Llovía a cántaros ese día, justo cuando Sara tenía que ir disfrazada de mariposa para una actuación escolar. A Johanna le costó mucho convencer a su hija de ocho años de que llevara el disfraz en una bolsa para evitar que se mojara y se estropeara. Luego, para rematar, no halló sitio para aparcar el coche en la misma calle del colegio; de modo que no quedó más remedio que estacionar a dos cuadras. Llegaron corriendo tratando de no mojarse ni de echar a perder el disfraz.

Ya a resguardo, procedió a ayudar a la niña a vestirse y luego aguardó fuera de la clase a que los niños fueran con sus maestras hacía el salón de actos donde se llevaría a cabo la función.

Johanna trabajaba como ejecutiva, por lo que siempre estaba vestida de manera impecable; lo que provocaba que los hombres se giraran al verla pasar. Solía llevar un trajecito entallado, compuesto por pollera tubo ajustada, que le llegaba a las rodillas, y una chaqueta haciendo juego, en color azul; complementaba su indumentaria con zapatos de tacón alto en cuero negro, al igual que el bolso que colgaba de su brazo.

Llevaba el cabello castaño y ondulado suelto y sus ojos verdosos, al igual que sus labios rojos, apenas estaban maquillados.

Mientras aguardaba a que los pequeños actores estuvieran listos aprovechó a ojear con atención una carpeta que llevaba bajo el brazo. No notó que era observada por un hombre que estaba a unos pasos de ella, apoyado contra la pared, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de jean. Tenía una campera de cuero negra abierta y debajo se podía ver un buzo de hilo blanco escote en v, que permitía adivinar su condición atlética.

Era alto y delgado, tenía la piel bronceada y en su rostro de duras y atrayentes facciones brillaban unos ojos grises y profundos que no perdían detalle de nada de lo que le interesara. Su cabello era negro y lacio, lo llevaba corto y en sus sienes se podían ver algunas hebras de plata.

Si bien intentaba no perderse nada de lo que sucedía sobre el escenario, sus ojos no se apartaron de Johanna durante el tiempo que duró la actuación.

Cuando todo finalizó, los padres aguardaban a sus hijos en el amplio hall del colegio. Mientras esperaba por su hija para saludarla, Johanna se paseaba de aquí para allá. De improviso, dio un paso atrás y tropezó con alguien. En realidad tuvo otra impresión, y sin querer se sonrojó y el corazón le dio un vuelco; dudó entre si girarse y disculparse o hacerse la desentendida, aunque era imposible no darse por enterada cuando estaba segura que tropezó contra un hombre, que además estaba excitado.

Estaba a punto de decidirlo cuando su hija llegó corriendo junto a otra niña. Mientras abrazaba a Sara, para felicitarla por la actuación y despedirse para irse a su trabajo, oyó que la niña que venía con ella se abrazaba a la persona que hasta ese momento había estado detrás de ella, y le decía papá.

Las niñas resultaron ser las mejores amigas y cuando los obligaron a presentarse Johanna quedó prendada de esos ojos grises a los que aún no había interceptado. Él le tendió la mano con una sonrisa seductora, al tiempo que algunas arruguitas sensuales se dibujaron en sus ojos cuando le sonrió de esa manera tan irresistible. Estaba segura que le acarició de forma muy imperceptible el dorso de la mano mientras la saludaba y se decían sus respectivos nombres. No pudo controlar su curiosidad y lo recorrió de los pies a la cabeza de forma muy disimulada. Se ruborizó, sintió fuego en la cara, era muy evidente que él estaba excitado, por más que intentara disimularlo guardando las manos en los bolsillos del pantalón; además, la observaba con intensidad, y ya la había atrapado mirando su sexo.

Bajo la ropa de ejecutiva, los pezones de Johanna se pusieron rígidos hasta el dolor. Estaba excitada y no era correcto; a decir verdad, no era correcto para ella, que siempre se tomaba su tiempo para conocer a un hombre antes de llevarlo a la cama. Desde que se había divorciado de su ex marido, hacía ya diez años, sus conquistas no habían sido muchas, vivía para su carrera y para su hija, ambas eran su prioridad.

