Capítulo 1

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Mi amante de turno inició pronto su actividad. Yo tenía que esforzarme un poco para empujar mi cabeza hacia adelante y observarla. Paula estaba en una posición en la que su culo se veía hermoso, en lo alto. Sus nalgas estaban realizando contacto con la puerta de cristal del cubículo de la ducha.

Mientras tanto su espalda trazaba una línea inclinada hacia el suelo. Esa línea concluía en su cabeza, que yo podía apreciar con gusto. Me maravillaba ver su boca besándose con mi vagina, mientras permanecía con sus ojos cerrados. Ella lo estaba gozando con la misma intensidad que yo. Su labor era tan estupenda que mis ojos no tardaron en contemplar estrellitas.

—Qué rico, querida Paula, ¡qué rico! Sigue así, sigue así, sigue así.

—Con gusto preciosa. Te voy a satisfacer hasta que te mojes.

—Eso espero, mi amor. Entrégate por completo, como si fuera tu primera vez.

—Claro que sí, corazón.

En cierto momento de esa estimulación oral me sentí dominada. Tuve la sensación de que mi vida sexual activa no se comparaba con la de ella. Estaba segura que ella no se había acostado con tanta gente como yo. Y eso era algo que ella misma me develó que era cierto. Sin embargo, en la posición en la que me encontraba, acostada en el suelo de un baño, la sensación era distinta.

Paula tenía una gran destreza para el sexo oral. Yo veía su rostro besar y besar mi vagina, como si se estuviese alimentando. Por un momento me pareció que era una leona, bebiendo agua fresca. Yo lograba que el momento se tornara más intenso con mis gemidos y mis palabras. La animaba a mantener esa actitud férrea.

A veces sentía cómo usaba sus dedos para acariciar mi clítoris. Describía circulitos con sus dedos, tal como lo haría cualquier mujer. Estaba masturbando mi vagina como si fuese la de ella. Llegó un momento en que sentí que mi cuerpo estallaría de placer. Y ese placer explotó, liberando una dosis de flujo vaginal, que emanó de mi cuerpo como si estuviese orinando.

—¿Lo ves, Esperanza?—dijo Paula—. Vamos 1 a 0, ganando el equipo visitante.

—Esto no se quedará así—le respondí con un fingido sentimiento de venganza—. Pronto llegará tu turno.

—Ya veremos quién gana. O si llegamos a un empate.

Yo terminé de relajar todo mi cuerpo. Estiré mis piernas y dejé que mi cabeza hiciera contacto con el suelo. Me quedé contemplando el disco del cabezal de la ducha. Pero unos segundos después, en mi campo de visión, apareció el rostro de Paula. Se acercó para darme un beso en la boca.

Después de ese beso volvió a desaparecer, para sentarse en el suelo. Se sentó con sus rodillas en el suelo y sus nalgas sobre sus talones. Y desde ahí extendió sus manos para que realizaran contacto con las mías. Luego, con mucha amabilidad, las jaló, invitándome a levantarme. Y en efecto correspondí a su deseo, sentándome.

—¿Qué tal si nos metemos un rato en la tina?—dije.

—Lo que tú quieras amor, la estoy pasando genial. Pocas mujeres han logrado hasta ahora despertar este deseo tan fuerte.

—¿Prefieres las relaciones heterosexuales?

—Sí.

—Yo también, aunque por periodos. Cómo te lo dije, también tengo relaciones sexuales con hombres con frecuencia.

Dialogamos uno o dos minutos más en el cubículo de la ducha. Después de lo cual nos levantamos y nos dirigimos a la tina. En realidad, nos sentamos al borde de la tina, porque derramamos una botellita de espuma. Así que tuvimos que esperar. Para las dos resultó excitante ver cómo iba creciendo la espuma.

Mientras tanto, estuvimos hablando de nuestras vidas, del viaje y de nuestros gustos. Paula era solo mayor que yo en un solo año. Le apasionaba viajar por todo México y, al igual que yo, le encantaba hacerlo sola. Era ingeniera de sistemas de profesión, así que ganaba un buen sueldo. Sin embargo, era moderada con sus gastos. Por eso, en esas vacaciones se hospedaba en un hotel de 4 estrellas.

—Es fantástico estar hospedado en este hotel de 5 estrellas—me dijo—. Qué chévere por ti que puedes ganarte la vida como ilustradora independiente. Muy pocos artistas tienen el privilegio de vivir de su arte.

—La verdad es que en esta era moderna sí es muy posible. El mercado tiene mayor demanda. Solo es cuestión de ubicar el escenario de mercado que te dé más rentabilidad.

