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La maestra se volvió aprendiz

La maestra se volvió aprendiz

A pesar de que era uno de esos fríos días de invierno, mi cuerpo no dejaba de sudar al ritmo de la sesión de aeróbica.

Luego de una hora de saltos, flexiones, quejidos y cansancio, lo único que quería era llegar a mi casa y arrendar una película.

Claro, mi estilo de arriendo de películas es bastante particular: busco a un hombre que se vea interesante y bien dotado, le muestro una cinta triple equis, me acerco a él y, susurrándole, le preguntó si me la recomienda.

Mi cuenta bancaria está algo exigua y necesito un buen depósito.

Luego de ducharme, voy al salón de té del gimnasio y me siento a beber mi acostumbrada agua mineral.

En eso, se me acerca el instructor que me acababa de dar clases.

El hombre tiene fama de Don Juan de poca monta y trata de hacerse el lindo conmigo, pero mi indiferencia le muestra el camino para que se aleje de mí.

No acababa de irse, cuando una mujer se para al lado mío.

“¿No te molesta que los hombres nos traten como pedazos de carne?” me dice, mientras mira al instructor.

“La verdad, no me molesta en lo más mínimo” le contestó.

La mujer da vuelta su cara, abre sus ojos y mira hacia los míos, sonríe y me dice “¡a mí tampoco!”.

mbas nos pusimos a reír.

“Hola, mi nombre es Leslie Ana”.

“Mucho gusto. Me llamo Sonia”.

Me preguntó si podía acompañarme y acepté.

Al igual que yo, pide agua mineral.

“Por lo que he escuchado, este tipo tiene potencia en todo su cuerpo, excepto en donde realmente importa” me dice, continuando la conversación.

Yo le dije que había escuchado lo mismo.

De ahí, hablamos de varias cosas más.

Al cabo de media hora, intercambiamos números de celular y correo electrónico.

Luego, en el estacionamiento subterráneo, nos despedimos.

“Sonia, fue un gusto conocerte.

Nos vemos el Viernes”.

Le correspondo su despedida, me subo a mi auto y me marcho del gimnasio.

Cuando estaba por llegar a la tienda de videos, me pregunto cómo sabe que tengo sesión el día Viernes.

No le doy importancia al asunto, tal vez ella también va ese día. Ingreso a la tienda y, a los pocos minutos, halló al hombre indicado.

“No sabes lo que te espera” me digo mientras lo desnudo con la mirada.

Viernes. Termino mi sesión de aeróbica, tomo mi acostumbrado sauna y luego, me doy una baño y tomo mi masaje con Jessica.

Al terminar, me visto y al salir de la sala de masajes, me encuentro con Leslie Ana.

Hablamos un rato y me invita a una fiesta en casa de unos amigos. Sin pensarlo mucho, aceptó ir.

No tenía planes especiales para esta noche y no quería arrendar otra película triple equis. El tipo que escogí la última vez, resultó ser toda una decepción.

“Sonia, tuve que llevar mi auto al taller.

¿Podrías pasar a buscarme a mi casa?” me preguntó Leslie.

Le dije que no había problema.

“¿Quieres que te lleva ahora hasta allá?” le pregunté. Me dio las gracias y nos fuimos.

Su casa no quedaba lejos del gimnasio, por lo que no demoramos mucho en llegar. Pasamos a la sala de estar y me ofreció una copa de vino blanco.

Como faltaba tiempo para la fiesta, nos sentamos en el sofá y nos pusimos a conversar.

De pronto, entre tantas risas, accidentalmente vierto un poco de vino sobre mi blusa.

Leslie Ana me dice que no me preocupe, que sabe cómo limpiar esa clase de manchas.

Se retira y vuelve con un paño y un líquido de limpieza.

El vino se esparció por todo mi pecho y parte de mi panza.

Hice el ademán de tomar el paño, cuando Leslie me pidió que le dejara hacer su trabajo.

“Te prometo que quedará completamente limpio”.

Confío en sus palabras y ella rocía mi pecho con un poco del líquido de limpieza.

Frota el paño con cuidado y dedicación, llevándolo a cada parte alcanzada por el vino.

Yo me sentía un tanto incómoda por la situación, pero pronto comencé a sentirme ligeramente excitada por el ir y venir de la mano de Leslie Ana.

Me recosté ligeramente en el sofá en que ambas estábamos para sentirme más cómoda. Hice gestos para que ella entendiera que en esa posición, su trabajo sería más efectivo.

No quería que me malinterpretara.

Ella estaba prácticamente sobre mí, limpiando mi blusa, acariciando mis pechos. “¿Ves? ya está casi limpia.

Solo faltan algunos detalles” me dijo, con un tono de voz que me hizo pensar que ella no sospechaba en lo más mínimo que estaba disfrutando de todo aquello.

Volvió a rociar mi busto, esta vez concentrando su trabajo en la punta de mis pechos.

Estaban duros y levantados y supuse que se dio cuenta, pero no me importaba.

Al parecer, esta mujer era discreta y entendía la situación.

Echo mi cabeza hacia atrás y quedó mirando el techo.

Cuando me reincorporo, Leslie estaba completamente sobre mí, con su rostro directamente frente al mío.

