Me llevé una gran sorpresa este verano cuando volví de las vacaciones. Los dos ancianos que viven en el piso de al lado se han mudado a la casa del pueblo. 

Me caían bien, doña Dolores y don Carlos. Ella era una viejecita simpática y coqueta que siempre estaba dispuesta a saludar y a hacer cualquier pequeño favor que le hiciera. 

Él era un viejecito picarón que me miraba a través de la persiana bajada o detrás de la cortina cuando me cambiaba o tendía mis braguitas en el patio. 

«Carlos Carlitos» me decía yo, mientras le permitía aquellas travesuras.

El día siguiente a mi vuelta de las vacaciones mi despensa estaba vacía, y como otras veces, fui a pedir un par de huevos a Doña Dolores y mi sorpresa fue el ver a una joven chica vestida con un delantal. Una chica muy guapa cuya cara me sonaba un montón. 

Pregunté por doña Dolores después de presentarme.

-No está se ha ido a vivir al pueblo.-

-Pero… ¿Ha vendido el piso?- ¡No! ¡Son mis suegros! Nos hemos venido a vivir aquí porque estábamos pagando un alquiler y claro…teniendo el piso vacío. –

Así que esta era Úrsula, aquella chica de la que tan mal hablaba doña Dolores. ¡Ahhh! Ahora me acordaba de que me sonaba la cara. ¿Y esta Úrsula era la chica que no se cortaba de darle cincuenta mil achuchones a Carlitos delante de sus suegros? Luego os contaré que conocía a Úrsula. 

Doña Dolores, como don Carlos, sentía cierta antipatía hacia su nuera, que le estaba arrebatando a Carlitos, su único hijo. Yo pensaba que eran exageraciones de ellos, pero al ver a Úrsula, simplemente es que no podía imaginar a aquella mosquita muerta pegándose un meneo delante de sus suegros.

Estuve hablando con ella unos minutos hasta que me dio los dos huevos. Esperé a ver si me había reconocido o no. Efectivamente, por lo nerviosa que empezó a ponerse, me había reconocido.

Mi nombre es Eva. Vivo en una ciudad lo bastante grande como para no sentirme señalada por la calle por ser lesbiana. En los momentos en que sucedió la historia que os cuento, hace unos meses estaba pasando una mala racha, pues estaba cumpliendo cuarenta años. Llevo muy bien la edad, pues parece en realidad que tengo treinta y cinco, pero a menudo echo de menos no haber encontrado a esa persona que se despierta contigo todas las mañanas. Soy rubia, pero rubia rubia, de ojos verdes y cara redonda, nariz achatada y labios finos y cortos. Una cara delicada y una ascendencia catalana, motivo por el cual, en los ambientes «raros» de la ciudad me llaman «la polaca».

Soy alta. Mi cuerpo tiene los volúmenes justos que ni se han perdido ni han aumentado demasiado por el paso del tiempo. Y lo que me arrebata el tiempo en belleza, lo he ido ganando en elegancia, en capacidad de seducción y en eso que tenemos algunas mujeres a cierta edad que, con un movimiento de la cadera y una mirada a los ojos lo decimos todo. Hago ejercicio y tomo el sol y me echo cremas y me cuido y como dice el portero, cada día estoy más buena.

Iba mucho a ligar al «Olimpos», un pub donde los clientes tenían muchos de los defectos de los griegos y de sus dioses. En general, lo frecuentábamos los gay de uno y otro sexo. Allí, como una diosa estaba esta chica, Úrsula. Recibía proposiciones deshonestas hasta de los chicos, pero ella nunca dio su brazo a torcer. Le preguntábamos a Pitu, la dueña, porque la tenía ahí. Unas veces decía que era su sobrina, otras que llamaba, que atraía a mucha gente, y que cuanto más estrecha se hacía, más poder de atracción tenía. Yo creo que se la intentaba tirar, como todas.

Intenté ligármela algunas veces, pasando de las bromas a las indirectas y de las indirectas a las proposiciones y su respuesta era siempre la misma. «Lo siento, yo eso no lo hago».

Un día, parece ser que la Pitu se cansó de pagarle su sueldo (bien ganado, por otra parte), sin que se lo agradeciera como ella quería, y metió en su lugar a otra camarera, que no estaba tan bien como Úrsula, pero que se lo agradecía como tenía que agradecérselo. Úrsula desapareció y ese día el «Olimpos» dejó de ser el «Olimpos». Yo por otra parte, hace años que empezado a tomarme la vida más tranquila, y ya no salgo «de caza», sino que espero que los pichoncitos vengan a la jaula.

