba en su vientre. Empecé a percibir un fuerte olor.

Dicen que cada mujer tiene un olor.

El de mi hermana olía para mí a especias orientales. Tan rico me parecía que metí la cara entre los muslos de Patricia para que aquel olor impregnara mi pituitaria y se me clavara en la cabeza como el olor del amor.

Su sexo destilaba gotitas de néctar amoroso que no podía rechazar y Patricia me obsequiaba cada vez con mayor generosidad.

Al meterle uno de mis dedos y sacarlo, lo sentí lleno de su miel y volví a meterlo y sacarlo para poner en funcionamiento toda la máquina del amor. Y lo conseguía a trompicones. Al meterle el dedo, Patricia se aceleraba, se retorcía debajo de mí y gemía.

Sentí su pié sobre mi pene excitado y desnudo.

El sentirlo me excitaba más aún.

Luego, se dedicó a sobarme con sus pies el pene y mis testículos que colgaban levemente, pues tenía el escroto arrugado y recogido.

Patricia quiso acariciarme después de que mis manos reemplazaran a las suyas en la custodia de sus senos.

Metí sus pezones entre mis dedos y comencé a girar lentamente mi mano alrededor de sus pechos. Sus pezones se endurecían por momento y los sentía crecer entre mis dedos.

Sentía que me iba a correr, por eso le ordené que pusiera las manos agarradas a los barrotes del cabecero.

Lo hacía por que secretamente pensaba que estaba atada a ellos, y al sentir de nuevo su pié en mis testículos se lo agarré y lo mantuve así, unido a ellos mientras me descargaba de semen,.

Que salió manchando la sábana blanca sobre la que estábamos.

Al sentirme correrme, Patricia sufrió la excitación definitiva y comenzó ella misma a correrse, silenciosa pero durante un largo período de tiempo, durante el que mi lengua estuvo posada entre sus labios, recibiendo un torrente cálido de su néctar de amor. Y esa noche dormimos juntos en su cama.

Nos habíamos levantado ya y estábamos tomando el desayuno.

Me divertía dando galletas untadas con mermelada que Patricia cogía con la boca y se las comía.

Tenía los morritos llenos de mantequilla y mermelada.

Mi hermano José acababa de aparecer y yo, como siempre, quería impresionarle.

Me puse una galleta en el muslo y Patricia se puso de rodillas para comérsela.

-Quédate de rodillas.- Mientras se comía la galleta, tiré de su camiseta y quedó en braguitas sólo.

Le besé la boca probando el sabor de la mermelada y la mantequilla. La dejé limpia. Me bajé los calzoncillos y mi pene estaba un poco excitado con sólo pensar lo que iba a hacer. Coloqué con los dedos un poco de mermelada sobre la punta de mi picha.

– Come-

No lo tuve que decir dos veces. Patricia me estrujaba los huevos con una mano y con la otra, con los cinco dedos, me agarraba la picha. Sus labios me agarraron el prepucio tras lamerme la mermelada.

Y lo que no era mermelada. Extendí la mano y comencé a magrearle las tetas, con pasión, con fuerza. Mi hermana parecía una mamadora consumada, por que me reportaba un placer hasta mí desconocido. Bien es verdad que nunca antes había hecho nada igual.

Me corrí al sentir uno de aquellos lametones largo a lo largo de todo el pito que Patricia me estaba propinando. Mi lechecita salía disparada. Patricia al verlo, acercó su boca y se puso a tragarse mi semen como si fuera una golosina. «Esta hembra está enseñada».- Pensé.- «Muy bien enseñada».-

José se había quedado muy impresionado, por eso, esa mañana, Patricia no salió sola a la piscina a bañarse. José decidió bañarse con ella.

En principio, y según las normas. Patricia estaba en Top-less, pero tras darse un lote con José en el agua, José se desnudó y le ordenó a Patricia que hiciera lo propio. Luego, los vi abrazarse y tras esto, vi que José se iba a donde no cubría. Salió de la piscina y se sentó en el bordillo, colocándose el preservativo.

Patricia salió por la escalerilla, desnuda y desvergonzada y se colocó encima de José.

Estaban empotrados y Patricia comenzó a moverse. Menos mal que no estaba el jardinero del chalet de al lado.

En esto, José se agarró con fuerza a Patricia y se escurrió hasta caer junto a su hermana a la piscina. Un chillido de sorpresa llenó la atmósfera del jardín. Luego, abrazos y besos.

