Capítulo 1

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Imágenes de placer I

Muchos deben creer que la vida de un fotógrafo porno es pura joda, mujeres y garcha a granel, pero no es tan así.

Personalmente he pasado momentos muy placenteros, a veces emotivos, como el caso de Florencia que les contaré en otra ocasión, y otras decididamente desagradables.

Desde que contraté el trabajo intuí que algo raro podía pasar.

Por circunstancias que no recuerdo tuve que ir sólo, transportar el equipo ya fue una complicación. Además no me gustaba trabajar sin compañero porque, si bien la mayoría de los clientes eran recomendados, uno nunca sabe con que loco se puede encontrar.

Ya cuando me abrieron la puerta noté cierto nerviosismo, sobre todo en la mujer. Tenía una gran carga de ansiedad y quería terminar lo más pronto posible con el asunto.

–Tendriamos que haberlo hecho en otro lado –escuche, mientras preparaba todo, que la mujer le recriminaba en voz baja para que no la escuche yo.

Empezamos a trabajar y cuando, despúes de unas mamadas mutuas, se disponían a cojer oímos abrir la puerta del departamento.

–¡Mi marido! –gritó la mujer– escondámonos.

No nos dió tiempo ni siquiera a reaccionar, entró como loco en el dormitorio.

–¡Hija de puta! Ya sabía yo que estabas garchando con otro, ya no te alcanza con uno que te traes dos. Te advertí que la próxima vez que te encontraba con un tipo los iba a cagar a tiros, puta de mierda –gritaba fuera de sí mientras sacaba un revólver del bolsillo.

–El no tiene nada que ver, es un fotógrafo que contratamos –se apresuró a decir el hombre, comentario que agradecí y tranquilizó pero por poco tiempo.

–¡Me importa tres carajos! –seguía vociferando desesperado el marido– los voy a matar a todos y después me pego un tiro.

–Pero querido, recapacitá –rogaba la mujer– ¡Te prometo que no lo voy a volver a hacer!

–¡Hace 10 años que decís lo mismo! Ya no te creo más, sos una puta reventada y vas a morir en tu ley, cogiendo. A ver vos –le dijo amenazándoló con el revólver al pobre tipo que del pánico el tremendo palo que tenía se había convertido en un pedacito de carne fofa– cogetelá así cuando están por acabar, los quemo a balazos.

–No puedo, se me bajó la pija –decía timidamente señalandosé el miembro empequeñecido.

–Vos, chupaselá –le ordenó a su mujer mientras la señalaba con el revólver.

Yo, bastante asustado, trataba de mantenerme fuera de la línea de fuego por si se le escapaba un tiro.

La mujer obedeció rápidamente comenzándo a mamarle la pija al aterrorizado hombre que, a medida que avanzaban los besos y los paseos de la lengua por todo el tronco y los huevos, fue recuperándo el tamaño de la poronga dura que era considerablemente grande.

Al rato estaban tan compenetrados, o habían tomado con filosofía la finitud de sus vidas, que, se puede decir, estaban disfrutando glotonamente el último polvo de sus vidas.

–¿Saco fotos? -pregunté temeroso ante lo inédito de la situación.

–Si sacá muchas, así quedan de prueba y al menos sirven para limpiar mi honor post mortem –me ordenó solemnemente apuntadomé con el revólver.

El profesionalismo se impuso y enseguida me olvidé de la situación y estaba trabajando casi normalmente.

Saqué buenas fotos ya que la mujer y su amante, quizás conscientes que ese sería su último polvo, se estaban prodigando en una garchada llena de pasión y sensualidad.

Noté que el marido había atemperado el tono de sus amenazas, se la pasó diciendo –¡querías pija, puta de mierda, ahí tenés!, ¡aprovechala que es la última!–, y cambiando el revólver a su mano izquierda, con la derecha sacó la verga, que ya estaba parada, y comenzó a pajearse.

–Vos –me dijo– cogétela también.

Pensé en poner alguna excusa pero desistí, posiblemente para mí también sería la última oportunidad de echarme un polvo, ya que la mujer estaba realmente muy buena y, tenía razón el marido, era tan puta que podía pararle la pija a un muerto.

Cuando estuve desnudo se la acerqué a la boca y comenzó a chupármela mientras el amante bombeaba rítmica y fuertemente su concha. Cuando me la a un punto de dureza casi dolorosa me hizo acostar y me montó ensartándose la verga en la vagina que, rápidamente se la absorvió toda, mientras le pedía al amante que se la metiera por el orto.

El marido seguía haciendosé la paja sin dejar de apuntarnos.

Nosotros estábamos en una doble penetración que no le daba respiro a la mujer, sumiendolá en una cadena interminable de orgasmos. Ahora yo tenìa la verga metida en su culo, que era ajustado y elástico y disfrutaba de estar ocupado por una poronga que, ha esa altura y a punto de explotar, tenía un largo y un grosor más que normal.

