Hola. Soy Diego, un hombre mayor, vivo en Bogotá. Este es mi primer relato. Se puede titular ENSEÑANZA. En mi época de mayor actividad sexual conocía a una jovencita muy hermosa. Ella aún era muy inocente y terminó enamorándose de mí. Se llamaba Mariana y tenía unos 19 años mientras yo tenía 26. Habíamos hablado y me hizo saber que estaba enamorada de mí. Yo le dije que no quería nada con ella porque no estaba en condiciones de corresponderle y no quería causarle dolor. Siempre he sido muy claro en estos temas. Además, me había dicho que era virgen y yo sabía que tener su primera relación conmigo haría que su sentimiento hacia mí fuera mayor. Toda la situación que se desprendería de aquello me resultaba incómoda. Así quedaron las cosas por un tiempo. Sin embargo, como nos veíamos casi a diario en razón de nuestras respectivas actividades, tuvimos ocasión de hablar en muchas ocasiones. En una de ellas me dijo que sin importar lo que yo pensara, ella quería que su primera experiencia sexual fuera conmigo. Me dijo que me liberaba de toda responsabilidad y que entendía bien mi punto. Finalmente accedí. La chica era bonita y con las cosas claras, no había ya engaño. No obstante, le dije que, puesto que ella era muy inocente (en esa época la juventud tenía un escaso conocimiento de la sexualidad, forjado durante siglos por el moralismo de la Iglesia), antes de cualquier cosa, ella debía dejarse guiar, debía despojarse de esa enorme cantidad de ideas falsas con que los niños crecíamos entonces. Yo, gracias a mis estudios, había ido desbaratando en mí mismo esos prejuicios y tabúes, pero para una chica con escasa educación y una fuerte tradición familiar y religiosa, era muy diferente.

En las ocasiones en que salimos previamente, yo le hablé de lo que pensaba con relación al sexo. Le mencioné las distintas formas de dar y recibir placer. Le había hablado de lo que más me gustaba hacer y que me hicieran, y, sobre todo, de cómo me gustaba que me lo hicieran. Todo ello iba preparando el terreno.

Al fin llegó el día. Fuimos a la casa en que vivía y que aquel día esta sola para los dos. Nos besamos intensamente. Acaricié sus senos firmes y erguidos. Los masajeé sintiendo cómo sus pezones se ponían duros. Siempre me ha excitado mucho tocar los senos jóvenes, rellenos, grandes pero no enormes, y bien formados. Al tocarlos y al rozar los pezones siento como una corriente eléctrica que recorre mi espalda y se descarga en mi miembro.

La fui desnudando mientras la besaba y la tocaba. Me incliné a besar sus pezones, a chuparlos, a lamerlos. mientras con una mano amasaba sus tetas rotundas y con la otra apretaba sus nalgas jóvenes. Ella fue entrando en confianza y calor y acarició mi espalda y mi pecho. Después la recosté en la cama y mi mano bajó por su vientre rozando su piel, yendo y viniendo, avanzando un poco más cada vez. Así llegué a los pliegues de su cuca que ya estaba hinchada. Comencé a abrirlos suavemente, de arriba a abajo hasta lograr que se apartaran. Después mis dedos fueron buscando su botoncito del placer y dieron vueltas alrededor esperando el momento propicio. Ella respiraba agitada y se aferraba a mi cuello mientras me besaba. Al fin lo rocé y ella se estremeció dejando escapar un gemido que apagó en su voz. Se aferró a mí con más fuerza. Mis dedos frotaban lenta y suavemente. Veía cómo ella se dejaba caer bien sobre la cama abandonándose al placer que yo le estaba dando. Mis dedos se movían entre su vagina húmeda y su clítoris produciendo movimientos involuntarios en todo su cuerpo. Mientras tanto mi boca mordía sus tetas, chupaba, lamía. Sus gemidos se oían más fuerte a medida que mis manos y mi boca se apoderaban de su cuerpo. Pasados unos minutos, pasé a la siguiente fase. Mi boca saltó desde sus tetas a su vientre, paseó por los flancos y descendió hasta su cuca. Mi lengua lamió sus labios externos e internos y se hundió en su humedad. Ella se agitaba sin control y gemía más fuerte. Lamí su botoncito. Con húmedas cargas mi lengua hacía inflamar la delicada carne al tiempo que su cuerpo saltaba y sus piernas se cerraban con fuerza para, enseguida abrirse de nuevo. Tras un buen rato, sentí cómo gemía sin control y cómo su pelvis golpeaba mi rostro. A pesar de que sus manos trataban de apartar mi cabeza de su pelvis, no tuve compasión y continué lamiendo y chupando sin cambiar el ritmo. Finalmente, cuando los saltos de su cuerpo fueron inmanejables, supe que estaba teniendo su primer orgasmo y fui bajando el ritmo mientras ella iba relajando sin dejar de retorcerse.