Nos miramos una fracción de segundo y eso bastó para darnos cuenta de lo que vendría. Me besa apasionadamente y recorre mi cabeza con sus manos.

Yo acaricio su cintura, su espalda y su trasero.

De pronto, nos detuvimos.

Pensé que ella me iba a pedir disculpas, que se dejó llevar y que no pensó en lo que hacía.

Nada más alejado de la realidad.

“Esta es tu primera vez, ¿cierto?”.

Le dije que sí, pero que me estaba sintiendo bién.

“Ahora vas a sentirte mejor”.

Comienza a desabrocharme la blusa y yo hago lo mismo con la suya.

Al terminar, ambas nos sacamos nuestros sostenes.

Sus pechos eran ligeramente más pequeños que los míos, pero no reparó en ello y volvimos a besarnos con pasión.

Nuestras manos se hacían escasas para recorrer nuestros cuerpos, ardientes y dispuestos a todo.

Leslie Ana empieza a besar mi cuello, luego mis pechos.

Los lame, los acaricia, juega con ellos.

Yo me dejo querer.

Comienza a recorrer mi panza y sigue hasta mi ombligo, el que saborea como si fuese un postre, mientras yo uso mis manos y uñas para acariciar su cabeza, su cabello y sus hombros.

Luego, sigue bajando.

Yo ya sabía lo que venía.

Leslie desabrocha mi pantalón y yo levanto mis caderas para que lo pueda sacar sin dificultad.

Ahí estaba yo, tendida sobre su sofá, vestida con un breve colaless rojo de bordes blancos.

Leslie Ana lanzó el pantalón lejos y me contempla por unos instantes.

“Eres hermosa, Sonia. Te haré feliz” me dijo, dándome a entender que lo que se venía sería sublime.

Me sacó el colaless, lo dejó caer al lado del sofá y metió toda su cara en mi entrepierna, llegando a cada rincón de mí con su lengua húmeda y carnosa.

Comencé a excitarme cada vez más y pronto llegaría al orgasmo.

Ella no paraba de lamerme y yo ya estaba jadeando de placer, mientras empecé a decir su nombre una y otra vez.

“Leslie Ana… Leslie Ana… Leslie Ana…”.

Repentinamente, en un lapso de lucidez, me doy cuenta.

“Leslie Ana… Lesbi Ana… ¡lesbiana!”.

Ella levanta su cara, yo la miro directo a sus ojos y advierte mi sorpresa.

“Bienvenida” fue lo único que pronunció.

Volvió a lo suyo y en un par de segundos, me hizo llegar al clímax.

Mi primer orgasmo lésbico.

Mientras yo estaba gozando, Leslie Ana seguía lamiéndome como lo hacen los perros al beber agua.

Debo admitir que ese orgasmo fue bastante prolongado.

Lo único que hice fue quedarme sobre el sofá y dejar que ella hiciera lo que quisiera conmigo.

Pocos momentos después, deja de lamer mi sexo y sube su cabeza y su cuerpo para darme otra ronda de besos.

Nuestros pechos se frotaban, mientras su mano izquierda hacía lo que su lengua momentos atrás.

Yo solo atinaba a corresponder sus besos y acariciar su culo, redondo y bién formado.

Su lengua recorría toda mi boca, mis orejas y mi cuello.

Su mano derecha estaba sobre uno de mis pechos y con la punta de sus dedos, me daba placer en mi pezón.

En realidad, sabía qué podía hacer para darle placer, pero por alguna extraña razón, no podía sino quedarme quieta. Leslie Ana me consoló.

“No te preocupes por mí, ya aprenderás cómo se hace gozar a una mujer”.

Si hubiese sido un hombre, me sentiría ofendida.

Soy una experta en el arte del placer. Pero ella tenía razón, era mi primera vez con una mujer y lo único que podía hacer era aprender… y disfrutar.

Cuando Leslie Ana comenzó a sentirse algo cansada, le dije que invirtiéramos los papeles y que se recostara al otro extremo del sofá.

Ella se dispuso como se lo pedí y empecé a besar y lamer sus pechos.

Estuve un rato en eso, cuando Leslie me detuvo.

“Paciencia, ya sabrás cómo hacerme sentir bien.

Por hoy es suficiente. Tu blusa está limpia, pero huele mal.

Si quieres, te presto una de las mías”.

Aceptó su generosidad y le doy las gracias.

Nos vestimos, nos arreglamos y nos dirigimos a la fiesta en casa de sus amigos.

En el trayecto, hablamos de lo que acabamos de hacer y que, en verdad, yo desconocía esa faceta mía.

Me preguntó si me gustó y le dije que me fascinó, aunque todavía me gustan los hombres.

Ella me dijo que desde niña, tuvo malas experiencias con el sexo masculino.

Le propuse un trato.

“Tú me enseñas a amar a las mujeres y yo te enseño a amar a los hombres”.

Leslie Ana lo pensó un momento y encontró la solución.

“Conozco a una pareja de amigos que quiere tener experiencias con otras personas. Estarán en la fiesta”.

Me pareció perfecto. La noche comenzaba y prometía ser de antología.

¿Quién dijo que aprender era aburrido?.

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