De cómo las mujeres me sacaron de la miseria

Yo, Mariano, siempre fui, al decir de mis amigos tosco y maleducado para ligar.

Pero ligaba más que todos ellos, y no solo eso, follaba muchísimo más.

Mi táctica era decirle al futuro trofeo, sin ambages, lo grande que era mi polla, lo bien que la utilizaba y la cantidad de orgasmos que le proporcionaría.

Sabía por experiencia que al primer intento, si no recibía una bofetada me mandaban a la mierda.

Al segundo amenazaban con contárselo a alguien o llamar a la policía.

Al tercero se reían. Al cuarto se lo pensaban. Y al quinto o al sexto me las estaba follando.

No tenía por qué dudar pues en emplearla con aquella mamá que todas las tardes, al volver del trabajo, me cruzaba después de recoger a su niña de dos años de la guardería que había tres portales más allá.

No podría decir qué me gustaba de aquella hembra, pero el caso es que me tenía obsesionado.

Sin pretenderlo soñaba con ella y la comparaba con otras mujeres cuando me encontraba deseando soltar un polvo. Siempre ganaba ella en la comparación.

La mujer debía rondar la cuarentena de años, no mediría más de 1.60, era rellenita en apariencia, piel muy blanca, de cara muy agradable y simpática, con pelo corto rubio, unas manos de dedos cortos y regordetes perfectamente cuidadas y uñas pulcramente lacadas en un atractivo color rojo.

Vestía siempre una talla inferior a la que le correspondía por lo que se acentuaba su redondez, ya que no se pueden decir curvas porque no había muchas.

Pata gruesa y sólida. En fin, jamás podría decir de ella que era un monumento. Pero me ponía y punto, decidí follarla.

La abordé un día con mi burda táctica y resultó lo esperado, igual que al día siguiente en el segundo intento.

Cuando inicié el tercero con la convicción de tener que llegar al sexto o, incluso séptimo si era preciso, no podía imaginar que esa misma tarde la tendría en mi casa tomando un café mientras su niña veía dibujos animados.

Como mi elementalísima lógica me decía que si una mujer a la que le has dicho claramente que tienes una gran polla y que le vas a dar muchos orgasmos, sin otra clase de conversación, está en tu casa voluntariamente, es que lo quiere.

Así que puse una larga cinta de vídeo para su niña a quien aprovisioné de un gran paquete de gusanitos que seguramente la mamá no hubiera consentido que se comiese en otras circunstancias. Tomé a la señora de una de sus lindas y regordetas manos y la llevé al dormitorio.

La desnudé en un santiamén mientras ella no paraba de decir «Dios mío, Dios mío, qué estoy haciendo», expresión que se cambió por gemidos de placer cuando metí mi lengua en su chochete y manejando el clítoris con la punta le proporcioné su primer orgasmo.

Después de haberla complacido tan rápidamente me tomé tiempo para examinar el cuerpo de aquella adquisición mientras ella, pese a que no paraba de hablar sobre el pecado que estaba cometiendo, de que era una mujer casada y madre y una serie interminable de tonterías para justificar la facilidad con que había caído, no paraba de sobarme con sus preciosas manitas donde destacaba su anillo de casada.

Aquella zorra era como esperaba mi instinto: Un bollito redondito y suave rodeado de un impoluta y delicada piel sin imperfección alguna, muslos gruesos y nalgas en armonía, su barriguita ligeramente prominente con su delicioso pliegue antes de la pelvis y otros que se desvelaban según la postura, unos pocos pelitos rubios en el coño que esperaba conseguir que eliminase para gozar de la vista de éste: Solo labios externos muy cerrados y abultados, sin delimitar, casi como una prolongación de la delicada piel de su monte de Venus, como un apetitoso pastelito blanco.

El ojete del ano apenas tenía estrías y era muy oscuro, virgen sin duda.

Sus pechos eran pequeñitos, caídos y muy separados, como unos perojitos, pero con unas areolas muy oscuras, ideales para meterlos enteros en la boca.

Esa mamá era un precioso tesoro de carne acogedora y suave a la que podría estar pegado uno de por vida como cuando eres un bebé con la teta materna, ya que no producía ninguna sensación de peligro o complicación.