Mi hermano estaba de pié. Patricia estaba agarrada. Las piernas en la cintura de José, los brazos en los hombros.

Me tiré al agua sin pensarlo con mis gafas de bucear. Patricia estaba penetrada por José.

Sus carnes parecían flácidas y libres en el agua. Sus nalgas se movían, como la carne de sus muslos.

Mi hermano la llevaba contra una de las paredes adornadas de teselas de la piscina y allí se la terminó de clavar.

Movía las caderas al ritmo lento que las aguas le permitían, y parecía que la frescura del agua se compensaba con el calor del interior de Patricia, porque estuvieron así, follando, un rato hasta que mi hermano se corrió.

No pude apreciar si Patricia también se había corrido, pero no me cabía duda de que había tenido placer.

Al sacar la picha mi hermano, pude ver algo que marcó los días siguientes. Una manchita roja pareció difuminarse en el agua.

Patricia estaba rara. No quería quitarse una toalla que llevaba atada a la cintura. ¿por qué venía ahora con esas vergüenzas que se había integrado a nuestro grupo? Le exigí que se quitara la toalla. Que sí, que no, que me obedezcas. Tiré de ella y ¡Zas! Sorpresa.

Mi hermano lucía un inesperado abultamiento debajo de las bragas. Nuestros planes se venían abajo. Tenía la regla. José y Yo nos enfriamos mucho. Teníamos respeto, miedo.

Estuvimos varios días dejando incluso que se pusiera pantalones de deporte y que se duchara. No iba ni al servicio a oír el chorrito caer. «chirrrrrrr».

A José, que era un follador, la afectó más, pero yo, al tercer día le ordené que me hiciera una macoca, con la boca, por supuesto. Vino con la camiseta quitada a cuatro patas y se engulló mi pene enterito y no lo soltó hasta dejarlo seco.

Y aquello se repitió a los dos días, y a partir de entonces, ya me mamaba el pene todos los días.

A las horas de la siesta, después de comer, y antes de quedarme dormido en el sillón, Patricia venía y me mamaba, y tenía que quedarse a, mis pies hasta que me durmiera.

Se tendía bajo de mí y la acariciaba con los pies desnudos, le acariciaba los pezones y los ponía sobre su boca, para que me los lamiera y los besara, y cuando yo me sentía bastante excitado, la ordenaba que me la comiera.

Al sexto día, incluso José, que no parecía que le hiciera mucha gracia el tema. Se sentó desnudo en otro sillón y ordenó que se la mamara, lo cuál, fue hecho con mucho gusto por mi esclava, tras obtener mi aprobación con un gesto.

Al octavo día de la regla, que era el quinceavo de crucero de mis padres, se me metió en la cabeza que si se la metía a Patricia y salía con sangre, pues era como si la desvirgara.

Lo estuve pensando toda la mañana y a la hora de la siesta le ordené que se lavara el toto y que me esperara en la cocina.

Al rato fui yo. Había en el cajón del frigorífico una fría y arrugada zanahoria, aunque de tamaño respetable. Medía diecisiete centímetros. La puse bajo el agua caliente y ordené a Patricia que se subiera a la mesita de la cocina. Patricia se sentó encima.

-¡No, no! ¡Ponte de rodillas y de cara a la pared.-

Patricia me ofrecía su espalda y debajo de ella, las nalgas reposaban sobre sus pies. -¡Las plantas de los pies fuera de la mesa.-

Retiré la mesa un poco de la pared, como una cuarta, y le ordené que pusiera las manos hacia el techo, apoyadas sobre la pared. Su culo subió a la altura de mi barbilla. Detrás de él se obtenía una imagen nueva de su sexo, por detrás de sus nalgas.

-Ahora… te voy a follar con la zanahoria- Dije ya visiblemente excitado.

La zanahoria estaba caliente.

La cogí y la puse entre los muslos de Patricia y comencé a introducirla lentamente. Patricia arqueaba la espalda y echaba el culo hacia detrás y me ofrecía su sexo.

Yo tomaba la zanahoria como si se tratara de una pequeña espada y no paré hasta que sentí el calor de su sexo en el dedo índice, el más cercano a su sexo.

Comencé a menear la zanahoria.

Patricia, para ofrecerme mejor su sexo, despegó sus brazos de la pared y se agarró a los bordes de la mesa.

Empecé a oler ese olorcillo delicioso de confitura sexual. Besé sus nalgas mientras la penetraba una y otra vez con la zanahoria. Las besé con pasión mientras la follaba.

