Me llamo Yesenia Santos… Mis amigos y amigas me dicen solamente Yesenia. Tengo 21 años y actualmente curso mi segundo año en Educación Parvularia. Como la mayoría de las chicas salvadoreñas, no soy muy alta, mi estatura rebasa escasamente los 160 cms, pero mi atractivo físico supera en mucho ese pequeño defecto.
Al fin, después de un arduo día de estudio en la Universidad, el maestro nos dejó salir temprano aquel día. En realidad no solemos salir temprano, pero aquel día era viernes, por lo cual el profe, con un poco de displicencia, dejó que nos fuéramos temprano a estudiar.
Justo en la salida me encontré con Alba Susana, mi prima. Es la hija de una de mis tías que vive en Polorós, pequeño cantón en la zona norte del departamento de La Unión. Ella es todo lo contrario a mí. Es una chica de unos 23 años, negra, muy negra, pelo negro y largo, ondulante, y un cuerpazo como jamás he visto otro.
No tenía senos grandes, pero la estrechura de su cinturita y la amplitud de sus caderas, aunado a lo rollizo de sus muslos y sus pantorrillas, eran el objeto de las miradas de todos nuestros compañeros hombres… y de la mía también por la envidia que me despertaba. En realidad, Alba no es una mujer atractiva, pero lo delicioso de su cuerpo hacía olvidar ese pequeño detalle a todos aquellos que se le acercaban.
Como vivíamos en la misma casa de alquiler, siempre nos íbamos en el mismo autobús. Nos saludamos y ya íbamos de camino, cuando uno de nuestros compañeros la detuvo para decirle no sé qué. Como tardaba mucho le increpé:
– Apúrate, Alba. Se nos hará tarde.
– Momento, ya llego -contestó.
Al rato, ambas salimos de la Universidad Gerardo Barrios de San Miguel, donde estudiamos la misma carrera. Yo, como toda persona recatada (ja), andaba un vestido sobrio y elegante, en cambio, Alba, más jovial que yo, le encantaba vestir unos jeans apretadísimos que hacía resaltar sus deliciosas curvas y una escotada y pegadísima blusa. Cada día exageraba más con la sugestión de su ropa, con la satisfacción de que con ello dejaba ver sus magníficas proporciones y despertaba las más desmedidas pasiones en sus compañeros de trabajo que la miraban.
El profesor iba saliendo en su auto, cuando al virar y pasar frente a la puerta principal lo vimos. Se detuvo delante de nosotras y dijo cortésmente:
– ¿Quieren un aventón, chicas? Las calles de San Miguel no son muy seguras últimamente…
– Con gusto -dijo Alba.
Subimos en su auto. Como es de dos asientos nada más, tuvimos que apretujarnos en el de la derecha. Alba había quedado a la par de David (mi profesor), de tal forma que tenía a pocos centímetros de sí aquel par de exquisitas piernas que amenazaban con distraerlo totalmente e ir a parar de frente contra otro automóvil.
– ¿A dónde van? -preguntó.
– Ahorita a la casa -dijo Alba.
– ¿Dónde es? -interrogó.
– A unas cuadras de aquí, yo te indico -respondió la negra (así le decíamos de cariño sus familiares).
Llegamos a la casa, sobre la tercera avenida, rápidamente. Como que el tráfico se estaba confabulando en nuestro favor. Bajamos del auto y justo al cerrar la puerta Alba le dijo a David:
– Oye David, ¿Nunca te he invitado a mi casa, verdad?
-No, jamás.
-¿Quieres entrar?
– Sí, por qué no.
– Cerró la otra portezuela con llave y nos dirigimos adentro de la casa.
No pude prohibir a mi mirada el acto de seguir el bamboleo de las nalgas redondas y tentadoras de mi prima al caminar hacia la sala de la casa.
-Tomen asiento, -dijo la negra mientras se dirigía a su cuarto- Sólo me cambio y nos vamos Yesenia.
-¿Van a salir? -preguntó David
-Sí, iremos a una disco -contesté
-Ah. Y… ¿Solas?
-Sí. Nunca falta con quien bailar le contesté.
-Me hubiese gustado acompañarlas, pero debo preparar unas clases para el lunes -dijo.
-No importa -le contesté- puedes invitarnos en otra ocasión.
Mis últimas palabras eran en realidad un relleno de la plática, pues yo sabía, que con más penas que glorias, David era casado y su mujer celosísima.