Estuve media hora comiendo aquellas deliciosas carnes proporcionándole, con tan mínimo trabajo y placer, otro orgasmo muy caudaloso en cuestión de flujo vaginal.

En ese tiempo, sin menoscabo de su placer y de los gemidos que soltaba, no paró de hablar.

Me enteré de que no trabajaba porque no tenía más profesión que la de ama de casa, de los menús que preparaba, de las tiendas de ropa en las que compraba, de los nombres de sus amigas y de sus problemas, de los programas de televisión que le gustaban, de las enfermedades de la niña,… y, único dato interesante,… de que su marido ya no quería follarla,

Me liberé de su constante charla cuando le metí la polla en la vagina y , ante mi asombro, en poco tiempo se corrió dos veces seguidas encharcándome la cama.

Cuando intenté metérsela por el culo no me dejó, y ante mi pretensión de conseguir una mamada, cerró la boca como la caja fuerte de un banco. Sin más remedio seguí follando su anegada vagina donde solté mi semen sin ningún inconveniente.

Sin haber concertado ninguna cita, al día siguiente, cuando nos encontramos como era habitual, se vino conmigo como si fuera algo normal, portando una bolsa adicional a la que llevaba ordinariamente con las cosas de guardería de la niña.

Llegados al piso, abrió aquella bolsa y de ella extrajo una serie de juguetes y unos botes de cereales y leche con los que preparó la merienda de la nena y que guardó en los desordenados armarios de mi cocina.

Sacó también unas cintas de vídeo infantiles, las puso en el reproductor y a continuación me dijo, como si fuera algo cotidiano:

– Ya estoy dispuesta.

Y tomando mi mano con la suya tan deliciosa y cálida me condujo a mi dormitorio, donde me desnudó a mi, se desnudo ella misma con todo desparpajo ante mi asombro y se me tiró encima como si fuera su amante de siempre.

La trajiné con la aplicación debida a tan tiernas y maternales chichas después de disfrutar con avances en los tratamientos preliminares, como era el meter enteras sus teticas en mi boca o explorar con mis dedos sus rollizos, abombados y preciosos muslos y sus apretadas y níveas nalgas, que me condujeron a su desconocido, para mi polla, ano.

Esta vez me dejó meter en él un dedo, después dos y, mientras no paraba hablar y de lamentarse de que estaba comportándose como una puta, intercaló una exigencia que me dejó perplejo por un momento pero que inmediatamente ejecuté:

– Vamos, ya que soy una puta, dame por el culo y por donde quieras.

Si no hubiera sido por su niña, aquella tarde se habría prolongado 24 horas: me la mamó sin ningún reparo hasta habiéndola tenido metida en su coño o en su culo, la sodomicé alternando con el coño varias veces pese a sus dolores iniciales e hicimos medio Kamasutra en el poco tiempo que tenía para que su criatura no se aburriese y demandase su presencia.

A partir de entonces todas las tardes tenía a mi disposición aquellas sabrosas, jugosas y lechosas carnes, A cambio me inundó la casa de juguetes y mi austera cocina de un montón de artilugios. Lo peor era su continuo parloteo, menos mal que como casi siempre la estaba follando no escuchaba casi nada.

Un mal día, después de tres meses de disfrute de su abundancia, apareció en casa con varias maletas que portaba el taxista que la había traído.

Me explicó que su marido se había enterado de su adulterio conmigo, había obtenido pruebas indiscutibles y le había planteado una demanda de divorcio.

Que había consultado con su abogado el cual le había aconsejado que aceptase cualquier acuerdo ya que tenía todas las de perder.

Así que su marido se quedaba con casi todos los bienes y –generosamente- le dejaba la custodia de la niña.

Como no tenía donde ir se mudaba a mi casa porque, de acuerdo con su lógica, que me expuso cerca de diez veces, yo también era culpable por inducirla a la concupiscencia. Así se instaló, criatura incluida, en mis pobres dominios de solterón acostumbrado a la libertad.

