Capítulo 2
- Mi hermana quiere vivir con nosotros I
- Mi hermana quiere vivir con nosotros III
- Mi hermana quiere vivir con nosotros II
Hora y media después, Gloria salió a la terraza. La terraza estaba lista, perfecta. Jamón cortado tan fino que se veía a través, apilado como obra de arte y algo de queso. El vino blanco estaba helado en una cubitera, el hielo crujiendo y goteando bajo el sol. Las tumbonas apuntaban al mar, plano como un cristal azul. La brisa pegaba en la piel. María había preparado el momento para que Gloria se soltase. Iba a arrancarle la máscara a lo bestia.
María se tiró en su tumbona, el bikini negro apretándole las tetas hasta que la tela parecía a punto de reventar. Los pezones se le marcaban, duros bajo el tejido, y el sol le calentaba las piernas abiertas. Gloria salió de atrás, con ese bikini que no conseguía taparle nada. El cuerpo de su hermanita no era tan bello como el de María, pero sí era puro morbo: tetas gordas empujando la tela, pezones asomando como balas; culo redondo, piel brillante y casi tan clara como la de María. Una cara preciosa, y rubia, para más contraste.
Se dejó caer en la otra tumbona, cruzó las piernas lento, y el sol le dio en la cara, sacándole destellos al pelo revuelto. María agarró su copa de vino y dio un trago corto, mirándola por encima del borde con ojos de loba. Te voy a abrir en canal, zorrita.
- Sé lo que quieres, hermanita —soltó María, estampando la copa en la mesita con un golpe seco—. Lo he sabido siempre. Te he visto crecer y cambiar, empezar a pasearte por casa como una guarra, y, desde que conociste a Adrián, restregándote y exhibiéndote ya como declaración de guerra. Parece que no te enteras, pero sí que lo pillas, ¿eh? Sabes cómo lo pones. Y a mí.
Gloria la miró, con esos ojos grandes de niña, que hace tiempo María había descifrado. Frunció el ceño, pero la boca tenía una sonrisa detrás que María veía perfectamente.
- No sé de qué vas, tía —escupió, cortante, y giró la cara al mar. Sus dedos apretaron la tumbona hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Mientes fatal, pequeña, pensó María, con una risita interna.
- No hace falta que me engañes —siguió María, echándose hacia ella hasta que su sombra le cayó encima—. Todo eso que te parece sucio y te da vergüenza… Yo también lo tengo, hermanita. Me enseñó a sacarlo Adrián. He tenido pensamientos sucios desde que dejaste levemente de ser una mocosa. Desde que te crecieron ese par de bugas. Y anoche los hice un poco reales.
Gloria abrió los ojos un poco más, con el rechazo tambaleándose. Su respiración se aceleró, y sus tetas subían y bajaban bajo el bikini. Se quedó muda, con la mandíbula apretada. Intentaba mantener una expresión dura, pero ahora la sonrisa le tiraba de las comisuras de los labios y los ojos se le entrecerraban. María cogió un trozo de queso y se lo echó a la boca. Bebió un trago largo de vino.
- Mira, te lo cuento como debe ser, porque ya no eres una cría —dijo María, bajando la voz a un gruñido sucio—. Cogí tu tanga del baño. Estaba húmedo, tibio de tu coño, con un olor a sudor y flujo que me puso burra. Se lo restregué a Adrián en la cara, le hice olerte como un perro en celo. ¿Te gusta cómo huele tu cuñada, cerdo?, le solté, mientras le bajaba el calzón y le envolvía la polla con él. Se corrió como un cabrón, a chorros, empapándolo hasta que me goteaba por los dedos. Y después, cuando él roncaba, lo chupé, me lo pegué a la nariz y me hice una paja mirándote dormir. Ahí estabas, en la cama de al lado, con la mano metida entre las piernas, dormida después de frotarte como una zorra pensando que no me iba a dar cuenta.
