Capítulo 5

INTRODUCCIÓN

Lucas entró a su habitación y cerró la puerta tras de sí, sintiendo un cosquilleo extraño. Esa sensación lo venía persiguiendo cada vez más a menudo desde que había descubierto una página particular, llena de mujeres que no se parecían en nada a las chicas de su edad. Eran mayores, con cuerpos de curvas marcadas, miradas que parecían atravesarlo y actitudes de alguien que ya lo ha visto todo, que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Como si cada una tuviera un control absoluto sobre él.

Encendió su PC, recordándose que tenía que estudiar, pero no pudo resistir la tentación. Abrió la página casi sin pensar, y ahí estaba ella. Esa mujer que había visto antes y que, sin saber cómo, parecía atraparlo con cada nueva foto que publicaba.

En la primera foto, ella estaba sentada en una silla, con una blusa ligera que dejaba entrever un escote generoso. Su cabello oscuro y rizado caía sobre sus hombros, y la forma en que lo miraba, con esa sonrisa suave y provocadora, hacía que Lucas se sintiera como si estuviera siendo llamado directamente. Era como si ella le estuviera diciendo sin palabras que se acercara, que no tuviera miedo. Sintió un calor inesperado, un impulso que lo dejaba sin aliento.

Pasó a la siguiente foto, y ahí estaba ella de pie, en una pose más atrevida. Su blusa ahora estaba desabotonada hasta casi la mitad, dejando ver la curva de sus tetas, y su falda corta dejaba al descubierto unas piernas largas y torneadas. Lucas no podía apartar la vista; algo en la manera en que ella se mostraba parecía hecho para él. Sus labios estaban entreabiertos en una media sonrisa, y había un brillo en sus ojos que le decía que sabía perfectamente el efecto que causaba en cualquiera que la mirara. En él, sin duda, el efecto era devastador.

Con la respiración cada vez más pronunciada, pasó a la siguiente foto. Ahora ella estaba de perfil, mirando por encima de su hombro, como si lo estuviera invitando a acercarse. La blusa estaba prácticamente caída, revelando un hombro desnudo y una buena parte de su espalda. La falda, aún más ajustada de lo que recordaba, marcaba cada una de sus curvas. Lucas sentía cómo el corazón le latía con fuerza, atrapado por esa sensación incontrolable, un impulso que no tenía nada que ver con los estudios que supuestamente debía estar haciendo.

Se acercó más a la pantalla, observando cada detalle, cada curva, cada gesto de esa mujer. Parecía más real que cualquier persona que hubiera conocido. La forma en que ella dejaba al descubierto un poco más en cada imagen, como si jugara con él, como si estuviera dándole un acceso lento y calculado a todo lo que podría ofrecerle, lo hacía estremecer. En la siguiente foto, estaba sentada en un sofá, y su blusa ahora caía completamente, mostrando sus redondas tetas en todo su esplendor. Abriendo sus piernas dejaba ver su fino tanga. Ligeramente apartado hacia un lado mostraba buena parte de su coño tras una ligera mata de pelo negro. No había nada vulgar en su pose; era una mezcla de elegancia y descaro que Lucas nunca había imaginado posible.

Ahí estaba, completamente perdida la noción del tiempo y del lugar, él seguía pasando de una foto a otra, atrapado en ese juego silencioso que ella había construido, como si supiera exactamente qué provocaba con cada clic.

Lucas había empezado a visitar aquella página cada vez más a menudo, esperando con ansias una nueva foto de esa mujer madura y seductora que tanto lo intrigaba. Había algo en ella, en su manera de posar y en esa sonrisa llena de confianza, que no podía quitársela de la cabeza. Y cada vez que veía una nueva foto, el efecto era el mismo: sus pensamientos volaban, imaginando cómo sería encontrarse con alguien así en la vida real.

 CAPÍTULO 4.1

Aquel día, cuando llegó de la universidad y entró al portal del edificio, se encontró con una escena que le quitó el aliento. Había varias cajas apiladas en el pasillo, y una mujer estaba tratando de equilibrarlas unas encima de otras, lo que le daba a Lucas una vista bastante detallada de su figura desde atrás. Esa falda ajustada, combinada con el esfuerzo que ella estaba poniendo en levantar las cajas, ofrecía una visión tentadora de su redondo culo, imposible de ignorar. Lucas se quedó paralizado, incapaz de apartar la vista, hasta que la mujer se dio cuenta de su presencia y se giró hacia él con una sonrisa amplia y confiada.

—Hola, soy Marisa. Soy nueva en el edificio —dijo ella, con una voz suave y llena de calidez.

Lucas sintió que el corazón se le detenía por un instante. Aquella mujer, con ese cabello oscuro, rizado y esa actitud tan segura… ¿Podría ser la misma de las fotos? No podía ser, pero el parecido era innegable. Ella le sonreía de una forma que le recordó de inmediato a la mujer que tanto lo mantenía despierto por las noches.

—H-ho-hola… Yo soy… Lucas —respondió él, tartamudeando, con el rostro enrojecido mientras intentaba disimular que había estado observándola con tanta atención.

Marisa notó el nerviosismo de Lucas y no pudo evitar sonreír, divertida y al mismo tiempo intrigada por el joven. Había algo en su timidez que despertaba simpatía en ella, y decidió aprovechar la oportunidad para pedirle ayuda.

—¿Me harías un favor? ¿Podrías ayudarme a meter estas cajas en el ascensor? Te lo agradecería muchísimo.

—Sí, claro, no hay problema —respondió Lucas, intentando recomponerse y no dejar que el nerviosismo lo traicionara demasiado.

Entre los dos, comenzaron a cargar las cajas y a meterlas en el ascensor. Lucas no podía evitar lanzarle miradas furtivas a Marisa cada vez que se agachaba o levantaba una de las cajas. Su figura era impresionante, y verla tan cerca hacía que su mente volara a lugares que, quizá, no debería en ese momento ya que su entrepierna comenzaba a dar señales de vida.

—Listo, esa era la última —dijo él al terminar—. Yo subiré por las escaleras.

—Entra en el ascensor, cabemos los dos —le ofreció Marisa, poniendo la mano en el sensor de la puerta del ascensor e invitándolo con un gesto.

Lucas dudó un instante, pero al final no tuvo más remedio que aceptar. Una vez dentro, la cercanía de Marisa era tal que podía sentir su aroma, una mezcla de perfume suave y algo más que él no podía identificar pero que le resultaba embriagador. Apenas pudo apartar la mirada de su escote, intentando disimular como podía, pero la presión de su presencia lo hacía sudar.

—¿A qué planta vas? —preguntó ella, observándolo de reojo.

—A la tercera —respondió él, luchando por mantener la compostura.

—Ah, mira qué casualidad, yo también —dijo ella, como si fuera una coincidencia encantadora.

Cuando el ascensor arrancó, los pechos de Marisa, apenas contenidos por la blusa ajustada, rebotaron ligeramente, un detalle que Lucas no dejó pasar inadvertido. Marisa lo notó, claro, y en lugar de incomodarse, sintió una especie de satisfacción. No era raro que despertara este tipo de interés, y con Lucas, el efecto parecía casi instantáneo. Así que decidió dejarle un par de segundos más para que se deleitara en su turgencia. Lucas sentía que el ascensor se movía demasiado lento, pero al mismo tiempo no quería que el momento terminara.