Le llené el culo de leche en una larga y abundante acabada que se mezcló con la que el amante derramó en la concha unos segundos antes.

–¿Estás satisfecha, putona, putísima? Seguramente que no, pero no te preocupes que ahora te voy a dar yo –dijo el marido mientras ocupaba el lugar que yo había dejado libre, ensartandolé totalmente el orto– ustedes pongansé donde los vea, no mejor no, vos –me dijo a mí– ponésela en la boca y vos hacele una paja.

Obedecí y a pesar de la reciente eyaculada, con su habilidad ella logró mantenermela bien parada.

El marido bombeaba frenéticamente el culo hasta que se paró de golpe.

–Vení –le dijo al amante señalandoló con el revólver– te voy a coger también a vos así se van parejitos los tórtolos.

–No loco, pará un poco, a mí esa no me vá –trató de defenderse

–Vení, no te hagas el boludo, que te importa que te rompa el orto ahora, primero te lo lleno de leche y después te lleno el cuerpo de plomo –le dijo en un tono que me puso los pelos de punta.

El pobre hombre resignado y en medio de un gran susto se puso en cuatro patas. Con un poco de trabajo al principio recibió en su culo, en el que no cabía un alfiler del miedo, toda la verga, que por suerte no era muy grande, del marido.

–Chúpasela al boludo este –le dijo mientras serruchaba rítmicamente— y vos chúpale la verga —le dijo a la mujer.

Yo intenté decir algo ya que nunca me la había chupado un hombre y no me atraía la idea de empezar ahora, pero cuando iba a abrir la boca me hizo señas con el revólver para que me callara.

Se la metí en la boca, cerré los ojos y lo dejé hacer. A pesar que así, a ciegas, no se podía notar una gran diferencia, la pija no reaccionaba como si fuera una mujer la que la chupara y no se me paraba plenamente.

Oí, sin abrir los ojos, como el marido acababa llenándole el al amante el culo de leche

Sólo los abrí al escuchar que me decía –vení cambiemos de lugar que quiero que este hijo de puta me la limpie con la lengua. Se me terminó de venir abajo.

Sinceramente, y más en esas circunstancias, no estaba dispuesto a cogérmelo. Una porque nunca me había cogido a otro hombre y otra porque cogérselo a la fuerza me parecía una barbaridad.

Note que el marido no iba a desistir de su idea y no sabía como zafar.

Milagrosamente me acordé de Rita, una pervertida amiga calienta braguetas cuyo mayor placer es masturbarse pensando en como dejó caliente al tipo con el que acababa de salir. Le daba máquina hasta volverlo loco y en el momento de la definición se rajaba con cualquier excusa dejándolo duro. A veces se topaba con alguno que no se resignaba a terminar pajeándose, entonces cuando se ponía inmanejable, Rita simulaba un desmayo o un ataque, y el tipo enfriado de golpe por el susto, desistía. Así zafa hasta que se encuentre con un latente violador y se la coja a cualquier precio.

Puse los ojos en blanco, simulé un gemido y me dejé caer pesadamente en la cama.

Fue evidente que el simulacro debió haber sido bueno porque el supuesto marido asustado decía –¿Qué le pasa a este boludo? ¿Está muerto?

–Yo te dije que alguna vez nos iba a pasar algo así, se nos fué un poco la mano –le contestaba preocupado el supuesto amante mientras me daba palmaditas en la cara para ver si reaccionaba.

–Es un simple desmayo –dijo la mujer y me tomaba el pulso– apantállenlo que voy a buscar un poco de coñac. Chuchi… al fin conseguiste que un hombre se desmayara por vos –le dijo riéndose al supuesto amante.

Me echaron un poco de aire sin dejar de hacerse mutuas recriminaciones y cuando la mujer trajo el coñac, con trabajo, me lo hicieron tomar.

Tenía gana de reaccionar y cagarlos a patadas, pero me contuve.

Lentamente me repuse de mi supuesto desmayo.

Me pidieron mil disculpas, me explicaron todo lo sucedido diciéndome que eran tres amigos, que les gustaba montar ese tipo de comedias por que las situaciones que se presentaban los calentaba mucho.

Que nunca se imaginaron que podía pasar algo así, que lo mío había sido un toque de atención, que iban a ser más cuidadosos y un montón de cosas más a las que no presté mucha atención, salvo cuando el supuesto marido y real líder del grupo dijo –Queremos que a modo de resarcimiento por el mal momento que le hicimos pasar, acepte el doble de sus honorarios.

Ustedes pensarán que dentro de todo salí bien parado y hasta me eche un buen polvo, pero el susto, a esa altura de los acontecimientos, ya me lo había comido y me costaba trabajo digerirlo.

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