- ¿Pero qué dices? – Protestó Gloria.
- Que te metiste la mano entre las piernas y te hiciste una paja cuando aún estábamos viendo la serie. Pensabas que no me iba a dar cuenta. Y si no te la hubieras hecho por el hecho de estar ahí con nosotros… Te hubieras ido al baño.
- No es verdad… – Dijo, pero hablaba como para dentro.
- ¡Para ya, tía! —saltó Gloria, roja como un tomate, incorporándose. Se cruzó de brazos, tapándose las tetas como si eso la fuera a salvar—. ¿Qué coño te pasa?
¡Ha! María soltó una risa corta, afilada, que rebotó en la terraza. El mar zumbaba atrás, pero María notaba la respiración de Gloria, rápida, jadeante. María se acercó más, apoyando un codo en la tumbona, tan cerca que el calor de su piel rozó la de Gloria. No te escapas, guarra.
- No nos escondemos más —dijo María, la voz dura como un latigazo—. Ya eres una guarrilla mayor. Te quiero, pero además te quiero follar. Tengo la cabeza tan sucia como tú. Pero de verdad.
- No. —dijo Gloria, pero la voz le tembló, delatándola. Se pasó una mano por el pelo, enredando los dedos, y se lo atusó. Miró el mar como si pudiera saltar y huir. No puedo decirlo, no puedo, pensó, atrapada en su cabeza. Pero sus pezones se marcaron bajo el bikini, duros como piedras, y María sonrió, oliendo la sangre.
- No me mientas, zorra —susurró María, casi pegándole la boca al oído—. Te he pillado. Cómo miras a Adrián cuando crees que no me entero. Cómo te acercas a él enseñando las tetas y moviéndolas mientras le cuentas tus historietas hasta que ves que se empalma. Lo quieres. Y yo quiero que lo tengas. Anoche, mirándote dormir con la mano en el coño, me dije que ya estaba bien del bailecito de máscaras.
Silencio. El vino brillaba en la copa de María, el sol pegándole en las piernas sudadas. Gloria suspiró, largo, hondo, y se echó atrás en la tumbona. Las manos se le fueron a la cabeza, enredándose en el pelo, y su cuerpo se estiró, ofreciéndose sin querer. El bikini se le subió, dejando ver la curva baja de esas tetas que María quería arrancarle a mordiscos. Joder, te follaría aquí mismo, puta.
- Y entonces… ¿Ahora qué? —dijo Gloria, – dejándose caer del todo, desplomada – uff… – con un suspiro que mezclaba cabreo y alivio. – Yo no hablo de estas cosas, hermana. Nunca hablo. – Sus ojos se clavaron en María, entreabiertos, con derrota y un hambre que ya no escondía. Se había rendido.
María arrastró su tumbona hasta pegarla a la de Gloria. La madera rascó el suelo como un gruñido seco. Se sentó más cerca, tan cerca que olió la crema solar de Gloria y el sudor salado en su cuello. Sonrió, enseñando los dientes, los ojos brillando de puro vicio.
- Ahora te cuento la oferta. Lo que te vamos a hacer esta noche.
Ya estaban tan pegadas que María sentía el calor saliendo de su piel sudada. El mar brillaba como un espejo, pero María solo veía las tetas gordas apenas sujetas por el bikini, el triángulo de su coño perfectamente dibujado por el tanga mínimo. Alargó la mano y le tocó la cabeza. Subió la mano por su pelo, enredando los dedos en su melena. Te voy a moldear como una zorra obediente, pequeña, pensó, enseñando los dientes en una sonrisa sucia. Su voz salió dura, como un latigazo.
- Si quieres venirte a vivir con nosotros, ya sabes cómo vas a ganarte el sitio. Y si piensas “¿tengo que hacer no sé qué?” La respuesta es siempre sí. Porque tendrás que hacer todo.
- Y todo es… – digo Gloria, con los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos.