Diez minutos (o menos) después salió Alba ya lista. Se había cambiado a un vestido cortísimo, color rojo, que hacía un maravilloso contraste con su piel negra, casi negra. La diminuta falda apenas cubría sus piernas hermosas, ceñidas por unas medias negras transparentes, esas que llamamos alas de mosca, que le daban un toque muy excitante. Como presintiendo el calor de nuestras miradas sobre su espléndida anatomía, Alba volvió la vista hacia nosotros y tuvimos que evadirla para disimular nuestra actitud. La negra se sentó en un sillón. Al hacerlo cruzó sus piernas en una forma distraída y coqueta a la vez, descubriendo lo más grueso y alto de sus muslos, como mostrándolas adrede para ver nuestra reacción o como una forma de asolapada provocación.
Alba Susana Bonilla Zavala es una jovencita negra, con cara inocente y ademanes de mujer sensual. Su efigie hace recordar aquellas mulatas de los tiempos de la colonia: negras, poco atractivas pero con un cuerpazo endemoniado. Su cuerpo espigadito y bien proporcionado le da un aire muy especial a su prieta estampa. Como todas las mujeres prácticas, gusta de andar el cabello suelto, lo que la hace verse sumamente femenina.
-¿Quieres algo de tomar David? -dio Alba
-Sí, un refresco por favor.
-¡Por Dios, David! -tildó- Es fin de semana. Te daré un vodka.
-Está bien- dijo.
Vaya. Me había salido algo arrojada la niña. Al rato me trajo un vaso con vodka. Alba para entonces ya se había tomado un par de copas y se le notaba en su moreno y sobrio rostro que comenzaba a subir a su cerebro los efectos del alcohol.
Yo me tomé una copa con David y comenzamos a platicar de nuestro trabajo. Ahí me di cuenta que toda la vida había soñado con ser ingeniero y no maestro, entre otras cosas.
Entonces la conversación pasó a un plano más erótico.
-¿A qué edad tuviste tu primera relación sexual? -me preguntó con la voz algo arrastrada.
-Diecinueve. ¿Y tú?
-¡Uf! Mucho antes que eso. -dijo
-¿Por qué me lo preguntas? –increpé.
-Curiosidad -dijo
– Oye -le dije- ¿Dónde está Alba?
– Hace un momento iba para el baño… después ya no la he visto.
– Iré a ver si está bien.
-Voy contigo. –dijo.
Al asomarnos al baño de la casa, encontramos a Alba tirada en el suelo, ebria por las copas y profundamente dormida.
-Será mejor que la lleve a la cama -dijo.
-Sí -asentí
David izó en vilo a la negra fácilmente, la trasladó a su cuarto y la tumbó sobre su cama.
-Ahí dormirá toda la noche -afirmó.
-Oye, espera -dije.
-¿Qué pasa? -preguntó
-No puede quedarse dormida con esa ropa. Ayúdame a cambiarla.
Trastabillando busqué en una de las gavetas un babydoll suyo para colocárselo a Alba. Lo extendí hacia David y le dije:
-Yo le quito la ropa y tú se lo pones.
-Como quieras -respondió.
Con un poco de torpeza debido al alcohol, logré despojar a Alba de casi toda su ropa. En realidad, el vestidito que andaba puesto salió con relativa facilidad. Al instante quedó semidescubierta pues no andaba sostén. Una tanguita primorosamente negra era todo lo que cubría su deliciosa desnudez.
Entonces a David se le vino a la mente una fantasía maravillosa, que a la postre iba a proporcionar un desmesurado placer tanto a él como a mí esa noche. Imaginó que como ambas estábamos un poco pasaditas de copas, sería fácil manipularnos y fácilmente se saldría con la suya.
-Ya. Ponle el camisón -dije, -no seas mirón.
-Espera. ¿Ya te fijaste que pechos más hermosos tiene Alba? -repuso
Me extrañé un poco con su observación, un tanto fuera de lugar. Mi vista seminublada se posó sobre los dos globos pectorales sumamente morenos embellecidos por dos prietas aureolas.
-Sí, los tiene muy bonitos.
-¿Ya los has besado? -preguntó
Volví a verle muy desconcertada. No era el tipo de preguntas que mi respetuoso maestro solía hacer.
-No, nunca.
-¿Y no quieres hacerlo?