No paré de agitar la zanahoria hasta que comenzó a conmocionarse por un fuerte orgasmo, primero y luego, hasta ver que el orgasmo la dejaba casi extenuada.

Saqué la zanahoria haciéndome ilusiones de que la encontraría al menos con un poco de la sangre de su regla y haciéndome ilusiones de que la había desvirgado.

La zanahoria estaba limpia.

-¡Nos ha engañado! ¡Ya me parecía a mi que le duraba demasiado tiempo la regla!.

– Dijo José cuando se lo comenté en privado.

-pero ¿Cómo? Tu has visto igual que yo las compresas manchadas.-

– Lo averiguaremos pronto.-

Patricia se dirigió al servicio.

Esperamos unos momentos y cuando sentimos que cerraba la puerta subimos silenciosos las escaleras y abrimos la puerta de sopetón.

Allí estaba, la muy zorra, con la compresa en la mano y un frasquito de mercromina en la mano y la compresa recién manchada con el tinto desinfectante de color rojo.

Patricia intentó esconder el tinte, pero no podía evitar que nos hubiéramos percatado de todo.

La pillamos en una pose muy pintoresca, ya que tenía el pantaloncito y las bragas bajadas, esperando a colocarse la compresa.

Castigamos a mi hermana con no ponerse nada. Ni bragas ni pantaloncitos. Sólo la camiseta, y con un nudo en la barriga para que no se le bajara y le pudiera tapar lo más mínimo.

La pusimos tres cuartos de hora de cara a la pared. Me excitaba viéndole el trasero.

-¡Patricia ! ¡ Humíllate de rodillas!.- Patricia me obedeció, colocándose de rodillas con la cabeza agachada.

-Ahora…¡Ven a gatas hasta mí!.- Vino a gatas lentamente y puso su cabeza en mi regazo.

-Has sido una zorrita mala y te tenemos que hacer algo para que no nos vuelvas a engañar. ¡Uso de rodillas!.- Patricia se fue a dar la vuelta para mostrarme su sexo y sus nalgas.

-¡No, no! ¡Enséñale a José tu coñito limpio!.- Mi hermana separó sus nalgas y arqueó su espalda para mostrar su sexo a José, que la esperaba con una sonrisa maliciosa.

-Ahora..¡Cómeme la picha!.-

Patricia comenzó a lamer con su lengua mi pene y a darle besos sensuales con la boca.

Yo estaba a cien sabiendo lo que vendría a continuación, pues lo había planeado con mi hermano.

Patricia lamía confiada.

Yo le cogía la cabeza y luego le magreaba las tetitas que le colgaban, mientras esperaba impaciente la llegada por detrás de José, que se había desnudado y se había el preservativo de rigor.

José cogió a mi hermana de manera inesperada. Se intentó volver pero se lo impedí. José la agarraba de las caderas y la embestía.

Patricia descuidó su tarea de lamerme el cipote, más entretenida en lo que le venía por detrás, así que la agarré de los pelos y la obligué a que se metiera mi pene en la boca, hasta el fondo.

Entonces me hizo una mamada como no la había hecho hasta entonces.

La mejor mamada de mi vida.

José la follaba por detrás con las ganas de ocho días de espera y la embestía de manera que por la inercia, me engullía y soltaba toda mi polla.

Me corrí en su boca.

Creo que se lo tragó todo, pues su boca no se separó de mi vientre.

Al rato, era José el que estaba corriéndose detrás de ella, mientras ella intentaba gemir y aullar de placer con mi pene dentro, amortiguando la fuerza de sus chillidos.

Mi hermano ya la había sacado y ella se había terminado de correr y aún así me la seguía comiendo.

Patricia siguió castigada toda la tarde, y por la noche, nos la llevamos al cuarto de mis padres y allí pasamos la noche.

Yo le comí el coño mientras ella se la comía a mi hermano y luego, más tarde, ella me la volvió a comer mientras mi hermano se atrevía a comerle el coño a ella.

Quedamos exhaustos y dormimos los tres en la cama de matrimonio hasta la mañana siguiente.

El jardinero del chalet de al lado era un sátiro.

Lo hemos sabido siempre y siempre se ha quejado mi hermana de eso.

Por eso, si quería salir al jardín, eso es cuenta suya.

Me pidió los pantaloncitos para salir.

Yo se los negué.

Si quería salir esa mañana a bañarse, me tendría que entregar las bragas y yo le daría el bañador.