—Si tú lo dices.

Antes de sumergirnos en la tina, yo me aproximé a Paula para besarla. Y luego, cada una eligió un lado de la tina. Seguimos conversando durante ciertos minutos, hasta que yo sugerí un nuevo juego. Bueno, no lo sugerí verbalmente, lo insinué con mi pie. Simplemente usé los dedos de mi pie derecho para acariciar su entrepierna. Aunque después me enfoqué en usar solo el pulgar.

Mi pie estaba estirado y mi pierna igual de rígida, como si fuese una lanza. Acaricié inicialmente la zona de sus ingles. Paula me sonreía, demostrándome que le gustaba el masaje. Y después de darle suficientes razones para excitarla, me centré en su vagina. Las dos sentíamos lo que sucedía debajo del agua y la espuma.

Muy pronto vi cómo Paula cerró sus ojos para concentrarse en el placer. Colocó sus manos a cada lado de los bordes de la tina para relajarse. Para mí era muy estimulante verla fascinada con las caricias que le daba a su vagina. Más tarde, en medio de gemidos de placer, se llevó sus manos a su cabello. Hundió sus dedos en su cabello, estirándolo hacia arriba, elevando su pelo como si fuese una columna.

El modo cómo estiraba su cabello hacía arriba era un reflejo del placer que experimentaba. Luego, para estimularse más, se hundió un poco en el agua. Yo sentí cómo el dedo pulgar entró a profundidad en su vagina. La penetración de mi dedo también me concedía grandes sensaciones. Y decidí intensificarlas, masturbándome.

—Es fantástico cuando en el sexo dejamos que la imaginación vuele—dijo—. Dejamos que la imaginación fluya y se apodere de nuestros cuerpos.

—Así es cariño. ¿Alguien te había masturbado alguna vez usando un pie?

—Para nada. Es la primera vez en mi vida.

—Entonces déjate llevar y disfruta al máximo.

Masturbar a Paula usando mi pie derecho se convirtió en un juego interesante. Pero tras unos segundos ella decidió sentarse al borde de la tina. Sus nalgas quedaron cerca de la zona de los jabones y el champú. Luego yo me aproximé un poco más y continué con mi labor. La punta de la lanza que representaba mi pie se hundió de nuevo en su vagina.

Ahora Paula disfrutaba con mayor intensidad del masaje. Aunque para lograr eso yo también estaba pagando un pequeño precio. Ahora era yo quien se sentía un poco incomoda. Pero valía la pena sufrir dicha incomodidad porque mi amante empezó a gozar más. Yo la veía con sus parpados cerrados, que a veces se abrían un poco. Cuando eso ocurría veía el blanco total de sus escleróticas.

—¿Estás viendo estrellitas?—le pregunté—. ¿Estás alcanzando el blanco total en tu mente?

—A momentos, querida—respondió—. Tú sigue en tu tarea de frotar ese dedo sobre mi clítoris.

Paula decidió entonces estirar sus piernas, ubicándolas sobre los bordes de cada lado de la tina. Al apreciar sus piernas, observé que estaban rígidas de placer. Incluso sus pies estaban estirados al máximo. Eso me revelaba a mí lo mucho que estaba divirtiéndose con mi labor.

De pronto ocurrió algo inesperado y cómico para ambas. Mis nalgas resbalaron en la tina y caí, hundiéndome en las aguas. Me levanté de inmediato, mientras una sonrisa involuntaria apareció en mi rostro. Paula también tenía una sonrisa en su rostro que expresaba cierto miedo por burlarse de mí. Esa sonrisa logró que yo cediera y comenzará a reírme. Así, ella obtuvo su aprobación para reírse de mí.

—¿Qué tal si mejor evacuamos el agua?—pregunté.

—Okey. Estoy de acuerdo.

Unos minutos después, solo quedaba en la tina las nubes de espuma. De ese modo, yo pude casi que acostarme sobre la tina. En realidad, apoyé mis codos, estableciéndome en una posición cómoda. Gracias a esa nueva posición, logré tener un mejor equilibrio para masturbar a Paula.

De hecho, ahora tenía destreza suficiente para usar mis dos pies. Mi amante se sentía a gusto de recibir ese cariñito que le ofrecía. Yo usaba los dedos pulgares de mis pies para abrir sus labios. Hundía mis dedos con cariño, sintiendo el cuerpo tenso y excitado de ella. Deducía a la perfección que lo que más la excitaba era la novedad del gesto.

