«Veinte meses. Veinte meses metida en el talego. Total, por nada. Al final el marrón me lo comí yo. Y voy a casa de mi madre y me dice la vecina que hace dieciocho meses se fue con un alemán a vivir a Canarias. Yo sabía que se había ido por que en los veinte meses sólo vino el primer mes. ¡Pero mi hermana no me ha dicho nada! ¡Claro que a mi hermana hace un año que no la veo!»
«Recién salida del talego y ya tengo problemas. Mi madre ha cambiado la llave de la casa y no puedo entrar.¿Qué puedo hacer? ¡Voy a que mi hermana me de la llave! Y de paso la veo a ver que tal le va me puede recomendar a alguien.»
Gema, la «mamona», como la llamaban en la cárcel acababa de salir de la cárcel tras una condena por participar en un robo. No es mala chica, pero las malas compañías… Ahora era una persona nueva, limpia. No lo había pasado nada bien en la cárcel, sobre todo al principio. Luego, los meses pasaron más rápido.
En la cárcel, la «mamona», una chica joven, de veinte años, morena, guapa, de cara redonda, nariz respingona y labios sensuales.
Sus ojos negros y achinados la hicieron desde el principio despertar la lujuria de las presas más antiguas. Gema quiere olvidar sus primeros momentos en la cárcel.
Cómo aquellas reclusas la sorprendieron en el baño, mientras una de ella distraía a la funcionaria y cómo, bajo el agua caliente la tomaron entre todas y una por una.
Gema mide 1,67 cms. Sus curvas son marcadas, de estrecha cintura y amplias caderas, de ancha espalda y pecho generoso, sin ser grande. No es ni gorda ni delgada.
Ahora está más musculosa, pues en la cárcel se aficionó al gimnasio.
La fuerza, las relaciones, los favores son la única forma de vivir bien en el talego.
La única forma de apartar aquella pléyade de amorosas compañeras de celda que la reclamaban había sido el mostrarse más dura que todas ellas.
La llamaban la «mamona» porque desde un principio había demostrado un increíble talento con la lengua.
Había sido aquella sensibilidad prodigiosa para excitar y calmar la sed sexual de su compañeras la que le había ayudado a ir escalando posiciones en la estructura informal de aquel grupo variopinto de traficantes, regentas de puticlubs, ladronas y demás.
Luego, la «mamona» empezó a sentir la necesidad de utilizar aquella sensibilidad prodigiosa para seducir a las reclusas que llegaban.
Cuanto más lejos estuvieran de ser lesbianas, cuanto más normales parecieran, más disfrutaba con una presión suave, pero persistente sobre su víctima, hasta que conseguía seducirla y convertirla en su amante, por la fuerza de la perseverancia y el aburrimiento de las horas muertas de las largas noches
Ahora todo aquello quedaba lejos.
Se decía así mismo que estaba deseando pillar una buena minga que le quitara todo aquello de la cabeza.
Mientras llegaba a la casa de su hermana Adriana reflexionaba sobre estas cosas.
Se le venían también a la cabeza la última vez que Adriana había venido a verla un par de veces. Le traía dinero y tabaco y un poco de ánimo.
Pero la última vez, al verla vestida así, con ese traje tan bonito, tan coqueto, tan elegante, Adriana, tan lejos estéticamente de todas las reclusas con las que había tratada, tan lejos en todo lo demás…
«No sé como se me ocurrió ponerle la mano en el cachete, y peor fue no apartarla rápidamente. Si hubiera sido una amiga hubiera estado mal, pero siendo mi propia hermana, más que mal, era una estupidez. Espero que se le haya olvidado»
Gema tocó la puerta. No había nadie. Eso era bueno, porque significaba que estaba trabajando.
La esperó hasta que a la cuatro de la tarde apareció así, rubia, elegante, con un traje de color gris que dejaba adivinar una silueta exquisitamente femenina.
Adriana era de ojos verdes y cara redonda, de nariz respingona como ella y boca redonda. Era, salvo por el color del pelo y de los ojos muy parecida a ella.
Eso sí, Gema la veía un poco más rellenita, pero muy bien..estaba muy bien.
-¿Qué haces aquí? ¡Qué sorpresa! ¡Por qué no me has dicho que te fuera a recoger!.- Se besaron y se dieron un fuerte abrazo.
Gema le explicó la situación y le pidió las llaves de la casa de la madre. – Es que, gema… Mamá vendió la casa y se fue a Canarias con un alemán. No se nada de ella desde hace meses.-
Gema no tenía a donde ir. Conocía algunas chicas de la cárcel, pero se temía que allí donde fuera recibida, lo sería a condición de utilizar su especial habilidad sobre la piel de su hospedera y ella quería cambiar aquello.
