Mi nombre es Julia. Soy una mujer de veintiocho años, casaba desde hace cinco con un hombre que ahora tiene cuarenta años. Es un hombre rico, y yo con él. Es esa sensación de seguridad, de controlarlo todo, lo que más me atrajo de él. Aparte de toda la parafernalia que desplegó para que me casara con él y que ha seguido hasta nuestros días, de una muy interesante vida que se refleja en un pelo canoso y una mirada de lobo. Y aparte, un sentido especial del sexo con morbo que a mí me llena.
No se puede decir que tengamos una vida sexual aburrida. Mi marido propone y dispone, y yo soy gratamente sorprendida por las situaciones más excitantes e insospechadas. Me va casi todo. Mi marido me conoce bien y sabe lo que me gusta y lo que le gusta a él. Recuerdo aquel día que se presentó con un marino americano que había desembarcado en el puerto. Se hizo amigo en un bar y le invitó a comer. Era un hombre de color, musculoso, enorme, como un jugador de baloncesto, casi.
Bueno, el muchacho era muy educado, pero no me podía quitar los ojos de encima. Imagínense. Un marino que para colmo sólo sabía hablar inglés y unas palabras de castellano, como «hola, suerte, guapa, bravo, bueno» y poco más. Un chico simpático.
Mi marido insistía en que tratara al chico con toda la amabilidad, cortesía y hospitalidad que se merecía. Me tuve que sentar a su lado. Mi marido le hablaba en inglés y me daba sugerencias en español. Bueno, hasta que el chico se dio cuenta que lo que él deseaba aunque de manera oculta es lo que mi marido le proponía y yo estaba resignada y deseosa de que se produjera.
Aquel chico de color tenía un cipote kilométrico, como la picha de un mulo y la verdad es que fui follada como una mula. Me gustó la experiencia Para hacerlo de vez en cuando puede ser una experiencia muy gratificante.
La experiencia sin duda mejor me ocurrió esta primavera. Celebrábamos una fiesta que mi marido se inventa cada vez que quiere divertirse y no tiene una excusa. El caso es que me advirtió que iríamos a un restaurante chino donde además hay una especie de espectáculo de tipo étnico. Es un restaurante de alto postín, con unos apartados desde donde puede verse el espectáculo y desde donde nadie te ve. Mi marido había reservado un apartado.
Vestí como solía vestir para las fiestas. Un traje sin tirantes, ajustado y con la falda por encima de la rodilla, de color azul marino, cubriendo mis hombros con un precioso pañuelo de muchos colores, que tenía como motivo de adorno un pavo real. Unos zapatos de tacones altos y de tiritas que permitían ver mis pies casi completamente y mis uñas pintadas de rojo. Un sostén negro de encaje y sin tirantes, para evitar que al quitarme el pañuelo de los hombros se me vieran, y unas bragas escotadas, de esas que te cubren una tira por delante y te dejan las nalgas desnudas. Y unas medias de red negras, para rematar mi conjunto. Iba vestida así porque creía que al final de la noche tendríamos fiesta en la cama
Mi marido me esperaba y se alegró mucho de verme salir del dormitorio, por fin arreglada. Mi marido detesta las esperas, pero yo le tengo dicho que el pintarse los ojos, la boca, las pestañas, perfumarse, ponerse esos polvos en la cara que te dan un brillo como de polvos metálicos; todo eso lleva su tiempo. Si tu marido quiere que «a los tíos se le empalme cuando te vean», tienes que mostrar toda tu sensualidad.
A mí me sobra sensualidad. Soy una chica rubia, pero natural. Mido 1,70, por lo que me considero alta, y mis medidas, no las sé, pero tengo un pecho bastante generoso, una cintura estrecha y unas caderas y un trasera bastante apetecible. Vamos, una botella de coca-cola.
Entramos en el restaurante. Era realmente un restaurante chino, pero muy bien decorado, un restaurante de lujo que tenía mucho cuidado en conservar un sabor oriental. Un camarero nos condujo a nuestro compartimento. Era un compartimento con una mesa en el medio, y dos sillas a ambos lados de la mesa. Delante tenía un cristal desde donde se veía un escenario. Este cristal tenía espejo por el otro lado, de manera que nadie veía ni oía lo que ocurría allí.
Me fijé en un cartel que ponía que el restaurante se cerraba a las doce y eran las once y media.
-Tenemos que comer de prisa, cariño. Le dije. -No te preocupes. A los clientes especiales les hacen un horario especial. Esa es la hora a la que cierran la puerta de entrada, pero no la de salida. Me contesto.
Vino a servirnos una camarera. Era una chica oriental, menuda, de piel bastante oscura para ser estrictamente china, pero de ojos rasgados, pómulos salientes y pelo negrísimo. Era una chica amable, con un bonito uniforme colorado cuya falda cubría las rodillas, con una camisa blanca. El uniforme apenas dejaba escondida unos graciosos movimientos de cintura. Llevaba unas medias blancas y unas zapatillas planas.
Esta camarera nos estuvo sirviendo durante toda la noche, pero también entraba otra chica que era un poco más clara y amarilla de piel, con una sonrisa permanente en la cara y el mismo pelo negrísimo. Era más alta que la otra. Llevaba un uniforme igual. Era una chica de movimientos más sosos y menos agraciada que la otra.