Para ella era algo nuevo. Pero para mí, era algo que ya había practicado con otras mujeres. Al final, llegó un momento en que Paula dejó que sus nalgas resbalaran suavemente. Sus nalgas se deslizaron contra la pared de la tina, para volver a sentarse. Mientras lo hacía, yo también me fui sentando.

—¿Quieres experimentar algo nuevo, querida?

—A ver… ¡sorpréndeme!—me respondió—. ¿Qué otro truco tienes bajo tu manga?

—Muchos, la verdad es que son muchos.

Con gran rapidez, me acerqué a ella. Nuestras tetas realizaron contacto antes de darle un beso en su boca. Entonces le pedí que inclinará un poco su cabeza hacia arriba. Le sugerí que aprovechara el borde de la tina para así tener una posición cómoda. Ella obedeció sonriendo, sin tener la más mínima idea de lo que esperaba. Entonces me asomé sobre su campo de visión.

—Ahora abre la boca y estira tu lengua. Y no dejes de mirarme a los ojos.

—De acuerdo.

Una vez abrió su boca, yo usé mis manos para mantenerla abierta. Entonces Paula observó mis labios que se cerraron como si fuese a lanzarle un beso. Ella observó durante unos segundos mi saliva burbujeante asomarse en mis labios. Pero todavía no sospechaba lo que estaba por hacer. Y entonces, sin previo aviso, escupí sobre ella, sobre su boca abierta.

De inmediato, me retiré de encima de ella para irme al otro extremo de la tina. Ahora las dos nos veíamos a los ojos como dos rivales. Como si fuésemos dos boxeadoras. Lo que había hecho con ese gesto tan “grosero” fue para ella como un golpe. Yo me abonaba un punto por mi atrevimiento. Pero ella me miraba con satisfacción y orgullo.

Mi pensamiento logró adivinar la fascinación y las emociones que la invadían. Escupir en su boca, logró lastimar un poco su ego. Porque ella de manera inocente no se esperaba que fuera a actuar de ese modo. Su inocencia quedó “humillada”. Pero era un precio que aceptaba con gusto. Con tanto gusto como el que se vio reflejado al tragarse mi saliva.

—Por lo visto, nunca en tu vida te habían hecho algo así.

—¡Por supuesto que no!—me respondió sonriendo—. Es algo atrevido, rudo, pero excitante.

—Sabía que te gustaría. Con cada mujer que me acuesto hago eso.

—Pues gracias por darme ese gusto.

Estuvimos en la tina unos dos minutos más. Luego decidimos salir y nos secamos del agua antes de volver a la habitación. Con gran emoción y entusiasmo, Paula corrió hasta la cama y saltó en ésta. Desde ahí, de pie, me miró mientras tenía sus manos en su cintura. “Y ahora… ¿a qué vamos a jugar, querida Esperanza?”.

Yo le respondí que tenía unos cuantos juguetes sexuales. Me dirigí al armario y lo abrí. Saqué mi mochila de color rojo y extraje una bolsa de tela. Para provocarla, como si fuese una vendedora, saqué un consolador rosa. Se lo enseñé para que observara sus dimensiones antes de introducirlo sensualmente en mi boca.

—Wow. ¿Qué más tienes en esa bolsa?

—Algunas cremas lubricantes, unas esposas y un vibrador compatible con una aplicación móvil.

Aún manteniéndome junto al armario, fui sacando los juguetes sexuales para enseñárselos. Cada vez que sacaba un nuevo juguete, los ojos de Paula aumentaban de tamaño. La sonrisa que aparecía en sus labios sugería que observar cada juguete le concedía un miniorgasmo.

—Eso indica que tienes todo lo necesario para que sigamos dándonos amor.

—Sí. Ahora volvamos a la acción.

Me acerqué a la cama para subirme y mantenerme en pie, igual que ella. Nos dimos unos besos apasionados y deliciosos, con nuestros ojos cerrados. Cuando volví a abrir mis ojos, me quedé contemplando su figura. La tomé por la cintura y la empujé hacía mí. Paula también estuvo de acuerdo en que nos estrecháramos de esa manera.

Entonces decidí ubicar mis manos sobre sus tetas. Las acaricié con cariño, contemplando sus dimensiones y rozando mis dedos sobre sus pezones. Estaba contemplando su cuerpo y sus curvas, como quien descubre un tesoro. Me llenaba de una enorme fascinación el modo en que estaba teniendo sexo con ella.

Yo parecía haber caído en un estado de hipnosis, observando su vientre delgado y sus tetas bien formadas. De pronto levanté mi mirada y observé a Paula sonriéndome. Era una sonrisa que demostraba el orgullo que sentía por mi modo de admirarla. Esa expresión era la misma que había proyectado cuando estábamos desnudándonos y yo aprecié por unos segundos sus axilas depiladas y hermosas.

