Como cada tarde, los primos se detenían en un arrochuelo para dar de beber a las vacas y de paso darse un baño y lavar sus humildes vestimentas.
Era un día normal en el colegio, yo tenía 17 años y me llevaba mas o menos bien con casi todo el curso, excepto con un par de personas y en ese par de personas estaba una chica que se llamaba Claudia.
Mis glúteos cabían en sus manaza y me apretaban con mucha fuerza. Me arrimaba cada vez más fuerte a él y la hebilla de su cinturón empezó a clavarse en mi abdomen.
Pensé en aquel momento que no era la primera vez que ambas se daban mutuamente placer, a pesar de los aparentes remilgos iniciales de Andrea.
Mi nariz quedaba a la altura de su sexo, presionando sus braguitas, pero ella metió la mano entre sus piernas, separando la tela y permitiendo que mi nariz quedara enterrada entre sus labio vaginales.
Al pasar frente al hotel La Mansión estaba situado a un costado de la puerta principal un policía, pero no un policía cualquiera, era un tipazo de unos treinta años, con una mirada verde penetrante que se enmarcaba en un rostro moreno
A mis catorce años las vacaciones eran la principal fuente de contacto entre los primos. Siendo chico recordaba mis juegos, desde introducirme cosas en mi ano, las pajas desde que me empezó a saltar semen...
Mariana así se llama la mujer de la tienda, ella tiene unos 42 años, es rubia con un cuerpo espectacular, mide unos 1.75 con una cola firme y sus dos tetazas bien firmes. Yo siempre soñé con ella y mas de una vez me pajeaba pensando en ella.
Después de transcurridos unos tragos y unos cuantos cigarrillos, mi cuñada, ya dormida, comenzó a inquietarse en su cama, dándose unas cuantas vueltas y quejándose a causa de su cansancio; por mi parte, yo la miraba de reojo sin darle importancia.
Si alguien el año pasado, antes de conocer a Santi, me hubiera dicho que acabaría con un hombre le abría metido una somanta de palos. Pero ahí estaba y no me arrepentía por nada.