Además, sus conquistas no eran tantas, sólo lo había intentado un par de veces pero los tipos habían resultado ser unos insufribles. De modo que no se preocupó más y siguió con su vida, aunque eso no significaba que muchas veces deseara tener a alguien que la esperara en la cama y la hiciera feliz.

La atracción había sido instantánea y mutua, sabía que él no le perdía pisada mientras se despedía de la niña y que iría tras ella en cuanto saliera en busca de su coche. Así fue, estaba al tanto que la seguía pero no se dio por enterada. Cuando llegó hasta el auto, y abrió la portezuela, intentó escapar y volver a la normalidad de su rutina pero él no se lo permitió. Se acercó con las manos aún dentro de los bolsillos del pantalón, sin dejar de mirarla. Ella quiso desviar la mirada pero no pudo. Era muy extraño lo que estaba sucediendo entre ellos en ese momento. Una pasión y un deseo inexplicables los mantenía allí y lo sabían. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan mujer, ni un deseo tan imperioso la inflamaba como en ese momento.

―¿Puedo invitarte a cenar, Johanna?―susurró, sin pestañear. Solo de oír su voz un espasmo húmedo hizo temblar su vientre.

El hombre había colocado su mano sobre la portezuela del coche, para impedir que se metiera dentro y se marchara. Así que estaban parados muy cerca, sólo separados por la puerta del vehículo.

Quiso decirle que no podía, que estaba muy ocupada, que no acostumbraba a cenar con hombres que apenas conocía; sin embargo, su respuesta fue otra.

—Cuándo quieras —. No podía apartar la mirada de los labios masculinos. Se mordió el labio inferior y a él eso lo volvió loco. Le dieron ganas de meterla en el coche y de hacerle el amor allí mismo.

—Esta noche —dijo él, humedeciéndose los labios y rozando su mano.

Johanna se estremeció, sus pezones se pusieron más rígidos y su ropa interior se había mojado por completo. Hizo un leve movimiento afirmativo con la cabeza y se metió dentro del coche. Mientras bajaba el vidrió de la ventanilla observaba con avidez que aún seguía excitado, debió controlar sus manos para que no se posaran sobre ese bulto que la atraía como la abeja a la miel. Él apoyó las manos en los bordes del cristal y se inclinó con lentitud, como sabiendo lo que ella estaba contemplando.

—Llámame cuando estés lista, que paso por ti —. Sus ojos grises la miraban como para desnudarla.

Ella puso el motor en marcha y se alejó, dejándolo allí parado, mirándola irse; podía verlo por el espejo retrovisor.

En un solo instante había conocido lo suficiente de él. En el momento en que se saludaron supo que se llamaba Marco, que era viudo, que tenía una hija que al parecer era la mejor amiga de Sara y que, por supuesto, sabía su número de teléfono y su dirección por medio de esta.

A las ocho en punto de la noche lo llamó, sin titubeos, ni siquiera lo pensó, deseaba cenar con él y vivir lo que sucediera esa noche. Estaba extrañada de su propia actitud; ella, que pensaba hasta la exasperación cada paso que daba en su vida, que se tomaba su tiempo para tomar decisiones, en esta oportunidad no necesitó hacerlo.

Marco pasó por ella quince minutos después. Cuando subió al coche un irresistible aroma a colonia masculina se coló por su nariz. Por segunda vez, sus pezones se endurecieron al instante, agradecía que su ligero vestido fuera oscuro, al menos para oficiar de cómplice en cuanto a sus sensaciones.

El trayecto fue corto, los diálogos escasos. Las miradas intensas eran suficientes para saber lo que cada uno pensaba y deseaba. El deseo era tan intenso, a pesar de la calma que los dos aparentaban tener, que se podía tocar en el aire. Aunque Johanna parecía distraída, no era así; estaba atenta a esas manos de dedos largos y cuidados que parecían acariciar el volante. Por el rabillo del ojo no perdía de vista el perfil masculino, serio pero amistoso al mismo tiempo. Por su parte, Marco no perdía detalles de la forma de sus muslos bajo la fina tela del vestido, ni el movimiento de sus senos que subían y bajaban al ritmo de su respiración, algo agitada, que parecían ir libres de sujetador. Era imposible controlar el deseo que comenzaba a reavivar su sexo, de manera apremiante.

