Secuestro y seducción
Después de una buena sesión de ejercicios aeróbicos y anaeróbicos para mantener una buena figura, me despedí de mis amigos y amigas que entrenaban al anochecer como lo hacía yo desde hace más de un año en aquel gimnasio.
Me sentía muy bien, pues el baile aeróbico me entusiasmaba y el levantamiento de peso me había hecho ganar unos kilos y, dada mi complexión delgada, me daba un aspecto más aceptable.
Ese día particularmente me sentí muy contemplativo.
Comprendí un poco más a aquel grupo de mujeres que practicaban el baile aeróbico y, mientras bajaba las escaleras del edificio donde se ubica el gimnasio –muy aceptable por cierto–, recordé sus finos movimientos, sobretodo en aquellos ejercicios de relajamiento y noté que mi único compañero –que después me dejaría sólo entre aquel cóctel de sudorosas, rítmicas y chillonas compañeras– y yo, nos veíamos toscos y cerriles ejecutando aquellos delicados movimientos.
Me detuve un instante en la escalera para recibir aquel torbellino de delirantes sensaciones agradables que se producen cuando el ejercicio libera unas sustancias con nombres por demás rimbombantes: endorfinas, dopaminas, testosterona, etc., que relajan al organismo y le dan esa sensación de placer y alegría e incluso energía sexual.
Inhalé fuertemente y luego tomé el paso al tiempo que exhalaba.
Me sentía feliz.
Tomé la dirección al centro de la ciudad que se encuentra a una cuadra del gimnasio, para doblar sobre la calle principal.
Ahí se concentra mucha gente, sobretodo aquella que está terminando sus labores y se dispone a abordar un taxi para dirigirse a sus hogares.
Con mi maleta deportiva al hombro, me abalancé sobre la avenida y la nocturnidad me envolvió.
Aquella casona siempre había llamado mi atención.
De día, la miraba con incredulidad preguntándome «¿quién vivirá ahí?».
No lo sabía pues no me atreví a preguntar a nadie por algo que me parecía tan superficial.
Era tanta mi ansiedad y a la vez esa sensación de nadería por conocer a los habitantes de ese inmueble.
Aquella reja negra daba a un pasillo profundo que se alcanzaba a mirar por entre las celosías de una barda asaltada por enredaderas y plantas que le daban un aspecto selvático.
Cuando caminaba por esa calle, a un lado el bullicio de los automóviles y la gente que se dirigía a sus diligencias al centro de negocios de la ciudad y del otro aquella misteriosa casa, robaban mi atención al grado de ignorar involuntariamente y de vez en cuando a algún conocido que me saludara.
Alguna vez me detuve a intentar espiar por entre las hierbas, me inspiraba pasión aquel lugar, pero no veía a nadie.
Se puede imaginar el lector la impresión que me causaba aquel lugar al pasar por ahí bajo las sombras de la noche.
Sentía una sensación de terror combinado con una sensación de incredulidad.
Tanta era mi fascinación por esa casa, que no reparé en la presencia de dos mujeres que se encontraban en el resquicio de la entrada de la casa contigua y justo cuando me encontraba embelesado con la semioscuridad que reinaba en aquella casona, me asaltaron, tomándome una por los brazos mientras la otra colocaba una frazada sobre mi rostro.
Mi reacción fue inesperada ante suceso tan absurdo.
En mi vida me he enterado de asaltos de mujeres en esta ciudad ¡y qué mujeres!
No me resistí ya que deduje que me registrarían y quizá les llamara la atención mi maletita camuflajeada al estilo de los militares y este sería su botín.
No portaba ningún elemento de valor.
Perplejo me quedé cuando sentí que me transportaban al interior de aquel lugar.
No sé porque no podía oponer resistencia.
El pánico y la curiosidad me habían dejado inmóvil. ¿Qué sucede? –preguntaba una parte de mi cerebro– mientras la otra respondía, –no te opongas, relájate o te arrepentirás–.
Sólo por los noticieros sensacionalistas me había enterado de que existía algo que llaman plagio o secuestro y era lo que me estaba sucediendo.
Pensé en mi familia, en mis padres y no alcanzaba a atinar como alguien, con familiares que no poseen mas que lo suficiente para sobrevivir, sea objeto de semejante crimen.
«Es un error», pensé o tal vez estoy soñando.
Así que me solté la mente y cedí a esa fuerza destructora que se llama pánico.