Al llegar al tercer piso, ambos comenzaron a cargar las cajas hacia el apartamento de Marisa, que resultó estar solo a unas puertas del suyo. El pasillo estaba en silencio, y Lucas sentía el corazón latiéndole a mil, mientras seguía observando de reojo el cuerpo de su nueva vecina.

—Lucas, una vez más, muchísimas gracias —dijo Marisa, sonriéndole con esa mezcla de ternura y picardía que parecía ser su sello personal.

—No ha sido nada… —respondió él, con una sonrisa nerviosa—. Si quieres, puedo ayudarte a meterlas dentro —ofreció, en un intento de alargar el momento con ella.

Marisa lo miró un instante, analizándolo, y finalmente sonrió. Había algo en su mirada, un destello de interés divertido, que parecía decirle que sabía exactamente lo que él estaba pensando.

—Gracias, pero ya no es necesario —dijo, posando una mano sobre el hombro de Lucas, un gesto breve que hizo que él se quedara inmóvil.

—Está bien… si necesitas algo, vivo en el B —murmuró él, sintiendo el contacto de su mano incluso después de que ella la retirara.

—Gracias, Lucas. Lo tendré en cuenta —dijo ella con un guiño sutil, mientras le sostenía la mirada unos segundos más de los necesarios.

Lucas se giró para irse, pero antes de llegar a la esquina, no resistió la tentación de echarle un último vistazo. Marisa estaba abriendo la puerta de su apartamento, y la curva de su cadera, su figura al inclinarse, era como una imagen grabada en su mente. Apenas llegó a su puerta, soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo.

Entró rápidamente y fue directo a su habitación, sin poder quitarse a Marisa de la cabeza. Encendió el PC casi en piloto automático, y volvió a la página de siempre, solo que esta vez, cada imagen de aquella mujer tenía el rostro y las curvas de Marisa.

A la mañana siguiente el ascensor estaba a punto de cerrarse cuando Lucas, todavía enredado en el sopor de la mañana, escuchó el eco apresurado de unos tacones en el pasillo. Levantó la mirada justo a tiempo para ver a Marisa aparecer corriendo, con una mano alzada como pidiendo una tregua al ascensor. Llevaba un suéter fino, casi una como una segunda piel, que se ceñía a su figura con un descaro imposible de ignorar. Cada paso que daba, cada movimiento apresurado, convertían a sus tetas en el epicentro de un vaivén que robó por completo la atención de Lucas.

Su dedo quedó suspendido sobre el botón de abrir mientras sus ojos traicionaban cualquier intento de disimulo. Era como si el tiempo se hubiera ralentizado para darle el privilegio de grabar en su memoria cada curva que se dibujaba bajo aquel tejido delgado. Marisa llegó justo a tiempo, colándose entre las puertas que comenzaban a cerrarse, rozando sin querer el marco y provocando un leve movimiento que no pasó desapercibido para su joven vecino.

—¡Uf! Casi no llego —dijo ella, con una risa ligera que apenas lograba cubrir la cadencia acelerada de su respiración. Se pasó una mano por el cabello, retirando un rizo rebelde, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa cálida.

Lucas apenas pudo reaccionar. Sus ojos, que intentaban desesperadamente fijarse en otro lugar, terminaban siempre volviendo al movimiento lento, casi hipnótico, de los pechos de Marisa, que parecían seguir su propio ritmo bajo la fina tela.

—Buenos días, Lucas —dijo ella, inclinándose ligeramente hacia él, como si quisiera asegurarse de que el saludo llegara hasta lo más profundo de su mente.

—B-buenos días, Marisa —balbuceó él, con un tono que delataba mucho más que su timidez.

Ella lo miró de reojo, con una expresión que mezclaba simpatía y un destello de travesura. Había algo irresistible en la torpeza del joven, en esa forma inocente y transparente de evidenciar cada uno de sus pensamientos. Por un instante, Marisa sintió un pequeño golpe de vanidad; después de todo, no todos los días una mirada tan pura quedaba atrapada en sus curvas como si fueran una trampa dulce.

Mientras el ascensor descendía lentamente, Marisa, aparentemente distraída, ajustó el tirante de su bolso, provocando que el suéter se estirara apenas lo suficiente para resaltar aún más las líneas de su pecho. Lucas, incapaz de contenerse, dejó que sus ojos se desviaran durante un instante que le pareció eterno. La tela parecía adherirse como un susurro, delineando detalles de sus pezones que él jamás habría imaginado tener tan cerca.

Finalmente, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Marisa avanzó con la misma seguridad relajada que la caracterizaba, pero antes de salir, giró ligeramente la cabeza hacia él.

—Hasta luego… Lucas —murmuró, con una voz que tenía algo más que despedida. La forma en que sus labios pronunciaron su nombre lo dejó paralizado, como si lo hubiera invocado de una manera que no comprendía del todo, pero que sentía hasta en los huesos.

Cuando ella salió, Lucas se quedó inmóvil. Su falda, ajustada a sus caderas como si fuera parte de su piel, se balanceaba al compás de sus pasos, revelando con cada movimiento un espectáculo que bordeaba lo indecente por su perfección natural. Las caderas de Marisa dibujaban un ritmo suave, y Lucas, incapaz de resistirse, siguió con la mirada cada paso, cada curva que se perdía a lo lejos.

Marisa, al sentir los ojos fijos en su espalda, permitió que su andar fuera un poco más lento, como si quisiera que aquel joven vecino tuviera tiempo de apreciar el cuadro completo. Antes de desaparecer del pasillo, giró apenas un segundo más, regalándole una sonrisa que parecía un guiño cómplice.

Lucas salió del ascensor tambaleándose, como si acabara de bajar de una montaña rusa. El aire fresco del exterior no era suficiente para apagar el calor que se había encendido en su cuerpo. Caminó hasta la universidad con la mente atrapada en una sola imagen: la forma en que aquel suéter parecía dibujar cada centímetro de Marisa, como si estuviera hecho para el exclusivo deleite de sus ojos.

Era una locura, pensó mientras entraba a clase, pero lo único que podía esperar era que el próximo encuentro no tardara demasiado.

Y no tardo mucho. A la vuelta de clases, Lucas llegó al portal del edificio con la cabeza llena de ideas que rayaban en lo indecoroso. Había pasado todo el día en clase atrapado en una nube de distracciones, con la figura de Marisa ocupando un lugar privilegiado en su mente. Pero la imagen de su vecina no era suficiente; ahora ansiaba llegar al apartamento, encender su portátil y sumergirse en las fotos de esa mujer que tanto le recordaba a ella.

Sin embargo, al cruzar la puerta del portal, un alboroto lo sacó de sus pensamientos.

—Le repito, señora, usted no pagó la entrega a domicilio —decía uno de los operarios, con los brazos cruzados y cara de fastidio. A un lado, un colchón envuelto en plástico reposaba contra la pared.

—Pero se lo puedo pagar ahora mismo. ¿Qué les cuesta subirlo? —suplicaba Marisa, con un tono que mezclaba indignación y desesperación.

—Lo siento, pero no podemos hacer excepciones. Es política de la empresa —insistió el transportista.

Lucas se detuvo en seco, evaluando la escena. Ahí estaba ella, con los rizos alborotados y el ceño fruncido, vestida con unos ajustados leggings negros y una camiseta suelta que intentaba ocultar sus curvas. Su pecho, agitado por la discusión, parecía desafiar la lógica de la gravedad. Era el momento perfecto para entrar en acción.

—Hola… —dijo Lucas, con esa timidez que empezaba a convertirse en su marca personal—. Yo… puedo ayudarte.

