Capítulo 2

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CAPÍTULO 2.1

Claudia se encontraba en casa de su abuela, el ambiente casi oscuro del anochecer le daba una sensación de intimidad que aprovechaba al máximo. Tumbada en su cama, sus dedos acariciaban su pezón erecto mientras observaba con gran interés algo en la tablet. De vez en cuando, lanzaba una mirada vigilante hacia la puerta, asegurándose de que nadie la sorprendiera en ese momento de placer solitario. En la pantalla de la tablet, se reproducía una escena de una mujer asiática realizaba una garganta profunda, tragándose un enorme rabo que parecía no tener fin. Claudia observaba fascinada cómo el hombre la obligaba a tragar hasta que sus labios chocaban con su pubis e intentaba incluso introducir sus huevos en la boca de la mujer, algo que nunca había imaginado posible. La escena la excitaba tanto que no pudo evitar deslizar una mano entre sus piernas, sintiendo cómo su coño ya estaba empapado.

—Joder… —murmuró Claudia para sí misma, mordiéndose el labio mientras imaginaba que era ella quien le hacia una mamada así a Manuel.

Pero de repente, la voz de su abuela la sacó de su ensueño lujurioso. —¡Claudia! —llamó la anciana desde el salón.

Claudia, sobresaltada, apagó rápidamente la pantalla y salió al salón, tratando de disimular su excitación. —¿Sí, abuela? ¿Qué necesitas? —preguntó con cierta impaciencia, mientras se ajustaba el top que llevaba puesto.

—Quiero que vayas a la tienda a por las cebollas ya. Necesito preparar la cena y no quiero que falten —dijo la abuela con tono autoritario.

—Sí, abuela, ya voy —respondió Claudia, intentando mantener la compostura, aunque su mente ya estaba en otra parte.

La condescendencia de la joven molestó a su abuela. —Siempre esperas hasta el último momento. Parece que no entiendes la importancia de la organización. Cualquier día la tienda estará cerrada —regañó, mientras Claudia se giraba con una expresión lasciva en su rostro.

La joven no podía evitar sonreír para sí misma. Sabía exactamente por qué siempre esperaba hasta última hora de la tarde. Lo hacía a propósito, para coincidir con el momento en que Manuel estaba a punto de cerrar la tienda. Eso le daba la oportunidad perfecta para estar a solas con él en la pequeña oficina de su negocio. Y allí se dirigió, con paso decidido y un plan muy claro en mente.

Claudia entró en la tienda de Manuel, aparentemente inocente, en busca de unas cebollas para su abuela. Manuel estaba detrás del mostrador, ocupado con algunos papeles, pero al verla entrar, su mirada se iluminó de inmediato. —Hola, Claudia —dijo con una sonrisa que no lograba ocultar su excitación.

—Hola, Manuel —respondió Claudia, acercándose al mostrador con una sonrisa traviesa en los labios. —Necesito unas cebollas. ¿Me ayudas?

Manuel asintió y se dirigió hacia el rincón donde guardaba las verduras. Mientras se agachaba para coger las cebollas, Claudia aprovechó la oportunidad. Con movimientos rápidos y seguros, deslizó su mano directamente hacia la entrepierna de Manuel, agarrando su miembro por encima de la ropa. —Extraño el sabor de tu polla, Manuel —susurró Claudia con voz seductora, sintiendo cómo el miembro de Manuel se endurecía al instante bajo su mano.

Maniel, sorprendido pero excitado por su osadía, respondió con una mirada lujuriosa. —Y yo también añoro el sabor de tu coño —susurró, acercándose a ella hasta que sus cuerpos casi se tocaban.

Manuel se acercó a la puerta del negocio y la cerró. Claudia no perdió el tiempo. —Ven —dijo, tomando a Manuel de la mano y llevándolo hacia la oficina que había detrás del mostrador. Una vez dentro empujó a Manuel hacia una silla. —Siéntate —ordenó con voz firme, pero cargada de deseo.

Manuel obedeció, y antes de que pudiera decir algo, Claudia ya estaba arrodillada frente a él, bajándole los pantalones. Su polla, ya dura y palpitante, quedó al descubierto, y Claudia no dudó en agarrarla con fuerza, comenzando a masturbarlo con movimientos rápidos y firmes.