Su continuo parloteo intrascendente quedaba compensado mientras manipulabas y enfundabas tu polla en aquel organismo tan deseable, pero soportarlo el resto del día y verte invadido en tu forma de vida era demasiado. Así que un día, con la esperanza de que se largase a casa de algún familiar, le planteé que mi economía no alcanzaba para atender todos los gastos que me implicaban su presencia y la de su niña, que seguía yendo a la guardería mientras ella se devoraba las telenovelas que después me contaba detallada e incansablemente. Ya que no tenía ninguna pericia salvo las tareas domésticas como mamá, estaba casi seguro de que se marcharía.

Pues no. No se marchó, pero encontró trabajo y traía mucho dinero diariamente.

Al cabo de un par de semanas, intrigado por tal cantidad de dinero y en pagos diarios le interrogué sobre su trabajo. Con la mayor tranquilidad, como si fuera algo corriente, me dijo que trabajaba de ramera en un acreditado burdel de la ciudad.

A continuación pasó a contarme, naturalmente con todo lujo de detalles, que estaba a prueba y que dentro de tres días le comunicarían si quedaba fija, pero que entonces debía designar a su tutor –proxeneta o chulo, en palabras menos finas- y que no le quedaba más remedio que nombrarme a mi.

Sin atender a las sumas de dinero que aportaba, solamente por no tener que soportar su interminable cotorreo continuamente, acepté el papel asignado.

Desde entonces comencé a utilizar el condón para follarla, pero ella me dijo que los clientes de la selecta, distinguida y acreditada institución para la que trabajaba tenían que acreditar periódicamente la carencia de enfermedades transmisibles sexualmente, por lo que reanudé la costumbre de vaciar libremente mi semen en cualquiera de sus orificios.

Un día me exigió que la pusiese mi marca sobre su cuerpo para demostrar que tenía su chulo, porque todas las putas del burdel la tenían y se mofaban de ella por no tenerla.

Después de discutir donde se la pondría, cómo y con qué diseño, conversaciones que duraron más que la negociación de los servicios mínimos de una huelga y me llevaron al borde del suicidio o del asesinato, fuimos a hacerle el tatuaje imborrable.

Porque la convencí del tatuaje, que quería un marcado con hierro al rojo vivo.

Para qué comentar que no me admitió la sugerencia de un tatuaje temporal. Habíamos acordado que el tatuaje sería punteado sobre su precioso, sedoso y prominente monte de Venus, curvado alrededor y colindante al vértice de su hendidura vaginal y que se formaría de un símbolo que, aburrido obtuve por internet, y el texto «PUTA DE M.» En letras formato «lucida calligraphic» .

Cuando le dijimos al tatuador lo que queríamos y puesta la señora sobre la camilla de trabajo, el tipo se permitió, sobando descaradamente los muslos de la mamá, decirme la suerte que tenía de poseer una puta así, de hechura tradicional, ya que últimamente, por las que había tatuado, se estilaba el tipo de puta estilizada, que realmente no gustaba pese a la propaganda de los mass-media, que a los hombres ciertamente les gustan las mujeres opulentas como mi puta y que ella me iba a procurar muchos beneficios económicos.

El primer beneficio económico cierto fue el de que el tatuador nos hizo un descuento del 50% sobre su tarifa a cambio de follarla. Pero realmente salí malparado en ese aspecto, porque en lugar de tatuarle sencillamente «PUTA DE M.» salió del lugar, a voluntad, como «PUTA DE MARIANO» y, además portando una rosa sobre una teta, un arete en el perforado pezón de la otra con una plaquita colgante que decía «Puta 01 de Mariano», y un gran festón florido sobre su zona lumbar.

Cierto es que aquel sabroso bollito había duplicado su seducción y, como me predijo el tatuador al despedirnos, la puta iba a amortizar el gasto invertido en menos de un mes.

Económicamente fue una gran inversión el marcado de la puta y sus adornos, pero el problema surgió cuando, debido al exceso de demanda de sus servicios comenzó a hacer horas extraordinarias y a dejarme al cuidado de la niña.

No tuve más remedio que reprocharle esa conducta y se mostró afligida. Nuevamente erré, porque a los dos días apareció en casa con una niñera.

Esta era una jovencita negra compañera del burdel que había sido despedida por quedar preñada .

Me convencieron ambas para contratarla como niñera residente en la casa bajo el incentivo de que también podría follarla por cualquier sitio.