Cenaron solos, al parecer la niña se había ido a casa de su abuela, que vivía a unas cuadras de allí. La casa era grande y espaciosa, estaba en un barrio privado, próximo a donde ella y su hija vivían. La comida estuvo deliciosa y la charla se tornó bastante amena, luego de romper un poco el hielo y de concentrarse en sus historias más que en sus propios cuerpos.

Nuevos datos se sumaron a los ya conocidos: Marco había enviudado hacía cinco años, llegó a tener algunas relaciones que no duraron mucho, pues su hija y su trabajo de ingeniero le absorbían todo el tiempo del que podía disponer.

Estaban disfrutando de una copa de vino, sentados en los sillones de cuero blanco de la amplia sala, iluminada con una luz muy tenue, en donde se escuchaba una música suave y relajante. Johanna no estaba acostumbrada a tomar nada y ya sentía cierto calor en el rostro y en el cuerpo, provocado no sólo por la bebida sino por la excitación que una vez más se dejaba sentir. Era inevitable, viendo a ese hombre atractivo sentado frente a ella, con una pierna cruzada sobre la otra, como al descuido, mirándola con intensidad. Se humedeció los labios mientras sus ojos se detenían en la abertura de la camisa azul marino que llevaba puesta, dejando sus ojos fijos en el vello oscuro que asomaba y en el que deseaba enredar sus dedos.

Se humedeció más viendo los ojos masculinos detenidos en sus senos, como si los estuviera viendo a través de la tela oscura. Esto provocó que latigazos de placer pusieran más en guardia a sus pezones. Sus miradas se encontraron, sobraban las palabras. El hombre se levantó, llevaba puesto un pantalón sport blanco que evidenciaba sin lugar a dudas lo excitado que estaba, se acercó al mini bar y tomó algo de allí. Luego caminó hacía ella, colocándose detrás del sillón donde estaba sentada, no lo miró pero sabía que estaba allí. Este se inclinó y con sus labios rozó el lóbulo de su oreja, luego le colocó sobre los ojos una tela que parecía de seda. Johanna no dijo nada, tampoco se asustó, teniendo en cuenta que era la primera vez que estaba en su compañía y sabía muy poco de él. Sin embargo, no le inspiraba temor alguno, muy por el contrario, sentía que lo conocía de siempre.

Permanecieron así como estaban, ella sentada y él detrás del sillón. Podía sentir su aliento tibio en el cuello, luego sus labios rozándole la piel y su lengua serpenteando con lentitud. Ella emitió un gemido muy suave y su respiración se aceleró cuando las manos que tanto había observado durante toda la noche, comenzaron a deslizarse por sus hombros desnudos hasta sus senos bien formados, duros, doloridos por el deseo. Los gemidos comenzaron a hacerse más audibles por parte de ambos. El miembro masculino, inflamado bajo la tela del pantalón parecía esta a punto de romperla, la sensación era ardiente y dolorosa. Al fin la soltó y se alejó unos pasos, Johanna quedó con la venda sobre los ojos, respirando con dificultad y expectante de sus movimientos. Marco se acercó y se paró frente a ella, sabía que estaba allí, había oído sus movimientos. Estiró las manos y toco ambos muslos, endurecidos por el ejercicio, con rapidez su manos se dirigieron hacía el centro de ese cuerpo, cuya inflamación podía palpar por sobre la ropa. Un jadeo ronco y la respiración acelerada de Marco llego a sus oídos. Con dificultad desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera, liberando el pene inflamado y dolorido, que quedó erecto entre sus manos. Johanna gimió mientras sus dedos lo recorrían a ciegas, acariciaban la punta húmeda y las venas que sobresalían, hasta llegar a los testículos que parecían a punto de estallar. Lo deseaba, ella deseaba a ese hombre de una forma desesperada, ni siquiera le importaba lo qué pensaba de ella. Hacía tanto tiempo que no tenía sexo que le dolían los genitales de la presión que el deseo le estaba provocando.