-Bueno, Gema… puedes quedarte aquí algún tiempo hasta que encuentres algo que te convenga.- Al final, después de estar contándole penas a Adriana durante horas consiguió arrancar aquello a Adriana.
No lo había dicho de muy buena gana, pero era suficiente con que lo hubiera dicho.
Adriana trabajaba ahora en una multinacional, en las oficinas. Estaba de un pijo de mucho cuidado. No había que ver nada más que como estaba la casa adornada. ¿Tendría novio?.
-¿No sales?.- -No, entre semana no salgo.- -¿Es que no viene Jorge?.- – No, rompí con Jorge hace seis meses y no tengo ganas de novio.-
«Menudo gilipollas.¡De la que te has librado! Seguro que le pondría los cuernos. ¡Con lo buena que está Adriana! Y es que la miel no está hecha para la boca del burro. Por fín una ducha en condiciones, con agua templada a mi gusto.
¡Hay que ver la cantidad de potingues que se pone la nena esta!.¡Uy! ¡Qué bien huele este!. Voy a poner el tapón y mejor me doy un baño.»
Hora y media después aún seguía Gema en el baño. Adriana entró un poco mosqueada.
-Perdona, es que hace veinte meses que no pruebo nada así.-
Gema estaba realmente a gusto en la casa. Hasta cogió un libro y se puso a leerlo, y puso música y se hizo un bocadillo y se comportó como si estuviera en su casa.
Se sentía tan bien que no se daba cuenta de los gestos de desaprobación con que le miraba de vez en cuando Adriana.
Los días pasaban. Gema comenzó a buscar trabajo. La verdad es que mientras tuviera unos meses de cobrar el subsidio, no le importaba demasiado el tema, pero empezó a darse cuneta que Adriana quería estar sola. Le dolía, pero tenía que aceptarlo
«Hay que ver. La única familia que tengo y me rechaza. Debe de ser por lo de la cárcel, por que de lo otro no tuve la culpa.
Me salpicó por estar cerca de la mierda, pero yo no tuve nada que ver. ¡Joder! ¡Con lo a gusto que podíamos estar las dos juntitas aquí! Es mayor que yo. Debería cuidar de mí. Bueno, ya veremos…Pero ¡Qué buena que está la hija de puta!»
Sí, por que a Gema no le pasaban desapercibidas las cualidades de Adriana. Usaba lencería fina, que paseaba sin disimular delante de gema.
¿Por qué lo iba a hacer? Era su casa y eran hermanas. No es que se pusiera a desnudarse delante de ella, pero si tenía que ir del baño al dormitorio, pues iba.
Gema admiraba el culo gordito pero bien puesto de Adriana y sus pechos deliciosos, que botaban armoniosamente cuando iba de un lugar a otro sin sostén, y las caderas que suavemente se ensanchaban desde la estrecha cintura.
No dejaba de repetirse a sí misma, sin darse cuenta del alcance de sus palabras «Pero que buena está esta nena».
Aquel fin de semana Gema quería dar una vuelta por la ciudad, para disfrutar por fin del ambiente que se le había negado desde hacía 30 meses. Adriana no le propuso que le acompañara.
Gema comprendía que tal vez su hermana tenía motivos para no presentarle a sus amigas. Desde luego que si las amigas de Adriana eran tan pija como ella… Pero…
¿Y si estaban tan bien como Adiana?
¿Podría superar la tentación de utilizar las habilidades por la que la habían rebautizado como la «mamona».
Gema se intentó quitar aquello de la cabeza.
Ella lo que debía era salir a buscar un tío con una buena polla que le echara el polvo de su vida.
No es muy difícil para una hembra caliente encontrar quien la monte.
Gema fue a una discoteca y se puso a bailar. Los chicos se acercaban a probar suerte y ella los iba despachando, buscando seleccionar un tío machote que pareciera simpático.
Al cabo de un rato, después de despedir a niñatos envalentonados por el alcohol y ejecutivos salidos que celebraban el final de un congreso, se acercó el hombre que le parecía bien.
» Sí., eso, acércate y baila conmigo y ahora dime algo al oído»
-¿Estás sola? -¡Si!.- – Te parecerá una tontería pero ¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?