- Es todo por definición. Es todo lo que queramos, siempre.
Gloria enmudeció. Echó el aire, como si esas palabras, más duras que las anteriores, de repente la aliviasen. Exactamente el momento que María sabía que llegaría. Muy parecido al que ella vivió con Adrián unos años antes.
- Esta noche empieza el juego, pequeña. Vas a pagar tu estancia con ese culo y esa boca y ese coño, sin rechistar. —Bajó la mano por el cuello de Gloria, rascándole la piel caliente con las uñas—. Adrián te va a usar cuando le salga de los huevos. Te va a reventar esa boquita hasta que te tragues toda su leche siempre que él quiera. Y yo… buff… Ya lo creas que también te voy a follar. Donde me dé la gana. Cuando me dé la gana.
Gloria no dijo nada. La miraba a los ojos fijamente, escuchándola. Sus pezones se pusieron duros como piedras bajo el bikini, marcándose como balas rosadas, y su respiración se aceleró casi a un jadeo corto y nervioso. Ya te tengo, guarra, pensó María. Y siguió hablando, con la voz más grave a medida que se ponía más cachonda y tenía a su amada presa más entregada. Los dedos de María bajaron por la espalda de su hermana pequeña hasta el borde del bikini.
- Si lo has pensado muchas veces… Anoche seguro que te masturbabas pensando que Adrián te cogía sin avisar allí como estabas, y te partía como a una puta barata.
Gloria tragó saliva, fuerte. Sus manos temblaron en la tumbona, y sus muslos se apretaron como si quisiera cerrar el grifo. Pero al final lo soltó, bajito, casi roto.
- S-sí… Más o menos… – Y sonrió levemente.
María soltó una risa seca, cortante. Su mano apretó su cadera y se coló bajo el culo de Gloria, agarró la carne firme y la apretó hasta sacarle un gemido. Gloria levantó el culo para facilitarle que la tocase.
- Claro que sí, zorra —susurró María, pegándose más—. Te miraba mientras Adrián se corría en ese tanga, empapándolo de leche hasta que goteaba. Y yo después, oliéndote, chupándolo como un caramelo, pensando en cómo te abriría las piernas para él.
- Mfffhhhh… – Suspiró Gloria.
- Te va a coger por casa, Gloria. Te agarrará del pelo. Te estampará contra la mesa, el sofá, lo que pille. Te vaciará los huevos en la boca hasta que te ahogues.
Gloria dejó escapar un gemido, bajito, casi un lloriqueo. Sus manos temblaron más, y sus muslos se abrieron un poco, dejando hueco. Joder, cómo te calientas, puta, pensó María. Clavó las uñas en el culo de Gloria, y ella levantó las caderas otra vez, callada pero abierta. María siguió, la voz ronca, cargada de vicio.
- Y este culo… —Apretó más, rodeando por debajo hasta bikini, rozarle la raja del coño – Adrián te lo va a reventar. Plap, plap, plap. – apretaba su culo, rozando sus labios vaginales con los dedos, cada vez que hacía “plap”. Te lo va a romper aunque chilles. O hasta que chilles. Y si eres una buena perra, ese coño también se llevará lo suyo. Te lo va a regar a pollazos, hermanita, hasta que no puedas ni arrastrarte.
Gloria gimió más fuerte, un «ahh» que se le escapó sin querer. Giró el cuerpo hacia María, el coño casi apuntándole, los ojos brillando. María retiró la mano de su culo y se acercó hasta que su boca rozó la de Gloria, disfrutando de oler su aliento. Eres mía, cerda, pensó. Agarró la cara de Gloria con la otra mano y la besó, metiéndole la lengua como si quisiera follársela por dentro. Gloria abrió la boca, respondió, y sus lenguas se enredaron. Chup, chup, glop…
María bajó la mano al pecho de Gloria, enganchó el bikini y tiró de él. Crac. La tela se rompió, y las tetas de Gloria saltaron libres, pesadas, los pezones duros como si pidieran guerra. María las miró, relamiéndose, y su mano bajó al coño por encima del bikini, frotando la raja empapada con los dedos. Gloria arqueó la espalda, gimiendo contra la boca de María, la lengua todavía dentro.