Lo que hacía de este restaurante diferente de los otros, no era sólo la calidad del servicio, sino también que al centro de la pequeña pista que había frente a nosotros, y supongo que otros apartados, salía de vez en cuando una chica oriental, con una melenita que le cubría el cuello y un suéter escotado de muchos colores en el que se adivinaban dos pechos graciosos y una minifalda que dejaba ver unas piernas con unas pantorrillas graciosamente abultadas. Era muy atractiva, aunque su cara parecía aniñada, debido, como en el caso de las camareras, a su cara redonda y su nariz achatada.
Mi marido observó que disfrutaba enormemente de la música de la chica. No sé cómo se dio cuenta que miraba con curiosidad a las camareras. Eran muy atractivas. Me fueron pareciendo cada vez más atractivas conforme mi marido pidió que sirvieran vino y fue vaciándose la botella. Eran muy simpáticas y mi mirada se perdía cuando se iban de la habitación cerrando la puerta y las buscaba inconscientemente al sentir que la puerta se abría. Y mi marido es un lince para esas cosas.
Se me abría la boca, ya con la comida a punto de finalizar al ver a aquella preciosa china cantar suave, armoniosa. Tengo que decir que había practicado alguna vez el sexo lésbico delante de mi marido, pero nunca había sentido atracción por una mujer, y pienso que lo que sentía aquel día no era puramente deseos, sino simplemente apreciaba la belleza extraña de las orientales.
Mi marido se empeñó en que saludáramos a la artista y así se lo hizo saber a la camarera de piel oscura, llamándola por una campanilla. La camarera nos informó que podíamos visitarla al camerino. Mi marido me agarró del brazo y me animó a emprender el camino a través de un estrecho pasillo, aunque a mí me daba cierta vergüenza. La camarera tocó la puerta y al obtener respuesta, la advirtió que recibía visita.
Nos recibió con una sonrisa pícara y me miró. Yo la miré un poco, digo, avergonzada. Llevaba atada una bata alrededor del cuerpo. Me presentó mi marido.- Julia- Liu-. Un beso, muac muac.
Volvimos al apartado y encontré a mi marido pensativo. De repente se levantó para ir al servicio, me dijo. Tardó en volver. Eran ya cerca de las doce y media y parecía que el restaurante estaba ya medio vacío.
Entró una de las camareras, que llamaré la morena, pues era la de piel más oscura y se sentó con nosotros. Mi marido le hablaba y la chica le contestaba con mucha simpatía. Luego entró la otra, la que era más blanca de piel y más alta, que llamaré desde ahora la alta. Mi marido les contaba chistes y las chicas se reían. No entendía la actitud de mi marido, permitiendo que las chicas se sentaran con nosotros y confraternizaran de aquella manera. Me levanté para ir al servicio.
Cuando regresé, encontré que mi marido y las chicas habían apartado la mesa y una de las sillas, tras la cual estaba mi marido y habían colocado tres sillas muy juntas. Me tuve que sentar entre las dos chicas. Miré extrañada a mi marido, que hizo una mueca como de dejarme abandonada. Ya sabría yo lo que hacía.
Las chinas empezaron por tocarme la parte de los muslos que, tapadas por las medias, dejaban ver la falda de mi vestido. Sentí como una de sus diminutas manos me abría lentamente la cremallera, mientras la otra chica me besaba sin vergüenza el cuello de mi traje azul sin tirantes e iba subiendo la falda de mi vestido hasta encontrar el límite de mis medias. Me las bajaron un poco para tocar con la palma de su mano el calor de mis muslos.
Mi marido me miraba sentado detrás de la mesa con una sonrisa asquerosamente morbosa. Lo adoro. La mano que me tocaba la espalda terminó de recorrer el camino descendente de la cremallera y me desabrochó con un tirón fuerte el sujetador, que saltó.
Me contuve con una mano el traje y el sostén a punto de caer, mientras con la otra intentaba apartar las manos que me sobaban los muslos, y me los arañaban suavemente con las uñas. Las chicas se divertían con mi oposición y comenzaron a tirar del traje hacia abajo. Pronto sólo quedaba el sostén hecho un guiñapo, tapándome mis pechos y yo intentaba sostenerlo con las manos. Las chicas me atacaban por las zonas que iba dejando desprotegida. Puse mi otra mano entre las piernas, pues ya había sentido algún dedo malicioso adentrarse entre mis muslos para captar la textura de mis bragas.
Las chicas me daban besos en el cuello y la clavícula y luego en la parte superior de mis senos, lo que no conseguía tapar. Y me tocaban los muslos cuando no tiraban del sostén, hasta que consiguieron que el sostén se deslizara entre mi brazo y mi pecho y ya sólo me cubría con los brazos. Llamaba a mi marido pidiendo ayuda, pero mi marido no estaba dispuesto a interrumpir algo que sabía que al final me gustaría. De repente, la puerta se abrió y apareció aquella artista, Liu, en bata, en una bata que no le cubría ni la mitad del muslo. Mi marido la saludo y se dirigió a mí.
-Te dejo sola con ellas. Te estaré observando. Espero que te diviertas, porque ya no hay vuelta atrás
Y para demostrar que esto era cierto, se llevó la campanilla con la que se avisaba a las camareras.