—¡Mmm, así, Claudia! ¡No sabes cuánto llevo deseando esto hoy! —gruñó Manuel, entre gemidos de placer, mientras su cuerpo se tensaba bajo el toque experto de la joven.

Claudia sonrió maliciosamente, disfrutando del poder que tenía sobre él. —¿Te gusta que sea yo quien te haga correr? ¿Te excita el coñito de una jovencita como yo? —susurró Claudia, aumentando el ritmo de sus movimientos y sintiendo cómo la polla de Manuel palpitaba en su mano.

—Sí… Sí, cariño, me encanta… Eres una putita tan caliente… Ahhh… —gemía Manuel, incapaz de contener los gemidos de placer que escapaban de su boca.

Claudia acercó su rostro a la polla de Manuel, dejando que su aroma la inundara. —Voy a tragarme cada centímetro de tu polla —dijo, antes de envolverla con su boca comenzar a darle una mamada.

—¡Mmm… Claudia, sí! ¡Así… chupa… chupa! —jadeó Manuel echando su cabeza hacia atrás con sus manos se aferrándose a los brazos de la silla, tratando de mantenerse sentado.

Claudia aumentó el ritmo de la mamada, provocando gemidos cada vez más intensos en Manuel. Quería demostrarle todo lo que había aprendido gracias a él, y no iba a detenerse hasta que estuviera completamente satisfecho. Sin vacilar, intentó llevar su miembro hasta lo más profundo de su garganta, sintiendo cómo la punta acarició su paladar, presionando su campanilla provocándole arcadas intensas. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero Claudia no se detuvo. Sabía que a Manuel le encantaba verla así, luchando por tragarse cada centímetro de su polla.

—¡¡Joder, Claudia!! —exclamó Manuel, incapaz de contener el placer que recorría su cuerpo. —¡Estoy a punto de correrme! — gritó intentado apartar a la joven.

Pero Claudia no tenía intención de detenerse. Apartó su mano y continuó llevando su polla aún más adentro, sin importarle las arcadas ni las lágrimas que le caían por las mejillas. Quería sentir su semen caliente en su boca, quería tragárselo todo. Manuel no pudo aguantar más. Con un gemido, explotó en la boca de Claudia, llenándola con su semen caliente y espeso. Claudia no se apartó, siguiendo chupando, tosiendo y tragando cada gota, hasta que el miembro de Manuel perdió su dureza y finalmente salió de su boca.

—No podía dejar que manches mi ropa —dijo Claudia con una risa pícara, limpiándose los labios con el dorso de la mano. —Además, sería una lástima desperdiciar tu semen caliente.

Él se inclinó hacia ella y la besó, aún estaba asimilando la increíble mamada que había recibido. —Eres una putita insaciable —murmuró Manuel entre besos.

Claudia sonrió, sabiendo que había cumplido su objetivo. Con una sonrisa provocativa en su rostro, salió de la oficina y tomó la bolsa de cebollas, abandonando la frutería no sin antes poner el cartel de cerrado en la puerta. Manuel, con los pantalones aún bajados, se sentía orgulloso de cómo la depravación de Claudia iba en aumento. En su mente, sabía que tenía que follársela en algún momento, y estaba decidido a hacerlo.

CAPÍTULO 2.2

Un encuentro casual en el centro médico parecía casi una coincidencia divina. Claudia acompañaba a su abuela a su cita, y al llegar al lugar, se encontraron con la sorpresa de que Manuel también tenía una cita en el mismo centro médico. Saludando alegremente a la abuela de Claudia, Manuel se sentó junto a ellas. La tensión entre ellos era palpable, aunque la abuela, ajena a todo, no notaba las miradas lascivas que se cruzaban. Minutos después, una enfermera salió del pasillo pronunciando el nombre de la anciana. La enfermera se dirigió a Claudia, explicándole que no era necesario que ella se encargara de acompañar a su abuela a la consulta, anque Claudia hizo ademán de levantarse. Una chispa traviesa se encendió entre ella y Manuel, y decidieron aprovechar la oportunidad.

