Mis primeros recuerdos del placer sexual se hallan indisolublemente unidos al dolor. Comencé muy tarde, pasados los 18 años, a relacionarme con una señora, ya que durante mi adolescencia había demostrado un cierto retraso.
En los estudios no iba bien, así que mis padres me pusieron en las manos de una “mujerona”. Esta señora me fascinó desde el primer momento en que la vi. Creo que me esclavizó sin proponérselo.
Medía casi un metro noventa centímetros, poseía un enorme cuerpo, un vientre prominente, un culo como un armario y una espalda que para así la hubiesen querido los descargadores del puerto.
Nada más terminar mis clases por la tarde iba al domicilio de la “mujerona”. Era una casa vieja, de altos techos y grandes habitaciones, lo que consideré apropiado al volumen de mi profesora.
Si he de ser sincero, esta supermujer me hacía comprender fácilmente todas las materias, con lo que mis notas empezaron a subir. Pero cuando la tenía a mi lado yo imaginaba un trasatlántico… ¡No, un portaaviones! Recuerdo claramente como sucedió todo…
A los cuatro meses de ser su alumno, ella hizo una pausa para preguntarme si a mi edad sentía el deseo sexual. Por entonces yo tenía frecuentes poluciones nocturnas, que gracias a mi primo había empezado a evitar haciéndome pajas.
Nada de esto le conté a la “mujerona”. Pero sí le dije que me consideraba retrasado en este sentido; deseaba aprender lo antes posible. A medida que iba hablando me fui sintiendo más audaz, hasta el punto que le confié que me masturbaba.
– Esto quiere decir que haces cosas a escondidas de tus padres…¡ Muy interesante !
– ¿ Por qué, señora … ?
– Ven al sofá. En esto yo también seré tu maestra.
Se sentó y me colocó ante ella. Comenzó a bajarme la cremallera del pantalón, que dejó caer hasta el suelo. Luego me quitó el slip y cogió mi picha. Se quedó mirándola y comentó:
– Se nota que te has pajeado: el capullo está semicubierto y aparece algo dilatado. Voy a meneártela.
Empezó a hacerlo con acciones suaves que, poco a poco, se volvieron más agresivas. De vez en cuando, con la otra mano, me acariciaba los glúteos y el interior de los muslos. Súbitamente, me agarró los cojones y tiró de ellos. Me hizo daño…¡ Mucho daño!
Extrañamente apreté los dientes y alcé la cabeza, acaso temiendo que si me quejaba ella dejase de masturbarme. Mientras, mi picha se había puesto durísima y ella se estaba subiendo la falda y bajando las bragas con la misma mano libre, ésa que no me pajeaba.
– Debes aguantar el dolor si quieres ser un auténtico macho – dijo ella, con una expresión de crueldad -. Ahora voy a darte la espalda, arrodillada en este sofá, y tú me intentarás meter tu picha en el ojo del culo… ¡ Ya verás qué placer tan grande te proporciono !
– ¿ No es lo normal hacerlo por delante… en el coño ! – pregunté, indeciso.
– ¡ Cállate y haz lo que te digo, estúpido ! – gritó.
Contemplé aquel pandero gigantesco, una fabulosa masa de carne partida en dos globos descomunales. Giró su cabeza para mirarme y, a la vez, con las manos se abrió el agujero del culo… ¡ Sorprendentemente, aquel pasadizo me pareció diminuto y muy estrecho!
– ¡ Escúpeme aquí dentro y, cuando yo te dé permiso, intenta meter tu picha ! ¡ Haz lo que yo quiero o lo pasaras muy mal !
Me sentí bastante asustado; pero seguí al pie de la letra todo lo que ella me acababa de imponer. Dejé en su ano una gran cantidad de saliva y, al ver que me hacía un gesto para que continuara, me cogí la verga con una mano e intenté meterme allí. No, dudé un poco…
¿ Por qué lo haría ? Aquella “mujerona” me agarró del paquete genital y tiró del mismo con rabia. Fue como si me arrastrara un todo terreno, una de cuyas ruedas me estuviera, al mismo tiempo, aplastando los cojones…
¡ Sorprendentemente mi erección no disminuyó; ¡al contrario, se hizo más fuerte y dolorosa !
Pero yo no sabía. Dejé el capullo en las puertas del ojo culero; y de nuevo fue ella la que me obligó a actuar. Entré allí con fuerza, no queriendo que se volviera a repetir el “arrastre”.
En seguida me di cuenta de que me costaba muchísimo avanzar, porque el pasillo carnoso se estrechaba una barbaridad.
– ¡ Aprieta con más ganas, estúpido ! ¡ Aprieta ! – volvió a gritar – ¡ Todo lo que da placer se consigue con esfuerzo! ¡Dale impulso a tus piernas y a todo tu cuerpo… ¡Vamos, vamos…! ¡ Sí, sí, ahora…!
Lo estaba consiguiendo, a costa de caerme la gota gorda y notar que mis cojones se hallaban sometidos a una terrible presión… ¡ Encima ella, metiendo una mano por entre sus muslazos, me los agarró y tiró para ayudarme ! Por unos momentos creí que me los iba a cascar…
Se me llenaron los ojos de lágrimas y mis dientes castañetearon; sin embargo, de mis labios no escapó ni un gemido.
– ¡ Te estás portando, cerdito mío… Oooooh… Empiezo a sentir gusto… ¡Porque tu picha se ha hecho todo nervio… Mmmmmmmh !
¿ Qué era aquellos…? Unos caldos espesos, calientes, empezaron a caer en mis piernas. No eran muchos; pero me forzaron a dar un respingo… ¡ Con lo que mi picha se salió de su culo!
– Pero, ¿ qué has hecho maldito estúpido…? ¡ Ven aquí!. ¡No puedes dejarlo en el mejor momento…!
– Es que, a usted, señora, le ha salido algo del chocho… – balbucí, más impresionado que asustado.
– Son mis caldos, pedazo de ignorante… ¿ Es que crees que sólo a los hombres os sale líquidos cuando os corréis?. ! ! ¡Regresa a mí…!
Se dio la vuelta hecha una fiera, me cogió de los hombros y me introdujo en el arco de sus tremendos muslos. Para colocar mi boca pegada a su coñazo…
¡ Tuve que beber aquella sustancia maloliente, abrasadora y que tenía un sabor ácido que a punto estuvo de hacerme vomitar!
Mientras, mi pene continuaba erecto.
No sé el tiempo que estuve amorrado a aquel pozo carnoso. En cierto momento ella me volteó, arrastrándome con su cuerpo, y me dejó encima de su vientre. Dio unas sacudidas y me deslicé hacia abajo. Entonces…
– ¡ Tienes mi permiso para follarme ! ¡ Ya puedes echarme tu leche en el coño!
Es lo que hice nada más que mi capullo se sintió apresado por sus grandes labios, los cuales tenían la forma de los “mocos de pavo” – me refiero al colgante que estas aves lucen debajo del pico o en el cuello…
Gocé de lo lindo; y me sentí muy hombre.
Con el paso de los días, a medida que la fui sodomizando y follando, se hizo innecesario que me indicase lo que quería. No obstante, siempre surgían los apretones y los golpes que la “mujerona” me propinaba inesperadamente.
Como veis mi aprendizaje fue muy especial. Me costó bastante separarme de ella cuando terminé el instituto con muy buenas notas. Luego intenté volver a verla, pero ella no me aceptó.
Comprendí que no quería comprometerse, ni comprometerme a mí.