Úrsula era una chica morena, escultural, de pecho abundante, sin ser una vaca lechera, de culo hermoso, pero sin ser culona. Usaba un body ajustado que nos quitaba el hipo a todas, y a más de un marica, como os digo, se le quitaba el hipo al verla. De ojos negrísimos y expresivos, nariz griega y labios sensuales. Su piel y su pelo brillaban por su tersura y su cintura aparecía minúscula entre las caderas y su torso. Era una chica muy femenina, y eso, a las lesbianas nos vuelve locas. Femenina, delicada, elegante y sensual.

No es de extrañar que Carlos, aquel rubio pecoso e intelectual, que me espiaba detrás de la ventana antes que lo hiciera su padre, y al que una vez lo pillé la salir del ascensor escondiendo una revista porno precipitada y nerviosamente, se hubiera enamorado de aquella criatura.

Pero, ¿Qué habría visto Úrsula en él? Era feo, delgado y escuchimizado, un intelectual retraído…No sé… Serán las cosas del amor.

A los pocos días me tropecé a Carlitos y Úrsula en la entrada del bloque. Lo saludé -¡Hola Carlitos! ¿Y tus padres que tal?- Fue una conversación de cortesía. La verdad es que hacía dos o tres años que no nos veíamos y yo lo conocía desde que era niño. No sé si Carlos sabía que yo era lesbiana, creo que no, porque cuando le dije:- ¡Hay que ver qué mujer más guapa tienes.- Cogiendo la mandíbula de Úrsula delicadamente, no me puso cara rara.

Pero desde luego, a los pocos días ya tenía que saberlo, porque su cara cambió desde entonces cuando me veía. Me miraba con una cara de lascivia, que reflejaban un oscuro deseo. Siempre le había gustado a Carlos, pero nunca me había mirado así, y aunque estuviera, como decía el portero, más buena que nunca, esa mirada, como digo reflejaba un oscuro deseo.

Salí de dudas una mañana de sábado. Fui a devolverle los huevos a Úrsula. Al llamar, Úrsula me recibió en un camisón traslúcido que dejaba adivinar lo más excitante de su cuerpo. Me insistió en prepararme café e insistió tanto que terminé aceptando. Me pasó al salón y me sentó y me trató como una reina. Yo seguía sus graciosos movimientos por el salón y el pasillo con la mirada. Ella parecía no darse cuenta, porque la verdad es que no evitaba en absoluto el movimiento de sus senos libres, ni la transparencia del camisón que permitía advertir la presencia de unas bragas deliciosamente sensuales.

Era muy simpática. Entablamos conversaciones triviales, y sentada frente a mí, iba perdiendo la compostura y el camisón se subía, permitiendo adivinar la sensación al tacto que aquella piel produciría en mis dedos al acariciarla. Al final de sus muslos, y entre las piernas, veía una telita blanca que parecía indicar «¡bingo!»

Úrsula quería decirme algo, y le costaba trabajo empezar. ¿Querría decirme que por favor, no pusiera la televisión tan alta de noche? ¿O que opinaba de arreglar la fachada del bloque? Empezó.

-Verás…le he comentado a Carlos lo del «Olimpo».- Deseaba que me tragara la tierra.-.. Y no sabía nada de que tú fueras… «de esas».-

Permanecí en silencio. La verdad, no me hace ninguna gracia que lo sepa en el bloque. Úrsula estaba un poco avergonzada.- El caso es que lo hice porque estaba un poco celosa…por qué Carlos siempre me ha dicho que eras su prototipo de mujer y la verdad….cuando te vi el otro día…-

Estuvimos unos segundos en silencio y comenzó a hablar de nuevo, haciéndome una revelación sorprendente.- El caso es que en el pecado llevo la penitencia… porque desde ese día, Carlos… no para de presionarme para que vengas una noche con nosotros.-

Aquello me pareció una cosa imposible.- Mira, Úrsula…El que sea lesbiana no me convierte automáticamente en una mujer que acepta cualquier tipo de sexo. Nunca he hecho nada de ese tipo, ni con hombres, ni parejas ni mujeres. Además, para mí Carlos es como si fuera, a pesar de sus casi treinta años, el mismo mozuelo que me espiaba detrás de las cortinas de su ventana.-

-…Eso significa…-

– Que no.- Dije al fin categóricamente para cerrar la conversación. Úrsula parecía respirar tranquila por una parte, pero por otra la veía un poco entristecida. Al final me confesó

– Verás… es que mi marido lo pasa bien de esa forma… Le gusta verme en brazos de otro. Nunca había intervenido una mujer ni tenía intención de que lo hiciera… pero desde que le conté lo del Olimpo» no para.-

Pero no estaba dispuesta ceder. Menudo marrón. Úrsula se puso un poco mohína, y a mí me dio mucha pena decirle que no pero ¡Joder! ¡Era la nuera de doña Dolores!