El hombre no era muy original, pero no se puede buscar originalidad si una pretende ligar en una discoteca. En fin. Se llamaba Pedro-
Era un chico de unos veinte y tantos años largos. Era albañil. Eso aseguraba fuerza y masculinidad, y no era demasiado «burro», así que después de bailar con él y de soltar carcajadas siguiendo la corriente a los comentarios del chico, se fueron a un sitio que él conocía, donde estuvieron más tranquilos y donde el hombre se decidió a darle un beso en la boca, que sorprendió a Gema y le avisó de la llegada de un segundo beso, profundo y duradero, en el que las lenguas se solaparon entre los labios encajados.
Gema sintió la mano impetuosa del chico que se posaba sobre sus rodillas y avanzaba una y otra vez por su muslo, provocando que la estrecha falda se subiera poco a poco, arrugada y con dificultades.
Después de varios muerdos, el hombre la invitó a acompañarla a su coche.
Era un coche grande, demasiado tal vez para un albañil. «Un presuntuoso», pensó Gema.
Si no tuviera tanta sed de sexo, Gema jamás hubiera aceptado ir tan pronto a una aventura sexual con aquel ligón de discoteca. Ahora estaban montados en el asiento trasero del coche, en un lugar solitario.
Pedro magreaba sus pechos, después de que Gema se había desabrochado el sujetador, comprado esa misma semana, y se había quitado la camiseta.
El hombre miraba sus pechos con lujuria y los pellizcaba sin miramientos.
Luego los lamió y besuqueó largo tiempo, provocando la excitación de Gema.
Ahora el muchacho deslizaba su mano por entre los muslos recién depilados de Gema y buscaba su sexo.
Gema sintió las yemas de los dedos sobre su sexo, detrás de las bragas.
Luego los sintió manipular la tela que cubría su clítoris y al fin., las caricias de los dedos que acentuaban su excitación, pues el chico no la había dejado de mamar.
De repente, el hombre apretó su mano, provocando una presión que se le hizo insoportablemente placentera, mientras que uno de los dedos del amante se le hincara ligeramente entre los labios que adornaban el interior de su sexo.
Gema se sentía mojada y excitada. En ese momento procedió a alzarse la falda, levantando su cintura y haciendo que su pecho se estrellara de lleno contra la cara de su amante, que aprovechó para morder con los labios uno de sus pezones y provocar un suave tirón que consiguió arrancar en Gema un gemido de placer.
El chico agarraba las nalgas de Gema con fuerza, como queriendo hundir sus dedos en ella.
Gema hizo una pirueta y se fue bajando poco a poco las bragas. En ese momento comenzó a desabrocharle los pantalones al chico y tras ello, y manipular en el interior de los calzoncillos, sacó una verga empalmada, deliciosamente tersa.
Tuvo la tentación de metérsela en la boca, pero pensó que por un momento no sería una «mamona».
– Métemela de una vez.- El chico se abalanzó sobre Gema, aprovechando para dejar caer los pantalones hasta la altura de las rodillas.
Gema se recostó sobre el asiento y separó las piernas para dejar el paso franco a pedro, que se había ya bajado los calzoncillos.
Pronto comenzó a sentir el pene del impetuoso amante intentando penetrarla.
La falta de seguridad de Pedro la ponían nerviosa.
Hubiera deseado salir del coche, pero el hombre al fin la penetraba.
El hombre le introdujo el pene rápidamente y Gema sintió que su interior se abría por primera vez en mucho tiempo a un ariete masculino.
Luego lo sintió agitarse entre sus piernas, a un ritmo que a ella para nada le satisfacía. Intentó ajustarse a él, pero era inútil. Había tropezado con otro de esos hombres que sólo entienden el polvo de una manera: Su propia satisfacción.
Gema aguantó las embestidas salvajes del hombre que la aburrían y no le hacían sentir un especial placer hasta que lo sintió vaciarse.
Después de sentirse vilmente utilizada, se vistió y se fue, sin decir nada ni mirar hacia detrás, sintiéndose observada por el hombre que seguramente se preguntaba por cuál era el motivo por el que se había mosqueado si el polvo había sido cojonudo
«Todos los hombres son iguales. Van a lo suyo. ¡Me cago en todos ellos! Veinte meses deseando coger una polla para esta mierda. Me parece que voy a seguir siendo lesbiana»
Sin darse cuenta, Gema comenzó a pensar en Adriana. En su bonita figura, en su cuerpo saleroso que paseaba al salir del baño, en los cachetes del culo que le asomaban de aquellas braguitas exquisitas, en sus pezones grandes y oscuros y puntiagudos.
No relacionó su excitación con el cuerpo de su hermana, sino que pensaba que era la resaca de la experiencia anterior.
Llegó a casa de Adriana. Su hermana no había llegado aún.
