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Iniciación al trio

Iniciación al trio

Los dos se mostraban un poco nerviosos, tensos.

Era su primera vez, su primer contacto con un mundo nuevo y desconocido, un mundo que deseaban explorar aunque con más dudas que certezas.

Para él no era un mundo desconocido pero, siempre, el primer acercamiento está embebido de temores, cada ser humano es un universo, pleno de incógnitas que solo el trato y el tacto puede develar.

Había llegado poco después de las nueve y se había acomodado en la barra semiescondido, sin otra expectativa que distraerse un rato.

Mientras saboreaba una cerveza observó a su alrededor.

Luego se acercó a la mesa ocupada por la pareja que momentos antes había visto bailar con subyugante sensualidad. Conversaron.

Una hora después llegaron al departamento de ellos. Los tres estaban nerviosos pero más la pareja.

EL se sentó en el living, al lado del hombre y mientras saboreaba un café le dijo lo que les tenía que decir. Si no estaban seguros que no lo hicieran. Que había muchas razones para hacerlo y para no hacerlo. Les pidió también unos momentos a solas con cada uno de los cónyuges.

Ella fue al dormitorio a preparase mientras ellos tenían su conversación a sola: ¿te excita imaginar a tu mujer cogiendo con otro?.

Luego fue el turno de ella con EL acomodado a su lado en la cama, tomándola de las manos y preguntándole si quería mostrarse lo más puta que pudiera ser delante de su marido.

EL llamó al hombre cuando estuvo convencido que la pareja habían entendido y que estaban dispuestos a asumir las consecuencias.

Ya nunca un hombre es el mismo cuando ve como su propia mujer está acariciando a otro hombre, cuando ve que la concha de su hembra se abre, húmeda y predispuesta, para acoger en su interior la pija de otro hombre. Cuando ve a su mujer entregada, subiendo y bajando con frenesí sobre la pija de otro hombre.

Algunas solo gime o balbucean, otros, se entregan a reafirmar en voz alta y estremecida lo que les está ocurriendo:

Mirá, mi amor, mirá!! Me está cogiendo!! Ay que bueno!! Me coge mi amor y estoy disfrutando!!

Esos polvos son impagables para EL.

Tampoco la mujer es la misma luego de ello. Se abre definitivamente a un mundo distinto.

Luego, para todos, vienen otros atrevimientos. Ciertas cosas pueden herir sentimientos profundos, dejar marcas o huellas, de sabor amargo, por lo tanto siempre hay que ser cuidadoso.

Besarle la colita y preparar a la mujer para ofrecerla lista y humedecida al marido para que sea éste el primero en accederla es una regla raras veces violada por EL.

Sorber de la conchita al mismo tiempo que el marido la coge con desenfreno es un regalo para los sentidos.

Volcarse a la vista de la hembra, que el semen corra libremente descendiendo por senos de la mujer ajena también es un regalo.

También le gusta incitarlos a ambos. A ella, para que albergue entre sus pechos ese miembro tan conocido, apretándose y soltándose, marcando con el ritmo de su hombre.

A él, meciéndose adelante atrás, su pija envuelta por los pechos de ella. Ella entreabriendo prometedoramente los labios y gozándolo y provocándolo.

Algunas veces sucede también que EL coloca su dedo índice, rígido, bien rígido y embebido en lubricante, su propio semen incluso, a las puertas de la cola de la mujer.

Basta que ella pueda montarse sobre el marido, ella por sobre él, cabalgándolo, vientre sobre vientre, para que las nalgas se expongan ofrecidas: Allí es cuando EL va por su lugar y lo único que hace es hacerle saber a la hembra que también hay algo por detrás de ella. Basta un levísimo contacto.

Ella se arqueará y en su propio vaivén buscará lo que, un momento antes, apenas rozó. Irá hacia delante para tomar impulso y así poder llegar más atrás.

Y lo hará una y otra vez y contendrá el orgasmo todo lo posible, porque buscará con desesperación sentir que es la que posee, sentir que ese remedo de miembro masculino entre y sale libre de su interior, a su merced, bajo su voluntad.