Desde aquel día, comencé a sentir un hormigueo en mi interior. No quería participar en aquel juego, pero estábamos hablando de Úrsula, la chica del «Olimpo». No dejaba de pensar en ella y para colmo, ella no me lo ponía fácil. Todas las mañanas tendía su ropa interior, de gran sensualidad en frente de mi cuarto. Por la noche la recogía. Como sabía que yo estaba allí, cantaba y al asomarme, una escena se repetía día tras día: Úrsula tendía la ropa en top less. Tenía un pecho delicioso, con unos pezones grandes y bien definidos y desafiantes. No podía dejar de imaginar la sensación de tener aquello entre mis labios.

Úrsula y Carlos no tenían reparo en hacer el amor justo al otro lado de la cabecera de mi cama, dando grandes alaridos de placer y sacudiendo la cama. Carlos se follaba a su mujer a lo grande, noche tras noche. A veces me ponía la almohada en las orejas, pero otras veces me imaginaba el coñito de Úrsula penetrado por un nabo y me excitaba tanto que terminaba masturbándome.

Las insinuaciones eran constantes. Si coincidíamos en el ascensor, se ponía a hacerme posturitas y me provocaba con roces innecesarios. Una vez, recuerdo que después de advertirme que tenía mucho calor, se agachó levemente para sacarse las bragas de la falda y una vez en su mano, tirarlas como si dejara caer un pañuelo para que lo cogiera un caballero. Cogí sus bragas, pero no fui a devolvérselas. Las guardé después de olerlas en mi casa. Podía oler su sexo en el calor de su prenda íntima.

Si venía con Carlos, pues los dos se enzarzaban en un beso apasionado mientras ella no me quitaba ojo. Carlos dejaba que hiciera aquello, pues ambos estaban en complot.

Total, uno de esos días en que venía a pedirme (ahora ella me pedía constantemente cosas) un poco de sal, la invité a entrar. Venía vestido de manea muy excitante, pues llevaba un pantalón vaquero deshilachado, de esos que llegan a las ingles y que por detrás apenas tapan medio culo, y una camiseta sin nada debajo, muy remetida.

– ¿A tu marido se le ha pasado ya la calentura? – Le pregunté para iniciar la contestación. Parece que ella adivinó mi desesperación.

-No, pero estamos pensando en una amiga nuestra. Tú la conoces. Es Julia.- Eso era un golpe bajo. Julia era enemiga mía. Me había levantado alguna novia y si me veía ligando, no dudaba en interferir. Era un buitre.

– No creo que Julia me llegue a mí a la altura de una zapatilla.-

-¡Oh! Desde luego que no…Pero tú no quieres participar…-

-Bueno…Lo he pensado n poco y creo que, después de todo, aceptaré.-

– ¿Y cuándo sería?-

-Yo prefiero un sábado, estaremos descansados y no tenemos que madrugar.-

-¡Perfecto! Este sábado vendrás a casa.-

-No, perdona, el trato es si venís vosotros aquí.- Era muy importante que vinieran a casa, pues así podía evitar algún que otro riesgo, como que me grabaran.

LA idea de poseer a Úrsula me excitaba, pero la de tener que aguantar a Carlos, no me hacía tanta gracia. Hice mis planes. Agotaría a Carlos al principio, haciendo que se corriera rápidamente, y luego, me dedicaría a Úrsula. Llamé a Úrsula.

-Oye, ¿A Carlos le gustará estar atado mientras nos comemos a besos?-

-¡Sí! Seguro que sí.-

-Sabes, estoy pensando en poseerte mientras él nos ve atado, sin poder hacer nada. ¿Te gustará a ti ser mi putita de esa manera?- A las mujeres nos encantan, a algunas, que nos digan ese tipo de cosas. La quería poner caliente. Sabía que lo conseguía mientras ella guardaba un silencio delator.

– Yo misma te ayudaré a atarlo.- Me dijo ella no pudiendo ocultar su excitación.