Marisa, sorprendida por su aparición, giró la cabeza y, al verlo, su expresión se suavizó.

—¡Lucas! Pues me salvas de una buena. Gracias —dijo, dedicándole una sonrisa tan cálida que el joven sintió un cosquilleo en el estómago.

Los transportistas, aliviados por la interrupción, no perdieron tiempo en marcharse, dejando el colchón en sus manos.

—Bueno, esto será divertido… —dijo Lucas, mirando el voluminoso colchón mientras se rascaba la nuca.

—¡Ay, Lucas! Si lo subimos tú y yo, seguro que podemos con él —dijo Marisa, guiñándole un ojo.

Ella se colocó al frente, agarrando uno de los extremos, mientras Lucas tomaba el otro. Subirlo no era tarea fácil, y el esfuerzo físico hacía que la camiseta de Marisa se tensara de maneras que el joven no podía ignorar. A cada paso, sus pechos se balanceaban con una cadencia que parecía diseñada para torturarlo. Lucas, en la parte trasera, trataba de concentrarse en no tropezar, pero su mirada inevitablemente caía hacia los movimientos de su vecina.

Cuando finalmente llegaron al apartamento, ambos dejaron caer el colchón en el suelo del dormitorio, resoplando por el esfuerzo.

—Uf… Gracias, de verdad. No sé qué habría hecho sin ti —dijo Marisa, agachándose para retirar el plástico que envolvía el colchón.

Lucas, que la observaba desde atrás, tragó saliva al notar cómo la camiseta de Marisa se deslizaba ligeramente, ofreciendo un atisbo tentador del nacimiento de sus pechos. Y como su culo, tensaba la tela de los leggins hasta casi hacerlos transparentes.

—¿Te ayudo con eso? —preguntó Lucas, intentando que su voz sonara casual mientras daba un paso hacia ella.

Entre los dos terminaron de quitar el plástico, y cuando Marisa se incorporó, él apartó la mirada rápidamente, tratando de no parecer demasiado evidente. Salieron juntos de la habitación, y Lucas miró a su alrededor, notando el caos de cajas y muebles sin montar que invadían el apartamento.

—Parece que todavía tienes mucho trabajo aquí… —comentó, tratando de sonar despreocupado.

—Uf, ni te lo imaginas. Después de comer quiero montar unas estanterías y empezar a despejar esto un poco. Pero la verdad… no me apetece nada —dijo Marisa con una mueca.

Lucas vio la oportunidad perfecta.

—Si quieres, puedo ayudarte esta tarde. No tengo nada que hacer…

—No, Lucas, ya me has ayudado demasiado con el colchón. No quiero abusar de ti —dijo ella, aunque su sonrisa delataba que el ofrecimiento le agradaba.

—En serio, no es problema. Me encantaría ayudarte —insistió él, con una mezcla de entusiasmo y torpeza que arrancó una pequeña risa a Marisa.

Finalmente, ella cedió.

—Bueno, sí insistes… Pero al menos déjame invitarte a comer. Es lo mínimo que puedo hacer por todo lo que estás haciendo por mí.

—Está bien —dijo Lucas, tratando de ocultar su emoción—. Solo déjame ir a mi apartamento a dejar mi mochila.

Marisa asintió, y Lucas salió del apartamento sintiendo cómo un calor extraño subía desde su bajo vientre. La idea de pasar la tarde a solas con ella lo tenía completamente alterado, y al cerrar la puerta tras de sí, no pudo evitar soltar una sonrisa de puro nerviosismo. Esto iba a ser interesante.

Lucas regresó al apartamento de Marisa con el corazón latiendo con fuerza. La puerta estaba entreabierta, así que llamó suavemente antes de entrar.

—¡Pasa! Estoy en la cocina —se escuchó la voz de Marisa desde el fondo.

Él avanzó con cautela, viendo cómo la mujer se movía con naturalidad de un lado a otro mientras terminaba de servir la comida. Llevaba una camiseta holgada que caía justo por encima de sus caderas y dejaba entrever el contorno de su figura con cada movimiento. Al notar la presencia de Lucas, ella sonrió y le indicó que llevara los cubiertos al salón.

Lucas entró y observó la mesa del comedor. Estaba prácticamente cubierta de cajas, papeles y objetos desordenados, dejando apenas un pequeño espacio libre en un extremo.

—Perdona por el caos. Estoy intentando organizarme, pero parece que cuanto más ordeno, más lío hago —dijo Marisa al llegar con los platos de comida.

Él se limitó a sonreír, aunque la cercanía de ella mientras se sentaba le hizo difícil articular palabras. Ambos quedaron a escasos centímetros el uno del otro, compartiendo un pequeño rincón en la mesa. Lucas intentaba concentrarse en la conversación, pero cada vez que Marisa se llevaba el tenedor a la boca, abriendo ligeramente sus labios, sentía que la temperatura de la habitación subía. Peor aún era cuando su mirada se desviaba hacia su pecho, que parecía moverse con un ritmo independiente bajo la camiseta suelta.

Terminaron de comer, y Marisa explicó su plan: montar un mueble del salón y colocar un par de estanterías en la pared. Lucas aceptó, intentando calmar su mente y enfocarse en la tarea. Pero eso resultó ser una misión imposible.

Montar el mueble fue una auténtica tortura. Marisa estaba constantemente a su lado, inclinándose para buscar tornillos o herramientas, lo que dejaba su trasero a la altura perfecta para que él lo admirara. Aunque lo hacía con naturalidad, había momentos en los que parecía que se detenía más de la cuenta, como si supiera exactamente lo que estaba provocando. Lucas tragaba saliva, tratando de no perder el ritmo del montaje.

Sin embargo, la verdadera prueba llegó al colocar las estanterías. Lucas se subió a una escalera para fijarlas en la pared mientras Marisa le pasaba las herramientas desde abajo. Desde esa posición, tenía una visión privilegiada del escote de ella, que parecía abrirse cada vez más con cada movimiento. A medida que la camiseta caía hacia adelante, Lucas pudo notar el contorno suave de sus senos, llegando a admirar en alguna ocasión la aureola de sus pezones. Su respiración se hizo más pesada, y un calor punzante se acumuló en su cuerpo, delatado por el evidente bulto que empezaba a formar su polla en el pantalón.

—Ya está listo —dijo finalmente, con un tono entre aliviado y nervioso, mientras terminaba de fijar la última estantería.

Intentó bajar de la escalera rápidamente para evitar que su erección fuera evidente, pero en ese momento sintió algo que lo detuvo. Una leve caricia subió por su pierna, y al bajar la mirada, vio la mano de Marisa acariciándole la polla con una seguridad que lo dejó helado.

—Ya lo creo que está listo… —susurró ella con una sonrisa pícara, palpando con su mano directamente el bulto de su pantalón.

Lucas se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar mientras los dedos de Marisa acariciaban suavemente la cabeza de su polla. Todo lo que había fantaseado durante los últimos días parecía estar materializándose de golpe, pero la inseguridad lo invadió. ¿Qué podía ofrecerle a una mujer como Marisa, con toda su experiencia, cuando él apenas sabía lo que estaba haciendo?

De forma abrupta, bajó de la escalera, apartándose torpemente de ella mientras farfullaba una excusa incomprensible.

—Yo… creo que mejor… tengo que irme…

Marisa no se mostró molesta en absoluto. De hecho, lo observó con una sonrisa divertida, casi traviesa, mientras se cruzaba de brazos.