Gema se acostó sólo con las braguitas puestas, pues tenía muy claro lo que iba a hacer. Introdujo su mano dentro de sus bragas, ya cuando estaba metida en la cama.
Gema se comenzó imaginando que una mano desconocida la acariciaba, pero conforme transcurría el tiempo, se imaginaba que era una chica a la que estaba haciendo el amor y sentía lo mismo que sentiría su hipotética amante.
Una chica deliciosa, elegante, sensual, guapa.
Sólo se venía una imagen a la cabeza y era la de Adriana, así que comenzó a masturbarse pensando que le hacía el amor a su hermana.
La idea le parecía extraña aún, la repudiaba cuando estaba fría, pero a decir verdad, en las frías noches de la cárcel, más de una vez, aunque no siempre, la mujer que ocupaba su mente mientras se masturbaba era Adriana.
Ahora pensaba y sentía la turbación que debía sentir Adriana al probar el sexo lésbico por primera vez y la propia contradicción de la entrega a los placeres prohibidos de una mujer que derramaba belleza y perfección.
Sintió llegar a Adriana algún tiempo después. Se hizo la dormida.
Era difícil dormir en el sofá de la sala de estar.
Gema hubiera deseado dormir en la amplia cama de Adriana, pero su hermana no se lo había propuesto y además, le había indicado el primer día cuál sería su cama.
La moral de Gema caía conforme se daba cuenta de las dificultades para encontrar trabajo.
Por otra parte, Adriana le hacía la estancia un poco difícil. Al llegar llegaron a una especie de acuerdo. Si Gema quería quedarse en casa, tendría que trabajar en ella.
«Me tiene de criada. Le tengo que lavar la ropa, plancharla, hacer la comida, la compra, barrer. Menos mal que le siso un poco de dinero de la compra. Lo que más me gusta es lo de la ropa. Me encanta. Son tan lindas sus bragas.»
Gema disfrutaba metiendo las bragas de Adriana, tan pulcra. Olía el rastro de su sexo y luego las volvía a oler limpias ya. Gema añoraba el olor del sexo de las mujeres.
La experiencia del fin de semana le había hecho convencerse de que su gusto por las mujeres no tenía marcha atrás.
Y de todas las mujeres, la que más le gustaba era Adriana.
Un día, mientras Adriana se bañaba, Gema la oyó llamarla. Le pedía que le trajera una toalla.
Gema se metió en el baño para darle la toalla. Adriana se duchaba. El agua le daba un brillo especial a la piel. Gema se puso a enjabonarle la espalda.
Adriana le consintió que enjabonara su espalda. Gema se recreaba y fue despertada de su embobamiento por Adriana, que le advertía que ya no la necesitaba.
Gema deseaba seguir allí, así que se puso a mirar por el espejo, observando su cutis, disimulando para ver a su hermana desnuda. Por fin vio a través del espejo el felpudo de Adriana y en medio, su clítoris. «Qué rico debe de estar»
– Me sigues como si fueras un perrillo. El que te pague como a una empleada de hogar no significa que tengas que venir detrás mía.-
Adriana parecía molesta mientras se vestía en su cuarto.
Gema la seguía inventando una conversación insulsa con el único motivo de contemplarla divina como una Venus.
Ahora veía su trasero, y entre las nalgas, una ristra de pelos que le bajaban de su sexo. ¡Qué dulce cabello de Ángel debía de formarse con su flujo amoroso!.
Un día, Adriana llegó cansada y muy tensa. Gema observaba las movimientos de cuello y comenzó a darle unos masajes a su hermana, poniendo las manos a ambas manos de la espalda y frotando los pulgares en la base del cuello.
Adriana debió percibir la eficacia de los masajes, pues desde ese día, Adriana le pedía a Gema que le diera masajes.
La espalda de Adriana aparecía desnuda, desprovista de toda ropa, y Gema, mientras acariciaba su espalda, se imaginaba los senos desnudos detrás s de la espalda de su hermana.
Gema escuchaba a Adriana en la noche. Sentía sus movimientos excitados a la primera hora y sabía muy bien que esa era la hora en la que se masturbaban las reclusas, incluido ella.
La imaginaba profanar su sexo con sus propios dedos, metiendolos tan profundamente como podía y acariciándose más que con pasión, con rabia hasta arrancarse un postrer orgasmo como colofón a un día de trabajo.
Y entonces, muchas veces, ella misma se acariciaba y procuraba correrse al unísono, a la vez, unidas en la distancia.