Durante los días siguientes lo preparé todo. Desempolvé mi consolador y «mi correa de montar» como llamaba al conjunto de correas y consolador que hacía ya algunos meses que no utilizaba. Desde el principio me había dedicado a ponerle muescas por cada chica que lo probaba, y tenía más de cuarenta muescas. Cogí sus bragas abandonadas en el ascensor, y me las puse. No sé. Me excitaba usarlas y devolverlas así, con el olor de nuestros sexos mezclados.

Llamé a Carlos a su casa, mientras Úrsula tendía.- ¿Carlos? Soy Eva…Si, mañana…Y a tu mujer…. ¿Qué tipo de sexo le gusta?-

Carlos me dijo que a la pequeña Úrsula le gustaba el sexo posesivo. Le encantaba que fingiera violaciones, sumisión, obedecer órdenes…etc. No tenía mucha experiencia en estas cosas. Lo de atar a Carlos era para quitármelo de encima y que no participara más que haciéndole un par de pajas y dejándolo listo.

El atar a Carlos, podía ser más excitante, tal como veía las cosas, para ella que para Carlos.

El sábado llegó. Yo me vestí con un pantalón negro, de esos que te marcan el culo, pero acaban en campana, unos zapatos de tacón de aguja, que sólo cubrían el pie en diagonal por unas pequeñas tiras que dejaban ver mis uñas pintadas de rojo. Encima, una camisola escotada, sobre todo de espalda, negra también y cuyas mangas tenían también forma de campaña. Carlos vino vestido con unos vaqueros y una camisa de cuadros. Ella vino con un vestidito de flores amarillas sobre un fondo verde. El traje apenas le llegaba a las rodillas y sin hombreras, estaba ligeramente escotado. Llevaba unas zapatillas planas.

Cenamos apaciblemente. Yo me comía a Úrsula con la mirada, y Carlos, a mí. Bebimos vino, mucho vino rioja, que con la carne entra también. Nos animamos y entonces, Carlos se impacientó y cortésmente nos invitó a comenzar la noche.

Le guiñé el ojo a Carlos, avisándonos que seguiríamos los planes concertados por teléfono. Carlos y yo nos dirigimos hacia Úrsula, que no miraba sorprendida, sentada en la silla. Carlos corrió la silla, separándola de la mesa y rápidamente cogió a su mujer para que no se levantara, agarrándola de los brazos.

-He descubierto un secreto de ti. Te gusta que traen mal…y yo hoy lo voy a hacer.- Le dije a la chica, arrodillándome entre sus piernas y viendo unas expresión en su cara, más de satisfacción que de miedo. 

Carlos la mantenía con los brazos levantados y doblados, agarrados por la muñeca, los usaba para mantenerla sentada. Comencé a besarla en la boca, mientras ponía mis manos en sus muslos cubiertos por su trajecito de flores. Su boca me recibía cálida, abierta, deseando ser penetrada, sin importarle que fuera una chica la que esta vez la poseía.

Comencé a tirar de su trajecito para arriba y a sentir la suavidad de sus cálidos muslos en la palma de mi mano y las yemas de mis dedos. Mientras la besaba penetrándola ahora con mi lengua. De repente, cuando su traje quedaba a la altura de las inglés, agarré sus bragas de golpe e intenté quitárselas de un tirón. Las bragas eran de preciosa lencería y delicada transparencias. Salió a la segunda, cuando echó su cuerpo un poco para arriba.

Después de esto, fui bajando poco a poco sus bragas hasta quitárselas de las piernas. Entonces comencé a desabrochar los botones de su trajecito, que los tenía detrás. El vestido iba cayendo poco a poco, ayudado por los tironcitos que yo le daba, hasta que quedaron sus pechos, tapados por un fino sujetador. También de delicada trasparencia.

Entonces le separé los muslos con mis manos y i boca fue bajando lentamente, a través, unas veces de su piel, y otras, de la ropa de su vestido, hasta encontrar el bosque de pelos de su sexo. Empecé a trabajarle el clítoris, lamiéndolo primero con la lengua, apartando con ella la maraña de pelos. Luego, lo besé con los labios, y los contuve con ellos, apretándolo entre mis labios.

Miré hacia arriba. Carlos había sacado las tetas de las copas del sujetador y las amasaba con pasión. Mientras, Úrsula, descompuesta, decía cosas incongruentes sobre el amor y echaba sus manos hacia detrás buscando los barrotes de madera del respaldo de la silla.