- Asssí… —susurró María, rompiendo el beso, la voz temblando de ganas—. ¿Ves como lo quieres, zorra?
- S-sí… —gimió Gloria, asintiendo, la cabeza echada atrás, las manos apretando la tumbona como si fuera a partirla.
- Y le restriegas las tetas a mi marido porque quieres que te folle como a una perra —siguió María, frotándole la almeja más rápido, los dedos resbalando—. Que te machaque el conejo hasta preñarte.
- Buff… Joder… sí… —repitió Gloria, la voz quebrándose, suplicante.
María metió un dedo por el borde del bikini, rozándole el clítoris, y Gloria tembló como si le hubieran dado corriente. Los dedos chapoteaban en la humedad, un sonido húmedo y cerdo. María apartó su propio bikini con la otra mano, sacó una teta y se la ofreció. Gloria se lanzó, lamiendo el pezón y mamando como una ternera. Joder, qué puta más fácil eres, pensó María. Te ha costado menos que a mí, guarra. Siguió masturbándola, metiendo dos dedos hasta los nudillos.
- Te follará hasta preñarte mientras me comes el coño, hermanita – dijo María, gruñendo —. Me voy a correr en tu cara de zorra golfa mientras él te revienta el útero a pollazos.
- MMMMMmmmm… – gimió Gloria, chupando más fuerte, la baba chorreándole por la barbilla hasta el pecho. Su coño apretó los dedos de María, temblando, al borde de reventar.
- Esta noche, el jacuzzi, puta… – le susurró María al oído, dándole un último apretón en la almeja – Si sales por la puerta cuando estemos ahí, eres nuestra…
Gloria chupaba la teta de María como si quisiera arrancársela con la boca. Los labios calientes, húmedos, succionaban fuerte, y la baba le chorreaba por la barbilla, goteando sobre sus propias tetas desnudas. La mano de María seguía entre las piernas de Gloria, dos dedos metidos bajo el bikini, hundiéndose en esa almeja empapada que palpitaba como un corazón. Plaf, plaf, plaf. Los chapoteos sonaban en la terraza, húmedos y sucios, y Gloria temblaba, arqueando el culo para que María entrara más hondo. Mi hermanita golfa, cómo te abres, pensó María. Frotó más rápido, clavándole las uñas en el muslo con la otra mano hasta dejar marcas rojas.
- Adrián te va a follar la boca hasta ahogarte, zorra —soltó María, metiendo un tercer dedo, estirándole el coño—. GLOP, GLOP, GLOP. Te la va a meter tan hondo que te va a salir la leche por la nariz. Y este culo… — Le dio un cachete fuerte, plap! — Te lo va a reventar hasta que chilles.
- MMmglobmmfff.. —gimió Gloria, la boca llena de la teta de María, chupando y lamiendo. Sus tetas libres rebotaban con cada movimiento, los pezones duros como piedras, y su coño apretando los dedos de María, chorreando por la muñeca hasta mojar la tumbona. Levantó las caderas, ofreciéndose como una puta en celo. María siguió, la voz temblando de vicio.
- Y el coño, Gloria… —Aceleró, metiendo y sacando, chof, chof.— Te lo va a regar… Plap, plap, plap… Te preñará mientras me comes el conejo, mientras me corro en tu cara de putísima zorra golfa calientapollas.
- AAAAAHHH —gritó Gloria, soltando la teta un segundo, los ojos en blanco y la boca abierta. Volvió a chupar, más fuerte, clavándole las uñas en las caderas a María hasta hacerle daño. Su coño se cerró como una trampa, temblando como si fuera a partirse. Joder, te estás corriendo, guarra, pensó María. Siguió frotando, sacándole todo.