Mi marido seguro me observaría desde los ojos hundidos de aquella cabeza de dragón en relieve que había colocada en la pared. No se podía perder que su mujer la fueran a poseer tres chinas.
No tener delante a mi marido contribuyó, no obstante a que me sintiera más libre y me animara a cooperar. Liu agarró la silla que había dejado libre mi marido que ya había cerrado la puerta y se sentó frente a mí. Ahora eran seis manos y tres bocas contra mí.
Liu me cogió los brazos, invitándome a que me entregara al grupo y yo me dejé llevar. Mis senos y mi conejo, cubierto por la minúsculas bragas quedaron al aire. Liu tiró de mis brazos para que me levantara ligeramente de mi asiento y las otras dos chicas me bajaran el vestido azul hasta la altura de los tobillos. Mis medias fueron bajadas hasta un poco más de las rodillas, y entonces las camareras, que me mostraban como sus faldas se escurrían por sus muslos, comenzaron a separar los míos con sus cuatro manos, mientras me seguían chupando cuello y la parte superior de mi pecho.
Podía oler su perfume penetrante y dulzón. Su perfume barato que provocaba unos cosquilleos indescriptibles en mi vientre. Liu, la artista me puso un dedo en la boca, que yo me comí, llenándolo de mi saliva. Entonces me agarró de la nuca y tiró de mi cabeza hasta unir nuestras bocas y sentí su lengua introducirse impetuosa en mi boca.
Entonces, empecé a notar que el dedo mojado por mi saliva bajaba despacio entre mis pechos para atravesar mi vientre e introducirse entre mis bragas y mi vientre liso buscando el vello que cubre mi sexo, allí se introdujo entre la parte superior de los labios de mi sexo para comenzar a rozar la punta de mi clítoris suave, casi imperceptiblemente con la yema de su dedo. Liu me miraba, feliz de que mi expresión de rebeldía hubiera dado paso a una cara de resignación y aún de placer.
Las dos camareras intentaban agarrar mis senos con la boca, pero yo lo evitaba moviendo mi cuerpo, pero cuando Liu hubo alcanzado mi sexo, las chicas siguieron frotándome los muslos con una mano mientras que me cogían el pecho con la otra y entonces, los dos mamaban de mis pechos como Rómulo y Remo mamaban de la loba. Bueno, con menos maternalismo y más lujuria.
Las camareras comenzaron a lamerme los pezones y luego comenzaron a mordérmelos con los labios mientras la otra jugaba con la punta del que le tocaba, llevándola de un lado a otro con la lengua. Una de ellas, la morena me agarró las bragas por detrás, de la estrecha tira que tenía metida en las nalgas y tiró de ella hasta dejar por delante, una buena parte de mi monte de Venus al descubierto. Noté la tira rozando mi ano, y la tela introducirse levemente en mi raja.
La bata de Liu se desabrochó como por arte de magia para dejarme ver, a mí y sus compañeras, dos senos redondos y menudos que le colgaban graciosamente y eran rematados por un pezón pequeño y bien delimitado, de color marrón, que nos desafiaba. Deseé tocar aquellos pezones, lo mismo que deseé tocar aquel sexo casi pueril, pues apenas tenía bello, que se adivinaba, partido en dos labios, debajo de aquella especie de mini tanga que la cubría. Me fijé en sus muslos gorditos y graciosos que acompañaban a las pantorrillas.
Al descubrirse observada por mí, Liu me introdujo su lengua en la boca de manera impetuosa, entre los labios y las encías, recorriéndola, mientras introducía levemente su dedo en mi sexo y rozaba mi clítoris con la palma de su mano. Comencé a moverme contra su mano, buscando ya que su fricción me liberara de la suave tortura a la que aquellas sensuales señoritas me sometían.
La camarera más morena, al verme excitada tiró aún más de la cinta trasera, hasta que se produjo un desgarrón de la tela. Pude sentir que la otra, la alta, que era más baja que yo a pesar de todo, me agarraba del culo y me amasaba las nalgas. El tirón provocó que la tela presionara contra el dedo de Liu que se introdujo en mi sexo, arrancándome un gemido de placer, mientras su dedo, antes mojado de saliva, se mojaba ahora de los flujos de mi sexo, que me esforzaba por rozar con toda la palma de su mano.
Liu tuvo que dar una palmadita para que las dos camareras dejaran de lamer mis pezones como si se trataran de dos cachorras hambrientas y lujuriosas. Dijo algo en chino, supongo, y las dos chicas sonrieron y comenzaron a desnudarme, mientras Liu se quitaba la bata abierta para dejarme contemplar aquella figurita de porcelana chica. Me quitó las medias mientras yo descansaba sentada, y al llegar a mis pies, tomó uno de ellos y se dedicó a lamer entre los dedos, provocándome una sensación de cosquilleo en el vientre y en el sexo.
La artista lamía los deditos de mis pies como si de una auténtica golosina se tratara. Mientras podía observar como las camareras se iban deshaciendo de las prendas de su uniforme. La china de piel morena tenía un tanga amarillo y un sostén del mismo color que al desabrocharlo dejaron escapar dos pechos firmes con un oscurísimo pezón de un tamaño apreciable. Tal como se dejaba entrever, sus caderas eran anchas y tenía un tipo muy oriental, de piernas cortas aunque muy bien contorneadas. Se quitó el tanga y pude ver un sexo con un vello que adivinaba menudo y suave.