La negrita tendría no más de 19 años y presentaba aparentemente una grupa y unas tetas bien resaltadas, aparte la insolente barriga de preñada. Cuando la desnudé para catarla delante del bollito-mamá advertí que exhibía dos marcas de puta distintas y me contó su historial en el oficio:

Primero, al llegar a la ciudad introducida en el país por una mafia de traficantes de inmigrantes, tuvo que trabajar, con 16 años aunque aparentaba 20, como puta callejera en un conocido parque.

Cuando pagó a la mafia la deuda del viaje la vendieron a un chulo que, puesto que ya tenía 18 años, la puso a trabajar de segundona en películas porno, haciendo siempre escenas de los más duro, a las que no se prestaban las actrices consagradas.

Por un vídeo la conoció un ricacho que la alquiló a su proxeneta como puta de familia durante seis meses.

En la mansión del ricacho tuvo que prestar sus servicios a él, a su esposa, su hijo, su hija, los invitados y hasta al perro. Como siempre había invitados se pasaba la vida desnuda.

Una noche en que estaba en período de descanso de la píldora anticonceptiva y se había colocado un dispositivo mecánico, hubo una orgía en la que participaron unos doce varones y ocho hembras, entre ellas la esposa, la hija y la madre de su arrendador y fue usada por todos y todas.

En un momento dado, mientras estaba siendo sodomizada, la esposa, por hacer una gracia le metió la mano dentro del coño y le quitó el anticonceptivo.

En plena vorágine de sexo en la que el patrón follaba incluso a su hija y su madre, no tuvo ocasión de reclamar y siguió siendo usada por todos sus agujeros.

Tres meses después supo de su embarazo y fue mandada junto a su chulo, al que no pudo ver porque se encontraba encarcelado. Así pues se contrató en el burdel hasta que su barriga fue tan vistosa que no quisieron saber de ella.

Excitado por su historia gocé durante dos horas, asistido por la mamá bollito, de su escultural cuerpo preñado y decidía quedármela en vista de su alto nivel de prestaciones.

No obstante, como niñera no sería rentable así que le sugerí que mientras llegaba el parto sería conveniente que aportase dinero a la pequeña comunidad prestándose a posar para fotos o películas porno de preñadas, ya que, teniendo en cuenta su experiencia sería bien pagada. Miramos algunas direcciones en internet y concertamos tres entrevistas a las que la mamá decidió acompañarla al día siguiente.

Regresaron las dos muy satisfechas ya que en el primer lugar les ofrecieron a ambas un buen dinero por follar ante las cámaras y no siguieron buscando.

En una sesión de cinco horas con cuatro sementales habían producido una película comercial de hora y media. Me sentía tan orgulloso de mis putas que las invité a cenar en un restaurante.

Allí, mi bollo, que por cierto se llama Virginia, en un momento que nos dejó solos su nena correteando por el restaurante, me dijo que convenía poner mi marca de puta a Nanq, como se llamaba la negrita. Convenimos hacerlo a la mañana siguiente.

Como las dos golfas no habían parado de sobarme durante la cena, los camareros se debieron percatar de la situación, porque al salir, uno de ellos me dijo con retintín

  • Cómo le envidio señor, por ser el propietario de estas hermosas y dignas señoras.
  • Pues por 200 euros puede usted disfrutar de la que le plazca.

El camarero no dudó mucho y, entregándome el dinero, se llevó a la negrita de la mano. Al poco rato vino otro camarero y, con el mismo requisito previo se llevó a mi tierno bollito.

Cuando me estaba cansando de esperar cargado con la chiquilla ya impaciente aparecieron las dos un poco malolientes y me entregaron 600 euros más.

Resulta que cuando terminaron de follar a los clientes que yo conocía, aparecieron dos camareros más que les pagaron esa cifra por hacerles una mamada de polla, beberse su semen y dejarse mear. Recaudación total: 1000 euros. A cambio, unas cenas que costaron 50 euros. Buen negocio.