AL ver aquello, dí un lametón enorme sobre toda la raja de Úrsula, que respondió dando un respingo que se convirtió en un lento movimiento con el segundo lametón, con el que pude probar al fin, la miel jugosa de su sexo.

Mi lengua empezó a jugar con el sexo de Úrsula, metiéndolo entre sus labios y moviendo mi lengua nerviosamente. Su sexo se abría por que Úrsula había puesto cada pierna a un lado de la silla, separándolas todo lo que podía. Carlos mientras seguía jugando con su pecho, le mordía la oreja y le decía cosas a la oreja que me da vergüenza escribir aquí.

Y de pronto, después de advertirme por un movimiento de caderas cada vez más acelerado, la chica comenzó a correrse. Apreté mi boca contra su sexo, y me lo comí mientras ella seguía musitando y moviéndose rítmicamente. Sólo cuando noté que se le había acabado, me incorporé para volverla a besar, disputándome su boca con su marido, y luego, le lamí un poquito sus tetitas, que aún se escurrían entre las manos de Carlos.

Esperé un poco mientras el par de tortolitos se besuqueaban. Cuando comprendí que Úrsula estaba ya saciada de cariño, le hice una seña a Úrsula. Ella cogió un trozo de guita que yo le alcancé y se dirigió a su marido que estaba en la silla.

Úrsula comenzó a hacer masajes en el cuello a su marido y le dijo -Cariño…trae las manos que te voy a atar.-

Carlos puso cara de sorprendido, pero finalmente comprendió que ahora le tocaba dar algo a él y tiró sus brazos por detrás del respaldo de la silla, dejando que su bella mujer le atará las manos, trabándolas de manera que quedaban enganchadas a la silla. Mientras yo me iba quitando la ropa más superficial.

Naturalmente, esto lo tenía concertado con Úrsula por anticipado. Cuando Úrsula acabó de atar las manos a su marido detrás de la silla, Úrsula acabó de desnudarse, mientras yo me quitaba el sostén. Luego, comenzamos las dos a hacerle carantoñas a Carlos, mientras le desabrochábamos la camisa y tras acariciar su pecho con bastante poco pelo y jugar ambas a lamer sus pechos y sus pezones, cuando ya vimos que Carlos estaba tenso y excitado, tiramos cada una de ambos lados de sus pantalones, hasta sacárselos.

Tenía unos calzones de esos que no tiene botones. Úrsula le metió la mano en la bragueta y manipulando un poco le sacó el pene bastante excitado. Las dos estábamos agachadas delante de Carlos y comenzamos a lamer lentamente, las dos, aquel miembro.

Hacía años que no le pegaba un lametón a un pene y no me acordaba ya de la sensación de la suave y tersa piel, como la de una cereza, en la punta de mi lengua. Sentía muy cerca la cara de Úrsula, y nuestras lenguas se tropezaban entre lamida y lamida…

Úrsula acaparó la cabecita segunda de su marido, metiéndosela en la boca y lamiéndola golosamente, mientras agarraba el cipote con las manos. Yo entonces me acordé de un amigo al que le encantaba que le lamieran los testículos.

Carlos separaba las piernas y se recostaba sobre la silla al sentir mis labios sobre su escroto, tirando de él, y jugando con mis testículos. El chico estaba cada vez más excitado. Su cuerpo ya no se recostaba, sino que se arqueaba buscando el placer de la eyaculación. Puse una mano entre sus piernas, detrás de los testículos y le acariciaba sus huevecillos llevándolos hacia delante, dejando que ellos fueran a su posición original.

En un momento dado, Úrsula retiró su cabeza y pude ver el chorro espasmódico de semen saltar de su pene y proyectarse a una altura considerable mientras su mujer le ordeñaba el pene con la mano. Menos mal que me quité, si no, me chorrea la cara.

Acerqué mi lengua a la cabecita y lamí un poquillo de su semen, para recordar su sabor dulzón. Úrsula me sorprendió – No sé cómo puedes probarlo…yo no soy capaz.-

Dejé que los dos tortolitos se volvieran a besuquear. Carlos le pedía a Úrsula que le soltara. -¡No!, no te suelto- le decía Úrsula con voz de niña mala, mientras él le pedía con mimos .Suéltame, venga.-

Úrsula me miró pidiendo que con un gesto o que tácitamente le diera mi consentimiento, pero yo no iba a acabar el juego aún. Estaba de pie y cogía a Úrsula, que estaba de rodillas abrazadas a su marido, del pelo, obligándola a ponerse de pie. Ella emitió un ligero sonido de dolor, más para advertirme de que no la hiciera daño que de otra cosa.