La chica alta tenía las caderas y el tipo menos marcado, tenía un culo menos prominente, aunque era más redondo. De esos que piensas que se pueden coger con una mano. Tenía unas piernas más largas aunque más delgadas y el pubis estaba cubierto de un pelo más duro aunque estaba bien recortado. Las dos camareras se besaron y tocaron los senos brevemente para luego reírse.
Me pusieron de pie y me bajaron las bragas, quedando completamente desnuda. Entonces, la alta, con dos tetitas minúsculas, casi pueriles y un abultado pezón de un color casi como el de la blanca piel de los senos, se dirigió a un mueble de madera de dónde sacó unos botecitos que se echaron en la mano.
Comenzaron a frotar mi cuerpo con aquel aceite. Todo le exterior de mi cuerpo. Me tocaban con firmeza. Me sobaban las tetas y las nalgas con la palma extendidas, untándome aquel aceite oloroso. Luego me sobaron el vientre, la espalda, los muslos. Era excitante. Por un momento deseé que aquellas manos volvieran a acariciar mi sexo y me penetrara algún dedo, pero las chicas sólo pensaban pro el momento en darle a mi piel un aspecto brillante y una textura escurridiza. Me agarré el pelo para que no se mezclara con el aromático aceite.
Me terminaron de rociar de aceite cuando terminaron por la planta de los pies y las manos. La chica de piel más morena, que era la de pecho más generoso, se colocó tumbada en el suelo, con sus pechos mirando hacia el cielo, mientras me hacía señas con las manos y me invitaba a ponerme sobre ella. Las dos chicas restantes me guiaron hacia ella, poniéndome de rodillas y luego a cuatro patas.
Noté que Liu se ponía de rodillas detrás de mía y comencé a sentir que una masa carnosa de textura sensual, sus pechos se rozaban contra mis nalgas y subían por mi espalda hasta volver a bajar y luego recorrer mis muslos y llegar a veces hasta las plantas de los pies. La chica alta se puso frente a mí y la Morena puso la cabeza en mis muslos y comenzó a frotar sus senos, flexionando sus piernas, contra mis propios pechos y mi vientre, rozándome entonces los senos con su cara.
Mi cuerpo resbalaba entre las chicas, por el aceite y por el sudor que tanta fricción provocaba. La chica alta me cogió la cara y puso a menear sus pechos en mis mejillas, y a veces, se estiraba para que pudiera comprobar la firmeza de su vientre. Sentía como a veces los pezones de Liu se me introducían entre las nalgas y aún rozaban mi sexo, más lubricado por los flujos propios que por el aceite impregnado. Comencé a sentir la excitación de mi sexo y sobre todo, un dolor tenue y placentero en mis senos, como una descarga eléctrica de pequeño voltaje.
Liu frotaba ahora su vientre contra mi trasero y sus senos contra mi espalda mientras me besaba el cuello y la chica de piel moreno se dedicaba a menear sus pechos contra los míos, provocando que aquel dolor placentero aumentara hasta hacerse casi insoportablemente sensual, y provocar que mi sexo estuviera caliente como para tener un segundo orgasmo, pero de repente empecé a sentir una fuerza que salía de mi vientre y me subía por el estómago y llegaba a mis pechos, provocándome unas convulsiones que no había conocido hasta entonces.
Quedé sin fuerzas y aguantando algún minuto más estoicamente mientras las tres chicas seguían sometiéndome a aquella suerte de masaje excitante. Al final quedé tumbada sobre la chica morena, besándonos copiosamente y acariciándonos tiernamente.
No sé el tiempo que estuve así descansando sobre la chica. No sé si fueron cinco minutos o un cuarto de hora. Mientas, las otras dos chicas miraban mi ropa y se reían y la observaban con curiosidad.
Me puse al fin de pie. Las dos chicas me miraban y se dirigieron hacia mí mientras agarraba los restos de mis bragas, con el tonto deseo de ponérmelas, así rotas como estaban. La chica morena me miraba sonriendo desde el suelo. La alta me miró con dureza y me arrancó las bragas de un tirón de las manos. Intenté cogerla, pero Liu, la artista me agarró y entre las dos me agarraron las manos y me las pusieron a la espalda, atándome las manos con unas de las medias mías.
Protesté inútilmente, y colocaron mi pañuelo que utilizaba para cubrirme los hombros a modo de falda corta alrededor de la cintura. Era una falda abierta hasta la cintura que apenas me cubría el trasero y que al agacharme, seguro que permitía que se me viera todo. Finalmente, las chicas me ataron la media alrededor de los ojos de manera que era imposible verlas.
Esta allí, atada e indefensa. Me invitaron, ayudándome a que me pusiera de rodillas, sintiendo de nuevo el frío y duro suelo y sentí como colocaban una silla delante de mí. Sentí que tiraban de mi cabeza hacia delante y pronto sentí en mis mejillas la suave sensación de la parte interior de unos muslos, aunque delante de mi boca pude sentir la tabla del asiento de la silla.