Durante los días siguientes, Gema comenzó a soltarle piropos a su hermana. Piropos cuya inoportunidad era evidente y que Adriana debía soportar por ser Gema quién era. Piropos como .- ¡Vaya culo bonito que tienes.- O como -¡Yo no sé como no tines novio! ¡Si estás para mojar pan!- O como -¡Si yo fuera un tío y no fueras mi hermana …!.- Era la forma de ligar que Gema había aprendido en la prisión y no se le ocurría otra manera de desahogarse, de desfogar la pasión que poco a poco y cada vez con más fuerza le despertaba Adriana.
Gema animaba a Adriana a que se relajara, tumbada sobre la cama, dándole la espalda para que su hermana le diera unos masajes.
Gema admiraba aquella espalda y aquellas nalgas apenas cubiertas por las coquetas braguitas.
Habían pasado unas semanas.
Gema comenzó los manoseos. Por la mañana, Adriana se había enfadado un poco con ella porque al enjabonarle la espalda, su mano se había deslizado ya más por debajo de lo debido y le había cogido el culo despacio, con la mano cubierta de jabón.
Ahora Gema, que estaba en bragas también con sus pechos desnudos pues había salido del baño, se ponía encima de su hermana, manteniendo su cuerpo a ambos lados de la espalda, y dejando posar su trasero casi encima de las nalgas de Adriana.
«No debería hacerlo, pero es que está tan rica. Me va a pegar un bocinazo.»
Gema se decía aquello mientras observaba a su hermana, vuelta de espaldas. Veía su oreja y le entraba ganas de morderle el lóbulo. Estaba decidida, a pesar de todo.
Así que cuando pensó que Adriana estaba relajada se reclinó sobre ella y le mordió el lóbulo de la oreja. Gema sintió la espalda de su hermana contra sus pechos que le colgaban.
Adriana aparto la cara, volviéndola hacia la cara. El cuello de Adriana, delgado y largo le resultaron a Gema tan excitantes como su oreja, así que comenzó a darle besitos sensuales.
-¡Déjame! ¡Anda1- Le dijo Adriana al final de un rato excitante.
Gema le advirtió a Adriana que iba a recibir un masaje especial, para que lo aceptara como una parte del tratamiento.
Comenzó entonces a restregar sus pechos por la espalda de Adriana. Sentía bajo sí las curvas de su hermana.
Su vientre se topaba con las nalgas de la chica tendida. Repitió varias veces el masaje.
-¿De verdad es necesario todo esto?.- – Es muy gratificante, Adriana.-
Adriana aguantó estoicamente los masajes mientras Gema la agarraba de la cintura. Gema se excitaba y ahora aumentaba la amplitud de su movimiento clavando su vientre y más aún, su sexo en las nalgas de Adriana.
Mirado desde una ventana, se diría que en esta fase del movimiento, Gema pretendía penetrarla con un imaginario pene. El roce de los cuerpos, su imaginación excitada, su sexo contraído y retraído por los movimientos estimulaban a Gema que empezó a sentir un leve y fugaz orgasmo.
-¡¿Qué haces?!.- Adriana parecía haber comprendido muy bien lo que pasaba -¡Nada!.- -¿Cómo que nada? ¡Cochina! ¡Te estabas corriendo!.- -¿Cómo dices eso?- -¿Te crees que me acabo de caer de un guindo?-
Adriana se levantó bruscamente y se fue a su dormitorio, dejando que Gema contemplara dolida por el rechazo y asustada por las consecuencias de lo que acababa de intentar, el gracioso culo de Adriana, que se movía más de lo normal por el ímpetu de su coraje.
Gema no pudo conciliar el sueño hasta muy tarde. Le asaltó la idea de ir al dormitorio de su hermana a consumar lo que había empezado o tal vez a pedirle que la perdonara. Estaba hecha un lío. Se despertó tarde. La despertó el teléfono. Adriana estaba ya en la oficina.
-¡Ah! ¡Eres tú!.- -Sí…Mira Gema…He pensado que no puedes estar en el piso conmigo. Lo mejor es que te vayas.-
Guardé silencio un momento y contestó al final. -¿Cuándo?.- -Cuanto antes. Si puede ser hoy mismo.- -Muy bien.-
Gema colgó y se puso a llorar. Su hermana, su única familia, la dejaba en la calle. Total, pro que dándole masajes se había calentado más de la cuenta.
» ¡Qué injusto! ¡Con la cantidad de dinero que tiene que ganar! Voy a verlo. Por aquí tenía la cartilla. A ver… dos millones y medio de pesetas de saldo. Y la nómina de trescientos billetes. Y ¿Estas cincuenta mil pesetas que recibe todos los meses? ¡Joder! ¡Si son de mamá!»