Entonces tomé su mano y la posé sobre mi verga, que tenía una erección firme aunque no del todo potente. Ella me miró algo confundida. Con mi mirada la tranquilicé. “Déjate guiar”, le dije mientras llevaba su mano de arriba a abajo de mi verga para que entrara en confianza y me pajeara. Ella me miraba fijamente mientras mi mano rodeaba la suya y guiaba el movimiento de abajo a arriba. Solté su mano y ella siguió haciéndolo. Fue entonces cuando bajó su mirada para ver por primera vez ese pedazo de carne que su mano hacía crecer y endurecerse cada vez más. Parecía fascinada de ver cómo la cabeza de mi verga aparecía y desaparecía entre su mano. Sin dejar que me soltara, me tendí sobre ella, separé sus piernas y ayudé a su mano a poner mi verga frente a sus pliegues abiertos y mojados. Suavemente presioné. Me detenía a cada expresión de dolor. Apenas si empujaba. Entonces ella abrazó mi cintura y me acercó manejando la fuerza y profundidad de la penetración. Al ver que no avanzaba, empujé un poco más y ella gimió, se aferró a mis hombros y permitió que el acceso fuera más continuo. Terminé de entrar hasta el fondo y entonces me retiré hasta solo dejar adentro la cabeza. Volví a empujar y repetí estas acciones con lentitud dejando que ella marcara el ritmo. Los gemidos de dolor fueron remplazados de a poco, por unos de placer. Al cabo de uno momento ella comenzó a mover sus caderas. Seguí penetrando sin mucha fuerza para permitir que su cuerpo se acostumbrara. Mientras la penetraba, me inclinaba a chupar sus senos o, apoyado en un a mano, los amasaba con la otra. Tras unos minutos en esta posición, le di la vuelta y la puse en 4. La penetraba cada vez con más fuerza y rapidez. Ella gemía así mismo más y más. Sentía cómo el orgasmo la inundaba. Entonces solté todas las riendas y empujé con fuerza y rápidos movimientos. Cuando sentí que ya iba a expulsar mi semen urgente, salí de ella y, masturbándome, bañé su vientre con néctar espeso, caliente y abundante.

Sin darle tiempo a salir de su orgasmo, tomé su mano e hice que frotara el semen recién expulsado. Trató de resistir, pero mi mirada debilitó su intención. Su mano estaba mojada de mi semen. Llevé su mano a mi rostro y aspiré el olor sin dejar de mirarla. Luego la acerqué a ella e hizo lo mismo. Tome su otra mano, la llevé a mi boca y mi lengua lamió sus dedos. Ella entendió y con alguna preocupación lamió su mano untada de semen. Su rostro no expresó ninguna emoción, pero siguió haciéndolo hasta limpiarla por completo.

Enseguida llevé su mano a mi verga, que tenía una débil erección. Mi mano sobre la suya apretó suavemente mi carne en la base y esto hizo que sangre fluyera a mi verga. De nuevo me pajeó por unos momentos. Ella miraba y sentía lo que estaba sucediendo. Luego subí su mano hasta la cabeza de mi verga y apreté de nuevo, lo que fortaleció la erección.

  • Ahora quiero que me lo hagas con la boca, como hablamos.
  • Sí- respondió como si ya supiera lo que iba a decirle. – Pero dime cómo.
  • Bésala.

Acercó su boca y sin abrir sus labios besó mi verga en la cabeza, como quien besa en la mejilla. Pero siguió besando la cabeza. Cuando sus labios besaron la zona del frenillo, sentí una descarga de sangre y mi verga palpitó. Ella pudo notarlo en su mano y sonrió mirándome.

  • ¿Así?
  • Sí, para comenzar vas bien. Solo haz lo que te diga.
  • Bueno.

Yo estaba muy excitado viendo a aquella chica dócil, ávida de aprender. Ella estaba dejando de un lado los prejuicios y temores que había guardado por años con relación al sexo. Como yo lo veía, quería aprovechar al máximo esta experiencia para aprender.

  • Si quieres sigue besando así a todo lo largo y ancho. Y acaricia y besa también las huevas- le dije.

Ella lo hizo. Sus besos sin humedad eran nuevos para mí y aunque no generaban tanto placer, inmediato, sí producían un goce especial, como un anticipo de lo que vendría después.