– Ahora me vas a comer el coño delante de Carlos, para que vea lo putilla que puedes llegar a ser.- Dije esto mientras me quitaba las bragas, después de haberla obligado a tomar asiento en un sillón cercano. Estaba muy excitada y tenía cama de correrme. 

Puse un pie en uno de los hombros del sillón, y acerqué la cabeza de Úrsula hasta mi sexo, agarrándola otra vez por detrás de la cabeza. Ella me agarró de ambos lados de las caderas e intentó comerme el conejo, pero no sabía. Sus labios no estaban adiestrados en ese arte. Me intentaba comer el conejo como si fuera una polla, y es muy distinto. Su lengua me rozaba el clítoris tras una maraña de pelos. Lo único que hacía era mover su lengua lamiendo mi clítoris, asustada o con un poco de repugnancia.

Le cogí La cara con las dos manos y puse mi sexo directamente en sus labios, y comencé a agitarme, buscando la fricción de su lengua y su boca con mi sexo, pero fue inútil.

Me puse un poco de mal humor y la pagué con ella, la cogí del pelo de nuevo y la obligué a levantarse. -¡No sabes comer coños!-

Carlos miraba un poco mosca, pero al ver la cara de su mujer, completamente entregada a mí, se relajó.

-Te voy a enseñar a comer coños.- Puse a Úrsula de pie, delante de su marido. Me puse en cuclillas delante de ella y me fui directamente a su sexo. Separé sus labios de u clítoris y me puse a dar lametones que fueron ganando en rapidez y fuerza, hasta empezar a notar que sus piernas desfallecían, Puse entonces mi boca contra su clítoris, para agarrarlo con mis labios.

Agarré su clítoris entre mis labios y tiré de él ligeramente, hasta que noté que Úrsula ponía sus manos sobre mi cabeza. Alcé la mirada y allí estaba la chica mirándome deseosa de que la siguiera lamiendo. No solté su clítoris de mis labios, y comencé a dar nerviosas y cortas lamidas en su clítoris.

Mientras, mis manos la habían agarrado por detrás y le había separado las nalgas y mis dedos se introducían lentamente, por detrás, en las primeras humedades de Úrsula. Carlos nos miraba y su miembro comenzaba a resucitar.

-Lámeme la raja por favor, ¡Lámeme! – Dijo Úrsula al fin. Satisfice sus deseos, soltando su clítoris y poniendo a darle lametones largos en su raja, metiendo mi cara entre sus muslos. Podía oler su sexo perfumado. Su humedad impregnaba mi lengua de nuevo. Cogí una de mis manos y la pasé para adelante, separando los pelos de su raja, buscando su hendidura deliciosa. Volví a lamer más apasionadamente que antes.

-¿Te han metido el dedito alguna vez?- Úrsula tardó en contestar un sí condicionado. -¿Cuándo?- Úrsula miró a Carlos buscando una aprobación para hablar. -Carlos me lo metía de «novios».-

-¡Pues yo te lo voy a meter también!- Dicho y hecho. Puse mi mano en forma de figa, con el dedo medio extendido, y comencé a introducir mi dedo en la rajita húmeda de la camarera del «Olimpos». Mi boca volvió a entrar en pleno contacto con su sexo, volviendo a lamer su clítoris, esta vez con rabia, mientras movía mi dedo dentro de su sexo primero lentamente, y luego con gran rapidez, buscando su orgasmo sin piedad.

Úrsula empezó a tirar de mis pelos y a apretar mi cabeza contra su sexo, mientras percibía como una de sus manos venían por detrás de ella y se introducía levemente en su sexo. Comenzaba a moverse, flexionando ligeramente las piernas y moviendo su cintura de adelante atrás. Entonces extendí el índice, que se coló en su interior sin dificultad.

-¡Aaaaayyyyy! ¡Aaaaayyyyy!.- Úrsula parecía que se quejaba de que le viniera el segundo orgasmo de la noche.- ¡Aaaaayyyy!-.

Úrsula estaría muy saciada, pero yo me había quedado muy caliente, así que, a pesar de que en mi dieta no está la zanahoria, miré a Carlos, desnudo, atado aún e indefenso y con su miembro viril excitado. Pensé en que después de tanto tiempo de espiarme, quizás llegaba la hora de follar.