Gema pronto hizo sus cábalas. Mamá no la había abandonado tanto como ella pensaba. Todos los meses le enviaba cincuenta mil pesetas para que se las pasara a Gema a la cárcel.
Adriana se las había quedado sin decirle nada. Y para colmo, no le había dicho nada a su madre de que ya estaba libre.
Era falso que no supiera nada de su madre, pues la dirección y el teléfono aparecían bien claras en la guía. «Me las va a pagar. Me las tiene que pagar»
Gema esperó a que su hermana apareciera, por la tarde, después de una jornada laboral agotadora. Venía con la expresión seria y compungida.
Llevaba uno de aquellos trajecitos de chaqueta de minifalda ceñida, de color gris claro, con una camisa blanca de botones debajo.
Tenía unos zapatos de tacón bastante alto y unas medias negras que le hacían un conjunto muy elegante.
Gema la esperaba con una chanclas, unos vaqueros y una camiseta sin mangas. No llevaba sostén.
Estaba en casa al fin y al cabo. Gema estaba dispuesta a poner las cosas claras. Y Adriana también -¿Has hecho ya las maletas?- – ¡Antes tenemos que aclarar unas cositas!.- Le dijo gema mostrando la cartilla del banco que llevaba en la mano y que agitaba para que Adriana la viera bien.- ¿Qué son estas cincuenta mil pesetas que te manda mamá todos los meses?.- – Me devuelve un dinero que le presté -¿Cuánto? – Un millón- – ¿Ah, si? ¿Y donde lo tenías? ¿Debajo del colchón? ¡Por que yo no veo aquí ninguna salida …!
-¡Trae eso que es mío!- Adriana le arrebató la cartilla de las manos a Gema.
Gema no pudo contenerse y fue tras su hermana, que se dio la vuelta temerosa y le cruzó una mirada llena de espanto al ver la cara de mala uva de Gema, que parecía apunto de tirarse al cuello. Gema la esquivó pero no pudo evitar que una de las manos de Adriana cruzara su cara y le hiciera un arañazo.
Al sentir el arañazo en su cara, gema soltó también la gata que tenía dentro. Las caballeras de las dos chicas se menearon al viento y se revolvieron entre ambas caras. Las chicas forjeceaban.
Adriana volvió a darle una guantada a Gema, que tras recibirla, se esforzó en agarrar los brazos de su hermana, consciente de su fuerza, y una vez inmovilizada, y chafándose de las patadas que intentaba propinarle Adriana, al tiró sobre el sillón, donde siguieron forcejeando.
Adriana tiró de la camiseta de gema, desgarrándola por la espalda y no paró hasta que era un guiñapo en sus manos, entre tanto su falda se subía y se desabrochaba como consecuencia de su afán de menear las piernas para tener mayor movilidad con la que ganar la pelea a Gema.
Gema observó la camisa abierta de Adriana, en la que habían saltado todos los botones.
Agarró el precioso sujetador y se lo arrancó a su hermana, segura de que aquello provocaría una gran impresión a su oponente. Los pechos de las dos chicas estaban ahora al aire.
Sus pezones se rozaban como consecuencia de las contorsiones que realizaban para librarse y seguir agarrando, respectivamente. Gema volvía a tener a Adriana agarrada de las muñecas.
Estaba de muy mala leche y necesitaba, sentía la necesidad de ganar la batalla.
Gema sólo conocía una forma de victoria total y para eso, puso todas sus fuerzas para mantener unidas las manos de Adriana, que se revolvía. Al final, tras muchos esfuerzos lo consiguió.
Entonces, la mano de Gema se posó sobre los pezones de Adriana y comenzó a amasarlos y pellizcarlos, tan pronto como se encapricha de una cosa o de la otra.
Adriana reprimía su rabia y dolor, aunque aquello produjera que sus pezones crecieran de tamaño. Era una sensación que lógicamente parecía desagradarle. Adriana volvió a soltarse y Gema la volvió a agarrar, tomando cada muñeca en una mano.
Gema entonces colocó la rodilla sobre el sexo de Adriana, y tras una pirueta, las dos chicas cayeron sobre la alfombra. Rápidamente, Gema se puso sobre su hermana, obligándola, por el efecto de la pierna que hacía palanca entre los dos muslos cubiertos por unas medias negras llenas de carreras.
Gema se colocó entre los muslos de Adriana y mientras le agarraba de las muñecas, le comenzó a morder los pezones con los labios y a tirar de ellos. Adriana se retorcía de placer, pero no estaba dispuesta a ceder en la batalla, así que cruzando las piernas sobre la cintura de Gema, comenzó a golpearla tan fuerte como pudo con los tobillos.