Claudia, una vez que su abuela entró en la consulta, se sentó más cerca de Manuel, acercando sus cuerpos hasta que sus muslos casi se tocaban. Compartieron una mirada cómplice, llena de promesas prohibidas. Los dos comenzaron a bromear pícaramente sobre los lugares en los que se habían encontrado recientemente, dejando que su juego sensual fluyera entre risas e insinuaciones.

—Espero que esto no se convierta en una costumbre —bromeó Claudia, mirando a Manuel con una sonrisa traviesa mientras jugueteaba con un mechón de su cabello.

Manuel se rió, pero su risa tenía un tono oscuro, cargado de deseo. —No puedo evitarlo, parece que estás persiguiéndome, pequeña tentadora —respondió, su voz baja y ronca, como si cada palabra fuera una caricia.

Claudia se inclinó hacia él, dándole una buena vista de sus tetas, que se insinuaban bajo su escote. Susurró provocativamente: —Oh, ¿y si fuera así? ¿Qué harías?

Manuel se acercó a su oído, dejando escapar su aliento cálido mientras respondía con una voz que hacía temblar a Claudia: —Tendría que castigarte adecuadamente por ser tan traviesa.

Ambos se contuvieron cuando alguien pasó cerca de ellos. Sabían que estaban jugando con fuego, pero el deseo mutuo estaba a punto de desbordarse. Claudia mordió su labio inferior, sintiendo su corazón acelerarse ante sus palabras. —Y dime, Manuel, ¿cómo piensas castigarme por ser tan mala?— Respondió con voz suave y juguetona.

Manuel sonrió, un brillo travieso en sus ojos, y susurró: —Eso lo descubrirás cuando llegue el momento adecuado. Pero ten por seguro que disfrutarás cada segundo.

Claudia, sintiendo el deseo crecer dentro de ella, arqueó ligeramente la espalda, realzando aún más sus generosos pechos. Un fugaz pensamiento cruzó la mente de Claudia, visualizando a Manuel quitándole su virginidad, y una corriente eléctrica recorrió su estómago, excitándola aún más. En ese preciso instante, la abuela salió de la consulta médica, interrumpiendo la tensión ardiente entre ellos. Ella, sabiendo que debían contenerse, se levantó con elegancia y, girándose levemente hacia Manuel, le dirigió una mirada traviesa. —No sé, Manuel, tal vez podrías castigarme en tu apartamento el domingo —susurró Claudia, desafiante y provocativa.

Manuel se vio tentado por sus palabras y por la imagen tentadora que Claudia había despertado en su mente. —Oh, pequeña zorrita, ven el domingo y estoy seguro de que encontraré una manera adecuada de castigarte —susurró casi él con una voz ronca que prometía placer y dolor en igual medida.

La abuela de Claudia se acercó en ese momento, ignorante de lo que sucedía entre los dos. —Claudia, es hora de irnos. Hasta luego, Manuel —dijo la abuela, rompiendo el encanto.

Claudia asintió con una sonrisa encantadora y se despidió de Manuel con una mirada cargada de lujuria. Ambas abandonaron el centro médico, dejando a Manuel con un solo pensamiento: follarse a la joven Claudia.

El anhelado domingo había llegado, y tanto Claudia como Manuel se encontraban en sus respectivos hogares, preparándose para el encuentro que habían estado imaginando. En la intimidad de su habitación, Claudia se desnudó frente al espejo, admirando su cuerpo joven y voluptuoso. Con dedos temblorosos, acariciaba su piel suave mientras eliminaba meticulosamente cualquier rastro de vello de su coño virginal. La humedad se acumulaba entre sus piernas, y su mente se llenaba de imágenes excitantes de lo que estaba por venir. Una sonrisa pícara y un brillo travieso en sus ojos revelaban su entusiasmo por la experiencia que estaba a punto de vivir. Un aura de deseo y nervios envolvía cada pensamiento de Claudia. Mientras tanto, en el apartamento de Manuel, él se esforzaba por crear el ambiente perfecto. Cuidadosamente, acomodaba los muebles en el salón y colocaba unas sábanas suaves sobre el sofá. Su objetivo era convertir ese espacio en el templo del placer donde Claudia perdería su virginidad. Junto al sofá, preparó la pequeña mesa con bebidas, listas para saciar su sed cuando el momento lo requiriera.