Fuimos a marcar a Nanq y esta vez el tatuador solamente nos cobró el material, ya que las dos furcias le hicieron un servicio a dúo. Nanq salió con un gordo anillo de titanio en el clítoris de donde colgaba una plaquita de plata que decía «Puta 02 de Mariano», los dos pezones también con sendos anillos, el consabido tatuaje de «PUTA DE MARIANO» arqueado alrededor del vértice de su jugosa vulva ya depilada y otro hermoso festón florido en la riñonada más grande y complicado que el de Virginia.

Siguieron trabajando cada vez con mayor dedicación y yo haciendo de niñera fuera de las horas de guardería. Menos mal que los suculentos ingresos que me producían las putas nos permitieron mudarnos a un gran chalet con jardín para que la niña no me diese la vara, porque tenía tendencia a ser tan parlanchina como la mamá.

Me traían siempre copia de sus películas y adopté la costumbre de follarlas mientras las veíamos, imitando sus escenas.

Como muchas de ellas requerían la presencia de más hombres o de aparataje especial, aquello acabó pareciendo un sex shop y, por invitar a amigos, para completar el número necesario, se aficionaron y no me dejaban descansar a las rameras.

Así que tuve que poner coto y permitirles venir solamente los domingos. Cuando ellas ya habían descansado el sábado.

También tuvimos que comprar un perro para imitar algo las escenas de zoofilia. Aunque no llegamos a la imitación perfecta, me negué a tener en casa una serpiente ni un carnero ni un asno.

Volvió a agudizarse el problema de la nena cuando Nanq parió y, como siguió trabajando en escenas de lactancia con mucho éxito, me convertí en cuidador de niñas por duplicado.

Además, el conocimiento de la ingente cantidad de leche que producía Nanq hizo que mis amigos se agolpasen los domingos. Entonces a Virginia se le ocurrió traer a su madre para atenderlas.

La señora, viuda, se llamaba Verónica, tenía 60 años y era como una copia de Virginia solo que con mayor volumen de carnes, pero también muy deliciosa. Tanto tiempo juntos y a solas condujo a que cayese con mi burda táctica de ligue y comprobé que follar su gordo culo era tan placentero como había imaginado.

Se lo contamos a su hija y ésta no opuso ningún reparo a que me follase también a su madre.

No solo eso, sino que tampoco se opuso a tener relaciones lésbicas con ella, cosa que me encantó.

Era una delicia contemplar como se acariciaban mutuamente aquellas blancas y mantecosas carnes.

Pronto Verónica se unió a las orgías de los domingos con mis amigos con la disculpa de descargar de trabajo a su agotada hija.

La gorda vieja tuvo gran éxito entre mis compañeros y eso, a su edad, la rejuveneció y alegró la vida.

Un año más tarde, se evidenció que los niños no podían estar en la casa porque la mayor ya se daba demasiada cuenta de la situación y comenzaba a sospechar y hacer preguntas. Así que hubo que ingresarlas en un internado.

Con tiempo libre, Verónica se habituó a acompañar a las putas a los rodajes y un buen día volvieron diciendo que ella había participado en unas escenas y la habían propuesto hacerlo más a menudo.

El a menudo se convirtió en habitual y pronto exigió ser mi puta oficial y marcada como tal.

El tatuador me felicitó por conseguir putas tan soberbiamente llenas, y sobre todo por el hecho de tener en propiedad a madre e hija sin ningún problema de competencia.

Las marcas y adornos de Verónica incrementaron su valor de mercado y más cuando comenzó a rodar películas de sado, en las que introdujo también a las otras zorras. Parece mentira la cantidad de adictos que hay al sexo con maduras.

En la actualidad Virginia se encuentra preñada ya que le ofrecieron una buena suma por hacer una serie de películas de sado y zoofilia con barriga, y ella me pidió permiso para hacerse preñar por alguno de los actores.

Se lo concedí y no tiene idea de cuál será el padre de su vástago.

En la serie participarán Nanq y Verónica y los productores me han asegurado que con la profesionalidad de estas putas tengo aseguradas grandes ganancias.

Antes tengo que recuperar a Verónica, ya que la alquilé por un mes a un cliente que quería iniciar en el sexo a su hijo de 14 años y pensaba que nada mejor que una puta experta y madura para ello. Había visto a Verónica en una película y le pareció ideal.