—Gracias por todo, Lucas. Si necesitas algo… ya sabes dónde estoy —dijo, su voz teñida de un tono que parecía prometer más de lo que decía.

Lucas salió del apartamento casi corriendo, con el rostro ardiendo y el corazón a punto de estallar. La escena se repetía una y otra vez en su cabeza mientras se dirigía a su propio apartamento. ¿Qué diablos acababa de pasar? ¿Y cómo demonios iba a enfrentarse a Marisa después de aquello?

CAPÍTULO 4.2

Marisa no era de las que se daban por vencidas fácilmente, y mucho menos con algo que le despertaba tanto interés. Lucas era un enigma encantador, con su mezcla de nerviosismo juvenil y esa mirada que se llenaba de deseo cada vez que la tenía cerca. No había que ser una experta para darse cuenta de que su huida no tenía nada que ver con rechazo, sino con inseguridad. Y si algo sabía Marisa, era cómo manejar a un hombre inseguro.

La estrategia era sencilla: provocarlo poco a poco, con sutileza, sin asustarlo. Quería que él tomara la iniciativa, pero sabía que primero tendría que quitarle esa timidez que lo atenazaba. Así que decidió empezar con pequeñas «coincidencias» en las zonas comunes del edificio, asegurándose de dejarle siempre algo en qué pensar.

La primera oportunidad llegó a la mañana siguiente. Lucas salía del ascensor con su mochila al hombro, dispuesto a enfrentar otro día de clases, cuando la puerta de Marisa se abrió. Allí estaba ella, con un vestido ajustado que realzaba sus curvas de una forma descarada. El escote era generoso, y el tejido de la prenda marcaba el contorno de sus pezones de manera evidente bajo la luz del pasillo.

—¡Buenos días, Lucas! —lo saludó con una sonrisa que mezclaba dulzura y picardía.

—B-buenos días… —respondió él, sintiendo que el calor subía a sus mejillas al instante.

—Oye, ¿puedes ayudarme un segundo? —preguntó Marisa, inclinándose ligeramente para ajustar una de las hebillas de sus sandalias. El movimiento dejó al descubierto aún más de sus piernas torneadas, y Lucas apenas pudo desviar la mirada.

—Claro… ¿qué necesitas?

—Podrías sujetarme esto mientras termino —dijo, señalando una caja que tenía en la mano.

Lucas tomó la caja, pero su mirada no podía evitar desviarse hacia el escote de Marisa, que parecía haberse diseñado específicamente para hipnotizarlo. Ella lo notó, por supuesto, pero no hizo nada para detenerlo. De hecho, aprovechó la cercanía para robarse un instante más de su atención.

—Gracias, eres un cielo —dijo finalmente, rozándole la mano al recibir la caja de vuelta.

Lucas apenas pudo balbucear una respuesta antes de escapar por las escaleras, sintiendo que su corazón estaba a punto de salir de su pecho.

Esa misma tarde, Lucas regresaba de la universidad cuando, al doblar la esquina del pasillo, se topó con la puerta del apartamento de Marisa abierta. Ella, estaba sentada en el suelo, con las piernas extendidas y rodeada de herramientas.

—¡Ah, Lucas! —dijo ella al verlo— Justo a tiempo. Este mueblecito me está ganando la batalla, y pensé que podrías echarme una mano.

Lucas tragó saliva. El «mueblecito» parecía apenas una excusa. Marisa llevaba unos shorts diminutos que dejaban al descubierto la mayoría de sus muslos, marcando su entrepierna intencionadamente y una camiseta sin mangas que apenas podía contener sus pechos.

—Claro… puedo ayudarte —dijo, arrodillándose junto a ella para evitar que sus ojos vagaran demasiado.

Mientras trabajaban, Marisa no se molestó en disimular sus movimientos para darle un buen espectáculo a su joven vecino. Cada vez que se inclinaba hacia adelante, su escote se abría lo suficiente como para provocar en Lucas una lucha interna. Cuando él intentaba concentrarse en el mueble, Marisa encontraba alguna excusa para inclinarse hacia él, rozando sus tetas ligeramente con su brazo o su pierna.

—Eres muy habilidoso para estas cosas —comentó ella, con una sonrisa ladeada que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.

Lucas intentó responder algo coherente, pero el torrente de pensamientos en su cabeza lo hizo quedarse mudo.

Cuando finalmente terminaron, Marisa se levantó y le ofreció la mano para ayudarlo a incorporarse.

—Gracias, Lucas. No sé qué haría sin ti.

—N-no hay de qué… —murmuró él, evitando su mirada mientras recogía sus cosas para marcharse.

—Nos vemos luego, vecino —añadió ella, despidiéndose con un guiño.

Lucas subió a su apartamento sintiendo que las piernas le temblaban. Estaba claro que Marisa estaba jugando con él, pero lo que lo mantenía en vilo era si realmente pretendía llegar más lejos… o si simplemente disfrutaba de verlo al borde del colapso. Lo que Lucas no sabía es que, para Marisa, aquello era solo el comienzo.

Los días siguientes, Marisa se convirtió en una maestra de la provocación. Cada encuentro en las zonas comunes del edificio era una nueva oportunidad para sembrar pequeñas semillas de deseo en el joven Lucas. No había prisa, ni presión. Marisa disfrutaba del juego, del arte de desarmar poco a poco las barreras de un chico al que le sobraban nervios y le faltaba confianza.

Una tarde, Lucas bajaba con intención de tirar la basura cuando, al doblar la esquina del pasillo hacia el cuarto de los contenedores, se detuvo en seco. Allí estaba Marisa, inclinada sobre la pequeña pileta que había en el espacio, fregando un cubo. Vestía una falda ligera, dejando entrever más de lo que era estrictamente necesario. Lucas intentó darse la vuelta antes de que ella lo viera, pero no tuvo éxito.

—¡Lucas! Justo a quien necesitaba —dijo Marisa, enderezándose con una sonrisa que parecía iluminar todo el pasillo.

—Eh… ¿Sí? —respondió, sintiendo cómo su boca se secaba de repente.

—Este grifo me está sacando de quicio. Parece que no puedo cerrarlo del todo y gotea. ¿Eres bueno con estas cosas?

El joven dejó la bolsa de basura a un lado y se acercó, tratando de no parecer demasiado nervioso.

—Déjame echarle un vistazo —dijo, arrodillándose frente al fregadero.

Mientras Lucas inspeccionaba la llave, Marisa se inclinó ligeramente hacia él para mirar también, colocando una mano sobre el hombro del joven. El movimiento hizo que su blusa se abriera un poco más, dejando al descubierto el generoso escote que Lucas intentaba no mirar.

—¿Puedes arreglarlo? —preguntó ella con un tono dulce, aunque bien sabía que Lucas apenas podía concentrarse en el grifo.

—S-sí, creo que es solo un ajuste —murmuró.

Finalmente logró detener el goteo, pero cuando intentó levantarse, su cabeza chocó accidentalmente contra el borde del fregadero.

—¡Ay! —exclamó Lucas, llevándose la mano a la cabeza.

—¡Cielo, estás bien! —dijo Marisa, ella sin pensarlo se sentó a horcajadas sobre él con evidente preocupación. Sus manos suaves se posaron en su rostro, inspeccionando el golpe.

—Sí, sí, estoy bien… —respondió Lucas, aunque su corazón latía con tanta fuerza que pensó que Marisa podría oírlo.