Claudia, con una excusa ingeniosa, se despidió de su abuela y salió de su casa. La abuela le recordó que no debía volver tarde, a lo que ella, apenas conteniendo su excitación, asintió con una sonrisa traviesa. —No te preocupes, abuela, no estaré mucho tiempo fuera —respondió Claudia con voz suave pero llena de nervios.

La abuela, ajena a los verdaderos motivos de la salida de su nieta, le deseó que pasara buen rato y le recordó que tuviera cuidado. Claudia asintió de nuevo, apenas capaz de contener su emoción, y se alejó rápidamente de allí. En su mente, Claudia sabía que hoy seria el dia. Cada paso que daba se llenaba de escalofríos, su corazón latía con fuerza y su cuerpo vibraba de excitación. Estaba a punto de embarcarse en una experiencia única y no podía esperar a encontrarse con él y sucumbir a sus deseos más profundos. Mientras caminaba a paso acelerado, su mente se llenaba de imágenes obscenas y provocativas. Se imaginaba ansiosa, abriendo sus piernas de par en par, mientras Manuel la penetraba con fuerza. Cada pensamiento lascivo provocaba una oleada de humedad entre sus muslos, y su andar se volvía casi frenético. Después de caminar varias calles, llegó. Subió las escaleras deprisa, sintiendo cada escalón como una cuenta atrás. Al llegar a la puerta, tomó un instante para arreglarse y adoptar una pose desafiante y juguetona. Con mano temblorosa, presionó el timbre.

CAPÍTULO 2.3

La puerta se abrió, revelando a Manuel que la miraba con ojos llenos de lujuria y deseo. Sin decir una palabra, la invitó a entrar con un gesto, . Manuel cerró la puerta tras la entrada de Claudia, y el sonido del pestillo al cerrarse resonó como un eco prometiendo un encuentro salvaje y apasionado que satisfaría sus más oscuros anhelos. El ambiente estaba cargado de excitación, y Manuel no pudo resistirse. Acercó su cuerpo al de Claudia, acariciando su suave culo con una mano mientras con la otra le sujetaba la cintura. Dejó un beso ardiente en su mejilla, seguido de un susurro ronco y lleno de deseo.

—Qué hermosa estás hoy, pequeña —dijo, mientras su aliento caliente rozaba su oreja.

Claudia lo miró con una sonrisa provocativa, sus ojos brillando con malicia. —Espera a ver lo que tengo preparado para ti —respondió, con voz temblorosa.

Ambos se acomodaron en el sofá, y Manuel le ofreció una bebida fría. Sus miradas se encontraron con una intensidad que hacía que el aire a su alrededor pareciera electrizante. Apenas pudieron sostener la charla por unos minutos antes de que el deseo los consumiera por completo. Los vasos fueron abandonados rápidamente sobre la mesa, y sus labios se encontraron en un beso apasionado y húmedo. Manuel no pudo contenerse y se lanzó hacia las tetas de Claudia, acariciándolas con ferocidad, apretándolas con fuerza mientras sus dedos jugueteaban con sus pezones duros.

—Mmm, Manuel… —gemía Claudia, arqueando la espalda para ofrecerle más de su cuerpo. Sus manos se enredaron en el pelo de él, tirando con suavidad mientras sus gemidos llenaban la habitación.

Pero Claudia, con una sonrisa juguetona, lo detuvo momentáneamente. —Espera, tengo una sorpresa para ti —dijo, con su voz entrecortada. Se levantó del sofá y se dirigió al baño, dejando a Manuel impaciente y excitado, anhelando descubrir qué sorpresa le aguardaba.

Claudia emergió del baño con un body de red elástica que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Cada curva, cada detalle de su figura joven y voluptuosa quedaba al descubierto. Sus pezones, duros y oscuros, se asomaban a través de los huecos de la red, y entre sus muslos se abría un espacio que revelaba su coño perfectamente depilado, húmedo y listo para el placer. Con un giro sensual, Claudia se inclinó hacia adelante, separando las nalgas de su culo con sus manos, exhibiendo sus estrechos agujeros.