Me empujaron hasta que mi frente sintió la sensación raspante de aquellos pelos y comencé a percibir un olor fuerte entre un delicioso perfume, un olor a sexo de mujer. Ya sabía lo que tenía que hacer. La chica que estaba frente a mí, que no sabía cuál de las tres era, se abrió de piernas y yo me eché para atrás y estiré el cuello, como una jirafa, para alcanzar su sexo con mi lengua. Mi lengua rozaba con la punta su clítoris, que empezaba a asomar en las comisuras de su sexo.
Sentí que detrás de mí una de ellas se tumbaba y se metía entre mis piernas y comenzaba a jugar con mis pechos, que colgaban indefensos, y comenzaba a meter mis pechos en su boca mientras me los agarraba con las manos. Su boca me comía uno y otro seno alternativamente. Aquello me recordaba el extraño orgasmo que había sentido hacía un rato.
Comía aquel sexo desconocido, mordiendo con los labios su clítoris mientras la chica me cogía la cabeza tiernamente. La chica colocó sus piernas sobre mi espalda, permitiéndome así que mi lengua llegara a su sexo de lleno, y no me entretuviera sólo en su clítoris. Comencé a morder suavemente entre los muslos y la raja y luego me dediqué a darle lametones a todo lo largo de su sexo, sintiendo y probando la humedad de su sexo. Degustando aquella sabrosa fruta oriental.
La chica de abajo comenzó a deslizarse tumbada en el suelo hacia mi sexo. La sentí rozar con su lengua el clítoris mientras me separaba los labios con la mano. Miré hacia abajo un momento y pude ver en escorzo su cara entre mis muslos y allí al final su otra mano, acariciándose ella misma. De repente, la chica sentada demandó de nuevo mis servicios cogiéndome de los pelos y llevando mi boca hasta su sexo.
La china de abajo metía su lengua entre mi clítoris y mis labios, sin ir más allá, poniéndome muy caliente. Sentí que me iba a venir un nuevo orgasmo cuando puso su palma de la mano sobre mi sexo llenándome de mis flujos y no tardarme en venir uno que me llegó lenta, tenue pero de una forma muy duradera. La china a la que estaba comiéndole el sexo puso sus pies sobre mis hombros y comenzó a moverse convulsivamente entre mi boca y el respaldo del asiento. Mi boca se endureció y tomó la forma de un pequeño falo que se introducía levemente justo en medio de su sexo, mientras sentía gemir de placer a la dueña de aquel sexo desconocido
La chica que estaba sentada frente a mí se levantó y la que estaba debajo se escabulló y yo quedé echada en el suelo, así atada, dándome la vuelta y buscando que la claridad de la luz de la habitación me ayudara a distinguir lo que pasaba detrás de aquella media negra que me cubría los ojos. Así quede otros cuantos minutos mientras escuchaba a las chinas reírse. Escuchaba las tres voces, pero sentí la puerta y ya sólo podía percibir a dos de ellas.
Me sentía observada mientras hablaban. De repente, sentí rozando mi s orejas, los muslos de una de ellas. Luego, mi cara sintió sobre ella todo el sexo de una de las chicas, con un olor picante disimulado con un perfume dulzón. Las nalgas de aquella criatura quedaban a la altura de mi frente, y su clítoris en mi barbilla.
La chica me acariciaba los senos y me los pellizcaba, estirando de ellos suavemente y retorciéndomelos levemente. Mis pezones estaban a punto de estallar de placer de nuevo, cuando una nueva sensación se unió y la chica que quedaba en la habitación se acercó a gatas y puso las dos manos sobre mis muslos, separándome los labios, sintiendo las delgadas y suaves yemas de sus dedos sobre ellos, y mordiendo con sus labios mi clítoris mientras me lamía el trocito de carne contenidos por ellos, rápidamente.
Mordía los muslos de la china que tenía sobre mi cara a un lado y otro alternativamente y entonces puso su cara con fuerza contra mí, y yo puse la cara de tal forma que recibiera de golpe la sensación de mi lengua incrustada en el centro de su sexo. La chica se agarró las nalgas, dejando de sobarme las tetas, lo que supuso un respiro para mí y abriéndome su sexo para que mi lengua pudiera introducirse en su interior mojado y suave. Su zumo me cubría la boca y hasta la barbilla
Aquella chica comenzó a moverse en mi cara, moviéndose cada vez de una forma más acelerada, haciéndome pensar que mi lengua era una varita mágica. La chica, en sus vaivenes se salía de la zona desde donde yo podía causarle algún placer para volver rápidamente a ella, hasta que comenzó a serenar sus movimientos.
Mientras, la chica que me tenía agarrada con la boca por el clítoris había comenzado a introducir su dedo en mi sexo y lo tenía ya prácticamente insertado cuando comenzó a menearlo en mi interior como el niño que se apura un bote de mermelada, de adentro a fuera y de derecha a izquierda. Aquel dedo me causaba un tremendo placer. Intenté averiguar quién sería su dueña, cuál de las tres depositaba su coño sobre mi boca y cual me penetraba con su dedo. No tenía fuerza para correrme de nuevo. Pero aquella fuerza desatada de mi vientre afloraba hacia el exterior por donde precisamente estaba siendo tomada y comencé a agitarme de nuevo mientras mis pechos eran recorridos por un mar de pequeñas manos orientales. Quedé otro rato tumbada en el suelo, descansando sobre una alfombra. Estuve dormida, pienso, que un rato. Me desperté con la falda que habían hecho con mi pañuelo, deshecha y extendida sobre mí. Pude sentir al despertar el suave tacto de la tela sobre mi piel desnuda, y a las chicas susurrando a mí alrededor.