Cuando sintió la polla de Lucas presionando su coño lo miró fijamente durante unos segundos, con una expresión que mezclaba ternura y lujuria, algo que Lucas no podía definir con claridad. Luego, como si nada hubiera pasado, le dio un golpecito amistoso en la mejilla y se puso de pie no sin aprovechar rozar su coño ligeramente.

—Gracias por salvarme de la tortura de ese grifo. ¿Qué haría yo sin ti? —dijo, recogiendo la bandeja y caminando hacia la puerta.

Lucas se quedó allí, de rodillas, viendo cómo su falda se balanceaba mientras ella se alejaba. Esa noche, Lucas estaba en su apartamento, intentando distraerse con sus estudios, pero no podía quitarse a Marisa de la cabeza. Era como si cada gesto, cada palabra suya, estuviera diseñada para ocupar cada rincón de su mente.

Cerca de la medianoche, un ruido en el pasillo llamó su atención. Pensó que quizás se trataba de algún vecino regresando tarde, pero al abrir la puerta para asomarse, se encontró con Marisa, que luchaba por cargar una caja grande hacia su apartamento.

—Lucas, ¡qué suerte que estás despierto! ¿Podrías ayudarme con esto?

—Claro… —respondió él, saliendo al pasillo.

Al acercarse, notó que Marisa llevaba un camisón de seda que se aferraba a sus curvas de manera casi insultante. La tela suave se movía con cada paso, y a Lucas le costó un esfuerzo sobrehumano mantener la compostura. Entre los dos lograron meter la caja en el apartamento de Marisa, colocándola junto a las otras que aún no había desempacado.

—Gracias otra vez. Siempre llegas en el momento justo —dijo ella, apoyándose en la pared y suspirando.

—No es nada… —farfulló Lucas, sintiéndose repentinamente atrapado por la intimidad de la escena.

Marisa lo miró con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas. Dio un paso hacia él, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.

—Eres muy dulce, Lucas… —susurró ella, rozándole ligeramente el brazo con los dedos.

Lucas sintió cómo el tiempo se detenía. Quería hacer algo, decir algo, pero estaba paralizado. La tensión entre ambos era palpable, pero antes de que pudiera suceder algo más, Marisa dio un paso atrás.

—Bueno, no quiero quitarte más tiempo. Seguro que tienes cosas que hacer —dijo con un guiño, acompañándolo hasta la puerta.

Lucas salió tambaleándose, como si acabara de sobrevivir a un terremoto. Una cosa era segura: Marisa sabía exactamente cómo jugar con él, y lo hacía con una maestría que lo dejaba completamente indefenso.

CAPÍTULO 4.3

El día siguiente, Lucas decidió que lo mejor sería evitar a Marisa a toda costa. Su joven mente estaba hecha un caos, incapaz de procesar lo que sentía cada vez que la veía. Sin embargo, el destino parecía tener otros planes. Al llegar al portal después de clase, encontró una nota en su buzón:

«Lucas, gracias por toda tu ayuda. Si tienes un momento esta tarde, me vendría genial que me echaras un cable con un par de cosas más. No tardaremos mucho. —Marisa.»

El mensaje era tan simple como devastador. Lucas sabía que debería ignorarlo, pero sus pies parecían moverse por voluntad propia, llevándolo hasta la puerta de Marisa. Respiró hondo y llamó suavemente.

—¡Adelante, está abierta! —gritó la voz de Marisa desde dentro.

Lucas empujó la puerta, y lo que vio lo dejó sin palabras. Marisa estaba de pie en medio del salón, ajustándose un fino kimono de seda que dejaba entrever un conjunto de lencería negro. Los delicados encajes resaltaban su figura de manera hipnótica. Sus pechos, apenas cubiertos, se movían con cada pequeño ajuste que hacía al cinturón del kimono.

—Ah, ahí estás, Lucas. Perdona el desorden, estaba probándome unas cosas que encontré en una de las cajas. —Marisa se giró hacia él, sonriendo como si su atuendo fuera lo más normal del mundo.

Lucas se quedó clavado en el sitio, intentando no mirar demasiado tiempo, pero fracasando miserablemente.

—Ehh… yo… ¿qué necesitabas? —preguntó, con la voz temblorosa.

Marisa dio un paso hacia él, inclinando ligeramente la cabeza con un gesto inocente que contrastaba con su apariencia.

—¿Puedes ayudarme a colgar unas cortinas en el dormitorio? Intenté hacerlo yo sola, pero no llego —dijo, señalando una barra que estaba apoyada contra la pared.

Lucas asintió rápidamente, como si decir algo más pudiera delatar sus pensamientos. Ella lo guio hasta la habitación, y la situación no mejoró. El dormitorio estaba bañado por la suave luz del atardecer, y la cama, aún deshecha, parecía un escenario preparado.

—La escalera está ahí. Yo te paso la tela cuando estés listo —dijo Marisa, apoyándose en el marco de la puerta con una postura relajada que parecía cuidadosamente calculada.

Lucas subió a la escalera, concentrándose en la barra de cortina como si su vida dependiera de ello. Marisa, mientras tanto, se acercó para pasarle la tela. Al hacerlo, su mano rozó «accidentalmente» el paquete de Lucas, haciendo que él soltara un pequeño sobresalto.

—Tranquilo, no muerdo… mucho —dijo Marisa con una sonrisa traviesa.

Lucas apenas podía respirar. Desde su posición elevada, la vista era aún más perturbadora. El kimono de Marisa se había abierto un poco más, y el encaje de su lencería parecía burlarse de su autocontrol.

—¿Todo bien ahí arriba? —preguntó ella, fingiendo inocencia mientras se movía justo lo suficiente para que el joven no pudiera apartar la mirada.

—S-sí, ya casi termino —respondió Lucas, apretando con fuerza las manos alrededor de la barra.

Cuando finalmente terminó, bajó de la escalera con movimientos torpes, sintiendo el calor en su rostro como si estuviera al rojo vivo.

—Perfecto, ahora la habitación se ve mucho mejor. ¿Qué haría yo sin ti? —dijo Marisa, acercándose para colocar una mano en su hombro.

Lucas intentó decir algo, pero las palabras no salían. Marisa, sin embargo, parecía disfrutar de su silencio.

—¿Sabes, Lucas? Me recuerdas mucho a alguien que conocí hace años… —comenzó, dejando que sus dedos se deslizaran suavemente desde su hombro hasta su brazo.

Lucas tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

—Era alguien tímido, como tú, pero lleno de un encanto que era difícil de ignorar. —Los ojos de Marisa se encontraron con los suyos, y la habitación pareció hacerse más pequeña.

El joven no sabía qué hacer. Estaba a punto de decir algo, cualquier cosa, cuando Marisa dio un paso atrás.

—Bueno, creo que te mereces algo más que un «gracias» por todo lo que has hecho por mí. —Ella le guiñó un ojo y se giró, caminando hacia la cocina mientras el kimono se balanceaba con cada paso, dejando escapar apenas un atisbo de piel en cada movimiento.

Lucas se quedó allí, paralizado. No podía decidir si aquello había sido un juego o una invitación, pero una cosa era segura: Marisa no tenía intención de detenerse. Y él, por mucho que lo intentara, no podría resistirse por mucho más tiempo.

Lucas estaba inmóvil, como si el tiempo hubiera dejado de avanzar. Frente a él, Marisa era la encarnación del deseo, con su kimono entreabierto revelando su sensual lencería negra que abrazaba cada una de sus curvas. El joven trataba de desviar la mirada, pero cada intento era inútil; sus ojos regresaban al mismo lugar, atraídos como un imán al escote que asomaba descaradamente y a las sutiles transparencias que dejaban poco a la imaginación.