—¿Te gusta lo que ves, Manuel? —preguntó con voz seductora, mirando por encima de su hombro mientras se mordía el labio inferior.

Manuel, con los ojos llenos de lujuria, no pudo evitar tragar saliva. —Eres una putita traviesa —dijo con voz ronca, mientras la tomaba con firmeza y la sentaba en su regazo. Sus manos recorrieron su cuerpo, apretando sus tetas, acariciando su culo, sintiendo cómo temblaba bajo su tacto.

—Ven aquí, pequeña. Voy a darte tu castigo —susurró Manuel, con su voz cargada de autoridad.

Manuel tomó uno de los cubitos de hielo de la jarra cercana. Con precisión, comenzó a jugar con los labios de Claudia, deslizando el hielo sobre su piel sensible. El contraste entre el frío y el calor envolvió a Claudia en una tormenta de sensaciones, haciendo que su cuerpo se estremeciera de placer.

—Oh, mierda… eso está frío —gemía Claudia, mientras el hielo recorría su cuerpo, comenzando desde la barbilla y deslizándose lentamente hacia abajo, alcanzando sus pezones. El efecto fue inmediato: sus pezones se endurecieron como piedras, y Manuel no desaprovechó la oportunidad. Se inclinó y los chupó con avidez, mordiéndolos suavemente, desatando gemidos de placer en los labios de Claudia.

—Oh sí, me encanta cómo los pones de duros… —susurraba Claudia entre gemidos, mientras sus manos se aferraban a los hombros de Manuel.

Manuel la sujetó con firmeza y la posicionó a cuatro patas en el sofá, exponiendo su cuerpo deseoso y ansioso de placer. Jugando con el hielo, lo deslizó desde la espalda de Claudia hasta llegar a su culo. Con movimientos sensuales, giró el hielo alrededor de sus nalgas antes de introducirlo entre ellas. El contacto frío del hielo en el estrecho agujero de su culo provocó que Claudia diera un respingo, seguido de un gemido y una risita juguetona.

—¡Joder, Manuel! Que… frío —dijo Claudia, riéndose entre gemidos.

Manuel, con una sonrisa perversa, le ordenó: —Abre bien las piernas, putita.

Sumisa y excitada, Claudia obedeció, separando sus piernas para él. Manuel continuó deslizando el trozo restante de hielo por los labios de su coño, provocando una sensación refrescante y electrizante. Los jadeos de placer de Claudia se volvieron más intensos y desesperados.

—Oh sí, qué rico… ¡Oh! —jadeaba Claudia, al borde de la desesperación por sentir la polla de Manuel desflorándola.

Manuel acariciaba el coño mojado de Claudia, reemplazando el frío del hielo por el calor de sus dedos. Con habilidad y destreza, deslizó sus dedos entre sus labios hasta alcanzar su clítoris, estimulándolo con movimientos precisos y provocando gemidos de placer.

—¡Mierda, Manuel! ¡No pares! —gritó Claudia, mientras su cuerpo se sacudía con cada caricia.

Manuel separó las nalgas de Claudia, abriendo su coño de par en par, revelando la fina piel que cerraba su rajita, ansiosa y lista para recibirlo. Sin poder resistirse ante esa imagen tentadora, hundió su boca en ella. Su lengua se deslizó desde abajo, recorriendo el camino desde su coño hasta llegar a su ano, provocando que su espalda se arqueara involuntariamente en respuesta al placer abrumador.

—¡Ohhhh, por Dios! —gritó Claudia, mientras sus manos se aferraban a los cojines del sofá. —¡Tu lengua… joder! ¡No pares!

Manuel jugaba con el agujero de su culo, y aunque la idea de poseerlo le tentaba, hoy se conformaría con su virginal coño, al menos de momento.