-¿Para qué? -dije. Al fin y al cabo en ese momento ni se me cruzaba por la mente tener algo con la Alba.
-No sé. Tal vez te guste.
-No creo. Me gustan los hombres, no las mujeres -mentí pues David hasta ese momento poco sabía de mi vida y mis preferencias sexuales. Sin embargo, estaba hablando de mi prima, sería algo así como un incesto el tener algo con Alba.
-Prueba… -incitó
Lo pensé un buen momento.
-Lo haré, sólo por complacerte. -le contesté
Lo hice, pero fingiendo una forma tan ingenua, como si estuviese besando el rostro de un niño.
-No -me dijo separándome de Alba – así mira.
Entonces su lengua empezó por recorrer las prietas aureolas de Alba y capturando entre ella y sus dientes superiores el agudo pezoncito. Después me dio paso para que hiciera lo mismo. Esta vez sí lo hice correctamente, como sé hacerlo. Ante los lengüeteos, Alba comenzó a revolcarse como queriendo librarse de algo. Sin embargo, yo no soltaba el diminuto muñón de mi boca.
-Vaya, ya lo hice.
-¿Qué sentiste?
-Bue… pues… muy bien… -dije
-¿Sólo eso?
-Estuvo rico -afirmé
-Hazlo de nuevo entonces… ¡bésale todo!
-¿Todo…? -fingí ruborizarme
-Sí, ven yo te ayudo…
Tomó mi cabeza entre sus manos y me acerqué al cuerpo de Alba , primero a sus senos los cuales besé de la misma forma que la vez segunda, luego me hizo bajar más, y más, hasta llegar al triángulo que apenas cubría el slim que la negra llevaba puesto. Esta vez ni siquiera resistí chuparle el coño a mi prima.
-Vamos, hazlo. Te va a gustar. -dijo David. Sin embargo sus palabras eran en vano, porque ya yo había hecho a un lado la prenda íntima de mi prima y con poca repulsión había sumergido con avidez la lengua en la hendidura carnosa y húmeda. Esto al principio solamente, porque con rapidez fui hundiendo cada vez más profundo y más fuerte mi lengua en la vagina de Alba. La negra se revolvió con deleite y meneó las caderas como dejando que mi lengua se incrustara un poco más y más. Gimió, inconsciente de lo que le estaba sucediendo, porque permanecía sin abrir los ojos siquiera. Continué por mucho tiempo deslizando la lengua dentro de la vagina de mi prima, cada vez con más frenesí, más fuerte, con más furor.
Era el momento que David estaba esperando. Tan concentrada estaba en mi tarea que no me di cuenta cuando sus manos comenzaron a quitarme las prendas del cuerpo. Puedo decir incluso que le ayudé inconscientemente. La cosa es que en pocos segundos ambas nos encontrábamos desnudas frente a él. Como yo me encontraba a gatas saboreando el sexo de Alba, él se acercó por detrás de mí y separó con los pulgares la división en medio de mis nalgas. Ante él quedaron a la vista el agujerito oscuro de mi ano y mi rajadura, con escasos vellos. Sin ningún preámbulo sumergió su lengua dentro de mi vagina, con toda la fuerza que pudo, hasta lo más hondo que la longitud de su órgano y la posición en que me encontraba le permitía. Yo me sacudí hasta los cimientos más abismales de mi cuerpo y lancé un gemido, casi un rugido de placer al mismo tiempo que comenzaba a bambolear mi trasero al compás de sus incursiones linguales.
Pese al placer que me golpeaba, pude volver entre gemidos, a apoderarme del sexo de mi prima para continuar con el cunnilingus.
Tiempo después, el mismo David me comentaría << ¿Para qué te cuento? Yo soy muy poco aficionado al sexo oral, pero al ver tu hermoso trasero de puta no me pude resistir de probarte el coño>>.
Su miembro se había endurecido de tal forma que me era imposible continuar sin encajarlo dentro de una cavidad carnosa. Se incorporó, de rodillas detrás de mí que continuaba lamiéndole el coño a Alba y apuntó su pene directo a mi vulva.
Hundió su miembro con vigor, rápidamente, sin contemplaciones dentro de mi vagina. Mi cuerpo fue sacudido por una especie de cataclismo: grité, se retorcí, caí pecho en cama y unas lágrimas saltaron de sus ojos.