Marisa, consciente de su poder, jugaba sus cartas con maestría. Tomó dos copas de vino y se acercó a Lucas, con una sonrisa que mezclaba travesura y algo más peligroso.

—Lucas, relájate —dijo con voz aterciopelada mientras le entregaba una de las copas.

Él tragó saliva, sintiendo cómo sus manos temblaban ligeramente al sostener la copa. Marisa se sentó junto a él, tan cerca que sus piernas se rozaban. El calor que desprendía su cuerpo parecía derretir cualquier barrera que el joven intentara construir en su mente.

—¿Sabes? —comenzó ella, llevándose la copa a los labios y bebiendo lentamente — Me gusta tu compañía. Eres tan distinto de los hombres con los que suelo tratar… tan auténtico.

Lucas no sabía qué responder. Su garganta estaba seca, y el contacto visual con Marisa era una batalla perdida. Cada vez que miraba sus ojos, terminaba perdiéndose en la línea de su cuello, en el contorno de sus tetas que subían y bajaban con cada respiración.

—Gracias… yo… también disfruto estar contigo —balbuceó, sintiéndose ridículamente fuera de lugar.

Marisa dejó escapar una risa suave, claramente divertida por su nerviosismo. Entonces, sin previo aviso, dejó la copa sobre la mesa y se inclinó hacia él, colocando una mano en su muslo.

—Lucas, no tienes que ser tan formal conmigo. Estamos entre amigos… ¿o no?

El joven asintió, aunque su mente apenas podía procesar lo que estaba sucediendo. La mano de Marisa, cálida y firme, parecía quemar su pierna incluso a través del pantalón.

—Ven conmigo —dijo ella de repente, tomándolo de la mano y levantándose.

Lucas la siguió, incapaz de negarse, incapaz de pensar con claridad. Cuando llegaron al dormitorio, Marisa se detuvo frente a él y, sin apartar la mirada, dejó caer lentamente el kimono al suelo.

El aire salió de los pulmones de Lucas en un jadeo involuntario. Allí estaba ella, con un conjunto de lencería negro que parecía diseñado específicamente para torturarlo. El sujetador apenas cubría sus generosos pechos, dejando entrever la curva de sus pezones a través del encaje. Las ligas se ceñían sus muslos de una forma que hacía imposible apartar la mirada, y las transparencias del panty revelaban la piel tersa y cálida debajo.

—¿Qué te parece? —preguntó Marisa, girando ligeramente para que él pudiera apreciar cada ángulo de su figura.

Lucas tragó saliva, sin palabras. Su cuerpo respondía de maneras que no podía controlar, y el bulto evidente en su pantalón no pasaba desapercibido para Marisa, quien sonrió con satisfacción.

—Tranquilo, cariño. Esto no es un examen. Déjame mostrarte cómo se disfruta de verdad —murmuró mientras lo tomaba por el cuello y lo acercaba a sus labios.

El beso fue intenso, lleno de una pasión que Lucas jamás había experimentado. Marisa tomó el control desde el primer momento, sus manos recorriendo el pecho del joven, desabotonando su camisa con movimientos precisos. Lucas, torpe pero ansioso, trató de corresponder, acariciando la cintura de Marisa mientras su piel ardía bajo sus dedos.

—Relájate, Lucas —susurró ella contra su boca, mientras sus manos se deslizaban hacia la hebilla de su cinturón—. Deja que yo me encargue.

El joven no pudo más que obedecer. Marisa lo guiaba como una experta, tomando el tiempo para explorar y besar cada rincón de su cuerpo mientras él se entregaba completamente a ella. Sus labios, sus caricias, la forma en que lo miraba mientras lo desnudaba, dejándolo solo con su abultado calzoncillo, todo era parte de un juego que dominaba a la perfección.

Finalmente, lo llevó hacia la cama, empujándolo suavemente hasta que quedó recostado. Ella se colocó sobre él, dejando que sus tetas rozaran su rostro mientras se inclinaba para besarle el cuello.

— Eres delicioso, Lucas. Tan inocente… — dijo Marisa tirando de la goma del calzoncillo, liberando la polla erecta del joven — pero con tanto potencial —murmuró, dejando que sus palabras dieran paso a caricias al tieso falo.

Marisa dejó que sus ojos lo recorrieran lentamente. En el centro, la polla del joven se erguía con una arrogancia irresistible, en un contraste perfecto entre suavidad y firmeza. Abajo, sus hinchados huevos, redondos, parecían esperar su turno a ser acariciados.

Aspiró profundamente el aroma que flotaba en el aire, un perfume cálido y embriagador que encendió todos sus sentidos.

—Esto promete ser… inolvidable —susurró con una sonrisa lasciva.

Primero se acercó a los testículos, deslizando los dedos por la piel con delicadeza. —Vaya, se ven tan apetecibles… —murmuró antes de lamerlos con suavidad.

— Mmmfff — gemía Lucas, que de vez en cuando abría los ojos para observar lo que hacía Marisa.

La atención de la mujer madura regresó a la polla, al centro de la tentación. La rodeó con sus dedos y lo masturbó lentamente para admirarlo bajo la luz, como si quisiera guardar una imagen en su memoria. Inclinó la cabeza y aspiró profundamente su aroma, dejando escapar un gemido suave.

—Esto… esto va a ser un pecado… mírame a los ojos, Lucas.

Sin más preámbulos, hundió la cabeza en su boca bajo la atónita mirada del joven que veía como su polla desaparecía lentamente. Una sinfonía de jugos preseminales se deslizaba por su lengua como caricias cálidas. La textura era perfecta: firme, suave… y grande, como si la retara a tragarlo hasta el final. Mamó despacio, alargando el momento mientras la cabeza atravesaba su garganta, haciendo que cerrara los ojos.

—Definitivamente joven… y deliciosa —dijo en voz baja, relamiéndose con descaro.

Jugó con el fierro de Lucas, cambiando de pequeños movimientos a deslizar su boca por toda la polla con un ritmo casi calculado. Cuando volvió su atención a las bolas, sonrió, mordiéndose el labio inferior.

—No crean que me he olvidado de ustedes, preciosas.

Llevándoselas a la boca con el mismo cuidado con el que acaricia algo que se desea. El contraste entre la blanda textura de sus huevos y la firmeza de su rabo le hacía que quisiera mamarlo todo a la vez. Alternó entre ambos, disfrutando cada combinación como si fuera una coreografía íntima.

Con más de la mitad de la polla en su garganta sintió la respiración acelerada de Lucas, asi que la sacó lentamente, dejando que sus babas cayeran sobre ella, mirándola mezcla de hambre y travesura.

—Aún no quiero terminar contigo… —susurró mientras pasaba la lengua por sus labios, recogiendo cualquier rastro de los jugos que quedaban—. Y necesito que esté bien dura.

Se tumbó sobre el joven buscando su boca, buscando su lengua mientras ponía las manos de Lucas sobre su culo — ¿Quieres comerme el coño ahora tu? — preguntó mientras besaba su cuello.

— Ssi… — dijo Lucas con un hilo de voz.

— Levántate — le pidió ella.

Lucas hizo lo que le pidió y ella se puso a su lado — Soy toda tuya, vecino — dijo rozándose con su cuerpo.