Úrsula se tendió en el sofá, mientras adivinaba cuál sería el próximo movimiento. Adivinaba que me iba a follar a su marido, pero parecía que no sólo no le importaba, sino que lo veía bien. Así que me monté a horcajadas encima de Carlos, aún atado a la silla y tras pasar unas cuantas veces mis senos por su cara, recibiendo por respuesta unos bocados y lametones que reflejaban unas grandes ansias de mamar, le cogí el pito.

Pero de repente. -¡Un momento! ¡No quiero quedarme preñada!- Úrsula sacó de su bolso un preservativo y me lo dio.

-Pónselo tú, que tienes más práctica.- Le dije. Úrsula cogía el nabo de su marido, bastante excitado, por mis tetas. Lo cogía asépticamente, muy distinto a como lo había cogido antes, casi como si fuera una enfermera. Acabó pronto de desenrollar el preservativo en el falo de su marido y se apartó a su sofá mientras miraba su obra y se apartaba el pelo de la cabeza.

Entonces me volví a montar obre él. Coloqué una mano sobre sus hombros mientras le agarraba el pene forrado por el preservativo para introducirlo en mi sexo. Me lo fui metiendo poco a poco, hasta que ambos fuimos la misma carne.

Entonces empecé a trabajarlo, metiendo y sacándola lentamente y hablándole, mientras Úrsula nos miraba de pie, atraída por la cópula de su vecina y su marido.

-Mira, Carlitos… Sé que me espiabas de jovencito…ahora es tu oportunidad de follar conmigo…disfruta, porque si tú te corres después que yo… te doy opción a repetir…pero si te corres antes que yo…entonces me voy a follar a tu mujer…Y te lo pongo fácil…que yo ya estoy muy caliente y tú en cambio ya te has corrido.-

Hicimos una extraña competición. Yo luchaba por no correrme pero cabalgaba a Carlos con toda la sensualidad que podía para que él se corriera. El apretaba la mandíbula y se intentaba chafar del roce de mis senos delante de su cara. Pero yo era más fuerte que él. Me meneaba sintiendo aquello a un lado a otro, pensando más en lo que él debía sentir que en lo que estaba sintiendo él.

De repente, sentí que Carlos cambiaba de actitud y comenzó a quererme besar los pechos, que yo triunfante restregaba por su cara, jugando con él, y a moverse debajo de mí. Se había entregado. Su orgasmo era inminente…Pero el mío también.

Aguanté todo lo que pude hasta que sentí que Carlos se vaciaba dentro de mí con movimientos espasmódicos que terminaron de provocar mi propio orgasmo. Antes de correrme le pregunté.- ¿te…te has corrido?- Guardó silencio. Volví a preguntar y al fin balbuceó un -Sí-. Entonces ya no me contuve más y comencé a correrme encima de él.

Bueno. Tengo que decir que no es tan malo follar con una polla de verdad. Ya no me acordaba, pero a mí lo que me gustaba de verdad es lo que iba a hacer como premio a contener mi orgasmo más que Carlos.

Me dirigí a Úrsula y le pregunté.- ¿Quieres hacerlo delante de él?- No.- Me respondió

-¡Desátame!- Decía Carlos mientras veía cómo Úrsula y yo nos alejábamos cogidas de la mano por el pasillo. Puse la mano sobre la cadera de Carlos para que nos viera.

-Si te estás tranquila y relajada no te haré daño.- Le decía mientras observaba extasiada el consolador que le mostraba, tras sacarlo de detrás de la almohada de mi cuarto.

-¡Anda, ayúdame a ponérmelo!- Le dije, y ella obediente comenzó a pasar las correas por mis caderas y mis piernas. Sentía sus manos suaves en mi piel. Cuando lo tuve bien puesto la animé a que me lo chupara un poco. -¡Anda, así te familiarizas con él!-

Úrsula se sentó en la cama y agarró el miembro viril de látex y puso su boquita sobre la cabecita de color rosa chillón. Lamió un poco pero al cabo de un rato dijo.- A mí esto no me sabe a nada.- ¡Que poca imaginación.

-¡Espera un momento!- Le dije.

-¿Dónde vas?-

-A por la vaselina.-

Salí del cuarto y me dirigí al baño, pero antes, decidí darle una sorpresa a Carlos y me paseé por el salón. Carlos se quedó como acojonado al ver mi figura femenina, escultural, desnuda. Con aquel miembro colgando, y más sabiendo que su destino era introducirse en la vagina de su mujer.