Con lentitud acercó los labios hasta la punta húmeda y pasó su lengua con delicadeza, como si estuviera saboreando un helado; él lanzó un gemido ahogado, al tiempo que la tomó por los cabellos, impulsándola a seguir. Johanna profundizó la caricia con su boca, con ansiedad, respirando con rapidez y gimiendo a la vez. Marcó tironeó con delicadeza de su pelo y la levantó, ella tenía los labios entreabiertos, la boca húmeda con sus fluidos calientes. La pegó a él, apretando su miembro erecto contra su estómago, rozó sus labios primero, saboreándose a sí mismo, luego se hundió en su boca y sus lenguas se enredaron con desesperación, mientras sus manos se deslizaban por su espalda y bajaban hasta la cola de forma redondeada, acariciando sus glúteos, apenas cubiertos por la fina tela del vestido que estaba a punto de arrancar a girones. Con suavidad le quitó la venda, se miraron, respirando con dificultad.

―¿Cómo es que nunca te había visto?―susurró Marco, con mirada asombrada.

―Es que trabajo mucho ―respondió ella, mordiéndose el labio inferior y sonriendo ―. ¿Por qué tardaste tanto en hacerte notar? ― preguntó, mirando su boca y luego sus ojos.

Marco no la dejó terminar, la atrajo hacía sí y sin dejar de besarla y acariciarla comenzó a quitarle la ropa; al mismo tiempo, ella desabrochaba su camisa e intentaba quitarle el pantalón.

En cuestión de minutos quedaron desnudos sobre la mullida alfombra, las luces estaban muy tenues, lo suficiente como para darle al ambiente mayor intimidad. Johanna, boca abajo, se recogía el cabello para que él besara su cuello y comenzara a saborear su espalda entre gemidos y susurros. Ella levantó la cintura, ofreciendo su sexo, sintiendo la boca masculina que iba por su cintura y besaba sus glúteos y pasaba la lengua por su ano y su monte de venus, empapando todo a su paso con saliva, para seguir luego por sus muslos y al fin hundir su rostro en la rosada hendidura, inflamada y mojada. Ella jadeaba, escondiendo la cara en la mullida alfombra para no gritar de placer.

La boca y la lengua de Marco delineaban sus labios inflamados y se metían impetuosas en el laberinto de su vagina dolorida. Lo quería dentro ya, no podía esperar más, los movimientos de sus caderas acompañando los de la lengua y la boca del hombre ya no eran suficientes.

Tampoco él podía esperar más. Deslizó sus manos hasta sus senos y los abarcó con ambas manos, desde atrás, al tiempo que se acomodaba para penetrarla. La punta inflamada de su pene rozó la abertura que ya lo esperaba, Johanna lanzó un grito, eso lo excitó más y ya no se pudo controlar. La embistió y se metió muy dentro de ella, con fuerza, con ganas de quedarse allí; luego, volvió a salir y a entrar con lentitud primero y luego cada vez más fuerte y rápido. Ambos tenían la piel empapada en sudor y jadeaban ruidosamente. Las manos de Marco acariciaban sus pezones y estimulaban su clítoris llevándola a un orgasmo intenso que provocó el suyo propio.

Quedaron enlazados, agotados y sudados sobre la alfombra, tratando de recuperar la normalidad de sus respiraciones.

―Estábamos demasiado calientes―susurró Marco en su oído, como disculpándose―. De aquí en adelante nos tomaremos nuestro tiempo, quiero conocer cada rincón de tu cuerpo como la palma de mi mano ―siguió, acariciando sus hombros y deslizando sus dedos por su piel desnuda.

Johanna, con los ojos entornados, sonrió, al tiempo que se estremecía ante sus caricias. Ella también lo quería todo de él.

Te pasó amiga alguna vez algo parecido a esta historia? Cuéntamela escribiéndome a guruayudador@gmail.com, porque debe ser muy excitante para ambos, tu y yo, en secreto…