—Fóllame ya, por favor — le suplicó a Manuel, con su coño empapado y la necesidad de ser prenetrada consumiéndola

Manuel, con una voz ronca y llena de deseo, ordenó a Claudia que se arrodillara mientras liberaba su polla de los pantalones y la agitaba ofreciéndosela. —Ven aquí, mi pequeña puta, y ensaliva bien esto —le susurró Manuel de manera dominante.

Claudia se giró hacia él, su mirada fija en aquella dura polla. Sin titubear ni un segundo, cayó de rodillas al suelo y respondió—Me encanta cuando me hablas así.

Tomando firmemente aquel falo, Claudia lo deslizó por el canal entre sus exuberantes tetas durante unos minutos antes de llevárselo a la boca. Sin pensarlo dos veces, lo introdujo profundamente, dejando que su lengua se deslizara alrededor, consciente de cómo esto enloquecía a Manuel. Comenzó una mamada húmeda y ansiosa, deseando lubricar cada centímetro de aquella carne que pronto rompería no solo su himen, sino también las cadenas de la jovencita inocente que había fingido ser durante tanto tiempo, revelando ahora a la mujer ardiente y deseosa de sexo que se ocultaba en su interior. Manuel decidió que ya era suficiente. Guio a Claudia de nuevo al sofá y la colocó en el borde, boca arriba. Levantando sus piernas, comenzó a rozar su polla por el coñito empapado de Claudia. Con un movimiento lento, Manuel guio su glande hinchado hasta la entrada de Claudia, acariciándola suavemente. Ella agarró su brazo y lo detuvo momentáneamente.

—¿No vas a usar preservativo? —preguntó Claudia con ansias, sus ojos llenos de deseo.

Manuel sonrió pícaramente, mirándola directamente a los ojos.

—Esta primera vez, quiero sentirte directamente, sin nada que se interponga entre nosotros —respondió dejando claro sus intenciones.

Las palabras de Manuel hicieron que Claudia se excitara aún más. Sin dudarlo, agarró firmemente la polla de Manuel, tomando el control. Era ella ahora quien la guiaba hacia su húmedo coño, sintiendo cómo la deseada penetración estaba a punto de ocurrir. Con cada movimiento, Manuel ejercía presión y su polla hinchada comenzaba a abrirse camino dentro de Claudia. Ella, con un gesto de dolor en su rostro, le pidió que empujara un poco más. La lubricación abundante de su coño facilitaba que entrara con cierta facilidad, aunque no evitaba el dolor.

Claudia contuvo la respiración y colocó su mano en el vientre de Manuel, indicándole que se detuviera momentáneamente. —Tranquila, cariño, tómate tu tiempo — le susurró él.

Claudia soltó el aire y retiró su mano, indicando que podía continuar. Manuel comenzó un mete y saca suave, adaptándose al ritmo de ella y asegurándose de que estuviera cómoda. Cada vez que notaba que se relajaba, empujaba su polla más adentro. Los fluidos de su coño brillaban en el tronco de su miembro, hasta que una pequeña mancha de sangre comenzó a mezclarse también. Claudia, llena de determinación, se armó de valor mientras agarraba la cintura de Manuel. Con movimientos precisos, logró introducir casi por completo la polla de Manuel dentro de ella. Un gemido escapó de sus labios, mientras se arqueaba ante la intensidad del dolor.

—¡Joder, Manuel! ¡Está tan grande! —gritó Claudia, apretando los dientes mientras sentía cómo su coño virginal se estiraba para acomodar el grueso miembro de él.

Manuel, consciente del delicado momento, se quedó quieto por un instante. Con suavidad, comenzó a acariciar su clítoris, buscando brindarle el placer necesario para que el dolor se desvaneciera. —Relájate, putita —susurró, mientras sus dedos jugueteaban.

Cuando el placer reemplazó por completo al dolor, Claudia miró a Manuel suplicante y le susurró con deseo en sus ojos. —Fóllame, fóllame, por favor —imploró con urgencia, deseando sentirlo en lo más profundo de su ser.

Manuel, obedeciendo a su súplica, comenzó a mover su cintura en un ritmo pausado. Sus embestidas eran cortas pero firmes, y su polla salía lentamente de dentro de ella para luego volver a llenarla por completo. Cada envite hacía que los huevos de Manuel chocaran contra ella, aumentando la excitación de la joven.