Volví con la crema. La nena se había tumbado en la cama. ¡Mejor!. Me unté aquello de vaselina y me puse a sus pies. Comencé a besarle los pies y lamí sus deditos y luego las pantorrillas y los muslos y su ombligo,

Lamí de nuevo su sexo, aunque sin distraerme demasiado. Úrsula me propiciaba tiernas caricias en la espalda y en la cabeza. Lamí su vientre y su ombligo y cada una de sus costillas hasta llegar a la parte de debajo de sus senos.

Me dediqué a recorrer con la lengua todas las faldas de los dos «Montes Olimpos». Cuando terminaba de dar la vuelta a una teta, comenzaba con la otra, hasta que decidí coronarlas y lamer con fuerza el pezoncito excitado. Úrsula entonces me lo pidió.- ¡Fóllame, por favor…fóllame de una vez!

Me hice de rogar, jugando con sus pezones, a los que le hacía un montón de tiernas perrerías para que me suplicara. Estaba prácticamente tendida encima de ella y comencé a acariciarle los muslos, agarrándolos por detrás. De repente, le separé las piernas. Úrsula emitió un suave sonido gutural mientras arqueaba su cintura. Aproveché para calentarla un poco más, diciéndole.- ¡Te voy a follar como si fueras una putita caliente!- Úrsula volvió a repetir el sonido que me excitaba.

Agarré el consolador y lo coloqué entre los labios del sexo de Úrsula, que al estar totalmente mojado, hacían que con presionar un poco aquello se introdujera sin problemas. La agarré de los hombros y la tiré hacia mí. El cacharro se introdujo decisivamente y Úrsula gimió más fuerte. Ahora ella me agarraba de las caderas y podía sentir sus manos acariciar mis nalgas.

Volví a presionarla contra mí y ya terminé de meterla. Úrsula cruzó las piernas encima de mis nalgas. Yo comencé a moverme lentamente, Parecía que aquello le gustaba a Úrsula, que permanecía con el cuello estirado y los ojos cerrados, porque cuando la metía, ella presionaba con las piernas para sentirla más.

Comencé a moverla cada vez con más fuerza y más rápido, midiendo la velocidad con su grada de excitación, que se dejaba ver en los movimientos del cuello y sus gemidos. Se agarró a ambos lados del colchón y abrió sus piernas, hasta que al final, la nena estalló en un violento y sonoro orgasmo.

Carlos la escuchaba y la llamaba, imposibilitado y sin saber muy bien lo que pasaba. Estuve tendida un rato. Me pidió que sacara el cipote. Lo saqué por ser la primera vez, pero me mantuve besando su cuerpo sudoroso por la pasión sexual.

-¡Anda! ¡Pruébalo ahora a ver si te sabe a algo!- Úrsula me obedeció y se lo llevó a la boca, después de besarme y por la forma de lamerlo, parece que ahora si le sacaba sabor.

Desaté a Carlos mientras la nena permanecía en la cama, y el nene fue corriendo a ver a su nena, que se incorporó a recibirlo. Se besaron y comenzaron a despedirse.

-Adiós. Eva, ha sido estupendo.- Decía Úrsula. – Sí, eso, estupendo.- Decía Carlos no muy convencido.

-Me lo he pasado muy bien.- Volvió a decir Úrsula. – Yo también.- La contesté.

Bueno, desde aquel día, los sigo oyendo follar de noche, pero por lo menos sé que no es para calentarme. Nos vimos a los pocos días en el ascensor. Úrsula me saludó muy efusiva. Carlos, no tanto. Hemos hablado, en frases entrecortadas sobre la posibilidad de…quizás otra noche…quedar a cenar. Pero la verdad es que no hemos vuelto a cenar.

Pero debo decir que el otro día, sentí tocar el timbre de la casa. Era domingo por la tarde. Al abrir me llevé la sorpresa de encontrar a Úrsula. Estaba vestida como el primer día que la vi, con unas zapatillas viejas, un vaquero cortado por las ingles y roído y una camiseta. Me pidió un par de huevos y un pepino. ¿Querría insinuarme algo?

Me dijo que su marido estaba en el fútbol, pro que su marido es muy aficionado. Lo es desde pequeñito. Ella se aburre muchísimo en casa. El caso es que es viernes, han pasado casi dos semanas de aquello, así que este domingo juegan los de Carlos en casa. ¡Y yo me voy a follar a Úrsula otra vez!