El joven se envalentonó y se atrevió a quitar el broche del sujetador, que para sorpresa de la madura mujer lo hizo casi sin pestañear. Ella se acercó aún más ofreciéndole sus tetas. Él las tomó con sus manos, sintiéndolas aún más grandes de lo que había imaginado. Ella le tomo de la cabeza suavemente con sus dos manos y lo guio hasta ellas.

— Chúpame los pezones… — murmuró Marisa.

Lucas empezó a pasarles su lengua, a succionarlos lo mejor que sabia. A Marisa le parecía enternecedora la inexperiencia de su joven vecino a pesar de que se esforzaba en su tarea, incluso llegando a tirar del tanga para quitárselo, pero Marisa lo detuvo.

— Déjame esto a mi — dijo ella separándose de él y subiéndose a la cama, arrodillada, tiro lentamente del tanga dejando ver los apretados labios de su coño.

El joven Lucas se acercó lentamente a la cama, como hipnotizado, sin apartar la mirada de la raja de su vecina. Brillaba bajo la luz, con su piel rosa y húmeda, mientras los pequeños labios algo más oscuros asomaban como si lo invitaran a explorar más allá de lo que veía.

con una sonrisa suave pero cargada de intención, le susurró:

—Disfruta sin miedo — le susurró Marisa, con una sonrisa suave mirando por encima de su hombro.

Lucas alargó la mano con cierto titubeo, acariciándole el culo. Sus dedos sintieron de inmediato la suavidad de la piel tersa y lisa, que contrastaba con la jugosa imagen del coño. Su mirada era curiosa, casi reverente. Nunca antes había tenido un coño tan de cerca.

Acercó su rostro, inclinándose para analizarla de cerca. Fue entonces cuando el aroma lo golpeó, un perfume tan intenso y evocador que le hizo cerrar los ojos por un segundo. Instintivamente, sacó la lengua y la deslizó sobre la superficie húmeda, probando el sabor por primera vez.

Marisa, que lo observaba con atención, dejó escapar una pequeña risa al verlo tan inseguro.

—Así no, Lucas. Tienes que darle un buen lametón, sin miedo.

Lucas la miró, algo avergonzado, pero se dejó guiar. Hundió la cara en su culo, dándole un buen lametón, introduciéndose entre los labios del coño de Marisa dejando que el sabor se deslizara por su lengua como una ola. Siguió lamiendo mientras los fluidos empezaban a emanar, tomándolo por sorpresa, el líquido tibio y dulce se escapaba por las comisuras de sus labios, resbalando por su barbilla. Él no se molestó en limpiarlo; estaba demasiado absorto en el placer del momento.

—Es… increíble —murmuró entre lamidas, mirando como se iba abriendo el coño de Marisa.

—Siiiii… espera un momento —respondió ella, entre intensos gemidos dándose la vuelta — Ya sabes cómo hacerlo, ahora mete tus dedos también — le ordeno tumbándose boca arriba y abriendo sus piernas.

Lucas asintió, ganando confianza. Llevo sus dedos hasta su coño, dejando que los fluidos los impregnaran. Las lubricadas paredes se abrían a su paso, palpando una textura que nunca había experimentado antes.

— Ahora usa tu lengua… aquí… uff… sigue metiendo tus dedos… — dijo Marisa abriéndose los labios con sus dedos y señalándole su abultado clítoris.

Lucas lo miró un instante, de forma curiosa, antes de pasar la punta de su lengua suavemente. Al ver como el cuerpo de Marisa se arqueaba, continuó lamiendo, chupándolo mientras sus dedos entraban y salían del coño de su vecina.

— Ahhh… si… si Lucas… sigue que me corrooooo… — gritaba Marisa, pellizcando sus pezones con fuerza.

Los fluidos continuaban cayendo, trazando pequeños caminos por su barbilla y empapando sus manos. Pero no le importaba. Nunca había probado algo tan delicioso, tan intenso y excitante. Cuando Marisa se quedó quieta, él se hizo hacia atrás, observó como el agujero del empapado coño se abría y cerraba con la respiración de ella.

—¿Lo hice bien? —preguntó, todavía con los labios brillantes.

Marisa se inclinó hacia él, mirándolo con una mezcla de ternura y picardía.

—Tranquilo, Lucas. Lo hiciste bien… pero vamos paso a paso.

Lucas sonrió, un poco ansioso pero dispuesto a seguir el ritmo que ella marcara. Miró el resto de los fluidos que había dejado sobre la sabana de la cama, sintiéndose orgulloso del placer que le había provocado.

Marisa lo miraba con intensidad, su mirada fiera y decidida. —Túmbate — le dijo, con una mirada decidida. No había lugar para la duda en sus ojos, quería esa polla en su coño ya.

Lucas no pudo evitar estremecerse ante la petición. Obedeció, y se recostó en la cama, con sus nervios a flor de piel mientras la observaba ponerse junto a él, deslizando sus dedos por su polla. Ella se agacho y volvió a darle una mamada. La forma en que ella lo hacía, sin prisa, con una sensualidad, que lo mantenía hipnotizado. Sus labios recorrieron cada centímetro de la piel desnuda, sin poder apartar la vista. —¿Te gusta cómo te chupo la polla, vecinito? —preguntó Marisa, provocadora, mientras se rozaba suavemente el glande por sus húmedos labios.

Lucas no podía evitar suspirar. Nunca había estado con una mujer y estaba pasando de esa forma tan… directa. Aun así, se las arregló para aguantar, aunque su voz temblaba ligeramente, delatando su nerviosismo.

—Si… sí. Eres… increíble.

Marisa sonrió con satisfacción y se incorporó con movimientos felinos, hasta que quedó encima de él, sus rodillas a ambos lados. Tomó las manos de Lucas y las colocó en sus caderas, presionándolas ligeramente. lentamente se incorporó, moviéndose lentamente, rozando su coño por la polla del joven.

—¿Estás nervioso? —preguntó, con tono teñido de burla.

—Yo… nunca he hecho algo así —confesó en voz baja, casi como un susurro.

Marisa sonrió con picardía mientras levantaba una de sus piernas y guiaba el falo de Lucas hacia su coño.

—Eso lo sé, cariño — dijo Marisa dejándose caer suavemente — Pero no te preocupes, para todo hay una primera vez… y estarás en las mejores manos — dijo ya sin poder contener un gemido al sentir como iba entrándole,

La sensación de su coño, suave y cálido, lo invadió por completo, y pudo sentir la presión de sus caderas sobre las suyas. Para el inexperto Lucas todo lo que había fuera de esa habitación parecía haber desaparecido, todo su ser estaba concentrado en aquel placentero momento.

—Relájate, cariño —dijo ella, con tono suave pero dominante —Quiero que disfrutes de esto.

Lucas, aunque algo nervioso, trató de relajarse, pero se pensaba al tratar de no correrse demasiado pronto. Marisa empezó a moverse sobre él con lentitud, casi como si quisiera saborear cada momento. Ella sabía lo que hacía, y la forma en que su cuerpo se movía sobre el suyo lo llevaba a un estado de frenesí.

—¿Te gusta? —preguntó Marisa mientras sus movimientos se volvían un poco más intensos, golpeando suavemente los muslos del joven con su culo.

—Dime que te gusta, Lucas.

Él apenas pudo articular una respuesta, su mente nublada por el placer.

—S… sí, me gusta. Me… encanta.