- S-sí… soy… —gimió Gloria entre chupadas, suplicante. Su lengua lamía el pezón de María como si quisiera sacarle leche. Se retorció, el cuerpo temblándole entero, y el chorro caliente mojó la mano de María, goteando hasta formar un charco en la tumbona. María sacó los dedos, empapados, y se los restregó por la cara a su hermana, embadurnándole los labios con su propia corrida.
- Así, hermanita —dijo María, la voz ronca de triunfo—. Para recibir la polla de mi macho tienes que ser mía también. ¿Eres?
- S-sí… soy… —repitió Gloria, jadeando, la cabeza echada atrás y los ojos vidriosos. Sus tetas subían y bajaban, brillantes de sudor y baba, el bikini arrancado colgando como un trapo. En la palma de la mano, pensó María.
María se apartó, dejando a Gloria tirada en la tumbona como una muñeca rota.
- Recuerda. Si sales al jacuzzi esta noche —dijo María, clavándole los ojos—, has firmado el acuerdo. A partir de ahí eres una muñeca hinchable. Para follarte la boca, el culo, el coño y las orejas si queremos. Para usarte.
Gloria no largó nada. Solo jadeó, el pelo pegado a la cara, las manos flojas a los lados. Sus tetas temblaban con cada aliento, el bikini roto riéndose de ella. María soltó una risa baja, burlona, y miró el mar otra vez. Plano, azul, sin un carajo de interés. Gloria seguía ahí, hecha mierda, y María sonrió, enseñando los dientes. Te vamos a reventar, puta. Apuró el vino y dejó la copa vacía en la mesita, el cristal sonando seco.
María se puso de pie sobre la tumbona, la sombra cayendo sobre Gloria. El triunfo le quemaba el pecho, el coño palpitándole bajo el bikini como un tambor.
- Pues mira golfa… Por resistirte, he decidido que tienes que ganarte el derecho a firmar el contrato —soltó María, la voz dura como un clavo. Se agachó, pellizcó un pezón de Gloria y lo retorció fuerte, sacándole un gemido medio ahogado, «ahh». La baba le brillaba en la boca abierta, y María metió dos dedos dentro de esa boca, removiéndolos, y le agarró fuerte de la lengua – Demuéstrame que esa boca se merece que la polla de Adrián la viole. Empieza a comer ahora mismo, zorra.
María levantó una pierna sobre ella como si fuera a pegar una patada al otro lado, y se dejó caer hasta plantar los pies a ambos lados de la tumbona, como un luchador de sumo al colocarse. El coño de María quedó a pocos centímetros de la cara de su hermana, sin dejarle ver nada más. Se apartó el tanga con un dedo, dejando el coño al aire, empapado y rojo, y agarró a Gloria de la cabeza con las dos manos. La arrastró hacia sí, y Gloria, obediente como una perra amaestrada, se lanzó con hambre. Su lengua pegó en el clítoris de María, chupándolo con ansia, lamiendo la raja de arriba abajo, enterrándose hasta el fondo. Chup, chup, glog… Los sonidos subieron, húmedos y cerdos, como música para su hermana. María le restregó el coño por la cara, aplastándoselo contra la nariz, el culo rozándole la barbilla, empujándola contra la tumbona. Gloria succionó, lamió como loca, metiendo la lengua hasta donde llegaba.
- Bebe, puta —gruñó María, los espasmos subiéndole por las piernas—. Bebeeeehhh…
María se corrió a lo bestia, chorros gordos directo en la boca de Gloria. Splassh, splassh… Gloria bebió, tragó, y siguió bebiendo, la cara y el pelo empapándose, glub, glub…
Con un empujón en la frente, Gloria cayó atrás, jadeando, el pelo pegado, los ojos vidriosos. María se quedó de pie, temblando, victoriosa. Seguro que sale al jacuzzi.
Continuará.
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