Las mujeres no tuvieron que hacer un gran esfuerzo para transportarme al interior y una vez en el pasillo, me quitaron la frazada y me soltaron indicándome con el dedo que guardara silencio.
No vi armas por ningún lado y ambas chicas eran hermosas; no muy fácil pueden encontrarse tremendos atributos como los de esas hembras.
Más adelante las describiré con lujo de detalles, ¡vaya que sí!
Me insinuaron que las siguiera por el patio y de ahí subimos unas escaleras que conducían a una especie de terraza.
Yo estaba como hipnotizado, de repente mi sentido de la conservación me indicaba que tuviera cuidado, ¡¿y si me llevaban al matadero?! Y así fue, aunque otro tipo de matadero –aunque más adelante esto sonará vulgar–. La noche era fresca, no hacía viento y los sonidos bulliciosos de la ciudad habían disminuido, aunado al aislamiento de aquel lugar, se percibía un ambiente agradable que sólo una parte de mi ser podía disfrutar mientras la otra sugería la idea de que pronto algo fatal me sucedería.
Inesperada y afortunadamente sucedió lo primero.
La terraza era mágica, su descripción me sería difícil, pero conociendo la idea de esta narración el lector puede imaginarse algo exótico de buen gusto y poco convencional. Había una puerta que daba a una habitación igualmente glamorosa: una cama king size ribeteada de adornos, un cuarto de baño con muchos cristales transparentes, espejos ahumados por todos lados y un juego de luces tenues y otros «aditamentos» terminaron por embriagar mis, de por sí, alterados sentidos.
–Ponte cómodo, relájate –me dijo una de ellas con una voz melodiosa y sensual–.
¿Qué se supone que debería hacer? ¿Cómo reaccionar? ¿En qué pensar? Asumí que lo más cuerdo ante la incertidumbre es acertar a hacer lo que te piden tus plagiarios, siempre y cuando no pongas en riesgo tu supervivencia.
–¿Qué es esto? ¿Qué debo suponer que van a hacer conmigo?
Pregunté casi sin darme cuenta.
«María santísima» es mi expresión favorita ante la sorpresa, pero esta vez se quedó opacada y hasta sería irrespetuoso pronunciarla en tremenda situación.
La mujer de cabellos ondulados y que caían como torrentes a desnivel sobre aquellos hombros cubiertos por un vestido con hombreras me tomó suavemente de un brazo y me condujo a un mullido y perfumado sillón.
Me arrellané mientras mi corazón comenzó a latir presurosamente mientras un temblor hacía vibrar mi cuerpo.
No atinaba a acertar el motivo de aquel secuestro hasta que esta chica comenzó a desabotonar su vestido rojo que llegaba sólo justo arriba de sus rodillas.
Su sonrisa se hizo entre sensual y diabólica y notaba que se reía para sus adentros al ver mi palidez e incertidumbre.
La otra mujer se acostó coquetamente en aquella enorme cama.
Su imagen reflejada en distintos ángulos por aquella colección de espejos y el juego de luces evocaba una sensación de fotografías psicodélicas y caleidoscópicas que emborrachaban mis sentidos al grado de suponer que me estaba alucinando.
La primera mujer se acercó a mí con el vestido aún sobre su cuerpo, pero dejando ver aquellas líneas suaves y profundas, aquellas carnes de inspiración poética cubiertas por interiores de encaje y seda.
Mi cerebro lanzó las órdenes necesarias y ciertos órganos comenzaron su labor. Sentí un estremecimiento y mi temperatura corporal aumentó, el flujo sanguíneo se hizo más intenso y ciertas partes se hincharon de sangre.
Esas sensaciones terminaron por hacerme abandonar mis preocupaciones sobre un posible crimen y haciéndome llegar otras.
« ¿Y si mi destino era condenarme a muerte con estas criaturas ante el contagio de una infección incluso mortal? ¿Pero si sugería evitar aquella seducción o al menos tomar precauciones no podría suceder algo peor?»
Así que no intenté evadirme y rogué a Dios –que ya me había dado la oportunidad de vivir hasta este momento– poder en el futuro continuar normalmente mi vida.
Aquella dama dejó caer su vestido y se sentó sobre mis desnudas piernas, ya que al salir del gimnasio normalmente los días calurosos lo hacía en mi traje deportivo.
Haciendo caso omiso de que recién había hecho ejercicio y estaba sudoroso, aunque a decir verdad en estos días tomó tres baños diarios, comenzó a acariciar todo mi cuerpo.