Con mucha ternura, ella me regaló un beso en mis labios. Un solo beso, casi como si solo realizara contactos con mis labios. Un beso casi egoísta y tentador, que me llenó de una insólita ansiedad. Un beso que se presentaba con una especie de diminuta traición. Ella debía haberme dado un beso más completo, más íntimo, más cercano.

—¿Y ese beso?

—Un beso para mantener viva nuestra pasión. ¿Quieres otro igual?

—Sí, que sea idéntico—le exigí.

Paula acercó de nuevo sus labios a los míos para darme ese beso incompleto. Pero esta vez la sensación fue más tierna, más liberadora. Para agradecerle, yo apreté mis manos contra sus caderas. Luego empecé a descender mis manos con la misma intensidad, hasta que llegué a sus pies. Y tal como lo había hecho antes ella conmigo, en la ducha, le di un beso en su vagina.

Solo que yo sí continué besando su vagina. Besé su entrepierna con gusto, buscando el placer entre el espacio que me concedían sus piernas. Cómo no tenía total acceso a sus labios vaginales, Paula decidió levantar su pierna izquierda. De hecho intentó sostenerla en el aire con su mano, agarrándola desde debajo de su rodilla.

Pero ella, previendo que el desequilibrio le ganaba, tomó una sabia decisión. Se acercó hacia la cabecera de la cama y apoyó su pie izquierdo en el borde superior de ésta misma. Fue algo rápido, instintivo. Así que yo también fui en busca de su vagina. Estuve practicándole sexo oral, mientras me acordaba del placer que ella me había proporcionado.

Con mis ojos cerrados, mientras besaba sus labios vaginales, volví a verme bajo la ducha. Me evoqué de nuevo, acostada en el cubículo de la ducha. En mi mente vi a Paula, comiéndose mi vagina como si fuese una leona bebiendo agua. Y ese recuerdo me llenó de una fuerza cósmica única. Mi deseo sexual se potenció y besé con mayor intensidad su vagina.

—Sigue, cariño, qué placer tan hijo de puta—dijo Paula—. ¡Qué placer tan delicioso, Dios mío!

—Que rico que estés diciendo groserías. Me encanta decir groserías mientras tengo sexo.

—Tú sigue en lo tuyo, amor. ¡Tú sigue en lo tuyo!

Y seguí en lo mío. Con mis ojos sumergidos en el placer de degustarme su vagina, el tiempo fue fluyendo. Con rapidez los minutos fueron transcurriendo. Mi boca se llenaba ocasionalmente con su flujo vaginal. Pero yo no me lo tragaba. Se derramaba sobre mi mentón y mojaba las almohadas.

Por un momento recordé la frase de Paula, cuando alcancé mi orgasmo. Aquella frase de “Vamos 1 a 0, ganando el equipo visitante”. En ese momento concluí que ya no valía la pena prestarle atención a esa competencia. En el sexo, calcular las cosas y medirlas: te limita. Tener sexo siempre implica abrir la mente y aceptar lo inesperado. Es un deporte en el que todo puede pasar.

Así que olvidé por completo aquella insinuación del baño sobre la competencia de orgasmos. Paula también lo olvidaría, pero lo recordaría una hora más tarde. Para entonces, nos encontraríamos acostadas, desnudas, sobre la cama. Estaríamos recostadas como dos colegialas, dialogando y a la espera del menú que pedimos al servicio del hotel.

Pero aún faltaba mucho para que llegara ese momento. Todavía teníamos mucho por gozar nosotras, antes de que cualquier sensación de hambre surgiera en nuestro vientre. Ahora lo que importaba era gozar, darnos placer, olvidarnos del mundo. Por eso seguí devota a mi labor de besar su vagina, hasta que ella me detuvo.

—No más, Esperanza, por favor—dijo, apoyando su mano derecha sobre mi frente—. No aguanto más. Ya me has dado suficiente placer.

—De acuerdo—le respondí con una sonrisa—. Vinimos fue a gozar. Podemos hacer una pausa.

—Sí. Es lo mejor.

Paula se dejó caer. Su hombro izquierdo resbaló sobre la superficie de madera de la cabecera de la cama. Se sentó entonces sobre una de las almohadas, mojadas de sus flujos vaginales. Se acercó a mí boca y me regaló un beso. Luego me abrazó con ternura. Su respiración se mantenía ansiosa, sofocada, pero a la vez fresca y saturada de liberación.

—Veo que te encantó.