Gema volvió a unir las muñecas de Adriana para agarrarla con una mano y entonces, buscó las bragas de su hermana con la mano que le quedaba libre y tiró fuertemente de ellas.
La parte de atrás de las bragas se metieron profundamente entre las nalgas de Adriana y sus labios quedaron aprisionados. Su clítoris sentía la gran presión de la tela.
Poco después sintió una gran liberación y vio aparecer sus bragas en la mano de su hermana.
Gema aprovechó la tela para agarrar las manos de Adriana. Aquella operación, realizada no sin gran trabajo, permitía a Gema estudiar la situación con mayor facilidad.
Gema posó la llema de sus dedos entre los labios del sexo de Adriana. Rozaba el clítoris con sumo cuidado, mientras observaba a un palmo de su cara, la de Adriana, y sentía debajo de ella como se retorcía, queriendo reprimir su placer.
Un placer que Gema adivinaba que terminaría triunfando sobre las reticencias. ¡Cuántas veces lo había sentido triunfar ella misma en la cárcel! ¡Cuántas veces lo había hecho triunfar!
El dedo de Gema se dedicaba a prodigar los más tiernos estímulos en el clítoris de Adriana y comenzaban a humedecerse, cuando se deslizaba una y otra vez, apenas sin introducirse, en el sexo de su hermana, que había dejado de menearse, pero seguía tensa, muy tensa, sin querer mirar a los ojos a Gema, que aprovechaba para morderle la oreja y lamer su interior y luego el cuello y morderle la comisura de los labios.
Gema introdujo, de pronto, todo su dedo dentro de Adriana, produciéndole un dulce lamento.
En ese momento, Gema pensó «Ahora vas a ver por que me llaman la mamona». Tomó el sillón y puso una pata del mueble entre los brazos atados de Adriana, para que no pudiera ayudarse con las manos y entonces, bajó su cara hasta el sexo da Adriana.
Comenzó a morderlo con sus labios y a succionarlo y a tirar de él, dando pequeños tirones que repetía una y otra vez, mientras lo estimulaba con la punta de sus labios.
El fuerte olor delataba ya la excitación de Adriana.
Gema entonces comenzó a lamer la parte de los muslos que se unen al tronco, uno y otro lado, de arriba abajo y tras ello, las nalgas, esas nalgas calientes y tiernas que se unen al muslo.
Mantenía cogida a Adriana agarrando un muslo con cada brazo y con las manos comenzó a separar los labios del sexo de Adriana.
Fue entonces cuando comenzó a lamer el interior de la dulce fruta del amor, llenándose de su meloso líquido amoroso.
Adriana se retorcía de placer y Gema presintió, al oír su respiración entrecortada, la proximidad de su orgasmo.
Gema decidió poner su teta en el sexo de Adriana y la meneaba mientras su hermana se agitaba lentamente bajo la suave piel y textura del pecho de su captora.
Adriana ya no podía reprimir sus gemidos placenteros pero aquello no era suficiente para Gema, así que cuando se percató de que Adriana había consumado y dado de sí todo lo que podía su orgasmo, la cogió de los dos pies y la obligó a darse la vuelta, ofreciéndole la planta de los pies y su culo.
Gema tomó uno de los pies y comenzó a destrozar lo que quedaba de la media, hasta sacar de ella el pié de Adriana. Comenzó a lamer la planta y a olerlo. Le excitaba aquel olor.
Luego comenzó a lamer los deditos de los pies. Aquellos deditos chicos, y el espacio que ella sabía tan sensible, entre los deditos.
No paró hasta tener cada uno de aquellos deditos entre sus labios y chupetearlos y lamerlos como si de un caramelito se tratara.
Mientras hacía esto, controlaba el cuerpo de Adriana, colocando sus piernas sobre los muslos de su hermana.
La mano de Gema se acercaba, acariciando el muslo de su prisionera, cada vez más hacia las nalgas de Adriana, y la introdujo entre las nalgas, tocando con sendos dedos, el sexo y el ano, jugando a rozarlos con la yema de sus dedos, notando la humedad de uno y el calor del otro.
Cuando se hartó de los deditos de los pies, vio ante sí el trasero de su hermana, desnudo, indefenso.
Se abalanzó hacia él, poniendo su boca en las nalgas que se esforzaba en el trabajo inútil de morderlas, ya que su boca no podía contenerlas.
Gema posó su dedo índice en medio de las dos nalgas y lo hundió sin contemplaciones hasta tropezar con su esfínter.