Con una sonrisa satisfecha, Marisa continuó. Su cuerpo se movía con destreza, dominaba el ritmo con absoluta confianza, sin esconder su placer en sus intensos gemidos.

—Relájate, cariño. Deja de pensar tanto. Esto no es un examen — dijo al ver el tenso rostro del joven.

Lucas rio nerviosamente, pero poco a poco comenzó a soltarse. Sus manos, que al principio habían estado rígidas en sus caderas, comenzaron a subir con más confianza hasta atrapar sus tetas. Sentía cada curva de su cuerpo bajo sus dedos, la suavidad de su piel, la dureza de sus pezones y algo dentro de él comenzó a despertar.

—Eso es. Ahora estás entendiendo cómo se hace —dijo Marisa con una sonrisa satisfecha al notar la lengua del joven juguetear con sus pezones.

Tras torturar al joven con sus movimientos, Marisa se tumbó sobre la cama, dándole el espacio para que él se posicionara encima de ella. Con una mirada desafiante, le dijo:

—Ahora eres tú quien me va a hacer sentir todo lo que yo te he hecho sentir. Muéstrame lo que puedes hacer con esa rica polla — dijo con una mirada desafiante.

Lucas, aun algo tenso, se arrodilló frente a ella e intentó meterla sin demasiado éxito. Ella lo tomó por su muñeca y con suaves movimientos le fue guiando. Primero frotando, haciendo que el glande abriera sus labios, hasta encontrar la entrada y entonces el mismo empujó hacia adentro, sintiendo de nuevo el calor de su coño. Marisa, con una sonrisa en su boca descanso la cabeza hacia atrás y subió sus piernas, sujetándolas con las manos.

—Muévete despacio, Lucas. Quiero sentirlo completo.

Él comenzó a moverse con cautela, siguiendo sus instrucciones. Al principio, los movimientos eran torpes, pero a medida que avanzaba, la confianza empezó a crecer en él. Marisa no dejaba de mirarlo, con su respiración cada vez más entrecortada mientras sentía cómo el ritmo de sus caderas se volvía más fluido, más sincronizado.

—Así me gusta —dijo Marisa con una sonrisa provocadora—. Sigue así, no temas soltarte.

Lucas, tomó aire, agarró las piernas de su madura vecina y aumentó el ritmo. El placer se intensificaba con cada embestida. Marisa gimió sonoramente, señal de que su orgasmo estaba cerca.

—No pares ahora, Lucas —susurró entrecortada, casi rogándole mientras con su mano se frotaba el clítoris —Hazlo más rápido, más fuerte… ¡Vas a hacer que me corraaaa!

Lucas aceleró el ritmo aún más, disfrutando de cómo Marisa se estremecía a cada estocada. Hasta que, con un grito ahogado de placer, Marisa se corrió como hacia tiempo que no lo hacia, con su cuerpo temblando bajo él. Lucas, sintiendo como el coño de Marisa apretaba su polla, no pudo aguantar más. Instintivamente saco su polla y tras meneársela un par de veces empezó, a correrse también, sintiendo un placer tan intenso que su mente se nubló por un momento, sin importarle que el primer chorro llegara hasta la cara de Marisa. El joven echo su cabeza hacia atrás, derramando su semen por el cuerpo de su madura vecina que emitía un gemido cuando sentía el calor de su néctar. Ambos se miraron, exhaustos, pero satisfechos.

Marisa lo miró con una sonrisa pícara mientras llevaba el semen de su cara hasta su boca, todavía respirando con dificultad.

—Ves, no era tan difícil. Aprendes rápido.

Lucas sonrió, aún sin poder creer lo que acababa de ocurrir.

El resto de la noche exprimió a Lucas de formas que jamás podría olvidar. Marisa disfrutó de su juventud, llevándolo más allá de cualquier límite que hubiera imaginado, enseñándole con cada movimiento que el placer era algo para ser disfrutado, no para temerlo. Cuando finalmente cayeron exhaustos sobre las sábanas, ella lo miró con una tierna sonrisa.

—Creo que finalmente estás empezando a soltarte, vecino —dijo con una risa burlona, acariciándole su ya flácida polla mientras él intentaba recuperar el aliento.

Lucas, aún sin palabras, supo en ese momento que su vida nunca volvería a ser la misma.

Lucas desde aquel día dejo de ser el mismo. Ya no era el mismo joven tímido de semanas atrás. Marisa lo había transformado en un amante seguro, dispuesto a tomar el control cuando era necesario, pero también a dejarse guiar en esa lujuria prohibida que compartían.

Con la llave que Marisa le había dado, Lucas abrió la puerta del apartamento sin dudar, dejando atrás la formalidad de tocar la puerta.

—Marisa, ya llegué —anunció, su voz firme y serena.

Ella lo esperaba en el salón, una visión que parecía salida de sus fantasías más intensas. Llevaba un conjunto de lencería negro, con encaje que apenas cubría lo esencial, dejando entrever la plenitud de sus pechos y las suaves curvas de sus caderas. Las medias de liguero completaban el conjunto, acentuando sus piernas, que parecían hechas para enredarse alrededor de su cintura.

Marisa se apoyaba en el marco de la puerta, su mirada cargada de intenciones. Sin decir una palabra, se acercó a él, sus tacones resonando suavemente en el suelo de madera.

—Justo a tiempo, Lucas —susurró, su voz ronca de deseo—. He estado pensando en ti todo el día.

Sin darle oportunidad de responder, tomó su mano y lo condujo al sillón. Lo hizo sentarse, con sus ojos clavados en los de él.

—Relájate, cariño.

Lucas tragó saliva, completamente embelesado por la mujer que ahora se arrodillaba frente a él. Sus manos firmes se posaron en sus rodillas, deslizándose lentamente hacia su cinturón. Marisa sonrió con picardía mientras lo desabrochaba con destreza, dejando que sus dedos rozaran la piel de Lucas de manera sutil, arrancándole un temblor.

—Mira lo que tenemos aquí —dijo ella en un morboso susurro, mientras bajaba los pantalones de Lucas hasta las rodillas, liberando su polla por completo.

El deseo de Lucas era más que evidente, y Marisa lo observó con deleite, mordiéndose el labio mientras sus manos acariciaban su falo con la seguridad de una mujer que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

—No sabes cuánto he esperado este momento… —añadió antes de inclinarse rozando las piernas del joven.

Marisa levantó la mirada mientras sus labios rozaban suavemente sus huevos, disfrutando de cada reacción que provocaba en el joven. Su lengua dibujó un lento recorrido hacia la cima, arrancándole un gemido.

Lucas dejó caer la cabeza hacia atrás cuando ella se la metió en la boca, con sus dedos hundiéndose en el tapizado del sillón mientras Marisa lo llevaba al límite con movimientos lentos, sensuales y cargados de pasión. Cada succión era una prueba del control que ella tenía sobre él. Sin embargo, el transformado Lucas tenía el plan de intercambiar el juego de poder. Agarró la cabeza de Marisa y empezó a obligarla a tragarse toda su polla, una y otra vez hasta que sin dejar que la sacara de su boca empezó a correrse. Sujetaba su cabeza mientras ella lo único que pudo hacer es tragar todo el semen que pudo entre arcadas y toses hasta que se apiado de ella y la soltó.

—Definitivamente, ya no eres el chico tímido del ascensor —dijo ella escupiendo, dejando escapar una sonrisa lasciva.

Lucas dándole golpecitos con su polla en la cara, le devolvió la sonrisa.

—Y tú ya no eres solo mi vecina.

FIN

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