—¡Mierda, Manuel! ¡Así! ¡Así! —gritaba Claudia, mientras sus manos se aferraban a los hombros de él. Sus tetas se balanceaban con cada embestida, y sus pezones, duros y sensibles, rozaban el pecho de Manuel, enviando oleadas de placer por todo su cuerpo.

Claudia, incapaz de contenerse, pellizcó sus pezones con fuerza mientras gemía sin apartar la mirada de los ojos de Manuel. —¡Me encanta cómo me follas! ¡Tu polla es perfecta! —gritó.

Manuel se incorporó un poco, sintiendo que el coño de Claudia se adaptaba perfectamente a su polla, levantó sus piernas y aumentó el ritmo. Sus embestidas se volvieron más rápidas, más fuertes, más profundas. El sonido de sus pieles chocando llenaba la habitación, mezclándose con los gemidos descontrolados de Claudia.

—¡Joder, Manuel! ¡Fóllame más fuerte! ¡Quiero sentirte hasta el fondo! —gritó Claudia, mientras sus uñas se clavaban en la espalda de él, dejando marcas rojas que solo aumentaban el placer de ambos. Los gemidos de Claudia se desbocaron mientras su orgasmo se acercaba rápidamente. Gritó descontrolada, sin preocuparse por los vecinos que pudieran escuchar su lasciva liberación —¡Me corrooo, me cooorrooo!

Manuel, desbordado por la excitación, aumentó la velocidad y la fuerza de sus embestidas, llevando a Claudia a un abismo de placer indescriptible. Ella se convulsionó en una explosión de sensaciones, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía en oleadas.

—¡Sí, putita! ¡Córrete para mí! —rugió Manuel, mientras sentía cómo el coño de Claudia se apretaba alrededor de su polla, como si no quisiera dejarla ir.

El placer entre Claudia y Manuel se elevó a cotas insospechadas. La habitación se llenó de un frenesí, donde los límites se desvanecieron y solo quedó el deleite carnal que los envolvía. Manuel lentamente sacó su polla, dejando que el aire fresco acariciara su piel sensible. Mirando fijamente a Claudia, su tono se volvió dominante y excitante. —Ahora voy a follarte en cuatro, quiero ver tu culo bien levantado para mí —ordenó Manuel, disfrutando el control que tenía sobre ella.

Claudia, aún con la respiración agitada, obedeció de inmediato. Se posicionó a cuatro patas, arqueando su espalda y levantando su trasero de manera tentadora. La escena era un festín visual, un espectáculo de lascivia y entrega.

—Así, putita. Muéstrame ese culo que tanto me gusta —dijo Manuel, mientras acariciaba las nalgas de Claudia antes de darle una palmada firme que resonó en la habitación.

Manuel se colocó detrás de ella, con su polla dura apuntando hacia el objetivo. Sin vacilar, comenzó a penetrarla, deslizándose dentro de Claudia con una mezcla de fuerza y suavidad. La sensación de plenitud la invadió cuando lo sintió entrar por completo.

—¡Ufff, Manuel! ¡Como entra! —gritó Claudia, mientras sus manos se aferraban a los cojines del sofá, incapaz de contener los gemidos que escapaban de sus labios.

Girando su cabeza hacia él, sus ojos llenos de lujuria, lo desafió con una voz cargada de deseo. —Hazme correr otra vez, Manuel. Quiero sentirlo.

Manuel, tomando sus palabras como un reto, aumentó el ritmo y comenzó a embestirla con intensidad. Sus cuerpos chocaban con pasión y desenfreno, creando una sinfonía de gemidos y suspiros que llenaban el aire caliente del salón.

—¡Sí, joder! ¡Fóllame como la puta que soy! —gritaba Claudia, mientras sus tetas se balanceaban con cada embestida.

Manuel, sin compasión, la follaba con una ferocidad descontrolada. Aquel coño virginal, que tan celosamente había guardado su tesoro hace apenas unos minutos, ahora se tragaba su polla sin oponer resistencia.