Me acercó su rostro, un rostro hermoso, con aquellos ojos almendrados y profundamente negros y misteriosos, las suaves mejillas y unas orejas redondeadas, una dentadura blanca y casi perfecta, ensamblada dentro de una boca cuyos labios carnosos y ligeramente pintados hacían un cuadro de una belleza extraña.
Pero entre la extrañeza de esa casa, lo raro de este secuestro y encima una seducción –¿acaso podría decirse que es violación?– ¿qué otra situación fuera de lo común pudiera suceder?
Al sentir aquella boca húmeda y tibia sobre la mía, una boca desconocida de una mujer de alrededor de veinticinco años que antes en mi vida jamás había visto, que acaso sólo un puñado de palabras le había escuchado, me hizo estremecer y reflexionar.
No se desea un beso de una persona desconocida, pero aquella calidez me envolvía en un erotismo fuera de lo ordinario.
Las sensaciones de besar unos labios que largamente se han deseado son muy placenteras, pero el placer de besar una boca desconocida, pero bella, no tiene comparación ya que este suceso no es común.
« ¿Cómo debo besar a esta criatura?»
Apelé a mis recuerdos intentando encontrar aquel beso más fogoso e intenso que pudiera repetir.
¡Qué absurdo! Los besos son únicos.
No se besa dos veces igual.
Sentí mi propio aliento en aquella boca ansiosa y mientras intercambiábamos saliva, sus manos condujeron a las mías hacia su talle.
Al sentir lo tibio, suave y delicioso de su piel, otra serie de descargas de energía surgieron del cerebro y surtieron efecto en mi cuerpo.
Atiné a intentar retirar aquel sostén que envolvía unos senos misteriosos.
Apliqué la técnica recientemente descrita en una revista de salud del hombre.
Esos montes me recordaron inconscientemente mis días de lactante y dirigí mi rostro hacia ellos e intenté emular a un bebé hambriento.
La mujer jadeó, empezó a lanzar suspiros entrecortados mientras que la mujer en la cama comenzó a desnudarse, la veía por uno de los espejos.
Un hombre vanidoso diría: –¡Qué suerte! Yo además agregaría: ¡Esto debe repetirse!
Después de un rato de entretenerme como lo hacen los infantes cuando ya han saciado su hambre, pero desean seguir jugueteando con el pezón de su madre y satisfacer sus necesidades de succión –supongo que en este sentido en el hombre no desaparece este instinto–, la mujer se levantó e hizo lo propio conmigo sentándose ella y dejándome plantado frente a ella.
Con una lentitud que haría desesperar a cualquier mozalbete adolescente, retiró mi sport y como aun no hacía poco acababa de realizar tremendo esfuerzo con pesas, y dada la gran exigencia de flujo sanguíneo, mi torso se veía aceptablemente agradable, también me lo revelaron en diversos ángulos aquellos espejos.
Luego retiró el short mientras yo intentaba sin usar las manos, retirar mis zapatillas deportivas y mis calcetas quedando exclusivamente en aquel bikini negro, pareciendo que estuviera yo en la playa presumiendo mi atlético organismo.
Aún sin retirar esta última prenda la mujer parecía disfrutar del sabor salado y acre de mi cuerpo ya que empezó a besarme por todas partes causando estremecimientos en determinadas zonas sensibles de mi piel.
Al llegar al bajo vientre, no pude contener un piannísimo murmullo.
Sentí que mi pene estallaría dentro de aquel envoltorio y pareció darse cuenta, con aquellas manos que revelaban unas uñas exquisitamente pulidas y pintadas de aquel color rojo candente, tomó el elástico de aquella prenda y suavemente la deslizó.
Suponía yo lo que iba a suceder, así que me concentré en suprimir ciertos impulsos para evitar una eyaculación precoz.
Aquella boca cálida que recién había estado en mis labios comenzó a besar el falo en todas direcciones mientras sus manos hacían el clásico anillo alrededor de él.
Al poco de juguetear insistentemente, lo introdujo en su boca haciendo movimientos suaves y deslizando aquellos labios ardorosos sobre una carne aún más sensible y ardorosa en un movimiento lento pero constante.
Los espejos reflejaban aquella escena en distintas direcciones.
Mis caderas intentaban mecerse al ritmo de aquel rostro.
La otra mujer que había estado ejecutando movimientos de masturbación, interrumpió su introspectiva actividad y se avino a besarme la espalda y los glúteos.
Cosquilleos de placer en todos lados eran una constante que provocaban un sobreesfuerzo del corazón, tal y como sucedía al realizar ejercicio en el gimnasio.