  • Ahora con tu lengua bien húmeda lame la cabeza.

Lo hizo. Su lengua sobre el frenillo me estremeció y un golpe de sangre llenó de nuevo su mano. – Rodéadala con tu lengua. – Mi verga, que es cabezona, fue bañada con esa humedad mientras mi erección se hacía cada vez más fuerte.

Yo quería ir lento en esta parte. Ella estaba disfrutando lo que hacía. Sus ojos me sonreían al mirarme. – Eso, mírame. Quiero saber por tu mirada lo que sientes.

  • Lame toda la verga de abajo a arriba. Y no olvides las huevas. – Ella obedeció. Su lengua, recorriendo todo el tallo duro producía pulsos eléctricos que inundaban de sangre toda mi pelvis, desde el perineo hacia arriba.

La chica lo estaba haciendo bien. Seguía mis instrucciones y me estaba dando un gran placer. Le dije que apretara la base de la verga, lo que produjo una erección más poderosa, si ello era posible. Ella disfrutaba realmente todo aquello. Lo notaba en la manera como su lengua recorría toda mi verga, como rodeaba la cabeza varias veces para bajar de nuevo y repetir la acción.

  • Ahora, mete la cabeza en tu boca, abriendo solo un poco los labios-. Ese roce de los labios sobre la cabeza, ese ingreso lento y húmedo en su boca, me proporcionaron un placer que me hizo estremecer. Le indiqué que repitiera esa acción lentamente varias veces. Ella lo hizo y notaba que le gustaba. De vez en cuando cerraba los ojos para sentir mejor esas sensaciones nuevas. Pero volvía a abrirlos para mirarme y decirme con sus ojos que le estaba gustando.
  • Ahora como un poco más de verga- le dije. – Métetela un poco más adentro. De nuevo ella hizo lo que le pedí. Casi de un solo golpe metió algo más de media verga y, sin esperar a mi instrucción, comenzó a mamar, pero hundiendo cada vez esa porción. En este punto mi excitación era enorme. Sentía muy tensa la piel, muy dura la carne, y el río de sangre fluía sin cesar. También sentí la primera ebullición de mi semen.
  • Mete más, mete tanta verga como puedas-. Ella lo hizo y, aunque no pudo meterla toda, noté que hizo su mejor esfuerzo. No quise pecar de excesivo en mis caprichos y la dejé mamar hasta donde pudiera. Solo en este momento ella comenzó a gemir, pero lo hacía fuertemente, a pesar de que las mamadas no eran muy rápidas.
  • Ahora debes seguir así hasta que me hagas derramar en tu boca. Le dije sin dejar de mirarla. Ella me miró con algo de angustia, pero con más decisión de hacerlo. Me lo hizo saber con un gemido en el que asentía. Yo ya gemía, pero no dejaba de darle instrucciones.
  • Cuando comience a derramarme no debes parar ni sacar la verga- le dije. – Yo te diré cuándo debes bajar el ritmo.

Sus mamadas ganaron velocidad y mi semen hervía y ascendía a la base de mis huevas. Un primer y pequeño chorro de semen salió y ella me miró. Gruñí y le dije que siguiera así. No me apartaba la vista mientras mamaba. Otro chorro igual salió. Ella gimió fuerte y yo gruñía al tiempo que le pedía más. Entonces un poderoso chorro salió disparado en medio de su gemido y mi gruñido. Aún le pedía más y otros dos chorros salieron. Entonces alcancé a decirle que bajara el ritmo mientras me retorcía de placer, gruñía y sudaba. Ella siguió gimiendo y mamando más despacio. Mi semen seguía fluyendo y llenando su boca, abriéndose espacio en esa boca llena de mi verga. Finalmente le pedía que se detuviera, pero mantuve mi verga adentro un tiempo más. Ella seguía gimiendo y yo gruñendo cada vez más levemente.

Tal vez fue por lo que hablamos en nuestras reuniones anteriores, tal vez porque mantuve mi verga un tiempo más en su boca inundada de semen y saliva, el hecho es que sin yo proponerlo sentí cuando su boca se contrajo y tragó mi semen. Eso, además de darme un placer adicional, escurrió las últimas gotas de mi carne. Saqué mi verga y vi cómo tragó de nuevo el resto que había en su boca. Me miró con los ojos un tanto abiertos, sorprendida, y sonrió. La besé en la boca, la abracé y le dije palabras de elogio diciéndole que se había portado muy bien.

No volvimos a hacerlo. Al poco tiempo ella se fue y perdimos todo contacto.