Otras veces, cuando se dispone con libertad de toda una noche y también de su continuidad en la mañana siguiente, EL obtiene lo que, en su concepto, es el momento máximo del regocijo.

Luego de varias horas de ejercicio, sexo y sudor, todos quedan físicamente agotados. Es hora de abandonarse a los brazos de Morfeo y dormir. Generalmente la mujer queda envuelta por los dos hombres.

EL tiene una facilidad, un don natural, para despertarse antes del amanecer.

La calidez del cuerpo femenino que yace a su lado es motivo suficiente para recordar cómo y por qué está allí. Pasa el brazo por sobre el cuerpo de la mujer, la envuelve, llega con su mano hasta el vientre y la atrae hacia sí, haciéndole sentir la presión de su miembro pegado a su cola.

Es notable la naturaleza humana, casi siempre, ante ello, la mujer despierta y responde con un ronroneo de placer.

Incorporándose apenas y con un susurro casi inaudible deslizado al borde del oído EL invita a la mujer: …que no se despierte….si se despierta te quedás quietita….y si no se despierta….mejor, subrayando ese mejor apretándola más hacia él.

Desliza la mano desde el vientre, enrieda con suavidad los dedos en el vello púbico, sigue el movimiento, desliza la palma suave siguiendo el contorno exterior: la cadera, el nacimiento del muslo, el muslo hasta casi alcanzar la rodilla de la mujer. Ingresa por entre los muslos buscando la cara interna, ella desea girar y el se lo impide presionando con su pecho y sus piernas.

La mano vuelve atrás sobre sus pasos y desanda el recorrido anterior por el mismo camino externo hasta la cadera.

Luego vuelve a bajar para insinuarse nuevamente en la cara interna, entre los muslos, en su recorrido descendente.

Llega hasta la rodilla, la toma apenas con la punta de los dedos y la invita a abrirse, a abrir y levantar la rodilla.

Allí es cuando EL se retira un instante hacia atrás, para acomodarse. La rodilla de la mujer está elevada y la pierna entreabierta dejando al descubierto su conchita. Allí es cuando ocurre, uno que se desliza y otra que lo acoge en su hirviente interior.

Apenas el roce de las pieles entre sí y las pieles en las sábanas. Ambos conteniendo la respiración para no despertar al marido, jadeando hacia adentro, haciendo lo posible y lo imposible para no delatarse.

Ella, cogiendo con un desconocido, al lado del marido que duerme plácidamente ignorando todo. EL, cogiéndose a la mujer, sin que el marido se entere. Ella, dejándose coger.

Moviéndose apenas, contenidos, esforzándose para no delatarse. Es casi imposible no soltar algún gemido, pero ambos se ayudan.

El con el canto de la mano en la boca de ella, para que muerda. EL, la boca abierta sobre la redondez de un hombro, para morder.

Cada vez más rápido, más audaz.

Hasta llegar a lo que ambos necesitan.

Al momento de venirse, al abrirse las compuertas, allí sí, para ambos, es inevitable abrir, también abrir las compuertas de las gargantas y soltarse, lanzar un gemido que es casi un ronquido. Es inevitable.

Y puede ocurrir que el marido se despierte, somnoliento. Ya está, ya sucedió, no se pudo evitar.

Todo es cuestión de tomar las riendas con absoluto control en ese momento.

Mirá que hermosa pija para chupar tenés allí, incita EL.

Y ninguna mujer ha dudado, en esos momentos, de ir con su boca en busca del miembro que se le ofrece y de chuparlo y sorberlo, hasta lograr que ese hombre, su marido, se derrame íntegro en su boca.

Suele ocurrir que EL, con el canto de la mano, aproveche para frotarle la concha a la mujer desde atrás, ya que un orgasmo a ellas no les desagrada en lo más mínimo y tampoco las agota.

Un varón ya no es el mismo, luego de haber consentido que otro hombre tome de lo que es suyo frente a sus narices y una mujer ya nunca será la misma, luego de hacerle saber al marido de lo que es capaz.

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