—¡Vas a correrte otra vez, putita! ¡Lo sé! —rugió Manuel, mientras sus manos agarraban las caderas de Claudia, clavándose en su piel y marcándola como suya.

El sudor perlaba sus frentes mientras gemían al unísono, con sus movimientos perfectamente coordinados fundidos en una sinfonía erótica. Manuel levantó la cabeza, alertado por un movimiento en la ventana del vecino de enfrente. A través de una clara cortina, se adivinaba la silueta de una mujer. Una sonrisa perversa se dibujó en los labios de Manuel al darse cuenta de que tenían una espectadora, pero decidió no mencionarlo a Claudia. Era su pequeño secreto, su propia dosis de perversión.

—Mira qué putita eres, Claudia —gruñó Manuel, agarrándola con fuerza por el pelo y tirando de él hacia atrás, exponiendo su cara hacia la ventana. —Te voy a follar tan fuerte que no lo vas a olvidar.

Claudia, con los ojos entrecerrados por el placer, apenas podía responder. —¡Sí, joder! ¡Fóllame como quieras! —gritó, mientras sus manos se aferraban al sofá.

Manuel no perdió tiempo. Comenzó a embestirla con una fuerza y rapidez que hacían que el sofá crujiera. Cada embestida era un desafío, un espectáculo destinado a provocar a la misteriosa figura que los observaba desde la ventana.

—¡Mierda, Manuel! ¡Así! ¡Así! ¡Más fuerte! —gritaba Claudia, mientras su cuerpo se sacudía con cada embestida.

De vez en cuando, Manuel apartaba la mirada de Claudia y dirigía su atención hacia la ventana. La silueta seguía allí, inmóvil, sin perder detalle de la intensa sesión de placer que se desplegaba ante sus ojos curiosos. Aquella exhibición alimentaba aún más el fuego que ardía dentro de Manuel.

—¿Te gusta lo que ves, vecina? Mira cómo le destrozo el coño a esta putita —pensaba Manuel para sí mismo, con una sonrisa perversa en los labios.

—¡Me corrooo, me cooorrooo! —gritó Claudia, mientras su cuerpo se convulsionaba en una explosión de placer.

Manuel, incapaz de contenerse por más tiempo, sacó rápidamente su polla del cálido coño de Claudia, quien soltó un gemido. —¡Dios, joder! .

—Arrodíllate, putita —gruñó Manuel, agarrándola firmemente del brazo y poniéndola de rodillas frente a él. —Ahora vas a chupármela como la zorra que eres.

Sin darle tiempo a responder, Manuel metió su polla en la boca de Claudia, sintiendo cómo sus labios y su lengua envolvían su erección. —¡Sí, así! ¡tragatela toda, puta! —gritó Manuel, mientras sus manos la cabeza Claudia, guiándola hacia adelante y hacia atrás.

Claudia no pudo evitar gemir al escuchar como la trataba, saboreando cada centímetro de su miembro. Manuel no pudo aguantar más. Con gruñidos casi de un animal, comenzó a llenar la boca de Claudia con su cálida leche, en espesos borbotones que llenaban su garganta.

—¡Traga!… ¡Traga toda mi leche! —rugió Manuel, mientras Claudia intentaba tragar todo lo posible, pero parte escapaba por la comisura de sus labios.

Claudia no permitió que Manuel sacara su polla hasta que se aseguró de que ya había descargado todo su semen. Disfrutó cada gota, dejando que el sabor salado y excitante llenara su boca, disfrutando de la sumisión.

—Mmm, que bien lo haces, putita —dijo Manuel, acariciando la mejilla de Claudia mientras ella limpiaba los restos de su corrida de sus labios. —Eres una zorra insaciable.

— Tu zorra insaciable — dijo ella volviendo a capturar su polla con su boca.

Manuel echó un último vistazo a la ventana, pero la silueta había desaparecido. Quienquiera que fuera aquella persona, había sido testigo de su explosión de pasión y placer. Claudia seguía limpiando su polla mientras una pregunta rondaba su mente. ¿Quién sería aquella espectadora en la ventana? Debía investigar aquel edificio y averiguar quien vivía ahí.

Continuará…

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