Intenté mover mis pies, pero enseguida me di cuenta que los tenía amarrados con los restos de mis bragas. Note rápidamente de lo que se traían las tres o las dos, no sé, al sentir en mi planta de los pies una suave sensación, un cosquilleo persistente. Las chicas se reían al verme intentar zafarme de las cosquillas que me hacían con la punta del mechón de alguna de las negras cabelleras.
Me hacían cosquillas y me revolvía contra ellas pero lo único que conseguía era que poco a poco el pañuelo fuera descubriendo alguna parte de mi cuerpo. Otra chica empezó a hacerme cosquillas con otro mechón de pelos en uno de mis senos que había quedado desnudo. Al final, se cansaron y atendieron a mis súplicas.
Creí escuchar la puerta de nuevo, pero no se oyó ninguna nueva voz. Quitaron el pañuelo, que ya sólo me cubría el sexo y una de las chicas me sostuvo de los hombros. Tenía aún los ojos vendados y las manos atadas. De repente sentí unas delgadas y suaves manos en mis muslos, separándome de nuevo los muslos y entre ellos, a un de las chicas. Empecé a notar que frotaba sus pechos contra mi sexo. Se entretenía en intentar mover mi clítoris a un lado y otro con sus pezones. Aquello era muy estimulante y de nuevo sentía retornar el placer.
Luego, aquella chica cuya identidad ignoraba me intenta meter los pezones en mi raja, seguramente agarrando su pecho para que no se desparramara. La chica que me cogía de los hombros me acariciaba los senos de vez en cuando y me besaba. La chica que me frotaba con los pechos se movía ahora con mayor rapidez, ávida de la sensación de fricción con mi pecho.
De repente dejé de sentir esa sensación, y comencé a notar un pie en mi vientre y otro en la espalda. Me abría las piernas como unas tijeras y sentí las de la chica como otras. La chica avanzaba hacia mí y sentí sus pies en mis senos y luego, colocados en mi boca, para que le lamiera los pies y jugara con sus deditos. Sentía que su sexo se aproximaba al mío, mientras la chica que antes me sostenía los hombros desapareció. Mis pies fueron objeto del mismo tratamiento que yo le daba a los de la chica. Sentía como se engullía mis deditos y los lamía con lujuria.
Mi sexo sintió el semejante incrustarse de lleno. Nuestros flujos se mezclaron y la chica empezó a agitarse como una amazona. Yo me movía con ella. Los suaves balanceos se fueron convirtiendo conforme intuíamos que el clímax era inminente, en golpes secos de un sexo contra el otro, como dos manos que dan una palmada. Así hasta que empecé a decir palabras a las que no daba sentido, intentando justificarme por los continuos orgasmos de los que estaba disfrutando esa noche.
Cuando acabé, me quitaron la media de los ojos y las vi a las tres sonriendo y mirándome inocentemente, Una de ellas llevaba puesta una corbata. Era la camarera alta y esa corbata me era familiar, pues era la de mi marido. La camarera morena llevaba algo en las manos que identifiqué como los calzoncillos de mi marido. No sabía cómo la habían hecho, quizás mientras dormía, o tal vez mientras era tomada por dos de las chicas, una de las otras se había follado a mi marido.
Me intrigó que hubieran traído una caja, como un baulito que no me dejaron abrir al principio. Las chicas se empeñaron en volverme a cerrar los ojos y de pie, me soltaron las manos. Me pegaron dos o tres pellizquitos en el culo tras darme un par de vueltas y yo me di la vuelta. Estaban jugando conmigo a una especie de «gallinita ciega», hasta que atrapé a una de ellas. Me quité la venda y me llevé una grata sorpresa al descubrir que era la morena. Aunque ella puso una cara de resignación que no comprendí hasta que comprendí cual era mi premio.
Abrieron el cofre mientras la morenita se entretenía en ponerse mi ropa: mi traje azul, mis medias negras de costura, mis bragas que eran un guiñado, pues se había roto la tela que me cubría las vergüenzas y nada más debajo, y mis zapatos de tacón. El cofre traía unos consoladores y tras elegir uno de los tres, me lo ataron las otras dos chicas con unas correas. Me veía un poco extraña con aquello colgando.
La morena asumió su papel de puta y se acercó a mí haciéndome zalamerías y queriéndome seducir. Se acercaba a mí y me daba besos sensuales y me agarraba de la mano y me llevó hasta la mesa donde se tendió, subiéndose la falda y pudiendo ver su coño delicioso, medio tapado por la tira de las bragas desgarradas. Mi traje le estaba grande.
No sabía que hacer al principio, pero sentí la forma de resarcirme un poco de lo que ellas me habían hecho pasar. Así que agarré el consolador por la base y a la chica por el hombro y la acerque a mí. Coloqué el consolador en el medio de su sexo y poco a poco comencé a introducirlo en el sexo de la chica, que me esperaba con una expresión de expectación, entre querer y no querer.