Pese a ello, David no minimizó la fuerza de las embestidas, tendría que acostumbrarme poco a poco a las arremetidas… y así fue. Poco tiempo después el remolino se había apoderado nuevamente de mis caderas en un paroxismo por tratar de alcanzar el máximo placer de aquella penetración.
Alba seguía sin reaccionar. La bebida le había producido un letargo considerable al punto de reaccionar únicamente cuando yo pasaba la lengua sobre su sexo.
Unos cuantos movimientos fueron suficientes para alcanzar el orgasmo y sin poder evitarlo, el semen azotó el fondo de mi vagina. A pesar de ello, el vigor y la excitación de David no disminuyeron en nada, y ansioso por seguir disfrutando aquella oportunidad, extrajo el pene de mi hendidura vaginal y lo puso en el umbral de mi ano. Al darme cuenta de lo que iba a hacer me separé de él sin darle tiempo a afianzarme para que no me escapara.
-¡Bruto! -le dije- ¿qué pensabas hacerme?
-¿Qué crees? -me dijo irónicamente.
En realidad, ya he hecho sexo anal muchas veces, pero el que quieran culearme «sin previo aviso» me choca. Tengo que estar preparada para practicarlo a fin que no me duela mucho.
-Okey, está bien. No lo haré. -recapacitó
-Pero mira que para que no te quedes con ganas, ¿Por qué no lo haces con Alba? -le dije.
Imagino que él debe haber pensado algo así como: <<Sí, ¿por qué no?>>. Hasta el momento casi se había olvidado por completo de la chiquilla negra. Desnuda sobre la cama se veía muy apetecible.
-Pero me ayudas tú -me dijo.
-¿Cómo?
-Yo le doy vuelta y tú la sostienes.
-Bien… -acordé
Así lo hicimos. Él la volteó con poca dificultad, a ponerla boca abajo y luego le alzó las caderas, dejándola en genupectoral. Yo la sujeté por las caderas, pasando un brazo bajo el vientre de Alba y se la mantuvo en esa posición.
-Vaya -dije- Aquí la tienes toda tuya, para que se la metas por el culo… Ja, Ja, Ja…
Asentando su miembro en el agujerito arrugado, trató de meterlo dentro del intestino de mi prima. Al parecer le costó horrores acceder al recto de Alba. Su esfínter era tan potente que tardó mucho en traspasarlo. Aparte de la resistencia que opuso el ano de la negra, todo su cuerpo trató de liberarse de aquello, pero yo la había afirmado con tanta vehemencia que todos sus esfuerzos fueron en vano. Entonces David empezó a bombardearle el culo con toda su artillería pesada, con fuerza, violentamente como si quisiera traspasarla hasta sacársela por la boca. Alba gemía y apenas si emitía unos gritos apagados. Por un momento me sentí aliviada de no ser yo la que estuviera en el lugar de Alba, pues quizás no hubiese resistido semejante culeada. Él siguió y siguió hundiendo su camote dentro del agujerito de Alba ante la visión de aquel monumento de carne negra penetrado por detrás y sostenido por mí, en íntimo contacto nuestros cuerpos desnudos que le producían una excitación sin límites.
Al alcanzar el orgasmo, David sacó su verga del culo de la negra y comenzó a ordeñarlo, expulsando una cantidad de semen menor, debido a que ya había eyaculado una vez dentro de mí. El fluido blanco fue a impactar sobre el agujero negro de Alba, el cual aún se encontraba flácido, y empezó a correr lentamente hacia abajo por la gravedad.
Al ver que iba a perderse tan precioso líquido, yo me acerqué a su trasero y empecé a lamerlo, sin dejar que se escapara ni siquiera una gota, y de paso aproveché para darle unas cuantas lamidas a la enorme torta de la negra, que estaba más rica que la primera vez que se la probé.
Alba seguía inerme sobre la cama, pero poco a poco fue saliendo de su letargo, quizás sin darse cuenta de lo que le acababa de suceder. ¡Vaya forma de emborracharse! Bien dice que culo dormido no tiene dueño.
Como entre sombras, vi como David sacó su celular y llamó a no sé quién y poco después tocaron a la puerta. Eran cuatro chicos, amigos de David. Los reconocía todos aunque no sabía sus nombres pero varias veces los había visto llegar a la universidad a visitar a David.
Inmediatamente me di cuenta de sus intenciones y de lo que pasaría después, pero eso se los contaré próximamente.