—Por supuesto que sí. Contigo están garantizadas las emociones fuertes.

—¿Qué quieres que hagamos ahora? Es decir… mientras descansamos. ¿Vemos una película?

—Muy buena idea.

La pantalla de televisión se encendió. Durante los siguientes veinte minutos estuvimos viendo una película. Se trataba de Ocean’s Twelve en la que participa George Clooney, Brad Pitt y Matt Damon. Aunque es una de mis películas preferidas, realmente no le préstamos mucha atención. Nos dedicamos a conversar mientras las escenas transcurrían.

Al final, volvimos a nuestros ritos de amarnos. Fue Paula la que acercó su boca a la mía y comenzamos a besarnos. Ella se ubicó encima de mí y permanecimos acostadas así un largo rato. Nos besamos con pasión, con nuestros ojos cerrados. En esa búsqueda de placer ambas nos encontrábamos. Nuestras mentes se sincronizaban.

Yo me dejaba llevar por mi instinto lésbico. Y entonces comprendí algo que me fascinó. Hasta ese momento, Paula había demostrado ser un poco más fuerte que yo. Su entrega al placer era mucho más intensa que la mía. Por lo mismo, había logrado tener cierto dominio sobre mí. La sonrisita con la que a veces me miraba la delataba.

Aquella era una ocasión más en que ella podía entregarse a una mujer. Una de las contadas ocasiones en que ella se había atrevido a ceder. En cambio, para mí, aunque lo disfruté al máximo, representaba un gusto habitual. Su sonrisita, su entusiasmo, develaba entonces su deseo por experimentar. Al entender esto me atreví a decirle:

—Espero que tengas más oportunidades de gozar con mujeres. Deberías atreverte más. Tu esencia lésbica te lo pide. No tengas miedo.

—Estamos pasando una noche deliciosa, Esperanza. Y tienes razón. Voy a explorar más a fondo esta faceta.

—Tu cuerpo, tu espíritu y todo tu ser te lo está pidiendo.

Solo hasta ese momento, Paula dejó de estar sobre mí para sentarse en la cama. Yo también me levanté mientras degustaba en mi boca el sabor de su saliva. Mi amante tomó la bolsa de tela con mis juguetes sexuales. Empezó a revisarlos como si se tratará de una requisa policial. Cada vez que sacaba un juguete me lanzaba una mirada provocadora.

—¿Siempre los llevas cuando viajas?—me preguntó.

—Por supuesto que sí. Cómo ya te dije, mis vacaciones siempre son ardientes.

—Te han dicho algo los inspectores del aeropuerto al ver tus juguetes.

—No. Siempre se han portado indiferentes. Aunque en alguna ocasión una de las encargadas me lanzó una mirada muy sensual. Sí, una mirada idéntica a la que me estás lanzando en este momento. Me guiñó uno de sus ojos y me deseó unas felices vacaciones.

—Me gustaría que esta no sea la única vez que estemos juntas. Espero que no te moleste que pasemos la noche juntas. Me gustaría dormir contigo en esta habitación.

—¿Acaso te estoy echando?

Paula tomó en ese instante las esposas de sexo y comenzó a contemplarlas. Me preguntó sobre el nivel de seguridad de las esposas. Le expliqué que podían abrirse manualmente, bajo presión. O bien, utilizando las llaves. Cuando le presenté las llaves, ella, como una niña, decidió usarlas.

Por lo visto quería comprobar que no fuéramos a vivir un accidente con ese juguete. Yo le expliqué además que incluso era posible liberarse de las esposas aplicando fuerza. “Solo tienes que jalar con fuerza tu mano y se deslizará a través del agujero”. Paula cerró una de las esposas en su mano izquierda y empezó a hacer la prueba.

—Te recomiendo que no lo hagas. Sí te puedes liberar con ese método, pero te deja una marca en la mano. Una marca temporal, quiero decir.

—Okey, entonces no lo haré. A menos que me dejes prisionera.

—¿Quieres usarlas?

—Claro que sí.

Nuestro episodio romántico y deliciosamente sexual se extendería. Nuevas dosis de placer y cariño compartimos las dos. Las cremas lubricantes y los consoladores jugaron un papel importante en eso. Las dos nos dimos el gusto de compartir nuestros cuerpos hasta extasiarnos de felicidad.

Fue una de esas noches que uno afirma que no olvidará jamás. Fue una noche loca de pasión en la que vivimos con intensidad el presente. Una noche en la que hicimos pausas para darnos un respiro y prepararnos para nuevos turnos de juego.

Si eres mujer y estás leyendo estas líneas, espero algún día tengas una noche tan intensa como la mía.