Creo que no recordaré cuánto tiempo demoró esta actividad.
Según mi criterio del deber, debí corresponder a aquel gesto de amabilidad oral.
Me arrodillé en esa alfombra de una textura muy suave y ella permaneció sentada.
Con displicencia retiré aquellas medias con ligueros mientras suavemente mis labios, y a intervalos mi lengua, recorrían aquellas piernas perfumadas con no sé qué aromas sugerentes.
Retiré, con la ayuda de ella para vencer la gravedad, aquella deliciosa y provocativa tanga.
Al punto mi boca besaba la entrepierna y en unos instantes más se encontraba mi rostro enredado en aquella pelambrera.
Aquel ácido aroma combinado con ese perfume dulce arremetió destruyendo todo sentimiento de decencia y hundí mi lengua en aquella flor de carne. Ignoro hasta qué punto las sensaciones inmensas de placer de aquella criatura provocaron espasmos de lujuria.
Estaba tan concentrado besando aquel lugar tan controvertido de una mujer que la hace diferente a nosotros, que no reparé que la otra mujer; una morena cuyos atributos siendo aún muy estéticos, no competían con la primera; se había colocado a un lado y haciendo algo de acrobacia realizaba la actividad que la otra recién había hecho con mi miembro viril.
Después de tanto intercambio de fluidos oral-genitales, ambos seres salidos de no se que libro «porno» se habían levantado y como si se tratara de un convaleciente me llevaron a aquella inmensa cama cuyas sobrecamas eran tan suaves y deliciosas que provocaron una sensación de adormecimiento cuando me dejé caer en ellos.
Aún cuando el jugueteo sexual lo inició la mujer de los cabellos largos y ondulados, aquella otra, de cabellos lacios, cortos y brillantemente negros, se colocó mirando arriba y me insinuó que subiera sobre ella.
La posición «del misionero» se veía amplificada eróticamente por tantas perspectivas, ¡aquellos espejos me estaban enloqueciendo!
No pude contenerme más allá de una docena de minutos y sucedió aquella explosión de sensaciones que me duró un buen rato mientras mi compañera vibraba extasiada al igual que yo.
La otra chica se colocó en posición genupectoral y me invitó a realizarle una penetración posterior que no rehusé.
La buena alimentación y el ejercicio me han ayudado a mantener una aceptable potencia sexual y esta vez mis «instrumentos» funcionaron a la perfección. Logré mantener la erección y cumplí mi «sentencia».
Al rato busqué el controvertido punto G «manualmente» y, creo, que lo encontré en ambas. Mis manos trabajaban como un músico tocando varios teclados…
Varias detonaciones sexuales en los tres, fatigaron al enemigo sexual y ante tan nutrida artillería, la libido, aunque se resistía a retirarse finalmente dijo, nos veremos en otra batalla…
Me he fatigado más intentando recordar todas estas sensaciones que en aquel momento extraordinario.
Después de reposar un rato bajo una serie de caricias relajantes y una especie de masaje que estas criaturas me daban, volví a hipnotizarme con aquellos espejos, particularmente uno que llamó poderosamente mi atención.
Los claroscuros que formaba mi cuerpo y la imagen sonriente de aquellos rostros me hicieron acercarme a la escena reflejada en él.
Quise tocar mi mano reflejada y como si una fuerza poderosa me arrastrara hacia adentro de esta imagen, mi cuerpo entró en la dimensión del espejo.
En la lejanía que ya sentía mi cerebro, vi los cuerpos de aquellas mujeres que ya he descrito, pero este ajetreo no me ha dejado margen para un poco más.
Así que imagínese el lector dos cuerpos de primer nivel, con aquellos rostros hermosos y esos encantos que ya se me hacen indescriptibles.
Al salir de aquel trance en los espejos, como cuando se entra al laberinto de éstos en una feria y encuentras la salida, me encontré nuevamente contemplando aquella casona por entre aquel tamizado verde de hierbas cuando un amigo me saluda a gritos y me vuelvo a él.
Me pregunta que cómo me fue en el gimnasio.
«Bien…, muy bien», le contesto como si lo hiciera en sueños y de repente como un estruendo, vuelvo a la realidad y le suelto una verborrea intensa sobre mi instructora de aeróbicos, el baile, el ejercicio, las pesas, la salud y así llegamos a un cruce donde lo despido y dos cuadras adelante está mi hogar.
Esa noche tuve un encuentro sexual como pocas veces con mi pareja…