Mi hermana tomó una actitud rebelde y salió al jardín con una toalla liada alrededor de la cintura.

Yo deseaba que el jardinero se pusiera envidioso de nosotros y ella ahora sentía vergüenza.

Se lo consentí al principio, aunque luego la llamé y le dije- las dos cosas a la vez no pueden ser.

O te pones las bragas o te lías la toalla.

Patricia deslizó sus bragas por sus muslos y tras ponerlas a la altura de mi cara con el brazo extendido, las dejó caer al suelo.

-Chula.- Le dije. Y se fue meneando el culo exageradamente. Hubiera salido corriendo a contárselo a José, pero no estaba, había salido con la bici.

-¡Patricia !.- Me sentí rojo por un súbito ataque de ira. Ella no me hizo caso. -¡Tu-Bol-so!- Al decir esto, se acordó que estaba siendo chantajeada y se dio la vuelta. Le arranqué la toalla. Patricia estaba contrariada y tiró de la camiseta todo lo que podía.

-Y ahora ve y te tumbas en la tumbona.- Patricia salió al jardín y se tiró con cuidado en la tumbona que había junto a la piscina. El jardinero paró su actividad durante un rato para mirarla. Salí al jardín y me senté sobre el césped a su lado y le susurré al oído.- Ábrete de piernas para que te pueda ver aquel señor.-

Patricia me obedeció y yo miraba muy de reojo la figura del jardinero, que seguía allí. Supongo que pensando que mi hermana llevaba un bañador rosa. -Y ahora… Mastúrbate.-

Patricia metió una mano por debajo de la camiseta y la noté encima de su pecho, y la otra mano se posó entre sus muslos.

Vi la crestecita de carne aparecer entre sus pelos extendidos.

Se tocaba suavemente.

Las yemas de los dedos se hincaban lentamente entre las piernas.

Su cresta cada vez aparecía más provocativa.

Sus dedos se hundían más entre sus muslos e incluso uno penetraba en su sexo.

Ahora su clítoris desaparecía bajo la palma de su mano.

Se pellizcaba uno de los pezones y arqueaba la espalda.

Se magreaba el sexo y se hincaba dentro los dedos.

Empezó a respirar aceleradamente y a mover sus caderas arqueadas hasta que dando un fuerte suspiro, comenzó a correrse.

Yo había pillado una empalmadura de un montón de centímetros, pero el jardinero había desaparecido apresuradamente hacía un rato.

– Eres una puta muy excitante.- Le dije tras besarla en la sien sudorosa por el calor del día y de su cuerpo. -Báñate con la camiseta puesta, si quieres, por que yo no te voy a dar hoy el bañador.-

Las nalgas aparecían blancas y hermosas con la camiseta pegada a su cuerpo. La piel de sus pezones debía de estar arrugada.

El pelo le formaba mechones mojados.

Era la mismísima Venus salida de un cuadro de Boticelli.

Patricia estaba haciendo la comida.

Yo traía una camiseta seca en la mano. No se me quitaba de la mente la forma en que se había masturbado en la tumbona.

AL ver la camiseta, Patricia se quitó la que llevaba puesta mojada.

Mi mano se introdujo rápidamente entre sus muslos y se posó en su toto.

Me sorprendió que estuviera caliente.

Era el primero que tocaba en mi vida. Patricia quedó quieta y asustada. La besé en la boca despacio pero introduciendo mi lengua entre sus labios que se abrían indecisos.

Noté sobre la palma de mi mano la textura de su cresta y en mis dedos, la piel de sus labios y en la yema de mis dedos, su secreta humedad.

Apreté y se abrieron para recibirme sus cuatro labios, los del sexo y los de la boca. La eché contra uno de los muebles de la cocina.

-Enséñame como se hace.- Patricia cogió uno de mis dedos delicadamente y lo puso justo en medio de su rajita. Y luego poniendo la palma de la mano sobre los nudillos, lo introdujo lentamente. Tengo que decir que estaba un poco asustado, sobre todo, al sentirlo tan mojado. Patricia estaba fuera de sí. Nuestro beso se transformó en un torbellino de lenguas y labios.

-Sácalo y mételo.- Me dijo

-¿Osas ordenarme?.-. Le respondí, mordiendo suavemente sus labios y posando mi mano sobre su pecho. Sentí la punta de su pezón, erguida, sobre la palma de mi mano, que comencé a mover con suavidad. La hice caso al fin y metí y saqué el dedo

– ¡Otra vez! ¡Muchas veces!.-

Me dediqué a meter y sacar mi dedo lentamente pero con profundidad.