Su cara cambió al sentir como mi pene postizo iba entrando en ella, y yo me sentía poderosa ante ella, viendo como su coñito se engullía mi postizo. Pensé que me la follaba como a lo mejor se la había follado mi marido. Su cara reflejaba el placer que le estaba proporcionando y a mí me animaba a seguir invistiéndola, a un ritmo lento, mientras caía ahora en la cuenta de que tal vez mi marido me observaba.
Me puse en su lugar e hice algo que pensaba que él haría, así que tiré del escote del vestido hacia abajo, que como le estaba grande, se bajó sin dificultad, mostrándome la chinita sus pechos y sus pezones negros y excitados. Le cogí los senos mientras seguía moviéndome dentro de la chica, que ponía sus manitas encima de sus senos, sobre las mías.
La chica se incorporó. Quiso cambiar de posición y separándose de mí, consiguió que me echara yo sobre la mesa, y ella se puso encima de mí de rodillas, con sus pantorrillas al lado de mis muslos y agarrando ella misma el consolador se lo introdujo lentamente. La China cerraba los ojos hasta sentirse empalada por el miembro falso.
La chica comenzó ahora a moverse mucho más a su gusto, más rápido. Yo la agarraba de sus tiernos muslos y sus anchas caderas mientras ella se acariciaba los pechos y los míos. La chica botaba prácticamente sobre mí. Yo, para no dejar el protagonismo del polvo sólo en sus manos, me agitaba, envistiéndola con las caderas. La chinita comenzó a gemir y luego a dar unos chillidos cortos y sonoros.
Se echó hacia detrás poniendo sus manos por detrás de sus caderas en mis muslos y comenzó ahora a moverse lentamente y con movimientos muy amplios hasta que por su cara descompuesta me pareció que había tenido un orgasmo descomunal. Entonces, aquella china que era una réplica de mi misma, ya que llevaba mi ropa, se echó sobre mí, haciéndome sentir sus pechos ardiendo sobre los míos y besándome entregada a mí.
Había perdido un poco de vista a las otras chicas cuando me di cuenta de que las dos se habían colocado una correa y un consolador como el que llevaba yo. La alta se había puesto los calzones de mi marido, junto con su corbata, y unos gafas amarillas. Una coletita hecha detrás le daba un aspecto algo masculino, por que dejaba marcada la dureza de los rasgos de la chica. La polla artificial asomaba por la bragueta de los calzoncillos.
Mientras, la morenita, que se había colocado bien mi vestido, me «desmasculinizaba», soltando las correas que me sostenían aquel miembro artificial. Luego, totalmente desnuda se fijó en los uniformes que estaban arremolinados en una esquina de la habitación. Me colocó uno de esos calcetines blancos que ellas llevaban que no se me levantaron del tobillo, pues me estaban muy cortos y luego una falda roja que me llegaba un poco más debajo de la mitad del muslo y me estaba estrechísima, sin subirme el delantal y una de aquellas camisas blancas, que dejaban bien marcados sobre la blanca tela, pues me estaba estrecha también. Entre los botones a punto de estallar se podía ver mi piel.
Me sentía absolutamente ridícula con aquellas ropas, que me daban un aspecto cateto. Parecía una chica cateta pero calentorra. Además, ahora la morenita me extendía sus bragas amarillas, que me puse, a pesar que me estaban minúsculas. Mis cachetes quedaban partidos en dos por la costura que me apretaba y por delante, la tela apenas me tapaba el pelo de mi sexo. La tela se me incrustaba en la raja y en poco tiempo, por detrás, las sentía meterse poco a poco entre los cachetes del culo.
La chica que me había vestido desapareció. Se retiró con mi vestido, mis medias, mis zapatos y mi pañuelo, que recogió del suelo y observó extasiada, y mis bragas rotas, por cierto y nunca más la volví a ver ni a ella ni a mi ropa. Quedé así a expensas de las dos chicas; Liu y la camarera más alta, que llevaba los calzoncillos de mi marido y su corbata.
La que primero se acercó a mí fue Liu, que desnuda y sólo con el pene postizo colocado de manera antinatural, se me acercó y me pidió «Follal conmigo». Llevaba un falo de color rosa precioso. Se acercó a mí y me cogió de una mano y de un gesto de judoca me dio la vuelta y me cogió así de espalda. Tenía el brazo doblado de tal manera que me sentía inmovilizada y a su entera merced. Con un leve movimiento me invitó a ponerme de rodillas, en un movimiento en el que fui acompañada por ella, y luego me puso a cuatro patas. Me levanté la falda, pues me iba a estallar y sentí sus manos en mi cintura, agarrando aquellas bragas amarillas que dificultosamente se deslizaron primero por mi trasero y después por mis muslos, hasta pasar la frontera de mis rodillas.
Mi sexo estaba desnudo. La chica me besó las nalgas y luego pasó una mano por mi sexo. Miré hacia atrás y vi su cara de lujuriosa mirándome el sexo. Sus dedos se deslizaban peligrosamente entre mis nalgas y acariciaron mi ano. Sentí que el lomo se me electrizaba. La china de la corbata vino hacia mí y se sentó delante de mí. Apoyé mi cara sobre su pecho y pude oler el perfume de mi marido, y no precisamente en la corbata.