Sólo entonces paró su camino y puso a acariciarlo suavemente. Adriana se agitaba, tal vez temiendo que aquel agujerito fuera atravesado por algo distinto en un supositorio.
Gema sintió un leve gemido cuando su dedo comenzó a traspasar su esfínter, más provocado por su excitación que por un dolor real. Lo tuvo allí, medio metido, hasta que decidió que era el momento de trabajar un poco sobre el sexo de Adriana.
Tiró de su cuerpo hacia detrás, obligándose a ponerla a cuatro patas. Ante ella tenía los dos agujeros, Separó las nalgas de Adriana con las manos y atacó sin miedo y sin piedad el agujero de detrás, que hoy, por los azares de la posición quedaba arriba.
Su lengua intentó hacer lo mismo que su dedo, pero lo único que consiguió fue humedecer la parte más secreta de sus nalgas.
-Muévete.- Adriana no la obedeció.- -Muévete te digo.- Y dicho esto, Gema azotó a Adriana. Sólo entonces Adriana comenzó a moverse a un lado y otro. Gema disfrutaba suponiendo que la oposición de Adriana llegaría hasta el final.
El sexo de Adriana, cubierto de un suave vello rubio. Aquel sexo estaba húmedo y abierto. Gema clavó su cara contra él y su lengua se hundía en la húmeda, suave y caliente fruta de su hermana. Gema comenzó a pasar la lengua por toda su raja.
Adriana se movía, pero esta vez se movía por iniciativa propia, buscando el máximo de placer, derramando su jugo y pringando la barbilla de Gema, que relamía el dulce sexo de su hermana.
Adriana hizo un intento de apartar su sexo de la cara de Gema. Ésta reaccionó con dureza. Agarró los muslos de su prisionera y comenzó a intentar morder el sexo de Adriana, que reacción intentando apartarse con más esfuerzo.
Gema entonces extendió su brazo y agarró a Adriana de la cabellera, obligándole a echar la cabeza hacia detrás y a aceptar que la glotona lengua de Gema degustara el exquisito manjar. Gema comenzó a sentir el gran orgasmo de Adriana.
Ella estaba también muy excitada y comenzó a masturbarse con la mano, esforzándose en hacer que el orgasmo de Adriana durara hasta fundirse con el suyo.
Adriana parecía desfallecer por el primer orgasmo cuando al sentir que de nuevo, el dedo de Gema se introducía en su sexo, le provocaba una nueva y tremenda excitación.
Casi no había finalizado el primer orgasmo cuando se sumió en un nuevo orgasmo. Dobló sus brazos y pegó su cara contra el suelo, con lo que el acceso de Gema al sexo de Adriana era completo.
Gema sentía su vientre arder, excitado, húmedo. La sensación de excitación le recorría el vientre y los muslos, se le posaba en la nuca como un sopor y le producía un fuerte cosquilleo en los pezones, el clítoris y en lo más profundo de su vientre.
Su orgasmo era inminente. Se incorporó, y pasó de estar de rodillas a estar en cuclillas y puso su sexo contra las nalgas de su hermana y comenzó a impulsar su cintura, sus nalgas, a encular, en definitiva a Adriana, que aguantaba ya incapaz de sentir un nuevo orgasmo.
Gema enculaba a su hermana como si fuera un hombre, con movimientos amplios, fuertes, buscando el roce de us sexo con las nalgas de su hermana, hasta que un violento orgasmo, mezcla de terremoto, volcán y huracán se desató en su interior, hasta dejarla tan extenuada que quedó tendida sobre el cuerpo derribado de Adriana, sintiendo sobre sus pezones la espalda sudorosa del cuerpo de su hermana y sobre su boca, su melena rubia.
Buscó la boca de Adriana, pero sólo obtuvo un incomprensible «Te Odio»
Gema salió a la mañana siguiente con su bolso de viaje. Adriana la expulsó definitivamente de la casa.
«Y da gracias a que no te denuncio a la policía». Recordaba aquellas palabras con las que Adriana se había despedido. «Pero con este millón de pelas, de 20 meses de cárcel a 50.000 pesetas, que me envió mamá, con el paro y con la dirección de mamá, yo creo que podré empezar una nueva vida en Canarias» Gema reflexionaba mientras recorría las calles, hacia la estación de autobuses. Como tenía tiempo, había decidido ir a Cádiz y dirigirse a casa de su madre en barco. «No entiendo por que se ha enfadado tanto. A las nenas les encantaba que jugáramos a eso en el talego. Yo creo que no lo pasó tan mal.¡Va! ¡Ya se le pasará! Si algún día viene a casa de mamá, tenemos que volver a jugar. Seguro que esta vez flipa».