Aquello hacía que mi hermana enloqueciera.

Tanto le gustaba que extendió su brazo y lo metió en mis pantaloncitos cortos y en mis calzoncillos y me agarró la picha que ya estaba a punto de estallar.

Me corrí en unos segundos.

Le llené la mano de mi semen.

Ella también se corrió.

La sentí desbocarse, moverse rítmicamente contra mi dedo.

Me asustó sentir que se estrechaba lo de dentro y fui a apartar mi dedo, pero ella volvió a poner su mano sobre mi mano e impidió que saliera.

Le tomé los pezones con los labios, tras subirle la camiseta y hinqué mi dedo todo lo que pude en su sexo hasta conseguir arrancarle un gemido -Aaaahhhh.-

Quedamos unidos en un abrazo un rato.

Patricia me acariciaba la cara, pegada junto a su pecho y me repetía, como atontada.

-Me has dado placer… me has dado placer.- A mi aquel sentimentalismo no me parecía bien, pero tampoco quería ponerme en plan duro.

Me sentía orgulloso mientras la veía recomponerse la camiseta. Hizo algo que me pareció una cochinada, y es lamerse un poquito del semen con que había manchado su mano. ¿Le gustaría de verdad la lechecita?.

Mi hermano apareció un rato después. Vino que parecía que había corrido la vuelta ciclista a España en una sola jornada. ¡Hecho polvo!. Miró a mi hermana.

Yo le conocía. Era un autoexigente.

Se había marcado una meta por encima de lo normal y se había prometido el premio de que si lo conseguía, se follaría a Patricia.

Una tontería por que se la iba a follar llegará o no llegara a la meta.

Mi hermano estuvo descansando y se repuso.

Se fue a duchar y llamó a Patricia desde arriba.

Patricia pidió mi consentimiento para subir. Yo asentí con la cabeza. Subí al rato y me metí en el cuarto de baño.

Sinceramente, esperaba que estuvieran acoplados.

Oí las risas al otro lado de la puerta. Simplemente se duchaban ambos juntos.

Se intercambiaban besos y caricias, pero ya está. Me invitaron a unirme.

– Ya me ducharé con ella otro día.- Dije fingiendo mal humor.

La noche vino.- ¿Cómo se ha portado ésta?.- Dijo José señalando a Patricia con desgana.

– La he tenido que castigar por la mañana.- Patricia miró hacia abajo fingiéndose avergonzada.

-¿Sí? ¿Qué ha pasado?.-

-Pues que no ha querido salir en bañador al jardín por que estaba el jardinero.-

-Es lógico. Ese tío es un salido.-

-Sí. Pero si yo le digo que tiene que salir en bañador, tiene que salir. Si no, luego pasa lo que pasa, que se ha tenido que masturbar en la tumbona de la piscina delante de él.-

José estuvo callado y al fin dijo.

– Es verdad, si tu se lo ordenas te tiene que obedecer.- Luego, hablándole a Patricia sin mirarla le dijo.- Nena. Era muy vergonzosa. Se te tiene que quitar esa vergüenza.-

El motivo por el que había estado el jardinero en el chalet de al lado era por que los vecinos, que casi nunca estaban, era que organizaban una fiesta.

El seto era espeso y no se veía con facilidad, pero sí se oía muy bien.

Mi hermano quitó la camiseta de la dócil Patricia y luego le ordenó que se quitara las bragas. La cogió de la mano y se la llevó al centro del jardín y rodaron por el suelo.

José se bajó los pantalones de deporte y su culo blanco brillaba en el resplandor provocado por la iluminación del chalet vecino y se tumbó sobre Patricia que abrió las piernas para recibirle.

Unos ciclistas añoran el maillot amarillo, otros consiguen el de la regularidad.

Mi hermano, esa tarde había conseguido el derecho a follarse a Patricia.

José era un follador.

No le divertía otra cosa que no fuera meterla y correrse.

No hubo grandes prolegómenos esta vez tampoco.

Patricia se abrió de piernas y en unos minutos, sus gemidos de placer se disimulaban con la música de la fiesta del vecino chalet.

Quedaron así tendidos un rato.

Luego José se levantó.

Y tras ella, Patricia, que se vino detrás de él como una perrita.

Esa noche, Patricia pudo dormir tranquila en su dormitorio.