Miré hacia atrás y vi a Liu frotar su extraño miembro, que había cambiado tenuemente de color pues le había colocado un preservativo. Lo rozaba con una crema. Me iba a penetrar. Iba a cobrarse en mí lo que yo había disfrutado sobre la otra chica. La artista Liu se acercó de rodillas y se colocó entre mis piernas, que se abrieron cuando tiró de ellas hasta sacármelas de una de mis piernas. La chica puso el falo entre mis nalgas. Pensé que se estaba equivocando de agujero.
Mientras, la alta, me desabrochaba la camisa y metía la mano dentro agarrándome una teta. Poco a poco hizo saltar todos los botones y mis pechos quedaron colgando sobre sus manos. No parecía que Liu se diera cuenta de su equivocación, pues presionaba con el miembro hacia el interior de mi ano. La crema lubricante con la que había frotado el consolador ayudaba a que se deslizara poco a poco hacia dentro de mí. Sentí que mi ano se dilataba y me iba insertando. Había realizado antes sexo anal, pero nunca con un consolador, que suele ser más gordo y grande que un pene. Me acordé de la sensación que me produjo aquel marinero negro cuando me penetró con su enorme pene. Mi excitación aumentaba y mi sexo se humedecía, pues la chica me acariciaba además el sexo.
Comenzó a agitar el pene falso dentro de mi ano, y sentí una sensación de ser poseída que me hacía pensar remotamente en si mi marido me observaba detrás de aquel dragón de madera que tenía los ojos hundidos. La chica alta, la de la corbata me cogió la cabeza y luego cogió su falo para posarlo sobre mis labios. Luego presionó mi cabeza levemente, hasta que un pedazo de látex que debía ser el glande estaba entre mis labios. Me puse a lamerlo con la lengua, sin darme cuenta de que mis lametones no producían ningún placer táctil, aunque la china estaría encantada de verme.
La de la corbata empezó a empeñarse en que engullera su falo, celosa de la chica de detrás que movía su consolador dentro de mí, pero no lo podía resistir así que con desesperación saqué aquello de mi boca, buscando algo más tierno. Puse la cabeza entre sus muslos, sintiendo la tela de los calzoncillos de mi marido en mi cabeza., aguantando las embestidas de la chica de atrás, que de repente, sacó lentamente el falo de dentro de mí. Tras un rato lo sentí presionar contra mi sexo. Miré para atrás y vi que el condón que se había puesto antes estaba en el suelo. Me tranquilizó al menos saber que la cuestión higiénica estaba a salvo.
El falo se introdujo dentro de mí con la misma facilidad que antes se había introducido por detrás. Estiré una mano hacia detrás para rozarme el clítoris mientras Liu me agarraba de la cintura y se movía dentro de mí locamente, sin reparos, maltratando mi sexo. Ahora estaba más relajada y me atreví a levantar la cabeza para lamer los pezones de la chica que vestía las ropas de mi marido, y metí una mano por la bragueta de los calzoncillos para descubrir contrariada que el pene postizo de la chica no iba atado con correas sino con una especie de faja. De todas formas me empeñé en rozar la dura tela que separaban mis dedos de la raja de su sexo.
La muchacha de detrás debió de darse por satisfecha pues se apartó de mí y entonces, la alta, la que vestía con los calzoncillos de mi marido, se abalanzó sobre mí impetuosamente y me echó hacia detrás tumbándome en el suelo y ella sobre mí. Me agarró las manos con las suyas y buscó con su boca mis pechos, entreteniéndome en mis pezones, excitados por las penetraciones anteriores.
Se puso entre mis piernas y puso su miembro entre mis muslos y de una pequeña embestida en la que se ayudó de una mano, el pene se introdujo dentro de mí. Abrí las piernas para tomar una posición cómoda ante la nueva penetración, que adivinaba como definitiva. La chica me miraba con las gafas amarillas puestas, mientras presionaba con la cintura para introducir su ariete hasta el final y comenzó a moverse dentro de mí, moviendo sus caderas de delante hacia detrás mientras sentía la corbata de mi marido entre mi pecho y el suyo y su aliento muy cerca de mí.
Me puse e soltar roncos susurros de amor, a abandonarme a la chica que me penetraba como si fuera un hombre, atravesando mi sexo una y otra vez hasta conseguir que me agitara excitada y que obedeciera el ritmo frenético de sus embestidas hasta provocar mi orgasmo. Un orgasmo que me hicieron perder por un momento la conciencia de mi misma y de la situación en la que estaba y que me hicieron pensar por un momento que mi mente volaba fuera de mi cuerpo electrizado por las corrientes placenteras que recorrían mi vientre, mi espalda, mis pechos y mis piernas.
Las chicas se fueron sonriendo, y mí no me quedaba más que arreglarme aquel uniforme que me quedaba tan horriblemente estrecho y salir de aquel cuarto, al ver que mi marido abría la puerta y me miraba sin corbata y con cara de satisfacción. No nos dijimos casi nada. Luego en el coche, que él fue a recoger mientras una nueva camarera, siempre sonriente me hacía compañía, hasta dejarlo frente a la puerta, para que mi trayecto por la calle fuera el mínimo posible; Luego, como digo en el coche me preguntó.
-¿Te ha gustado? – Sí, mucho, pero no me gustaría repetirlo. Le dije después de pensarlo un instante